03 octubre 2025

Moratín. Viaje a Italia

 


02 octubre 2025

El Danubio de Magris

 



“Río de la melodía, lo llamaba Hölderlin cerca de sus fuentes; lenguaje profundo y oculto de los dioses, camino que unía Europa y Asia, Alemania y Grecia, a lo largo del cual la poesía y el verbo, en los tiempos del mito, habían ascendido para llevar el sentido del ser al occidente alemán. En las orillas del río, según Hölderlin, seguían estando los dioses: ocultos, incomprendidos por los hombres en la noche del exilio y de la escisión moderna, pero vivos y presentes; en el sueño de Alemania dormía, entorpecida por la prosa de la realidad pero destinada a despertar en un futuro utópico, la poesía del corazón, la liberación, la reconciliación. 
El río lleva muchos nombres. Para algunos pueblos, Danubio e Istro indicaban respectivamente el curso superior y el inferior, pero a veces también el curso entero: Plinio, Estrabón y Ptolomeo se preguntaban dónde terminaba uno y comenzaba el otro, tal vez en Iliria o en las Puertas de Hierro. El río «bisnominis», como le llamaba Ovidio, arrastra a la civilización alemana, con su sueño de la odisea del espíritu que regresa a casa, hacia oriente, y la mezcla con otras civilizaciones, a través de las muchas metamorfosis mestizas en las cuales su historia encuentra su realización y su caída”, escribe Claudio Magris (Trieste, 1939) en El Danubio, un clásico asombroso sobre un río que brota en la Selva Negra y visita Viena, Bratislava, Budapest o Belgrado para vertebrar cultural y políticamente la Europa Central, el sueño de la Mittleeuropa, en un recorrido de casi tres mil kilómetros.

Tras un preliminar sobre las fuentes inciertas del Danubio (“Una cuestión de canalones”), Magris narra un viaje que a mediados de los años ochenta, antes de la caída del muro de Berlín, sigue el discurrir del río más europeo y supranacional por Alemania, Austria, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania, y Bulgaria, hasta su desembocadura en el Mar Negro. 

Un viaje que recorre, además de un paisaje físico, el trazado invisible de un itinerario histórico, geopolítico y cultural: el de la civilización danubiana de la Mitelleuropa como fuente de cultura y de ideología, arrasada por dos guerras mundiales y por las cicatrices de sus fronteras cambiantes:

“Lo cierto -escribe Magris- es que la Mitteleuropa «hinternacional», hoy idealizada como armonía de pueblos diversos, fue una realidad del imperio de los Habsburgo, en su última etapa, una tolerante convivencia comprensiblemente llorada después de su final, entre otras cosas por la comparación con la barbarie totalitaria que le sucedió, entre las dos guerras mundiales, en el espacio danubiano.”

Arte y cultura, literatura e historia, tradiciones y costumbres, presente y pasado, vida y memoria recorren estas páginas que fluyen como las aguas del Danubio, cuya memoria convoca la imagen de un Céline ya derrotado en un castillo en la orilla del río y la de un Kafka agonizante en la habitación de un sanatorio, la casa de la infancia de Heidegger y su arraigo personal con la Selva Negra, la Bucovina de Paul Celan y la casa de Canetti en Ruse, el proyecto hitleriano de convertir la ciudad austríaca de Linz “en la más monumental metrópoli danubiana y la figura de Grillparzer, el dramaturgo austriaco que vio entrar en Viena a un Napoleón victorioso que “encarna la modernidad que sigue de cerca y asedia el viejo orden danubiano de los Habsburgo, en un acoso que no concluirá hasta 1918.”

