08 abril 2018

María Zambrano Obras completas IV



El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido. Y la analogía del claro con el templo puede desviar la atención.
Así comienza Claros del bosque, que junto con De la Aurora y Senderos se reúnen en el recién aparecido volumen IV de las Obras Completas de María Zambrano que viene publicando Galaxia Gutenberg bajo la dirección de Jesús Moreno Sanz.
María Zambrano escribió Claros del bosque, que apareció en 1977, aún en el exilio, y sus páginas contienen textos fundamentales en la estética contemporánea, porque perfilan de manera definitiva la propuesta zambraniana de la razón poética, que se completaría con De la Aurora, un libro en el que se leen párrafos como este:
en la noche del sentido germina la aurora de la palabra. Y así, cuando las palabras que han germinado durante la noche del sentido aparecen, son ellas mismas la sustanciación posible, en este lugar, de la diosa Aurora, de lo divino que aparece y se cela en la Aurora; la manifestación de la palabra misma, de ella, que no es lenguaje, aunque lo sustente y le dé vida. La palabra que da vida por la luz. 
Se recoge también en este volumen, como segunda parte de Senderos, La tumba de Antígona, que, con Claros del bosque, es su obra de más calidad literaria y una honda reflexión sobre el silencio y el lugar de la palabra: 
La palabra escondida, a solas celada en el silencio, puede surgir sosteniendo sin darlo a entender un largo discurso, un poema y aun un filosófico texto, anónimamente, orientando el sentido, transformando el encadenamiento lógico en cadencia; abriendo espacios de silencios incalmables, reveladores. Ya que lo que de revelador hay en un hablar proviene de esa palabra intacta que no se anuncia, ni se enuncia a sí misma, invisible al modo de cristal a fuerza de nitidez, de inexistencia. Engendradora de musicalidad y de abismos de silencio, la palabra que no es concepto porque es ella la que hace concebir, la fuente del concebir que está más allá propiamente de lo que se llama pensar.