23 enero 2019

Alfonso Guerra frente a la traición


Hubo también un segundo señuelo, se repitió que nunca llegaría a un acuerdo con populistas e independentistas. Tanto Pedro Sánchez como el secretario de organización del PSOE lo dejaron claro en público: "No pueden ser en ningún caso nuestros aliados, ni para una moción de censura. No es posible presentar una moción de censura con esos apoyos". Se aseguró a los militantes socialistas, como al conjunto de los ciudadanos, que no se llegaría a ningún acuerdo con populistas e independentistas. Más tarde se argumentó que no era un verdadero acuerdo, que el objetivo único, compartido por todos, era echar de la Moncloa a Mariano Rajoy por razones de sanidad política. Después se ha firmado un pacto de legislatura con Unidos Podemos con ocasión de los presupuestos generales del Estado.
Sánchez, que tiene muy desarrollado el instinto de poder, comprendió que era su ocasión, y preparó el resultado de una moción de censura atrayéndose a los grupos independentistas y a los populistas de Podemos, a pesar de que reiteradamente había confesado que jamás presentaría una moción con esos apoyos.
¿Cómo puede explicarse ese cambio de criterio en decisiones de tanta trascendencia? Lo ha manifestado con claridad un colaborador estrecho del presidente del Gobierno: "La coherencia es incompatible con la política". Parece el lema de un mercenario dispuesto a defender lo uno y su contrario, a impulsar a un partido o a otro; lo que importa, parece decir, es la eficacia, pero no es trascendente la dirección a la que se oriente la acción política; lo que importa es el éxito, no es pertinente tomar en cuenta las consecuencias, saber a quién beneficia, a quién perjudica. Es la nueva política, el nuevo PSOE.
Los últimos movimientos políticos han azorado, desconcertado, abochornado a muchos socialistas. Observar cómo un antisistema, el jefe de Podemos, saltaba de despachos a celdas de prisión, y de celdas a despachos, "negociando" los presupuestos de un Gobierno socialista habrá sido vivido como un ultraje para muchos socialistas que, callados, prudentes, no levantan la voz pero son plenamente conscientes de que gobernar con el escuálido sostén de 84 diputados conduce a una senda de confusión y desdoro de los principios más queridos y respetados.
Es fácil comprender que cuando un Gobierno tiene voluntad de permanencia, ha de esforzarse en la aprobación de los presupuestos generales. [...] Pero, en todo caso, no puede sacrificar las bases del Estado de derecho, pues supondría un mal mayor. ¿De qué serviría obtener la aprobación de los presupuestos si para ello hubiera de arrasar con los principios de la democracia? Este es el peligro al que se enfrenta la sociedad española. Como se necesita el voto de pequeños partidos que exigen cambios que tendrían como consecuencia la destrucción del Estado de derecho, el Ejecutivo haría bien en reflexionar si compensaría a la sociedad española ceder a las exigencias de independentistas y populistas, sabiendo que ponen en grave riesgo el sistema constitucional.

Alfonso Guerra. 
La España en la que creo. 
Llega hoy a las librerías, publicado por La Esfera de los Libros.