O la casa y el estudio de Freud en la Bergasse, 19 y el estreno del Danubio azul de Johann Strauss -aunque, como observa Magris, “el Danubio no es azul, como pretenden los versos de Karl Isidor Beck que sugirieron a Strauss el título seductor y falaz de su vals”-, la casa vienesa en la que murió Beethoven y la que Paul Engelmann construyó para Wittgenstein, el Sacro Imperio Romano Germánico y los Habsburgo, en un transcurso que acaba en el delta laberíntico donde desembocan las aguas del Danubio:

Existe solidaridad entre la lentitud centrífuga propia del final y el mapa catastral que lo protocola. El delta, en el que el barco se adentra y se pierde como un tronco a la deriva, es una gran disolución, ramas, brazos y arroyos que se dispersan por su cuenta, como los órganos de un cuerpo que está cediendo, que se desinteresan progresivamente los unos de los otros; sin embargo, el delta sigue siendo una red perfecta de canales, una cuidada geometría, una obra maestra de la Regulation. Es una gran muerte mantenida bajo control como la del mariscal Tito o de otros protagonistas de la historia mundial, una muerte que es incesante regeneración, exuberancia de plantas y de animales, juncos y garzas, esturiones, jabalíes y cormoranes, fresnos y cañaverales, ciento diez especies de peces y trescientas de pájaros, un laboratorio de la vida y de sus formas.

Una encina arrancada de raíz se pudre en el agua, un buitre cae fulminante sobre una pequeña gallinácea. Una muchacha se quita las sandalias y deja colgar las piernas fuera de la barca, los átomos ligados y comprimidos en cada agregación impulsan a otras combinaciones y otras formas. El delta es el laberinto de los ghiol, de los senderos acuáticos que se introducen entre las cañas, y es el mapa de los canales que regulan el flujo de las aguas y los recorridos en el laberinto. El epos del delta está en las historias sin nombre vividas entre las cabañas de juncos y de fango de los pescadores lipovanos, en el hielo y el deshielo que las inunda.

Libro de viajes, autobiografía, enciclopedia, diario, ensayo de historia cultural o “novela sumergida”, como la llamó el propio Magris, El Danubio es una obra de riqueza poliédrica que admite esas etiquetas, pero a la vez las supera y desborda su cauce para ofrecerse como una prodigiosa muestra de escritura total que, cuarenta años después de su primera edición en 1986, se ha convertido en un libro de referencia que Anagrama reedita en su colección Compactos con la excelente traducción de Joaquín Jordá.



01 octubre 2025

Hasta siempre, Pablo

 


30 septiembre 2025

Viaje de invierno del lector de almanaques

 


29 septiembre 2025

Héroes, bestias y mártires de España

  



“Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España. 
[…]
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas”, afirmaba Manuel Chaves Nogales en el prólogo que escribió en 1937 para la primera edición de A sangre y fuego, la colección de nueve relatos que acaba de reeditar Alianza Editorial.

¡Masacre, masacre!, La gesta de los caballistas, Y a lo lejos, una lucecita, La Columna de Hierro, El tesoro de Briesca, Los guerreros marroquíes, ¡Viva la muerte!, Bigornia y Consejo obrero son los nueve relatos que componen un libro imprescindible en la narrativa sobre la guerra civil española. 

Abre esta edición una introducción (“Chaves Nogales vuelve a casa”) en la que Andrés Trapiello explica que “pocas veces le ha producido a uno tanta impresión una lectura, principalmente las ocho páginas de su prólogo. Desde las tres primeras líneas, aquel su memorable «Yo era eso que los sociólogos llaman “un pequeño burgués liberal”, ciudadano de una república democrática y parlamentaria», este libro sonaba a... otra cosa. No se parecía a nada ni yo le conocía a nadie un coraje semejante hablando de la guerra. Fue una conmoción.
Tuvo uno en ese momento la impresión de haber dado al fin con el eslabón perdido de algo que había estado buscando a ciegas durante años. La clave del arco.” 

 Manuel Chaves Nogales (1897-1944), periodista y narrador sevillano muerto en Londres en los primeros años de exilio, es conocido sobre todo como autor de un libro esencial en la literatura taurina: su Juan Belmonte, matador de toros es para muchos la cima literaria de un tema que es casi una provincia de la literatura.

Intelectual comprometido y periodista brillante en el momento más brillante del periodismo español del siglo XX, se refugió en Francia y allí escribió las nueve alucinantes novelas, según su propia definición, que agrupa en A sangre y fuego.

Héroes, bestias y mártires de España se subtitula esta serie narrativa que tiene como hilo conductor y como marco ambiental y temporal la guerra civil. Con un enfoque imparcial, Chaves Nogales suele partir de situaciones reales sobre las que, sin caer en el partidismo ni en la simplificación maniquea, proyecta una mirada dolorida, una reflexión lúcida y piadosa sobre aquel desastre en el que se conjuraron los viejos fantasmas del odio cainita, los intereses económicos y el fanatismo.

