15 enero 2022

Shelley. Poesía selecta



Él se alzó por encima de las sombras
nocturnas; la calumnia, la envidia, el odio, nada
de aquella angustia que llamamos goce,
nada puede tocarlo ni torturarlo ya.
Ahora ya está a salvo; la vida no lo mancha;
no será viejo el corazón y no
serán canosos sus cabellos nunca;
e incluso al extinguirse el fuego del espíritu
su apagada ceniza reposará en la urna
por la que nadie más ya llorará.


Esa estrofa de Percy B. Shelley (1792-1822) forman parte de su Adonais, la memorable elegía que dedicó a Keats en 1822. Terminaba con estos versos:

…Y ya soy absorbido,
arrastrado por esa misma fuerza
hacia la oscuridad y hacia el temor.
Pero, ardiendo a través de ese último velo
del Cielo hay un alma que me guía:
la de Adonais, que brilla como estrella,
y como un faro alumbra desde aquella morada
donde están los Eternos.


De ese último verso, que cierra los casi quinientos de la larga composición fúnebre, toma su título la magnífica edición bilingüe de la Poesía selecta de Shelley que publica Reino de Cordelia con traducción y prólogo del poeta y traductor José Luis Rey, que la define como “la antología más extensa y abarcadora de Shelley en nuestro idioma” y confiesa que “desde mi adolescencia he amado la poesía de Shelley (su maravilloso Himno a la belleza intelectual fue la primera obra suya que me deslumbró) y he sido un ferviente admirador también de la persona, no solo del poeta. Él lo escribió: «el eterno universo de las cosas». Quién sabe si ese universo eterno no acabará siendo, también, el del espíritu.”

No podía imaginar Shelley que pocos meses después de escribir esa elegía él mismo sería enterrado -tras una extraña muerte, ahogado en el Golfo de los Poetas-, en Roma, junto a la tumba de Keats, a quien dedicó estas palabras en el Prefacio que presentaba su Adonais: “John Keats murió en Roma de tuberculosis a la edad de veinticuatro años, en 1821; y fue sepultado en el romántico y solitario cementerio de los protestantes de Roma, bajo la pirámide que es la tumba de Cestio y los fuertes muros y torres, ahora en ruinas y desolados, que conformaban el recinto de la antigua Roma. En medio de la ruinas está el espacio abierto del cementerio, cubierto en invierno de violetas y margaritas. Caería uno enamorado de la muerte solo de pensar en ser enterrado en un lugar tan dulce.”

Rebelde y esquivo, cultivador de un malditismo satánico, agitador y provocador, combinó el escepticismo, el materialismo y el idealismo platónico que alcanzó su cima en el magnífico Himno a la belleza intelectual, una emocionada exaltación de la poesía y la belleza, en el que ocupa un lugar central esta estrofa, en la espléndida traducción de José Luis Rey:

Esperanza y Amor, y la Autoestima,
pasan como las nubes, prestadas un momento,
como si el hombre fuera inmortal, poderoso,
pero Tú,
a quien no conocemos y tememos,
con gloria te has sentado allí en su corazón.
¡Oh Mensajera de la compasión,
que crece y que decrece en los amantes,
Tú, nutrición del pensamiento humano,
como la oscuridad a una vela apagándose!
No te vayas de aquí como vino tu sombra,
no te vayas, no sea que la tumba
como el miedo y la vida llegue a ser
la oscura realidad.


Creador de una poesía de paisajes mentales abstractos e interiores, Shelley combinó en la intensidad lírica de su escritura el pensamiento y el sentimiento, la imaginación visionaria y la búsqueda de la belleza, la espiritualidad, la rebeldía y el ímpetu revolucionario. Desarrolló lo mejor de su obra entre 1816 y 1822, desde el memorable Montblanc y el Himno a la belleza intelectual hasta Adonais y los tercetos alegóricos y visionarios del inacabado, ambicioso y profundo El triunfo de la vida, quizá la cima de su poesía y su pensamiento.

Shelley es -las palabras son de Harold Bloom- “ un poeta único, uno de los más originales que haya en la lengua inglesa, y en muchos aspectos es el poeta propiamente dicho, tanto como el que más en el idioma.”