28 septiembre 2018

Lord Byron. Diarios



Recientemente me he visto agitado, no sin violencia, por más de una pasión, y bastante ocupado tanto en lo político como en lo privado, y en medio de conflictos partidistas, políticos y (en lo que respecta a los asuntos públicos) factuales; también me he visto sumido en un estado de ansiedad por cosas que únicamente tienen que ver con mis sentimientos más íntimos, y quizá no siempre me he conducido con la moderación que, a grandes rasgos, puedo decir que solía mostrar. Desconozco si alguna de tales cosas o todas ellas pueden haber actuado sobre la mente o el cuerpo de alguien que ya ha pasado por muchos cambios previos de lugar y pasión durante una vida de treinta y seis años, escribía Lord Byron el 15 de febrero de 1824 en la última entrada de su Diario de Cefalonia.

Acababa de sufrir un aparatoso ataque convulsivo que los médicos no pudieron dictaminar si era “epiléptico, paralítico o apoplético”, pero que le había sumido en un estado de enorme debilidad. Ya no volvería a anotar nada en su diario y dos meses después, el 19 de abril, murió después de pronunciar las que fueron sus últimas palabras: “Ahora quiero dormir.”
Había cumplido años por última vez el 22 de enero, el día que escribió en Missolonghi un poema titulado En este día cumplo treinta y seis años, una despedida que termina con estas dos estrofas:

Si reniegas de la juventud, ¿ para qué vives?
La tierra de la muerte honorable
está aquí. Salta al campo de batalla
y rinde tu aliento.

Busca -a menudo menos buscada que hallada-
la tumba del soldado la mejor para ti;
luego mira alrededor y elige el sitio,
y toma tu descanso.

Junto con el Diario de Londres, el Diario alpino, el Diario de Rávena, Mi diccionario y los Pensamientos aislados, el Diario de Cefalonia se recoge en la magnífica edición de los Diarios de Lord Byron que publica Galaxia Gutenberg con traducción, introducción y notas de Lorenzo Luengo, que explica en su magnífico estudio introductorio que “en todos sus escritos de naturaleza confesional, desde las cartas y los diarios hasta los breves (y en muchos casos divertidísimos) pasajes de sus memorias que han llegado hasta nosotros, encontramos a ese Hamlet en el camerino, que ‘desviste ante nuestros ojos su portentosa mente’ y ahonda en sus misterios inspirado por un desasosiego que, ya que no otra cosa, al menos le permite comprobar que hay algo en el que es ‘más que la apariencia’: ese Byron que purga su alma o la vuelca sin miramientos sobre la página en blanco no es ya el corsario, ni el peregrino sentimental, sino un hombre en su más inmediata desnudez, que puede permitirse incluso ser ‘un necio que duda’, aunque sin envidiarle a nadie ‘la confianza en una autoacreditada sabiduría’.”