10 mayo 2025

Santiago Montobbio. La libertad de la poesía

 



ÁRBOLES. ÁRBOLES. TIERRA. AIRE.
Para los pulmones. Para el alma.
Alzo la vista y veo cómo los árboles 
no solo se dirigen sino diríase 
que aspiran al cielo. Desde la raíces 
de más adentro de la tierra del alma 
también así el poema.

Es uno de los poemas de La libertad de la poesía, el último libro de Santiago Montobbio. 

Híbridos de poesía y prosa reflexiva, los textos La libertad de la poesía se suceden en la convivencia del verso y la prosa, del poema y el diario, del ensayo breve y las notas de lectura sobre Rosa Chacel o Corpus Barga, Valente y Ramón Gaya, Vinyoli y Guillén, Westphalen y Borges, Elytis y Seferis. 

Ordenados cronológicamente por orden de composición -entre el 19 de julio de 2021 y el 18 de octubre de 2022-, los textos de mantienen su coherencia textual sobre un fondo creativo común, meditativo y existencial, y en conjunto trazan la imagen del escritor y el hombre que habla en ellos sobre temas como el tiempo y el paisaje, la escritura y la vida, la naturaleza y la ciudad, la oscuridad y la luz, el diálogo con la madre o la reflexión sobre la poesía como refugio, como conocimiento y como forma suprema de libertad:

SOL DE LAS NOCHES. SOL DE LOS DÍAS. 
Poesía. Esto siento, me digo y escribo 
mientras estoy sentado al sol en un banco 
del Paseo de Gracia junto a mi madre 
y al lado de nuestra Pedrera querida, 
que nos sorprendió ver el otro día en una imagen 
pasada, sucia. Sol de los días, sol 
de las noches, poesía. Has de encontrarla. 
En un banco al sol o en una imagen antigua, 
en rotas y perdidas imágenes de tu vida, 
en ratos buenos como éste, con un buen sol 
y al aire libre, tras el horrible día de ayer.
Has de encontrar y has de decir, adivinar 
en el decir, callar en el adivinar y adivinar 
en el silencio aun, en el maravilloso, profundo silencio 
como el aire. Aire nuestro. Sol de las noches, 
de los días. Poesía.

Y bajo la mirada celebratoria del poeta, que se impone sobre la percepción melancólica del mundo, transitan estos poemas por el mar y el campo, la noche y la luz, la lluvia y la luna:

LA LUNA SOBRE LAS ACACIAS ALTAS, 
en lo más alto de ellas 
ya casi sin flores por 
el trabajo del viento
-el trabajo y el tesón. 
Pero la luna aún más alta 
y sobre ellas. Así tú, poesía, 
en la vida.

09 mayo 2025

Fragmentos de Javier Sánchez Menéndez

 


“La maldad nunca aparece en la noche, no llega con ella. Porque la noche es luz, es verdad, y es concepto”, escribe Javier Sánchez Menéndez en uno de los Fragmentos que publica Detorres Editores en su colección Año XXV. 

Enmarcados por tres citas de Cervantes y presididos por una referencia del Génesis a la lucha de Jacob y el ángel en Peniel, los textos de Fragmentos son “pentimentos” en los que Javier Sánchez Menéndez convoca a la manera unamuniana a la razón y el sentimiento para iluminar las sombras que recorren el libro y el espacio del tiempo reflejado en el espejo.

Palabra y naturaleza, belleza y sombra, emoción y pensamiento, arte y conciencia, tiempo y poesía, ética y verdad recorren estas páginas que reflejan la presencia de un hombre ante un espejo: el de la reflexión profunda y el de la lectura lenta, el de los ángeles del tiempo y el doloroso y liberador vaciado interior de sí mismo hasta “eliminar de nuestro conocimiento todo conocimiento.”

A través de reflexiones y citas y bajo la presencia tutelar de Rilke, “el único sacerdote del templo de la poesía”, Sánchez Menéndez regresa en la recomposición de estos Fragmentos a los temas medulares que vertebran toda su  obra reflexiva y poética.

Una obra que probablemente alcanza sus momentos más profundos en la secuencia de once espejos sobre el arte y la representación de la realidad, sobre la contemplación, el sueño y las sombras que culmina con este:

 Las sombras. Barrie. El libro XI de Odisea, el libro 6 de Eneida, Temporada en el infierno de Rimbaud.

Las sombras.

El más allá. El mundo de las sombras. 

Las sombras nos acercan a los enigmas, a las visiones trascendentes que los antiguos denominaban «sombras». 

Textos propios y referencias ajenas que resumen la ética y la estética del autor, que escribe en uno de estos fragmentos:

Un poeta sin estética nunca escribirá versos auténticos. Pero, aunque posea la codiciada estética, si hay ausencia de ética en sus planteamientos, nunca logrará el equilibrio.

