20 noviembre 2021

En donde resistimos




Como el que escribe y oye
caer el agua anónima, serena,
sobre los agotados campos,
y escucha su bondad, y al percibir
el ritmo y el instante
de la lluvia abandona
el lápiz que sostiene, sus papeles aparta
y ajeno a la escritura en donde residía
acude a contemplar
cómo la tierra empapa y oscurece,
y atreve una palabra
pequeña por sus labios,
y dice gracias
porque sabe que en este
soplo de vida,
en esta sencillez que nada pide,
habita la humildad de la belleza.

 
Ese texto funciona como prólogo de En donde resistimos, el libro con el que Francisco Caro obtuvo el Premio Valencia de Poesía.

Conviven en sus poemas de tono conversacional, de línea clara coherente con su cercanía afectiva y su voz confidente, el impulso meditativo y la mirada reflexiva y  elegíaca sobre el paso del tiempo. Una mirada que no se queda en la melancolía y se convierte en elogio del instante, retenido y conservado en la palabra madura y honda que oficia la celebración del aquí y el ahora, matizada en la aceptación serena de lo efímero.

Así en el final del poema dedicado a la encina enferma de El Viso:

agota la hermosura
con que viviste,
me atrevo a hablarle, hembra fuiste y amada,
fuiste frutos y huella,
todo debe acabar, todo debe acabar,
¿sólo hay olvido?


Sus dos partes, significativamente tituladas Conversaciones y Días, mantienen una conversación del yo poético con el tú de la amada o consigo mismo. Diálogos de interior, de reflexión sobre la existencia o sobre la escritura, o de exteriores evocados en los paisajes sobre los que se proyectan los estados de ánimo.

En este Allí, donde la nieve se resumen gran parte de los temas y la tonalidad de los poemas del libro:

A la mitad de marzo,
del cuaderno
que mi mano escribía,
me nació preguntarte
sobre qué significa
-mientras muere la gente-
seguir con las palabras

construir un poema, respondiste,
es trazar un camino
y que por él transiten
la verdad intranquila,
fragmentos de la vida y de la muerte,
un mundo acostumbrado
que se enfrenta
a un mundo sin costumbre

es vagar en sospecha, un camino
donde queden abiertos
-siempre y a todos-
los dos puntos de fuga.


Y a modo de epílogo, el temblor emocionado de una despedida, un espléndido poema sobre Dos cómicos, un desolado cuadro de Hopper sobre dos payasos que se retiran del escenario del gran teatro del mundo con “el júbilo triste / que produce la última función”:

míralos, mira
cómo tiembla su sueño,
vivir no es sólo, ya lo saben,
contemplar cómo el tiempo palidece
 
han unido sus manos, se sostienen,
son dos
payasos,
cómicos sin papel, podrían
ser poetas, vienen,
de vivir
              y se aman.