11 diciembre 2018

Sobre la poesía de Francisca Aguirre






Cuando mataron a mi padre
nos quedamos en esa zona de vacío 
que va de la vida a la muerte, 
dentro de esa burbuja última que lanzan los ahogados, 
como si todo el aire del mundo se hubiese agotado de pronto.

Por versos como esos y por una larga trayectoria de la que forma parte el libro al que pertenecen, Los trescientos escalones, ha merecido Francisca Aguirre el Premio Nacional de las Letras que otorga el Ministerio de Cultura.
Desde Ítaca, su memorable primer libro, Francisca Aguirre ha ido recorriendo casi cinco décadas de coherencia, de escritura sostenida en el esqueleto resistente de lo auténtico. Medio siglo de emoción y temblor de la memoria, de poesía moral, escrita con unas cuantas palabras verdaderas, como quería Antonio Machado, su maestro mayor de ética y estética.
Los trescientos escalones es un libro atravesado por la experiencia vital y moral del viaje al exilio y a las pérdidas, un viaje rememorativo en el que Francisca Aguirre ajusta cuentas con el pasado. En ese libro se cifran muchas de las claves temáticas, éticas y estéticas que recorren el resto de su poesía, reunida en Calambur bajo el título Ensayo general. 
En sus páginas la poesía se convierte en salvación de la memoria erguida frente a las pérdidas, en refugio del desamparo y en habitación de los sueños frente al miedo, el hambre y el frío de la guerra y la posguerra, frente a una intemperie desvalida, en mitad de un mundo desaforado / cubierto de horror y pena.
Es la poesía como espacio de salvación, como cosa cordial de la que habló uno de los poetas más inagotables y queridos por la autora, Antonio Machado, padre y maestro oscuro entre los álamos del Duero.
Pero la de Francisca Aguirre es también una poesía celebratoria en la que hay un homenaje constante a lo que nos salva de la desgracia, a la amistad y la literatura, a la pintura, a la música clásica y a la copla. Y, a pesar de todo, es también un homenaje a la vida: 
La vida entre los dientes de repente 
como un sabor neutral nos pulveriza, 
nos somete, nos calla, nos ofende
y nos deslumbra, y nos levanta, y crece.
Porque a pesar del dolor, de la orfandad y la injusticia -esta vida, hay que ver, qué desatino-, sobre el sufrimiento y la desolación se impone la esperanza en este verso memorable: el mundo para siempre ya es mañana.

(En el número de diciembre de la revista Max Estrella, cuya edición impresa se distribuirá en  los próximos días)