08 mayo 2025

Joyce. Cartas 1920-1941

 


07 mayo 2025

Antología poética de Quevedo



“Como todos los grandes, Quevedo es uno de esos poetas que escapan a las definiciones fáciles porque quiso -y supo- distinguirse con una poética innovadora y casi omnicomprensiva dentro del panorama coetáneo, que le ganó un lugar dentro de la santa trinidad del Siglo de Oro junto a Lope de Vega y Góngora. Sin duda, es parte central del canon, que «no es una exposición de modelos, sino una reunión de excepciones y extravagancias»: los clásicos «son de otra clase», como bien dice Micó (2023: 7). Y, como todos (o quizá más que todos), Quevedo ha sufrido los golpes del tiempo y las crueldades de la recepción. Baste recordar la retahíla de epítetos e insultos que ha merecido desde perspectivas muy diferentes: en su día se le tachaba de borracho, cojo, feo y otras tantas lindezas más, mientras que a posteriori se le acusa de antisemita, esquizofrénico, misógino, personaje de chiste, reaccionario y otros vicios que tienen mucho de anacronismo e injusticia.
 Eso sí, se puede decir que la culpa es del propio Quevedo, porque se trata de un personaje poliédrico que vive una vida de lo más intensa: se relaciona para bien y para mal con figuras tanto altas (del rey para abajo) como bajas, participa en mil y una polémicas (literarias, políticas y religiosas) porque no hay salsa en la que no esté presente y se mueve de acá para allá en la corte con alguna que otra escapada, amén de tocar todos los palos literarios del Siglo de Oro (del poemita que se quiera al tratado bíblico).”

Así abren Fernando Plata y Adrián J. Sáez el “Retrato de perfil: la carrera de un poeta todoterreno”, la primera de las tres partes en las que organizan el estudio introductorio de Huye la hora, la antología poética de Francisco de Quevedo que han preparado para Cátedra Letras Hispánicas.

Y precisamente esa condición poliédrica del Quevedo personaje se refleja en la pluralidad temática y en la variedad de tonos y formas métricas que ofrece su extensa obra poética, que por cierto no reunió nunca en una edición en forma de libro. 

Paradójicamente, él, que había sido el primer editor de la poesía de Fray Luis de León o de Francisco de la Torre, murió sin reunir en un volumen la suya propia, pese a que al parecer la tenía no solo prevista, sino también organizada, al menos en parte.

Circuló en copias manuscritas y a veces en impresos no autorizados, lo que explica el complicado laberinto de variantes textuales en el que se tienen que internar quienes, como Plata y Saez, pretenden editar la poesía quevedesca.

Era imprescindible por tanto que, además de analizar la galería poética que ofrece esta antología (‘Un pequeño «aleph»: un manojo de poemas’), los editores dedicaran un apartado de su introducción a explicar la complicada transmisión textual de la poesía de Quevedo, ya que “fueron apenas un centenar los poemas de Quevedo publicados en vida, bastante pocos si los comparamos con los más de 875 que contiene la edición canónica de Blecua y también fueron relativamente pocos los poemas que circularon manuscritos en su tiempo.”

Cien poemas ordenados cronológicamente, espléndidamente anotados y comentados, se ofrecen en esta selección representativa de la pluralidad de temas y registros de la poesía de Quevedo, que como decía Borges “es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura.” 

Está aquí el poeta que, aunque desconoció el amor, llevó el petrarquismo a una de sus cimas y escribió alguno de los mejores sonetos amorosos de la poesía española, como Amor constante más allá de la muerte, pero a la vez ridiculizó mitos como el de Apolo y Dafne en otro memorable soneto que comienza con este cuarteto explosivo que hace prescindible y olvidable el resto del soneto:

Bermejazo platero de las cumbres
a cuya luz se espulga la canalla, 
la ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Ese mismo poeta burlón, ácido e inmisericorde que escribió alguna de las sátiras más crueles de la lírica en castellano es el grave poeta moral que avisa del paso del tiempo, el agudo ingenioso que dominó el idioma como pocos, el político crítico contra Olivares, el poeta en el que emergen las lecturas de la literatura clásica, de Séneca y el estoicismo cristiano o de la tradición bíblica,. 

Y sobre todo, quien llevó a la lengua española a una de sus alturas expresivas más portentosas en los ágiles octosílabos de sus letrillas y sus romances o en los solemnes endecasílabos de sus sonetos. Sonetos como este, en el que aparece la frase “huye la hora”, la barroca expresión que se ha elegido como título de la antología:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.



06 mayo 2025

Dos tardes con Jane Austen



 Desde la semblanza de la niña que fue Jane Austen hasta el legado literario que dejó a su muerte, Espido Freire organiza en diez capítulos su Dos tardes con Jane Austen, que publica Alianza Editorial en su colección Dos tardes, dirigida por Sergio del Molino, que señala en su introducción, ‘Dos tardes para leer juntos’, que “con esta colección queremos llevar las grandes conversaciones literarias a las manos de todos los lectores. Y pasar juntos dos tardes que no olvidarán.”

