11 junio 2021

Tres conferencias de Oscar Wilde

  

“Los textos que integran este volumen son una buena muestra de la forma en que Wilde entendía la estética: como una religión y también como una forma de ganarse la vida. Son tres artículos nacidos como conferencias que Wilde escribió al regreso de su fastuosa aventura norteamericana, un tour organizado para mostrar a los estadounidenses, como si de una atracción circense se tratase, el más logrado ejemplo de Homo Aestheticus que había generado la lejana, sofisticada e historiadamente perversa madre patria”, afirma Carlos Primo en el prólogo de Las leyes de la belleza. Tres conferencias sobre moda y arte de Oscar Wilde con las que Carpe Noctem le da un nuevo impulso a su colección de bolsillo mini.

Traducidos por Alberto Gómez y Carlos Primo, el breve volumen recoge tres textos: la Conferencia a unos estudiantes de arte de la Royal Academy el 30 de junio de 1883, en la que Wilde resumió su noción de belleza y sus postulados estéticos:

El arte no debe tener ningún sentimiento por encima de sí mismo, salvo el de su belleza; ninguna técnica, excepto la que no se puede contemplar. Uno no debería poder decir de un cuadro que está “bien pintado”, sino que “no está pintado”.

Expuso allí su defensa de la intemporalidad y la universalidad de lo clásico:

En cuanto a la fecha de nacimiento del artista, toda buena obra parece perfectamente moderna: una pieza de escultura griega, un retrato de Velázquez siempre son modernos, siempre son de nuestro tiempo. Y, en cuanto a la nacionalidad del artista, el arte no es nacional, sino universal.

Y dejó muestras de su gusto por la paradoja:

Ningún objeto es tan feo que, bajo ciertas condiciones de luz y sombra, o de proximidad a otras cosas, no resulte bello. Ningún objeto es tan bello que, bajo ciertas condiciones, no resulte feo. Creo que al menos una vez cada veinticuatro horas lo bello resulta feo y lo feo resulta hermoso.

La filosofía del vestido, un artículo que se dio por perdido y que ha sido rescatado hace poco tiempo, apareció en un periódico neoyorquino el 19 de abril de 1885. Es el texto de una conferencia sobre la vestimenta de hombres y mujeres en relación con el gusto artístico.

Arranca, otra vez, de una paradoja (“El vestido en sí mismo es algo absolutamente sin importancia para mí”) y de una concepción meramente instrumental de la indumentaria (“Yo sostengo que el vestido está hecho para servir a la humanidad”) para hacer esta declaración previa a una serie de consideraciones sobre las líneas, los colores, los cortes o los motivos decorativos de los tejidos:

Y sostengo que el primer canon del arte es que la Belleza es siempre orgánica, y procede del interior, y no del exterior, que la Belleza procede de la perfección de su propio ser y no de ninguna belleza añadida. Y que, en consecuencia, la belleza de un vestido depende total y absolutamente de la hermosura que protege y de la libertad y el movimiento que no obstaculiza.

Con ese punto de partida, Wilde hace en este texto una reivindicación de la elegancia opuesta a la moda pasajera, porque “la moda se basa en la locura. El arte se basa en la ley. La moda es efímera. El arte es eterno.”

Impresiones de América, la transcripción de una conferencia que leyó en distintos lugares de Inglaterra a su vuelta de Norteamérica en 1883, es una muestra de la agudeza irónica con la que Wilde resumió su mirada sobre los estadounidenses en frases como estas:

Lo primero que me sorprendió al aterrizar en América fue que si los estadounidenses no son la gente que mejor viste en el mundo, sí son los que visten más cómodamente
 
América es el país más ruidoso que haya existido jamás. Uno se despierta por la mañana, no por el canto del ruiseñor, sino por el silbido del vapor.

Cuando los estadounidenses han intentado producir belleza, han fracasado.

La mortalidad entre los pianistas de la zona es formidable. Cuando me invitaron a cenar acepté y tuve que descender a una mina subido a un vagón en el que era imposible tener estilo. Ya en el corazón de la montaña cené con ellos. El primer plato fue whisky, el segundo whisky y el tercero whisky.

Los españoles y los franceses han dejado sus huellas en la belleza de los nombres.

En América uno aprende que la pobreza no es inseparable de la civilización.


Brilla en las tres conferencias la inteligencia aguda de Wilde, la capacidad para el ingenio y la ironía de quien defiende en ellas una concepción artística clásica, alejada de las modas efímeras y del artificio.

Tres conferencias que, como señala Carlos Primo, son una muestra de aquella “inopinada apoteosis norteamericana en la que el genio quiso evangelizar en los contemplativos a la menos contemplativa de las naciones. Por fortuna, hay fracasos más bellos que muchos triunfos.”