01 agosto 2020

Cádiz no puede haber estado callada tanto tiempo




Las más añejas referencias a Cádiz parecen hallarse en dos libros de la Biblia: el de Jonás, inquilino de la ballena, y el de Ezequiel. También en la Ceo gralía de Estrabón, a través del héroe y navegante Menesteo -citado asimismo por Homero en el tercer libro de La Iliada-, y en la Ora Marítima, de Avieno:
«Aquí está la ciudad de Gadir..., aquí las columnas del constante Hércules.»
Ya desde muy lejana antigüedad, e incluso en la Roma de Cicerón (siglo I antes de Cristo), se identificaba a la perdida Tartessos con Gádeira, Cádiz, llamada por los griegos en plural: tá Gádeira.
Para los fenicios, Cádiz fue ya Gádir, palabra que significa castillo, lugar cerrado o recinto, a la que Antonio Tovar interpreta como vocablo de origen africano, concretamente de Libia, que los fenicios incorporaron a su lengua y que daría lugar al romano, Gades.
Más que el de Hércules, el mito de Eúmelos -hijo de un dios del mar y de Kleitó, y a quien describe Platón en su Kritías o informe sobre la Atlántida fabulosa- se nos muestra específica y realmente gaditano, entroncado por la platónica cita a los legendarios comienzos de Cádiz, aunque Hércules es el que sigue gozando del favor popular y contando, en la ciudad y también en muchas de sus canciones, como fundador de la misma.
Lo cierto es que aquellas flores y frutas extraviadas en la poesía y en los siglos, aquellos «hermosos ganados», aquellas leyes redactadas en verso, aquellos monarcas y navegaciones deslumbrantes, relacionan o confunden a Cádiz de manera particularmente notoria con el mundo de Tartessos, uno de cuyos reyes, Argantonio -¿Antonio el de la plata?- ha dado nombre a una calle gaditana (la cual antes, y según puede comprobarse claramente en el antiguo azulejo de su rótulo, se llamó nada menos que «de los Flamencos Borrachos»: una imposición del pasado perdido sobre otro más próximo).
Al referirnos en octubre de 1963 y en casa de don Ramón Menéndez Pidal a las intermitencias de la historia de Cádiz, y concretamente a uno de sus más silenciosos paréntesis históricos, el lúcido patriarca de las letras hispánicas y de la barba bellida nos detuvo con un breve ademán de la mano y con una sonrisa también inmersa en el pasado:
--No... Cádiz no puede haber estado callada tanto tiempo.


Fernando Quiñones.
 De Cádiz y sus cantes.
Ediciones del Centro. Madrid, 1974