01 diciembre 2022

Un breviario de Castilla


Como “un jardín frondoso y poblado” definió Félix de Azúa recientemente la espléndida Liturgia de los días, de José Antonio Martínez Climent, que publica KRK ediciones en una bellísima edición ilustrada con un álbum de veintitrés fotografías hechas por el autor.

Un breviario de Castilla con Ferlosio, Benet -al benetiano Numa está dedicado el libro- y Jiménez Lozano al fondo como genios tutelares de esa liturgia levantada sobre la fuerza de una prosa limpia y potente, una prosa sonora y rumorosa, como señala Victoria Cirlot en el prólogo, que comienza con estas líneas: “Este es el libro de un observador acostumbrado a llevar en sus exploraciones un cuaderno de notas en el que anotar el vuelo de un pájaro o el color de la madera de un árbol.”

Organizado en forma epistolar, Liturgia de los días se compone con once cartas dirigidas a su “Estimado A.”, porque “es posible que contándole lo que me sale al paso acabe por ofrecerle una idea de la liturgia de mis días, desligada de las viejas instituciones, raída por los costados, incongruente para el hombre razonable, feraz en ocasiones… Puede que Nietzsche tuviera razón: quizá sea yo un hombre irremediablemente moderno.
Así que aquí me encuentro, mirando hacia donde se abre el horizonte aunque sea desde una ventana, detenido ante el papel.”

Con su magnífica prosa, esas once cartas, dan cauce a una meditación, afirmativa y reivindicativa a la vez, en la que conviven el silencio y la palabra, la luz y la penumbra, la historia y el paisaje, la política y la psicología, la reflexión moral o filosófica y los ciclos de las estaciones:

La voz de pinzones, mirlos y verdecillos anuncia desde el soto el cambio de estación. La gigantesca rotación de las casas celestes, la hinchazón telúrica de la tierra, han comenzado de nuevo su viejo canon. Desde la ventana me llega el manso platear del canal de Castilla entre las ramas de los chopos aún sin hojas. Los primeros milanos negros han llegado desde sus cuarteles en morería; pespuntean  el aire dejando amplias perspectivas de silencio y de luz. La tímida agilidad de su vuelo, frente a la pausada solemnidad de los milanos reales que reinan en valles y páramos durante el invierno, pone de nuevo a Castilla en el dilema entre el románico y el gótico: indecisa y sabia, esta tierra acoge a ambos.

Como un observador impenitente se define a sí mismo José Antonio Martínez Climent, levantino arraigado en Castilla como Azorín, naturalista y ornitólogo, lo que le garantiza una mirada detallada a la realidad que funde lo exterior y lo interior, el pasado y el presente en una liturgia que consagra la perplejidad feliz ante la magia frágil de lo cotidiano, la experiencia milagrosa de la rutina diaria frente a los monstruos exteriores, la quietud monacal del paisaje y su silencio de páramo, la belleza austera de la soledad y el misterio del horizonte, los cruceros y las ruinas.

Es la mirada honda y celebratoria de quien tras larga experiencia ha comprendido que “tal vez la tarea del hombre sea administrar el fulgor de cada rayo en lugar de arrebatarle la antorcha a Prometeo.” Y la vida hecha liturgia, a la vez celebración y elegía del presente fugaz e irrepetible en las tierras vallisoletanas del Císter y del Canal de Castilla, de quien vive en Cubillas de Santa Marta “una existencia entre atormentada y feliz en la que de pronto surgió este oficio de tinieblas que es escribir.”