06 abril 2021

El diácono Brodie o la doble vida

“En la Edimburgo de finales del siglo dieciocho vivió un reputado ebanista y respetable ciudadano cuyas habilidades como cerrajero lo convertían de noche en un temible desvalijador de viviendas y comercios del que nadie podía sospechar su identidad. El que a la luz del día era tenido por irreprochable cabeza de familia y miembro de su parroquia saldaba así sus deudas de juego y sufragaba su desmedida afición a la vida tabernaria y a las bajas compañías. Al principio en solitario, y más tarde con la ayuda de varios colaboradores, sus asaltos hicieron desesperar a los buenos burgueses y a las fuerzas del orden hasta que, finalmente, uno de sus golpes se torció y tuvo que salir huyendo. Aunque en un principio logró escapar a Holanda, sus propios cómplices acabaron delatándolo y, una vez detenido y repatriado, fue juzgado y condenado a la horca, donde murió el 1 de octubre de 1788”, escribe Victoria León en el prólogo a su brillante traducción de El diácono Brodie o la doble vida, un melodrama neorromántico en cinco actos y ocho cuadros que escribieron Robert Louis Stevenson y William Ernest Henley, el autor de Invictus, uno de los poemas más famosos de la literatura inglesa (“Soy el dueño de mi destino; / soy el capitán de mi alma.”)
 
Lo publica la sevillana Athenaica en una elegante edición que remata un epílogo en el que Luis Alberto de Cuenca define esta pieza teatral como “preludio dramático de El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde.

Es la primera vez que se traduce al español esta obra inspirada en el personaje real de un ebanista, presidente -que eso significa aquí diácono- del gremio de artesanos de Edimburgo. Un personaje de doble vida que Victoria León relaciona en su prólogo no solo con la escisión de la personalidad de Jekyll y Hyde, de la que es un precedente palmario, sino con algunos aspectos de otras obras de Stevenson como La isla del tesoro, Olalla y Markheim.

“En El diácono Brodie o la doble vida -escribe Victoria León-, la respetabilidad burguesa («el horrendo negocio de la hipocresía, la mentira y la doblez», en palabras del diácono), la importancia del linaje entendido como constitución física y espiritual que puede perfeccionarse o degenerar en cada individuo («mi hijo es mejor hombre que yo», dice el orgulloso padre del diácono), la industriosa prosperidad y la ortodoxia presbiteriana en ambigua convivencia con ese abigarrado mundo de ladrones, proxenetas, jugadores, bebedores y libertinos embozados conforman la metáfora de un desdoblamiento que atañe tanto a los individuos como a la propia ciudad. Y es la misma metáfora que volveremos a encontrar en la no menos neblinosa, encanallada y violenta Londres de la noche victoriana, el escenario en el que podemos recordar a Jekyll liberando sus pulsiones violentas y homicidas. Pues la noche es el único testigo de la transformación del hipócrita.”