Aquella carnicería brutal conmovió profundamente a Europa, hasta el punto de que ha generado una gran cantidad de literatura. La guerra civil española es casi un subgénero narrativo en la literatura contemporánea y en ese panorama A sangre y fuego es una de las referencias ineludibles, una de las más interesantes obras sobre la guerra civil, sobre sus raíces y sobre unas consecuencias que el periodista y narrador sevillano sufrió en carne propia. Pese a eso, pese a que podía reivindicar para sí el papel de la víctima, Chaves Nogales fue fiel a su pensamiento liberal y tolerante para situarse en la equidistancia del extremismo de izquierdas y derechas, para mostrar el lado humano de un conflicto que se aborda desde la intrahistoria del sufrimiento y del desgarro antes que desde el enfoque político o desde la propaganda.

Escritos con la agilidad incisiva del periodista, estos nueve relatos tienen su punto de partida en situaciones reales aunque inverosímiles y su lugar de destino, su verdadera vocación, es la denuncia de una realidad desoladora: los bombardeos sobre un Madrid asediado, los señoritos caballistas que hacen batidas de obreros por los pueblos andaluces, la resistencia de los milicianos, los quintacolumnistas, la columna de hierro que dejó su huella de muerte en los pueblos de Valencia, los moros y la legión, los italianos y los anarquistas, la guardia civil y los falangistas en un aquelarre de destrucción y salvajismo que los iguala moralmente por abajo.

No hay en estos cuentos vencedores. Todos, estén en un bando o en otro, son del bando de los vencidos. Todos forman parte de dos ejércitos devorados por las raíces absurdas de la crueldad y el odio y su afloramiento más ominoso: el de una guerra civil.

Y en ella estos personajes, estos hombres y mujeres que comparten su doble condición de víctimas y verdugos, de seres dominados por el odio, aniquilados por la indignidad del miedo y la venganza sobre el fondo de una España sangrante y calcinada.

“Chaves -concluye Trapiello en su introducción-, que conocía como periodista el valor de las pruebas en el escenario del crimen, se apresuró a dejarnos su testimonio antes de que nadie pudiera eliminarlas o manipularlas. Su mérito fue advertir y denunciar antes que nadie la semejanza del terror, que estaba siendo igual en uno y otro bando, adelantándose a quienes poco después, como Hannah Arendt, iban a descubrir también la raíz común del mal, esa poetización de la Historia que estaba justificando en toda Europa masacres sin cuento.
Y por supuesto que Chaves no estaba hablando de equidistancia, y sí de trabajar para la verdad, expuesta de un modo ecuánime.
[…]
 Al lector sólo le queda asistir atónito y consternado al triunfo de la barbarie. Y tras su prólogo, volvemos a encontrar a Chaves en todos estos relatos en un segundo plano, el que le gustaba: cerca, pero no encima.”



28 septiembre 2025

La vida es sueño

 


27 septiembre 2025

Jesús Moncada. Camino de sirga

 


26 septiembre 2025

Andrés Trapiello. Próspero viento




“La paradoja que me fascina en la izquierda es esta: que incluso cuando se cometen los mayores crímenes, cuando se ha hecho en la Unión Soviética o en China, ha sido en nombre del género humano y para que la gente viviera en una sociedad nueva, distinta, igualitaria, en la que todo el mundo tenga la posibilidad de desarrollarse como quiera. Incluso en los momentos más siniestros de la violencia de izquierdas, incluso ahí es posible detectar una motivación moral muy elevada".

El opúsculo donde se incluye esa frase se titula precisamente La superioridad moral de la izquierda, escrito por uno de los ideólogos del sanchismo y colaborador habitual de El País en estos últimos siete años.