Espido Freire intenta rastrear en sus Dos tardes con Jane Austen las claves ocultas de una vida irrelevante en lo privado y en lo público, lo que provoca perplejidad por su contraste con autoras como Mary Shelley, las hermanas Brontë, Edith Wharton o Virginia Woolf, en las que hay vínculos visibles entre vida y obra. Esa biografía plana y casi invisible “nos obliga a conciliar la posibilidad de que una mujer absolutamente corriente en comportamiento y hechos sea al mismo tiempo una escritora extraordinaria.”

Y por esa misma razón, “en la joven Jane se busca de manera frenética la existencia de un romance, o dos, o tres, que salpimenten su juventud y la alejen de la desesperante falta de acontecimientos épicos que fue su vida. En la segunda, en la Jane de madurez, se intenta hallar el poso de la genialidad, las claves por las que esta escritora inmersa en un contexto tan gris logró escribir como lo hizo: un secreto, un código. Algo.”

Y ese “algo” está presente en el universo complejo y contradictorio que refleja la sutileza de su mirada hacia el mundo, sospecha Espido Freire, que sitúa a Jane Austen, nacida en 1775, en su momento histórico, en su contexto social y en su ambiente familiar para destacar dos claves determinantes de su vida y su obra: por un lado, su pertenencia a la minor gentry, “la zona más empobrecida de la nobleza rural”, en la que se sitúa el entorno social de sus novelas y que explica también la educación a la que accedió Jane Austen, su formación y su relación con la literatura, la música  y la cultura.

Y por otro lado, la aparición y el desarrollo de un mercado literario en el que la abundancia de lectoras favoreció la aparición de escritoras profesionales que respondieron a esa demanda creciente de novelas como las suyas.

 Por la conversación literaria de Espido Freire con Jane Austen pasan las diversas facetas de la novelista inglesa: la hermana controlada por sus hermanos varones y su limitada vida social de adolescente; la lectora afortunada y reinterpretativa que tenía acceso a dos muy diversas bibliotecas de una familia como la suya, amante de la lectura y del estudio: la paterna y la que heredó su hermano Edward; la mujer errante que nunca tuvo una casa propia y apenas una habitación propia en Steventon, en Bath, en Southampton, en Hampshire, en Kent, en Londres, en Winchester; la escritora compulsiva, obsesiva y casi secreta de Mansfield Park, Emma o Juicio y sentimiento; la solterona enferma, encerrada en sí misma y refugiada en su espacio de mujeres solas, o la promesa que “arrancaba entonces, exactamente después de su muerte”. Con esas claves delimita Espido Freire el perfil completo de la autora de Orgullo y prejuicio, de Persuasión o La abadía de Northanger. Una escritora que, como señala en su prólogo, “se ha convertido en uno de esos autores clásicos amados, reeditados e inconfundibles y, dada la escasez de mujeres en esa categoría, su caso resulta aún más excepcional: sin embargo, gran parte de la amable impresión que su figura causa se debe a una confusión heterogénea y caótica entre su vida y el carácter de sus personajes, en especial el de Elizabeth Bennet, la protagonista de Orgullo y prejuicio; y sus circunstancias y la de su época han sido interpretadas de manera tan errónea que casi podríamos hablar del periodo de la Regencia como una caricatura, o, al menos, como un marco en el que cabe cualquier tema atractivo (romance, sexo, feminismo, conspiraciones, posiciones políticas sobre la identidad sexual o racial, intrigas palaciegas), por anacrónico que sea.”

Un legado en el que sorprende -añade Espido Freire- “la hondura con la que ha calado en lectores no especializados, en aquellos que buscan en la literatura belleza, evasión, una obra bien escrita y un espejo en el que verse reflejados.”

05 mayo 2025

La biblioteca desaparecida

 

 



“Demetrio había sido el plenipotenciario de la biblioteca. Cada poco tiempo, el rey pasaba revista a los rollos, como a manípulos de soldados. «¿Cuántos rollos tenemos?», preguntaba. Y Demetrio lo ponía al día sobre la cifra. Se habían propuesto un objetivo y habían hecho los cálculos. Habían establecido que, para recopilar en Alejandría «los libros de todos los pueblos de la tierra», serían necesarios quinientos mil rollos. Ptolomeo concibió una carta «a todos los soberanos y gobernantes de la tierra», en la que pedía que «no dudasen en enviarle» las obras de cualquier género de autores, «poetas o prosistas, rétores o sofistas, médicos y adivinos, historiadores y todos los demás». Ordenó que fuesen copiados todos los libros que se encontrasen en las naves que hacían escala en Alejandría, que los originales fuesen retenidos y a sus posesores se les entregraran las copias. A este fondo se le llamó después «el fondo de las naves».
Demetrio extendía cada cierto tiempo una relación escrita para el soberano, que comenzaba así: «Demetrio al gran rey. Obedeciendo su orden de añadir a la colección de la biblioteca, para completarla, los libros que todavía faltan, y de restaurar adecuadamente aquellos defectuosos, he puesto gran cuidado y ahora le hago rendición de cuentas”, escribe Luciano Canfora en La Biblioteca desaparecida.

