02 enero 2018

Un catalán habla de su tierra


El arrinconamiento al que aludo crea en el catalán un sentimiento de inferioridad permanente. Al ser el sentimiento de inferioridad algo doloroso, desagradable y abrumador, el catalán ha realizado, colectiva y, en muchos casos, personalmente, un gran esfuerzo para superarlo: ha hecho todo lo posible para abandonar su auténtica personalidad, para desprenderse de ella, pero no lo ha conseguido. Esto ha dado lugar a una psicología curiosa: la psicología de un hombre dividido, que tiene miedo de ser él mismo, y al mismo tiempo, no puede dejar de ser quien es, que se niega a aceptarse tal y como es y que no puede dejar de ser como es. No son elucubraciones mías, son hechos. Son las señales típicas del complejo de inferioridad. 
La permanencia prolongada en este estado ha creado un ser de escasos sentimientos públicos positivos, es decir, un hombre sin patria, incapaz de unirse a otros o compartir intereses, hipercrítico, irónico, individualista, frenéticamente individualista, negativo: un hombre enfermizo, sombrío, desconfiado, tortuoso, escurridizo, nervioso, displicente, solitario, triste. La enfermedad catalana yace en el subconsciente del país.
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El catalán es un fugitivo. A veces huye de sí mismo y otras, cuando sigue dentro de sí, se refugia en otras culturas, se extranjeriza, se destruye; escapa intelectual y moralmente. A veces parece un cobarde y otras un ensimismado orgulloso. A veces parece sufrir de manía persecutoria y otras de engreimiento. Alterna constantemente la avidez con sentimientos de frustración enfermiza. Aspectos todos ellos característicos de la psicología del hombre que huye, que escapa. A veces es derrochador hasta la indecencia y otras tan avaricioso como un demente; a veces es un lacayo y otras un insurrecto, a veces un conformista y otras un rebelde. El catalán se evade, no se suma a nada, no se compromete con nadie. Ante lo remediable del dualismo, procura llegar a su hora final habiendo soportado la menor cantidad de molestias posibles -lo cual le hace sufrir aún más-. La careta que lleva puesta toda su vida le causa un febril desasosiego interno. Es un ser humano que se da -que me doy- pena.
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El catalán actual es un producto de la decadencia de Cataluña. Su rasgo característico es el complejo de inferioridad, fruto del deterioro de su personalidad. El catalán no tiene patria, por eso es un ser diferente que no puede compararse con quienes la tienen. Perdió la patria e hizo un gran esfuerzo para tener otra, sin lograrlo. El catalán no tiene un inconsciente sano, normal y abierto. Esto explica sus características: a veces es un engreído -la jactancia que nota Unamuno-. Pero a menudo también posee una humildad morbosa, humillada y ofendida, y por eso Unamuno dice que “hasta cuando parece que atacan, están a la defensiva”. Puede que esa vanidad insoportable sea una consecuencia del sentimiento de humillación, y viceversa –la humillación crea, como una evasión incontenible, la vanidad. Encontrar un catalán normal es difícil.

Josep Pla.
Hacerse todas las ilusiones posibles
y otras notas dispersas. 
Edición de Francesc Montero.
Destino. Barcelona, 2017