10 septiembre 2021

Trabajar con traductores



Si a uno le pidieran el epítome de la profesión de escritor, «noble» no sería la primera palabra que le vendría a la cabeza. En cambio, «noble» sería un epíteto bastante apropiado para el traductor, cuya luminaria es Fides y que no puede aspirar ni a la fama ni a la fortuna. 

Como autor, me siento agradecido cuando un traductor se pone en contacto conmigo para pedirme consejo. Entre quienes me consultan regularmente están mis traductores al francés, al alemán, al sueco, al holandés, al serbio y al coreano. En cambio, hay otros que nunca se han puesto en contacto conmigo, entre ellos mis traductores al turco y al japonés. Teniendo en cuenta las diferencias de estructura lingüística y de trasfondo cultural que hay entre el turco y el inglés, o entre el japonés y el inglés, lo normal sería que estos dos traductores encontraran tantos escollos en mis textos como sus cofrades europeos. Pero no, parece que estoy equivocado. O tal vez es por no molestar por lo que no se ponen en contacto conmigo; tal vez tienen otros asesores anglófonos en los que confían.
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Da igual cómo de competente sea un traductor en ambas lenguas, o cómo de perceptivo sea con los matices, hay textos que simplemente no le despertarán simpatía alguna. En un mundo ideal, lo mejor sería que el traductor rechazara trabajar con esos textos; sin embargo, en el mundo real puede que esa rectitud no siempre sea viable.
 
J. M. Coetzee.
Las manos de los maestros. 
 Ensayos selectos II.
Traducción de Javier Calvo Perales.
Literatura Random House. Barcelona, 2016.