Desde que apareció la primera edición italiana de este libro en 1986, hace casi cuarenta años, La Biblioteca desaparecida se ha consolidado como un clásico de referencia en los estudios sobre el desarrollo y la desaparición de la Biblioteca de Alejandría, el gran monumento cultural de la dinastía ptolemaica, que en sus cientos de miles de rollos de papiro resumía el patrimonio literario, filosófico, científico y religioso de Grecia y Egipto.

Con una admirable suma de erudición y tono narrativo, y apoyándose en los textos de Calímaco, Hecateo, Polibio, Diodoro, Estrabón o Dídimo, Canfora reconstruye el día a día de la formación, crecimiento y organización de aquella biblioteca que reunió el saber de la Antigüedad:

Calímaco intentó una clasificación general con sus Catálogos subdivididos por géneros, en correspondencia con otros tantos sectores de la biblioteca: Catálogo de los autores que brillaron en cada disciplina singular era el título del colosal catálogo, que ocupaba ciento veinte rollos. Este catálogo daba una idea de la ordenación de los rollos, pero no era ni un plano ni una guía. Sólo mucho más tarde, en la época de Dídimo, se compilaron. Los catálogos de Calímaco servían sólo a quien ya estuviese práctico. De todos modos, al estar basado en el criterio de relacionar sólo los autores que habían «brillado» en los distintos géneros, el repertorio de Calímaco debía representar una selección, ciertamente amplísima, del catálogo completo. Autores épicos, trágicos, cómicos, historiadores, médicos, rétores, leyes, misceláneas son algunas de las categorías: seis secciones para la poesía y cinco para la prosa.
Aristóteles aleteaba entre aquellas estanterías, entre aquellos rollos bien ordenados, ya desde cuando Demetrio había trasplantado allí la idea del maestro: una comunidad de sabios aislada del exterior, dotada con una biblioteca completa y un lugar de culto a las Musas. El legado se había consolidado con la larga estancia de Estratón en la corte. «El método y el genio del Estagirita —ha escrito un sabio francés— presidían desde lejos la organización de la biblioteca». Pero daba pena ver las estanterías destinadas a contener sus obras; prácticamente, sólo las obras divulgadas por Aristóteles durante su vida, cuando no se introducía, sin más, cualquier texto falso, que después resultaba difícil desanidar.”

Y tras abordar cuestiones como la competencia de los bibliotecarios alejandrinos con los sabios estoicos e imaginativos de Pérgamo o la conversión de la Biblioteca de una propiedad privada de la familia gobernante en una institución pública de la provincia romana controlada por Augusto, Canfora afronta el enigma de su destrucción, o mejor, de la catastrófica desaparición de aquellos setecientos mil rollos de papiro en lengua griega que se guardaban allí y cuya pérdida supuso un retroceso de siglos en el desarrollo de la cultura mediterránea antigua

Canfora descarta como causa la propagación del incendio de las naves ptolemaicas en el puerto de Alejandría que describió Lucano y que fue ordenado por César para aliviar el asedio del palacio real, “un incendio que hubiese hecho estragos entre aquellos rollos habría reducido a cenizas los dos edificios. Por el contrario, no hay la mínima noticia de semejante catástrofe. Estrabón los visitó, trabajó allí y los ha descrito, apenas veinte años después de la campaña de César en Alejandría.”

Las razones habría que buscarlas en una muy probable sucesión de saqueos y en otro incendio, ordenado por el califa Omar tras la toma de Alejandría en diciembre del año 640, en los momentos iniciales del fanatismo islamista.

Aunque apoyada en citas rigurosas y en un escrupuloso respeto a las fuentes documentales, La biblioteca desaparecida se lee en muchas de sus páginas como una novela. Por eso, su último capítulo reconstruye a partir de diversas fuentes un “Diálogo de Juan Filopón con el emir ‘Amr Ibn al-‘As antes de incendiar la biblioteca” que comienza con esta carta del emir agareno al califa:

He conquistado la gran ciudad del Occidente —escribía ‘Amr Ibn al-As al califa ‘Umar después de haber izado la bandera de Mahoma sobre la muralla de Alejandría— y no me resulta fácil enumerar sus riquezas y sus bellezas. Me limitaré a recordar que cuenta con cuatro mil palacios, cuatro mil baños públicos, cuatrocientos teatros o lugares de diversión, doce mil comercios de fruta y cuarenta mil tributadores hebreos. La ciudad ha sido conquistada por la fuerza de las armas y sin tratado. Los musulmanes están impacientes por gozar del fruto de la victoria.

Curiosamente, ni una referencia a los libros. Es un cristiano, “el viejísimo Juan Filopón, el Infatigable, como era reconocido por su bello sobrenombre, comentarista de Aristóteles”, quien llama la atención del emir y le ruega que respeten la Biblioteca y el que le informa de su creación un milenio antes, a partir de los libros reunidos por el rey Ptolomeo:

-Debes saber —le decía— que cuando Ptolomeo Filadelfo subió al trono, se hizo partidario del conocimiento y hombre bastante docto. Buscaba libros y ordenaba que le fuesen procurados a cualquier precio; ofrecía a los mercaderes las condiciones más favorables para inducirlos a que trajeran aquí sus libros. Se hizo todo cuanto quería y, en breve tiempo, fueron adquiridos cincuenta y cuatro mil.

