03 julio 2019

Esencia de Efi Cubero


Posee la fuerza oscura del converso defendiendo con ansia lo que nunca será. Lo que sabe que nunca será propio por más que se lo apropie o se disfrace con ropas de nativo, descalzo sobre el cobre de la tierra, tatuado con los símbolos antiguos cuya magia o lenguaje desconoce, purificado por las claras aguas que ocultan los secretos en el limo del fondo. Y lo vemos febril, lo contemplamos poseyendo los cuerpos de las adolescentes polinesias con pinceles vibrantes de color y deseo intentando buscar algo más allá de la pintura, penetrar el espíritu de los originarios que nunca se le entregan, y él lo sabe.
Miro a Gauguin desde todos los ángulos como un torrente de esperma, de sangre y claridad. Un soberbio animal depredador y alerta que busca tras la orgía de los sentidos la abrasadora carne para poder fecundar una creación -la propia- algo más hacia dentro, en el oro interior de lo intocado que un día nació como inocencia. La luz del paraíso.

Así comienza El animal con alma, uno de los treinta y cuatro textos que Efi Cubero ha reunido en Esencia, que publica La Isla de Siltolá en su colección Levante.

Un conjunto que tiene una referencia común en la pintura y en la mirada que se abisma contemplando “la noche de las noches sin consuelo frente a la huella helada de Caín” en el Guernica; evoca en Toledo los ojos del Greco, “tan incisivos frente a la realidad y, al mismo tiempo, abiertos al misterio”; visita el estudio de Velázquez para “ver cómo sigue pintando Las Meninas” y capta la “creadora luz interrogante” que ilumina Las hilanderas.

El agua es una fría copa de cristal que estremece la mañana. 
Monet tiembla en Giverny.
¡Qué aliento de verdor traspasa el día!, escribe en torno a Monet, para añadir luego:

En todos los espejos turbios o cristalinos proyectó su silencio: envuelto entre las brumas londinenses frente al Támesis. En la humedad gozosa de Venecia vibrando con temblores de nácar irisado. En la transparencia de la Sierra del Guadarrama proyectada en el aire de Velázquez, al que rindió visita. En los ríos escondidos de sus bosques franceses. En el mar sosegado de sus propias navegaciones, y en la impresión del rojizo sol de aquella perdurable amanecida.

Turner, el Temerario y “un tenso fondo oscuro y abisal al borde seco del acantilado por donde se precipitan preguntas sin respuestas lanzadas al vacío”; “el fracaso bajo el enigma de la revelación” en la pintura de Antonio López; Pollock y “los enmarañados itinerarios de sus líneas”; la mirada de Goya “desde una solidaria soledad”; la casa de Dalí en Port Lligat y el castillo de Púbol; Caravaggio y sus cuadros, que “deslumbran y alumbran los espacios exteriores y también los interiores” son algunos otros momentos que jalonan la búsqueda de la esencia, el vértigo insondable de la creación entre la mirada y la palabra en estos textos que van siempre más allá de la superficie del lienzo y contienen la esencia de la afinada sensibilidad y la hondura meditativa de Efi Cubero.