18 febrero 2018

Identidad líquida


La idea de “identidad”, una “identidad nacional” en concreto, ni se gesta ni se incuba en la experiencia humana “de forma natural”, ni emerge de la experiencia como un “hecho vital” evidente por sí mismo. Dicha idea entró a la fuerza en la Lebenswelt de los hombres y mujeres modernos y llegó como una ficción. Cuajó en un “hecho”, en un “dato conocido”, precisamente porque había sido una ficción, y gracias al abismo dolorosamente percibido que había entre lo que la idea implicaba, insinuaba o provocaba, y el status quo ante (el estado de cosas anterior y ajeno a la intervención humana). La idea de “identidad” nació de la crisis de pertenencia y del esfuerzo que desencadenó para salvar el abismo existente entre el “debería” y el “es”, para elevar la realidad a los modelos establecidos que la idea establecía, para rehacer la realidad a imagen y semejanza de la idea. 
La identidad sólo podía entrar en el Lebenswelt como una tarea, como tarea no completada, todavía no culminada, como un toque de trompeta, un deber y una instancia a la acción, y el moderno Estado naciente hizo todo lo que estuvo a su alcance para que este deber fuera obligatorio para toda la gente que vivía dentro de su territorio soberano. La identidad nacida como ficción requirió de mucha coerción y convencimiento para fortalecerse y cuajar en una realidad (más correctamente: en la única realidad imaginable), y estos dos factores sobrevolaron la historia del nacimiento y de la maduración del Estado moderno.

Zygmunt Bauman. 
Identidad. 
Traducción del inglés de Daniel Sarasola. 
Losada. Madrid, 2004.