Se le hace entonces una consulta a Omar, que responde en su carta:

Por lo que se refiere a los libros a los que has hecho referencia —escribía ‘Umar—, he aquí la respuesta: si su contenido está de acuerdo con el libro de Alá, podemos despreciarlos, puesto que, en tal caso, el libro de Alá es más que suficiente. Si, en cambio, contienen cualquier cosa deforme con respecto al libro de Alá, no hay ninguna necesidad de conservarlos. Procede y destrúyelos.
[…]
En silencio, evitando inútiles formalidades, ‘Amr abandonó para siempre la casa de Juan. Sumiso a la respuesta del califa, comenzó la obra de destrucción. Distribuyó los libros entre todos los baños de Alejandría, para que fueran usados como combustible de las estufas que los hacían confortables. «El número de estos baños —escribió Ibn al-Qifti— era bien conocido, pero yo lo he olvidado» (como sabemos por Eutiquio, eran cuatro mil). «Se cuenta —prosigue— que fueron necesarios seis meses para quemar todo aquel material».
Únicamente fueron perdonados los libros de Aristóteles.

En un espléndido apéndice, Canfora analiza y comenta pormenorizadamente las abrumadoras fuentes documentales utilizadas en la reconstrucción de la historia de la creación y la destrucción de la Biblioteca de Alejandría: de Gibbon a Aulo Gelio, de Tito Livio a Calímaco, de Isidoro de Sevilla a Hecateo y Diodoro, de Estrabón a Aristeas.

Con traducción de Xilberto Llano Caelles, Siruela acaba de incorporarla al catálogo de su imprescindible Biblioteca de Ensayo.



04 mayo 2025

Pedro López Lara. Epílogo

 





03 mayo 2025

La lentitud de los bueyes. Edición ilustrada

 


02 mayo 2025

Cómo dar a luz una autobiografía



Afortunadamente, he sido privilegiado con una gran retentiva, de suerte que estas anotaciones, aunque sean un tanto caóticas, sí representan mi vida pasada.
Fue Jorge III quien, al ser obsequiado por Gibbon con un ejemplar de su Decadencia y caída del Imperio Romano, le dijo: «Otro pedazo de libraco. Siempre garabateando, ¿eh, señor Gibbon?».
Yo espero que estos garabatos resulten divertidos.

Gerald Durrell.
“Cómo dar a luz una autobiografía”, 
en Yo mismo y otros animales.
Traducción de María Luisa Balseiro.
Alianza Editorial. Madrid, 2025.


01 mayo 2025

Gerardo

 



Gerardo salió al encuentro, como el duende que sorprende en el bosque a un buscador de setas. Néstor Rubial, periodista inepto para la ficción, llevaba meses atascado en las primeras páginas de su presunta novela, empecinado en apuntalarla con algún personaje histórico de relieve. Anhelaba un héroe, un protagonista, una celebridad, justo lo contrario de cuanto Gerardo le mostró a Rubial en aquella primera visión: solo era un nombre en la sombra, un secundario, uno de esos vagones grises que los anales desvían a las vías muertas, donde se detienen casi en silencio.
Tentado por un goloso anticipo, acorde con su reputación profesional, Rubial había dejado temporalmente su trabajo como periodista de crímenes y sucesos. El paréntesis cuajó más por fatiga mental que por genuina vocación literaria. Viudo reciente y apático para nuevos vínculos amorosos, creía que escribir una novela añadiría pizcas de sal y pimienta a su rutinaria existencia.


Así comienza ‘Aparición’, el capítulo inicial de Gerardo, la primera novela del periodista y escritor Marco Porras, que acaba de publicar Eolas Ediciones.

Está inspirada en un personaje histórico, Gerardo Salvador Merino (1910-1971), que tuvo cargos relevantes en la Falange como jefe provincial en La Coruña y en el primer franquismo (fue el primer jefe de la Delegación Nacional de Sindicatos, los sindicatos verticales), hasta que fue cesado fulminantemente en 1941 por supuestos vínculos con la masonería y condenado a doce años de prisión, conmutados por esos mismos años de confinamiento en Ibiza, aunque sería rehabilitado profesionalmente y ejercería como notario en Sardañola. Esa actividad le serviría para vincularse con el mundo empresarial y ascender a la cúpula directiva de Motor Ibérica o Tabacos de Filipinas, donde coincidió con Jaime Gil de Biedma, hijo del consejero director de la compañía.

