11 febrero 2019

En El Puerto de Santa María




En la ciudad gaditana del Puerto de Santa María, a la derecha de un camino, bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar, llevando a cuestas el nombre de un viejo matador de toros —Mazzantini—, había un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado la Arboleda Perdida. 
Todo era allí como un recuerdo: los pájaros rondando alrededor de árboles ya idos, furiosos por cantar sobre ramas pretéritas; el “viento, trajinando de una retama a otra, pidiendo largamente copas verdes y altas que agitar para sentirse sonoro; las bocas, las manos y las frentes, buscando donde sombrearse de frescura, de amoroso descanso. Todo sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de la luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también sonaban a perdidos en aquella arboleda. 
Ahora, según me voy adentrando, haciéndome cada vez más chico, más alejado punto por esa vía que va a dar al final, a ese «golfo de sombra» que me espera tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mí los pasos, el avance callado, la inflexible invasión de aquella como recordada arboleda perdida de mis años.”

Mañana estaré en el Instituto Pintor Juan Lara, del Puerto de Santa María, muy cerca de esa arboleda perdida evocada por Alberti en sus memorias, participando en el ciclo Los Desayunos del Lara con una lectura de aquellos de mis textos más vinculados a la pintura para los alumnos del Bachillerato de artes plásticas y escénicas.