05 enero 2019

El naufragio


Por más que las clases medias estuvieran viviendo con desazón la crisis que se desató en 2007, que por primera vez impedía que los hijos vivieran mejor que sus padres, Cataluña sigue siendo una de las regiones europeas con mejor calidad de vida. Demasiado que perder en un verdadero enfrentamiento con el Estado. Tampoco los líderes del procés desearon nunca someterse al martirio, aunque acabaron por sufrir unas consecuencias mucho más duras de lo que imaginaron. Algunos dirigentes independentistas flirtearon, imaginaron, discutieron y unos pocos hasta planificaron, la idea del alzamiento de un pueblo que, con su resistencia pacífica, doblegaría al Estado. Se repetían a sí mismos los ejemplos de Gandhi o Mandela. Pero a la hora de la verdad, nada de eso ocurrió.
El contexto europeo tampoco ha sido favorable. El independentismo justifica el fracaso de la empresa en lo que considera una incomprensible reacción de una Europa que protege los intereses de los Estados por encima de los valores democráticos. Un discurso que, en algún momento, ha llevado a algunos líderes, como Puigdemont, a proferir expresiones propias de un dirigente euroescéptico. Pero lo cierto es que se falló en el análisis de la reacción en el seno de la UE. Después de un periodo marcado por la inestabilidad económica y política, con el futuro del euro en el aire, con el brexit sobre la mesa, y frentes abiertos como el de los refugiados y el auge de los populismos en diversos países, la causa independentista catalana no podía ser vista con demasiada simpatía en los centros de poder europeos.
Lola García. 
El naufragio. 
Península. Barcelona, 2018.