Será ese periodista de sucesos, Néstor Rubial, “inepto para la ficción” y acuciado por su editora, quien tras esa aparición encuentre en la figura de Gerardo la materia que buscaba para su novela:

Gerardo Salvador Merino -Gerardo a secas, como era costumbre entre falangistas-, entonces apenas intuido, le salió al paso como un inesperado bandolero de caminos, cuando más perdido se encontraba el escritor, ávido de inspiración. Se hallaba despistado entre la historia bélica del siglo XX, fronda feroz de guerras sin cicatriz, donde cada quien solo llora a sus muertos.
Así surgió Gerardo, sin apellidos, como tantos le conocieron. Poco a poco, vestido de camisa azul mahón, Gerardo se convirtió en una presencia doméstica para Rubial.
Aquella compañía fantasmal, ni anhelada ni evitada, vagaba a diario por la casa, lo acompañaba a comprar el pan, se metía en su dormitorio…, claros síntomas de que debía dedicarle atención. Así que el escritor le planteó a Gerardo -y se planteó a sí mismo- no pocas preguntas, un largo cuestionario que bien podría resumirse en un único interrogante: ¿quién fue Gerardo?

A partir de ese momento de revelación y a lo largo de la novela, conducido por la investigación creciente y fructífera de Rubial, el lector asiste a una ágil narración que recrea la peripecia vital del personaje, su complejidad enigmática, sus aristas desconocidas. Y también a la relación entre el novelista y el personaje, a la reflexión metaliteraria de Rubial sobre su novela en marcha, sobre el proceso de construcción de la obra.

Sólidamente documentada -no en vano Marco Porras es periodista de formación y ejercicio- y planteada, desarrollado y resuelto con solvencia, pues el autor tiene acreditada ya una trayectoria narrativa apreciable en el terreno del relato breve, esta novela se organiza en ocho partes tituladas con versos del Cara al sol, el himno falangista.

Sus noventa y nueve capítulos breves, de títulos precisos que resumen su contenido en una palabra, están construidos como viñetas o secuencias rápidas que aseguran el ritmo narrativo y desarrollan la figura de un personaje que se va perfilando como “un Gerardo idealista, temperamental, enérgico, ambicioso, inteligente, con mimbres de líder.”

Un líder capaz de encabezar una rebelión de presos en Fuente Álamo y tomar Cartagena y que, tras recibir la Laureada de San Fernando como héroe de guerra, después de su caída en desgracia y su expulsión de la política, acabó ejerciendo ese liderazgo en el ámbito privado  de los negocios hasta su muerte repentina por infarto el 31 de julio de 1971.

Se va delimitando así, sobre el agitado telón de fondo de la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra, el contorno humano del personaje, su trayectoria profesional como notario y su actividad política en la Falange, aunque “las aristas del Gerardo más político descolocan a Rubial.”

Cierra la novela un recuento del amplio número de personas y personajes que la pueblan, enumerados por orden de aparición, un orientador Dramatis personae que, a la manera de Álvaro Cunqueiro, resume los rasgos más significativos de un elenco de personajes relacionados directa o transversalmente con la historia del protagonista.

Decenas de personajes que ayudan a componer el panorama global de la España en la que vivió Gerardo, porque esta no es solo una novela de protagonista, sino un reportaje sobre el decisivo periodo histórico en el que se desarrolló la peripecia existencial de aquel “hombre activo, ambicioso e idealista que era Gerardo”.

30 abril 2025

Grita, de Roberto Saviano

 



“Habéis callado demasiado tiempo. ¡Se acabó el silencio! Gritad con cien mil lenguas. Con tanto silencio el mundo se pudre.” 

Esas palabras de Santa Catalina de Siena podrían resumir el sentido de Grita, el libro de Roberto Saviano que publica Anagrama con traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.

Ese párrafo es el epígrafe que abre uno de los capítulos centrales del libro, “Las palabras del pueblo”, dedicado a los hermanos Grimm.

Iluminado con ilustraciones de Alessandro Baroncia, Grita se inicia con un mapa y un espejo en el que se refleja el Saviano adolescente que iba al Instituto Díaz de Caserta: 

Tú eres ahora quien busca las respuestas que yo buscaba.[…] Las historias que voy a contarte si sabes leerlas podrán servirte de escudo, incluso de munición, una munición particular que da vida en lugar de quitarla. Considéralo un regalo de un amigo, de un superviviente, o una linterna.

Un mapa que además de servir de orientación desde el punto de partida, es muchas otras cosas: escudo ante la mentira, munición contra la iniquidad, linterna para iluminar el pasado y el presente, porque “algunas historias son recientes, aún huelen a pólvora. Otras son antiquísimas, digamos que las he sacado del fondo de un estanque lleno de cieno. Algunas te las cuento tal y como están en las fuentes, otras las relato para que parezcan una fábula, una parábola, una lección de vida.”

Narradas con la agilidad eficiente de su prosa, Saviano reúne en estas páginas historias potentes, ejemplos y parábolas de quienes no guardaron silencio ante el miedo y levantaron la voz frente a la injusticia. Treinta historias que responden a las preguntas que plantea el mapa. Preguntas como estas:

¿Sabes cuándo empieza a hacer efecto el veneno de una mentira?
¿Y si fuera a ti a quien le faltara el aire? 
¿Quién ha escrito el guion que estás leyendo? 
¿Y  tú has decidido de qué parte estás? 
¿Crees que los fanáticos son los demás? 
¿Sabes luchar aunque tengas miedo?
¿Ves las trampas que se hacen con palabras? 
¿Vas a gritar cuando veas que son cien contra uno?