De esto se trata aquí: de aquellos que han inmolado (y seguirían haciéndolo si se les dejara) a millones de seres humanos en el altar sacrificial de "la razón progresista". Nunca el progreso ha sido más reaccionario ni la izquierda tan ciega. Y de cómo la superioridad moral precisa en primer término acabar con la libertad, dictando normas políticas y culturales que le aseguren su supremacía. Sin hegemonía no hay tal superioridad. Y si la literatura y el arte han logrado prosperar incluso en los regímenes que las han suprimido o limitado, sin libertad no hay vida que merezca el nombre de humana.

Andrés Trapiello.
Próspero viento.
Una vida política.
La Esfera de los libros. Madrid, 2025.


25 septiembre 2025

Ramiro Gairín. Carreteras que brillan en el bosque

 

24 septiembre 2025

Samuel Johnson. Sobre Shakespeare

 


23 septiembre 2025

Poesía reunida de Rosa Chacel


 


“Mi obra, es verdad, es una obra poética, pero a mis versos les concedo poco valor”, reconocía Rosa Chacel en una entrevista cncedida a Andrés Trapiello que apareció en El País en 1992.

Lo recuerda Laura Cristina Palomo Alepuz en el estudio introductorio de Una firme razón para el deseo, su edición de la Poesía reunida de Rosa Chacel que acaba de publicar Cátedra Letras Hispánicas.

Esa significativa declaración de una autora como ella, que siempre tuvo en alta estima su obra en prosa, sitúa en un indiscutible lugar menor su obra en verso, de estirpe simbolista. Y explica por qué, coherentemente con ese menosprecio autocrítico, se resistió, con alguna salvedad como la del tardío Versos prohibidos (1978), a editar unos textos que, entre los juegos ultraístas, el onirismo surrealista y la pulsión por el mundo clásico, había prodigado en las revistas literarias más importantes de finales de los años veinte y comienzos de los años treinta, como La Gaceta Literaria, Revista de Occidente, Héroe y Caballo verde para la poesía. 

Durante la guerra civil, El mono azul y Hora de España recogieron algunos nuevos poemas que reflejaban una modalidad de la escritura chaceliana que se prolongó en el exilio con la aparición de otros textos poéticos en la argentina Sur, de Buenos Aires, y en la uruguaya Alfar, de Montevideo, y a su vuelta a España en Caballo griego para la poesía, donde publicó en 1976 su Epístola, el último poema que publicó en una revista.

Cuarenta años antes había publicado su primer libro de versos, A la orilla de un pozo, un conjunto de treinta sonetos, coetáneos editorialmente de los de El rayo que no cesa, en los que bajo esa estrofa clasica se suceden imágenes superrealistas en una conjunción de tradición y vanguardia que era muy característica de la poesía del 27 y que en el caso de Rosa Chacel arranca de una reconocida influencia de Rafael Alberti.

Aunque no se publicó hasta 1978, su siguiente y último libro de poesía, Versos prohibidos, agrupa en cuatro apartados una heterogénea serie de poemas escritos en su mayor parte en los años treinta y cuarenta, de variado asunto y en los que el soneto coexiste con los versos blancos y el versolibrismo.

 Posteriormente, en la edición de sus Obras completas en 1989 añadió un apartado de poemas de circunstancias, reunidos bajo el elocuente título de Homenajes y a los que habría que añadir un puñado de inéditos aparecidos aquí y allá, pero sin mayor trascendencia.

Porque, como señala Laura Cristina Palomo Alepuz al referirse en su introducción a lo que ella define como “La autoprohibición de escribir versos”, “la relación de Chacel con sus versos está marcada por la ambivalencia: como ella misma subraya, desde su infancia se había sentido empujada a escribir versos, y el respeto que le merecía la poesía la hizo esforzarse por llevarlos al límite de la perfección y de la belleza; sin embargo, esa extremada autoexigencia le impidió aceptarlos como válidos y, como consecuencia, le imposibilitó concebirse a sí misma como poeta.” Y añade que “el distanciamiento respecto a su poesía tiene que ver con su incapacidad para abandonar las formas tradicionales en el momento de esplendor de la vanguardia, así como con una proyección de su inseguridad personal.”

