12 agosto 2018

Umberto Eco. Historia de la fealdad


El mundo griego estaba obsesionado por muchos tipos de fealdad y de perversidad. No hace falta remitirse a la oposición entre apolíneo y dionisíaco: aunque en los cortejos de Baco aparecen silenos ebrios y cómicamente repugnantes, precisamente en el Banquete se elogia como una buena proeza la resistencia de Sócrates a las más generosas libaciones. Se mantiene a lo sumo una sombra de ambigüedad acerca del papel de la música, que estimula pasiones; pero toda la estética pitagórica convierte la música en el elemento en el que se cumplen las leyes ideales, las reglas matemáticas de la proporción y de la armonía. 
Quedan, no obstante, en la cultura griega zonas subterráneas donde se practican los Misterios, y los héroes (como Ulises y Eneas) se aventuran en las brumas tristes del Hades, cuyos horrores ya nos cuenta Hesíodo. La mitología clásica es un catálogo de crueldades inenarrables: Saturno devora a sus hijos; Medea mata a los suyos para vengarse del marido infiel; Tántalo cuece a su hijo Pélope y se lo ofrece en un banquete a los dioses para probar su perspicacia; Agamenón no duda en sacrificar a su hija Ifigenia para aplacar la ira de los dioses. Atreo ofrece la carne de sus hijos a su hermano Tiestes; Egisto mata a Agamenón para quitarle la esposa, Clitemnestra, a la que luego matará su hijo Orestes; Edipo, aunque sin saberlo, comete parricidio e incesto... Es un mundo dominado por el mal, donde seres sumamente bellos cometen acciones feamente atroces.
En este universo vagan seres espantosos, repugnantes porque son híbridos que violan las leyes de las formas naturales: véanse en Homero las Sirenas, que no eran mujeres fascinantes con cola de pez, como las representó la tradición posterior, sino pajarracos rapaces, Escila y Caribdis, Polifemo, la Quimera; en Virgilio, Cerbero y las Harpías; y además las Gorgonas (con la cabeza erizada de serpientes y colmillos de jabalí, la Esfinge, de rostro humano en un cuerpo de león, las Erinias, los Centauros, malvados a causa de su ambigüedad, el Minotauro, con cabeza de toro en un cuerpo humano, las Medusas. Si bien la posteridad se ha deleitado en la era de la kalokagathfa, también se ha inspirado en estas manifestaciones de lo horrendo, desde Dante hasta nuestros días. Incluso el mundo cristiano, en páginas como las de Clemente de Alejandría o Isidoro de Sevilla, utilizó como pretexto las monstruosidades descritas por los antiguos para demostrar la falsedad de la mitología pagana.

Umberto Eco. 
Historia de la fealdad.
Traducción de María Pons Irazazábal
Lumen. Barcelona, 2007.