25 junio 2018

El gran Aldana



Yo soy un hombre desvalido y solo, 
expuesto al duro hado cual marchita 
hoja al rigor del descortés Eolo; 

mi vida temporal anda precita 
dentro el infierno del común trafago 
que siempre añade un mal y un bien nos quita. 

Oficio militar profeso y hago, 
baja condenación de mi ventura 
que al alma dos infiernos da por pago. 

Los huesos y la sangre que natura 
me dio para vivir, no poca parte 
dellos y della he dado a la locura, 

mientras el pecho al desenvuelto Marte 
tan libre di que sin mi daño puede, 
hablando la verdad, ser muda el arte. 

Son cinco de los ciento cincuenta tercetos encadenados que componen la horaciana Carta a Arias Montano, que Francisco de Aldana fechó en el serventesio final: "de Madrid, a los siete de setiembre, / mil y quinientos y setenta y siete." 
Ese texto, su cima poética, es un “gran poema místico sobre la contemplación de Dios, donde enuncia su propósito de buscar un lugar donde retirarse del mundo", como explica Enrique Baltanás en el prólogo de El ímpetu cruel de mi destino, la antología de Aldana que ha preparado para la editorial Renacimiento. 
Organizada en cuatro apartados temáticos -Del amor, De la vida militar, Desengaños y Juicio-, es una muestra representativa de la poesía de aquel capitán poeta al que elogiaron Cervantes -que lo llamó ‘divino’ en La Galatea- y Quevedo y que murió el 4 de agosto de 1578 en la Jornada de Alcazarquivir, en la que desapareció el rey don Sebastián de Portugal.
“Durante cuatro siglos –se lamentaba Cernuda- la posteridad no ha tenido espacio, atención ni gusto para reconocer al autor de la Epístola a Arias Montano como uno entre nuestros grandes poetas.”
Y en Desolación de la quimera lo evocó en una de las estrofas de A sus paisanos:

Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
Vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
Aquí. Y entonces la ignorancia,
La indiferencia y el olvido, vuestras armas
De siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
Cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
A otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
Precipitó en la nada, como al gran Aldana.