Y por eso, en 1952, tras revisar su propia poesía, anotaba en sus quejosos diarios: “Una evidente frustración. No sé por qué no fui capaz de llevar a cabo una mínima obra poética:”

Es una obra poética evidentemente menor, llena de prescindibles versos de circunstancias, pero en la que emergen de manera inevitable los temas centrales de su obra mayor en prosa: las relaciones personales y la indagación en el vacío existencial, entre la angustia y la esperanza, el paso del tiempo y la memoria, la soledad y el amor, la conciencia y la búsqueda de la verdad, el dolor o la culpa, tema al que dedica este texto, en el que -como explica la editora- Rosa Chacel denuncia la violencia contra los animales para “interpelar directamente a los hombres, a los que ha animalizado y convertido en habitantes del Zoo, con la finalidad de concienciarlos sobre las consecuencias de su comportamiento:”

LA CULPA 

Llegará el sueño: alerta está el insomnio.
Antes que caiga la cortina oscura,
gritad al menos, hombres,
como el pavón metálico que grazna su lamento
desgarrado en la rama de araucaria.
Gritad con voces múltiples,
piad entre la enredadera,
entre las hiedras y rosales trepadores.
Buscad refugio en las glicinas
con los gorriones y zorzales
porque avanza la onda de la noche
y su ausencia de luz,
y su implacable huésped
de suaves pasos, el peligro.



22 septiembre 2025

Juan Belmonte, matador de toros



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“En un momento de nuestra historia como el actual, en que los espectáculos taurinos están siendo contestados, en que se quieren eliminar de la tradición festiva española y considerarlos contrarios a las ordenanzas que defienden el bienestar animal, puede resultar un tanto paradójico traer al primer plano de la edición la biografía del torero Juan Belmonte, que lleva además en su título un adjetivo comprometido, matador de toros, y una explicación de intenciones: su vida y sus hazañas. Solo el calificativo de «matador de toros» despierta aversión allí donde se emplee, para amplios sectores de la sociedad española. Y qué decir del título de la versión inglesa, killer of bulls, asesino de toros... y, sin embargo, el libro obtuvo un gran éxito, en España y fuera de España. Quizá sea el libro más conocido y celebrado del periodista”, escribe María Isabel Cintas Guillén en el prólogo que abre la reedición de Juan Belmonte, matador de toros, que publica Alianza Editorial en su colección El libro de bolsillo.

“¿Cabría preguntarse -añade- qué opinión tendría Chaves Nogales sobre el espectáculo taurino hoy? Tal vez sí. Y tal vez también, su opinión sería la misma que en el pasado: respeto a un considerado arte en la tradición española, aunque su interés personal por el mismo pueda resultar tangencial. Porque, en los albores del siglo XX y en prácticamente toda su primera mitad, las corridas de toros fueron el espectáculo que más atrajo a las masas; sus ejecutores, los toreros, fueron tan bien acogidos por el gran público como hoy lo son los futbolistas. Triunfar en el mundo taurino equivalía a triunfar en la vida.”

Juan Belmonte, matador de toros, una de las mejores biografías que se han escrito en español, es una  narración de forma autobiográfica cuya mejor virtud literaria es la eficiente ocultación de la voz de Chaves Nogales tras la de Juan Belmonte y la estilización de esta en la potente prosa del autor.

Periodista de oficio y dueño de una de las prosas más fluidas y limpias de su época, Chaves Nogales, que había publicado poco antes El maestro Juan Martínez que estaba allí, poseía además un inusual talento narrativo. Por eso intuyó que la superposición del biógrafo y el biografiado en una sola voz sería la clave de su eficacia.

Chaves Nogales nunca fue a una corrida de toros. Lo que le interesaba en este libro, más que exaltar a una figura del toreo, era retratar al hombre hecho a sí mismo desde la quincallería familiar de la calle Feria y las noches de luna y cerrado en Tablada hasta la plenitud triunfal, anterior y posterior a la muerte de Joselito en Talavera. Una plenitud coronada por un cortijo con parrales en Utrera.

Juan Belmonte, matador de toros no sólo narra en primera persona la forja de una personalidad humana y artística que revolucionó el toreo. Es también la memoria de un tiempo conflictivo y de una España problemática escrita en los agitados años finales de la Segunda República.

Este libro asombroso, que había aparecido antes en veinticinco entregas publicadas entre junio y diciembre de 1935 en la revista Estampa, es el resultado de muchas horas de conversación del torero y el periodista. 