 Preguntas que alguna vez se hizo Saviano antes de escribir Gomorra y a las que respondieron algunos de los protagonistas de Los valientes están solos, como Giovanni Falcone o Paolo Borsellino.

Las respuestas las dan aquí Hipatia de Alejandría frente a los talibanes, Anna Ajmátova frente a Stalin, Giordano Bruno frente a la Iglesia, Anna Politkóvskaya frente a Putin, Jamal Khashoggi frente al despotismo saudita, Zola frente al antisemitismo de la Liga de Patriotas, Luther King frente al chantaje del FBI y el Ku Klux Klan, Daphne Caruana Galizia frente a la evasión fiscal en el paraíso fiscal de Malta, Karina Bolaños frente a la extorsión y la violación de la intimidad en internet, Pasolini frente a la Italia democristiana, la neofascista y la comunista, Snowden frente a la CIA…

Son algunos de los hombres y mujeres cuya peripecia recrea Saviano como modelos humanos de coraje, de faros de la dignidad que alzaron sus voces contra el silencio y el miedo, contra las manipulaciones del poder y el ejercicio de la propaganda según el método de Goebbels, porque 

no es puro el corazón que siempre se esconde, se protege, se desvía del error, nunca se contamina con nada, nunca se ensucia, se mantiene siempre virgen. Es puro el corazón que vive, que lo toca todo, que se contamina, que camina con los demás por el infierno, pero se mantiene auténtico. «Un pecho desarmado puede resistir incluso a los tanques si dentro de él late un corazón digno», escribió Aleksandr Solzhenitsyn. 
Puro es el corazón que siempre se la ha jugado.
Tú grita que late. 
¡Grítalo fuerte!

Y ese consejo inicial que es el motor del libro se retoma en el texto que lo cierra, un poema civil contra la sumisión resignada que se cierra así:

Grita cuando veas que, en el silencio general, un tornillo cae al suelo.
Grita que la mentira mata.
Grita que, si no salvas el bosque en llamas, el incendio te alcanzará allí donde vayas.
Grita que no se puede bailar en un campo minado, que no es posible beber té sobre la lava de un volcán, que no se toma el sol en una isla de plástico.
Grita cuando veas que amordazan a un niño.
Grita cuando notes que te dejan sin respiración.
¡Grita que no vale la pena vivir en estas condiciones!
¡Grita que todo debe cambiar!

Grita se publicó a finales de 2020 en su versión original en italiano y esta edición española llega hoy a las librerías.


29 abril 2025

Alicias ilustradas en Nórdica

  






En una dorada tarde 
el agua ociosos nos lleva, 
pues son bracitos de alambre 
los que reman, reman, reman, 
ya que intentan, siempre en balde, 
que la barca no se tuerza.

Son tres niñas en la barca, 
pero insisten como cien, 
aburridas de la calma, 
piden un cuento a la vez; 
contra una insistencia tanta,
¿qué otra cosa puedo hacer?

La primera exige terca 
que no tarde en empezar. 
La segunda, muy alerta, 
que refleje la verdad. 
La tercera estará atenta 
y no me interrumpirá.

Por fin se ha hecho el silencio 
e impera la fantasía,
arrastrándonos a un cuento 
que es país de maravillas, 
donde hablan los conejos 
y bailan las pescadillas.

Y si yo, pobre de mí, 
el relato interrumpía, 
aplazando su final 
hasta el siguiente día, 
«hoy es mañana», las tres 
a coro me repetían.

Así fue surgiendo el cuento, 
poco a poco; y, una a una, 
las partes del argumento 
que forman esta aventura. 
De volver llega el momento: 
regresemos con premura.

Para ti es este cuento, 
para ti, querida Alicia, 
guárdalo junto a tus sueños 
entre otras flores marchitas, 
cual peregrino andariego 
que atesora sus reliquias.

Con esos versos evocaba Lewis Carroll en el preámbulo de la obra la génesis de Alicia en el país de las maravillas, que surgió de un relato improvisado para combatir el aburrimiento de unas niñas, las tres hermanas Liddell con las que hicieron una tarde de julio de 1862 la pesada travesía de ida y vuelta en bote por el Támesis entre Oxford y Godstow. A la más insistente de esas niñas, Alice Liddell, le dedica la obra en esos versos.

Y de nuevo, ya en la novela, el aburrimiento de Alicia en el río mientras su hermana lee un libro sin diálogos ni ilustraciones es el motor del relato: “Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.”

La respuesta se la dio Lewis Carroll con estos dos libros que son un antídoto contra el aburrimiento y que además, desde sus primeras ediciones en 1865 y 1871, están llenos de diálogos y de magníficas ilustraciones como las que Fernando Vicente ha realizado para la nueva edición de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, que publica Nórdica con una espléndida traducción de Humpty Dumpty.

