21 noviembre 2018

Miguel Ángel Aguilar. En silla de pista



Si los militares tenían un pasado guerracivilista, algunos periodistas no les iban a la zaga como propagandistas o beneficiarios del sistema que siguió a la contienda. Había al menos un amplio sector empeñado en dar lanzadas a moro muerto, en hacer méritos antifranquistas una vez enterrado el Generalísimo en el Valle de los Caídos. Los había de cierta edad, pero también veinteañeros y treintañeros, que siguieron apesebrados en la Cadena de Prensa y Radio del Movimiento, compuesta de cuarenta diarios, una agencia de prensa, cuarenta y tres emisoras, una productora de radio y una docena de revistas, hasta su disolución paulatina entre 1982 y 1984. Sumaban más de cinco mil trabajadores, de los cuales casi la mitad eran periodistas que nunca tuvieron conflicto alguno ni padecieron persecución por parte de la dictadura. 
Era un espectáculo ver cómo tantos de los enlistados en los medios de comunicación del régimen pasaban en veinticuatro horas del bien remunerado servilismo a considerarse los expendedores de patentes de demócrata, sin que nunca peligrara la continuidad de sus nóminas con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. Era una gloria verlos sumarse a las filas de quienes estaban por el cambio. Decía un monseñor oscense, elevado a los altares: hay que lograr que los demás se salgan con la nuestra. Y eso es lo que estábamos viendo. Algunos de esos colegas nunca se habían significado - "hijo mío, no te signifiques", decían las madres a los suyos cuando iban a incorporarse al servicio militar- en las luchas antifranquistas, pero se arrimaban a toro pasado para mancharse de sangre la taleguilla, se subrogaban en lo que otros habían hecho en defensa de las libertades y pasaban al cobro esos riesgos nunca asumidos, escribe Miguel Ángel Aguilar en sus recientes memorias periodísticas, que titula En silla de pista. Álbum de momentos vividos en primera línea.

Al frente del volumen, que publica Planeta y que va más allá de la memoria personal para convertirse en una crónica cercana del circo de la historia y la intrahistoria recientes, Aguilar ha escrito un prólogo -“El periodista que estaba allí”-, en el que afirma: Espero haber logrado rehuir cualquier innoble reflejo de rencor o de ajuste de cuentas porque llevo años promulgando indultos y amnistías, pues resulta agotador el mucho trabajo que da el cultivo de los enemigos, en cuya elección ha de ponerse sumo cuidado.