Pero, además de una incursión en la personalidad y la memoria de Juan Belmonte, además de la memoria de una época, el libro es también una teoría intemporal de Sevilla:

En la plaza del Altozano estaba el foco de la tauromaquia trianera. Allí, en la taberna de Berrinches y en otra que tenía el sugestivo rótulo de El Sol Naciente, se reunían los torerillos del barrio. Pero yo no tenía relación alguna con ellos. Aquél de los aficionados a los toros era un mundo extraño para mí y absolutamente impenetrable. Sevilla, aunque parezca inexplicable, es así: una ciudad hermética, dividida en sectores aislados, que son como compartimientos estancos. Por lo mismo que la vida de relación es allí más íntima y cordial, los diversos núcleos sociales, las tertulias, los grupos, las familias, las clases, están más herméticamente cerrados, son más inabordables que en ninguna otra parte. En Sevilla, de una esquina a otra hay un mundo distinto. Y hostil a lo que le rodea. Esta hostilidad es lucha desesperada y salvaje en los clanes infantiles; lucha de esquina contra esquina, de calle contra calle, de barrio contra barrio. En la Cava, adonde habíamos ido a vivir, había dos clanes antagónicos: el de la Cava de los Gitanos y el de la Cava de los Civiles, y los chicos de una y otra Cava se apedreaban rabiosamente.

La trayectoria vital de Belmonte se inicia con un niño atónito que se asoma a la calle Feria, una calle que es el mundo, una de esas quince o veinte calles del mundo -afirma Chaves Nogales- propicias para la formación de la personalidad:

Los niños que nacen en estas calles se equivocan poco, adquieren pronto un concepto bastante exacto del mundo, valoran bien las cosas, son cautos y audaces. No fracasarán.

A partir de ese momento, la prosa bullente de Chaves Nogales simula ser la voz de Juan Belmonte para trazar un recorrido vital y social, espacial y temporal por la construcción de un mito viviente que en 1935, cuando se publicó esta biografía, tenía 43 años y seguía en activo, convertido en el espejo en el que se reflejaban el patetismo y los deseos de los demás. Llevaba por entonces más de veinte años de ejercicio como el próximo cadáver que había predicho Rafael Guerra en frustrada profecía. Y en esos años había transformado el toreo en un ejercicio espiritual alejado de la disciplina física, en “la versión olímpica de un estado de ánimo.”

Un estado de ánimo cambiante, asaltado con frecuencia por las dudas.  y el cansancio. Por eso no falta en el libro una premonición que anticipa lo que ocurriría treinta años después:

No sé por qué me asaltó aquella monomanía, pero lo cierto es que, a veces, me sorprendía en íntimos coloquios conmigo mismo, incitándome al suicidio. Tenía en la mesilla de noche una pistola, y muchas veces la cogía, jugueteaba con ella y la acariciaba, dando por hecho que de un momento a otro iba a disparármela en la sien. 

Entre el primer capítulo (“Un niño en una calle de Sevilla”) y la teoría del toreo que cierra el libro, Chaves Nogales elabora una ejemplar biografía que reconstruye un camino de perfección que arranca de lo más bajo y que atraviesa una profecía (“Tú serás papa”). Un recorrido que, además del recuerdo admirado de Joselito, evoca las gestas en la dehesa de Tablada en noches de luna llena y la mejor tarde de su vida torera, asume la mezcla de halago y tormento de la popularidad y reflexiona sobre el miedo del torero o sobre la relación con las mujeres.
 
Este es su párrafo final:

Todas estas historias viejas que me ha divertido ir recordando palidecen y se borran a la clara luz de la mañana de hoy que entra por los cristales del balcón. Todo esto que he contado es tan viejo, tan remoto y ajeno a mí, que ni siquiera creo que me haya sucedido. Yo no soy aquel muchachillo desesperado de Tablada ni aquel novillerito frenético, ni aquel dramático rival de Joselito, ni aquel maestro pundonoroso y enconado…
La verdad, la verdad, es que yo he nacido esta mañana.

