22 junio 2022

Mozart según Stendhal





 “Fue Stendhal, además de novelista, observador profundo y psicólogo penetrante […] Reúne, pues, todas las cualidades necesarias para escribir una buena biografía; y, en efecto, su Vida de Mozart es un estudio muy agudo, amenizado con numerosas anécdotas y escrito con innegable simpatía, sobre uno de los hombres más extraordinarios que han existido”, escribe José María Borrás en el Prefacio de la Vida de Mozart que publica Renacimiento con traducciones del propio Borrás y de Consuelo Berges.

Lo precede un prólogo -‘Stendhal, el dilettante como biógrafo’- en el que Juan Lamillar recuerda la peculiar historia editorial de esta biografía, sobre la que añade: “La que trazó Sthendal con datos ajenos y expresión propia dibuja el primer retrato romántico de Mozart, pues subraya continuamente la individualidad del genio.” 

La publicó en 1814 en un volumen que incorporaba también las biografías de Haydn y de Metastasio. En una carta fechada en Venecia el 21 de julio de 1814 Stendhal reconoce que su biografía no es original, sino traducción de la necrológica de Mozart que publicó Friedrich von Schlichtegroll veinte años antes, aunque Stendhal le aporta una admirable claridad de estilo a la que se había referido en el prólogo de la edición de las Vidas de Haydn, Mozart y Metastasio del que formaba parte: “Creo -afirmaba allí- que la primera ley que el siglo XIX impone a los que se dedican a escribir es la claridad.”

“La primera parte de la vida de Mozart es, en verdad, extraordinaria y sus detalles interesan tanto al filósofo como al artista”, escribe Stendhal, que, como su fuente, se detiene en la narración detallada de la infancia asombrosa del genio que a los cinco años no sólo manifestaba una portentosa facilidad para la interpretación de diversos instrumentos y para el canto, sino una milagrosa capacidad creativa que le permitía componer un concierto para clavicordio dificilísimo de ejecutar.

Muy pronto empezaron los viajes por diversas ciudades europeas para dar conciertos en compañía de su hermana, lo que compatibilizaba con la composición de nuevas piezas, como las seis sonatas que escribió en Inglaterra cuando tenía ocho años. 

Y “aunque todos los días -añade Stendhal- el niño tenía ocasión de observar nuevas pruebas del asombro y la admiración que inspiraba su talento, no por eso se volvió orgulloso: era un hombre por sus facultades, pero en todo lo demás era un niño dócil y obediente.”

París, Londres, Múnich, Bruselas, Viena, Milán, Florencia, Salzburgo, Venecia, Nápoles o Roma fueron los escenarios de aquellas demostraciones que evoca Stendhal en unas páginas entre las que sobresale la magnífica narración del episodio del Miserere de Allegri memorizado por Mozart en la Capilla Sixtina.

La juventud, los malos recuerdos de París, que “se le hizo insoportable” entre otras cosas porque allí murió su madre; su vida “infortunada y dichosa” con Constanza Weber, su salud delicada, sus manías, su afición al billar, su torpeza en la mesa, su infantilismo juguetón, su transformación en un ser superior cuando dirigía o interpretaba, su cortesía y su generosidad, el desorden doméstico y económico, los arrebatos de la inspiración y su capacidad de trabajo se resumen en estas páginas a través del relato de una serie de anécdotas reveladores del carácter y el talento de Mozart. Anécdotas como esta:

Podía distinguir  y señalar las más ligeras diferencias de sonido, y toda nota falsa y aun destemplada, no suavizada con algún acorde, era para él una tortura. Por tal motivo, durante su primera infancia, y acaso hasta los diez años años, tuvo un horror insuperable por la trompeta, cuando no se la empleaba como simple acompañamiento. Sólo la vista de tal instrumento le producía una impresión parecida a la que una pistola cargada les causa a algunos, cuando se les apunta en broma con ella. Su padre creyó que podría curarle de ese miedo haciendo tocar una  trompeta en su presencia, a pesar de las súplicas del niño para que se le evitara semejante tormento; pero al primer trompetazo se puso pálido y se cayó al suelo, y probablemente hubiera tenido convulsiones de no haber cesado inmediatamente el ruido.

Entre las obras de un músico “verdaderamente grande en todo”, Stendhal destaca las dos obras preferidas por Mozart: La flauta mágica y el Requiem, “que consideraba como el monumento más duradero de su genio.”

Lo escribió por encargo de un personaje misterioso e intuía que era también un réquiem para sí mismo: “Lo cierto -le dijo a Constanza- es que estoy escribiendo el Requiem para mí mismo; servirá para mis funerales.”

El relato de las circunstancias que rodearon su proceso febril de composición y sus últimos días de vida constituye sin duda el momento más intenso de esta Vida de Mozart, que se completa con la carta a un amigo en la que Stendhal hace un brillante análisis de Las bodas de Fígaro. Termina con este párrafo:

Mozart, considerado en el aspecto filosófico, es todavía más pasmoso que como autor de obras sublimes. Nunca el azar ha presentado más al desnudo, por decirlo así, el alma de un hombre de genio. El cuerpo entraba lo menos posible en este todo prodigioso que lleva por nombre Mozart y que los italianos llaman hoy ‘quel mostro d’ingegno’.