25 septiembre 2021

Pérez Reverte. El italiano



El perro lo descubrió primero. Corrió hacia la orilla y se quedó olfateando y moviendo el rabo mientras gruñía con suavidad junto al bulto negro, inmóvil entre la arena y el agua color de nácar que reflejaba la primera claridad del día. El sol no sobrepasaba aún la sombra oscura del Peñón, proyectándola en la superficie de la bahía silenciosa y quieta como un espejo, salpicada por los barcos fondeados que apuntaban sus proas hacia el sur. El cielo era azul pálido, sin una nube, sólo marcado por la columna de humo que ascendía cerca de la embocadura del puerto; allí donde un barco, alcanzado durante la noche por un submarino o un ataque aéreo, había estado ardiendo toda la madrugada.
 —¡Argos!… ¡Ven aquí, Argos! 
 Era un hombre. Lo comprobó mientras se acercaba, con el perro correteando ahora entre ella y el bulto inmóvil, como si la invitase gozoso a compartir el hallazgo. Un hombre vestido de caucho negro mojado y reluciente. Estaba tumbado de bruces en la orilla, el rostro y el torso en la arena y las piernas todavía en el agua, cual si se hubiera arrastrado hasta allí o lo hubiera depositado la marea. En la cintura llevaba sujeto con correas un cuchillo, en la muñeca izquierda, dos extraños y grandes relojes, y en la derecha un tercero. Las agujas de uno de ellos marcaban las 7 y 43.

 Ese náufrago que aparece al inicio de El italiano, de Pérez Reverte, en la orilla del mar en Puente Mayorga, en la bahía de Algeciras, junto a La Línea y muy cerca de Gibraltar, se llama Teseo Lombardo y pertenece a la “Marina de guerra italiana, sin duda. Venido del mar, seguramente de un submarino, para atacar los barcos anclados en el puerto de Gibraltar y en la parte norte de la bahía. Un hombre rana. Un buceador de combate.”

 Porque, como explica la nota inicial, “entre 1942 y 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, buzos de combate italianos hundieron o dañaron catorce barcos aliados en Gibraltar y la bahía de Algeciras. Esta novela está inspirada en esos hechos reales. Sólo los personajes y algunas situaciones son imaginarios.” 

 El origen de la novela, como recuerda el narrador, está en un enigma que le sale al paso en la librería veneciana Olterra, en 1981: 

Por entonces no era novelista, ni pretendía serlo. Sólo un periodista joven, reportero entre continuos viajes, al que le gustaban las historias del mar y los marinos. Y me hallaba de vacaciones. No sospeché que lo que entonces leía era el principio de otros muchos libros y largas conversaciones. El comienzo de una compleja indagación sobre personajes y sucesos dramáticos, la resolución de un misterio y el germen de una novela que tardaría cuarenta años en escribir.

 Elena Arbués es la dueña de esa librería veneciana cuyo nombre -Olterra- homenajea al buque desde el que partían en el puerto de Algeciras aquellos buceadores de combate italianos. Formaban parte de la Decima Flottiglia MAS y atacaron y destruyeron con sus torpedos tripulados con cabezas explosivas, los maiali, más de una docena de buques de guerra anclados en la base naval británica en el Peñón. 

 Elena Arbués es la misma mujer que, como Nausícaa con el náufrago Ulises en la playa de los feacios, rescata al italiano en esa escena inicial y se enamora de él. 

No es el único guiño a la Odisea: también el perro de Ulises se llama Argos, también es el primero que lo descubre a su regreso a Ítaca. Y la librería que la joven viuda Elena Arbués tiene en la calle Real de La Línea se llama Circe, como la diosa que se enamora de Ulises.

 Ese es el punto de partida de esta última novela de Arturo Pérez Reverte que acaba de publicar Alfaguara

Una nueva demostración de su acreditada solvencia narrativa, de su talento para tejer tramas novelísticas, de su gusto a la hora de contar historias y de su capacidad para crear personajes inolvidables y creíbles en torno a un triángulo de temas -la guerra, el mar, el amor- en  los que ha basado algunas de sus mejores novelas, desde El oro del rey a El asedio, desde La carta esférica a la reciente Línea de fuego.