Cierra el volumen un epílogo en el que Josefina Carabias señala atinadamente que “sin la pluma de Manuel Chaves Nogales la vida de Juan Belmonte, aun siendo la misma, no habría tenido el interés que tiene, sobre todo para el lector no taurino, ni se habría traducido al inglés, ni se reeditaría hoy formando parte de una colección del mejor tono literario. Pero debo reconocer también que una figura como la de Juan Belmonte era lo que necesitaba Manuel Chaves Nogales para que su talento de periodista y escritor diera de sí todo lo que podía. Por otra parte, el hecho de ser los dos de Sevilla y de que la ciudad natal había influido tan notablemente en la manera de ser de aquellos dos hombres hizo que se entendieran mejor."

Y así resume por su parte María Isabel Cintas Guillén el sentido del libro:

Juan Belmonte, matador de toros no es un libro a la manera de los relatos tradicionales de la torería. Aquí no se exaltan las hazañas de un torero, no se vibra con sus suertes, no se disfruta con los lances taurinos. Aquí se cuenta el quehacer de una persona, que es un torero, y que triunfa en su profesión en una España acosada por conflictos de difícil solución.
El propio torero no es un personaje modélico ni ejemplarizante. Los héroes de la torería seguían unas reglas claras en su comportamiento dentro y fuera de las plazas. No así Juan, de físico poco agraciado, de poca capacidad expresiva; calificado de oscuro, huraño, cohibido, fatigado, triste, inseguro... Antítesis del héroe triunfador, pinturero y modélico. Sobre el fondo geográfico de Andalucía, en general, el esquema del torero seguía, eso sí, las directrices habituales: origen pobre, vida dura hasta el triunfo y con él, ostentación de la riqueza que el triunfo proporciona; y también el compromiso de ayudar económicamente a la «clientela» que siempre acompaña al torero y pone a prueba su generosidad en su consiguiente ascenso en la escala social.


21 septiembre 2025

David Grann. Los náufragos del Wager

 


20 septiembre 2025

Coincidencias

 


Qué cosas pasan. Ayer no vi el temprano wsp que me enviaba José María Jurado poco después de las tres y media para darme noticia de la muerte de Antonio Rivero Taravillo, no por esperada menos dolorosa.

Tenía el teléfono en silencio porque estaba releyendo Los muertos, el cuento de Joyce que cierra Dublineses, del que está a punto de publicarse una nueva edición en Nórdica. 

Quienes conocen la labor como traductor de Rivero Taravillo verán la triple relación de ese autor, de ese cuento magistral y de esa editorial con él.

Por cierto, se publica el lunes, un día antes de que aparezca en Renacimiento su biografía de Cunqueiro, ya desgraciadamente póstuma, como este recuerdo y este abrazo.

DEP, Antonio.




Lezama Lima. Las imágenes posibles

 


Las imágenes posibles forman parte de un intento imposible, de lo tocable por inalcanzable. Es cierto, porque es imposible, repite, con Tertuliano. Es lo que he llamado paradojalmente el Sistema poético, basado en la metáfora, la imagen, los mitos, la poesía (la imagen en la historia), el poema (resistencia en el tiempo), el poeta (urdimbre de lo incondicionado para la resurrección). El Sistema poético no pretende tener ni aplicación ni inmediatez. No aclara, no oscurece, no se derivan de él obras, no hace novelas, no hace poesía. Es, está, respira. Lo mismo repasa una superficie muy pulimentada, sigue en una ballena, pone huevos de tortuga en el espacio vacío. Lo que pretendo es un henchimiento, una dilatación de la imagen hasta la línea del horizonte. Ese henchimiento se acerca con veneración a don Luis de Góngora, respirante carbunclo, lince de diamante, grave como la mariposa cuando ya no está.

José Lezama Lima.
Esferaimagen.
Sierpe de  Don Luis de Góngora. Las imágenes posibles 
Cuadernos marginales Tusquets. Barcelona, 1970

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19 septiembre 2025

Y se cultivan con curiosidad los jardines

 




Sí, que no siempre se está en los templos; no siempre se ocupan los oratorios; no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse. Para este efeto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad los jardines.

Cervantes.
“Prólogo al lector”.
Novelas ejemplares.
Edición, estudio y notas de Jorge García López.
Real Academia Española-Galaxia Gutenberg, 2013.