El canon y el resentimiento
El canon, una palabra religiosa en su origen, se ha
convertido en una elección entre textos que compiten para sobrevivir, ya se
interprete esa elección como realizada por grupos sociales dominantes,
instituciones educativas, tradiciones criticas o, como hago yo, por autores de
aparición posterior que se sienten elegidos por figuras anteriores concretas.
Algunos partidarios actuales de lo que se denomina a sí mismo radicalismo
académico llegan a sugerir que las obras entran a formar parte del canon debido
a fructíferas campañas de publicidad y propaganda. Los compinches de estos
escépticos a veces llegan a cuestionar incluso a Shakespeare, cuya eminencia
les parece en cierto modo impuesta. Si adoras al dios de los procesos
históricos, estás condenado a negarle a Shakespeare su palpable supremacía
estética, la originalidad verdaderamente escandalosa de sus obras. La
originalidad se convierte en el equivalente literario de términos como empresa
individual, confianza en uno mismo y competencia, que no alegran los corazones
de feministas, afrocentristas, marxistas, neohistoricistas inspirados por
Foucault o deconstructivistas; de todos aquellos, en suma, que he descrito como
miembros de la Escuela del Resentimiento.
Harold Bloom.
El canon occidental.
Traducción de Damián Alou.
Anagrama Compactos. Barcelona,
2006
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