Los juegos de lógica, las paradojas y los enigmas (“¿En que se parece un cuervo a un escritorio?”), la extrema libertad imaginativa en convivencia con lo real, el cruce de lo onírico y lo simbólico atraviesan estas dos obras habitadas por personajes como el acelerado Conejo Blanco, el Sombrerero loco que toma el té con la también loca Liebre de Marzo, el sonriente y desconcertante Gato de Cheshire o la furia ciega de la destemplada Reina de Corazones.

Y así, el lector se precipita con Alicia en una sucesión vertiginosa de túneles y espejos, de llaves y jardines, de croquet y ajedrez, de pozos y ratones, de carreras en círculos y abanicos mágicos, de setas gigantes y orugas azules, de meriendas insufribles y puertas en los árboles, de rosales pintados y tortugas falsas, del bosque del olvido, leones y unicornios.

Una fiesta constante de la imaginación sin límites, desde la caída al fondo de la madriguera del Conejo (“Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?”) y desde la Casa del Espejo (“¡Imagínate que tú eres la Reina Roja, Kiti!”) hasta el despertar del sueño, cuando Alicia no sabía si el sueño había sido suyo o del Rey Rojo. Pero sí sabía que daba igual, porque si había soñado con el Rey Rojo, ella misma era parte del sueño de su personaje: “¡Pues claro que él fue parte de mi sueño!..., pero también es verdad que yo fui parte del suyo.”


28 abril 2025

Poesía completa de Julio Cortázar

  


EMPIEZA por no ser. Por ser no. El Caos es negro.
Como es negra la nada.

NACE la claridad, su gallo triza el cielo,
se esponjan los colores vanidosos.
Pero el negro se ahínca primigenio. Toda luz
en el carbón se abisma, en el basalto.

Son los dos primeros fragmentos del conjunto de los diez en que se articula “Negro el diez”, un poema que Julio Cortázar escribió a finales de 1983, poco antes de su muerte el 12 de febrero de 1984.

Construido con una libérrima combinación de versos endecasílabos -su metro clásico preferido, no sólo en los sonetos- y de prosa poética, es un texto onírico y nocturno cuya torrencial imaginería alude a la ruleta de la vida y de la muerte, al viaje de una nada a otra, desde la sombra inicial a la final. Estos son sus dos últimos fragmentos:

CABALLO negro de las pesadillas, hacha del sacrificio, tinta de la palabra escrita, pulmón del que diseña, serigrafía de la noche, negro el diez: ruleta de la muerte, que se juega viviendo.
 
TU SOMBRA espera tras de toda luz.

Forma parte de la monumental edición de su Poesía completa que publica Alfaguara con un prólogo en el que Andreu Jaume anuncia que “el lector tiene en las manos la compilación más completa que se ha podido hacer hasta la fecha de la poesía de un escritor que ya en 1969 se consideraba «un viejo poeta» -Cortázar firmó su primer poemario en 1971-, aunque hasta entonces hubiera llevado en secreto esa otra faceta de su imaginación que ilumina como un fuego oculto la riqueza de sus conocidas ficciones.”

Desde la edición de la poesía de Cortázar que preparó hace veinte años Saúl Yurkievich en el tomo IV de sus Obras Completas en Galaxia Gutenberg han ido apareciendo nuevos poemas inéditos que se incorporan en esta nueva edición “meramente divulgativa, que pretende reunir en un solo volumen la totalidad de la valiosa y aún poco conocida poesía de Julio Cortázar, pero prescindiendo de notas y variantes.”

Entre los abundantes materiales inéditos figura en primer lugar un libro íntegro, Fábula de la muerte, que Cortázar firmó con el seudónimo de Julio Denis, como había hecho ya en 1938 con los sonetos de Presencia. Lo escribió en 1941 y, como señala Andreu Jaume en el prólogo, “de él sólo se tenían hasta ahora vagas referencias.”

Poeta asiduo y disperso, Cortázar valoraba la poesía como el territorio más alto de la literatura y aunque se resistió a publicarla y a veces recurrió a la edición encubierta con el seudónimo Julio Denis, no dejó nunca de escribirla, como se refleja en esta edición de su Poesía completa que supera sobradamente las ochocientas páginas e incorpora también la reproducción de varios poemas manuscritos.

“Mis poemas no son como esos hijos adulterinos a los que se reconoce in articulo mortis, sino que nunca creí demasiado en la necesidad de publicarlos; excesivamente personales, herbario para los días de lluvia, se me fueron quedando en los bolsillos del tiempo sin que por eso los olvidara o los creyera menos míos que las novelas o los cuentos”, escribía Julio Cortázar en el prólogo que puso al frente de Pameos y meopas, el eje central de su obra poética, porque fue el único libro de poesía que publicó con su nombre, ya que Salvo el crepúsculo, la recopilación que apareció en 1984, es una edición póstuma.

Bajo ese título, Pameos y meopas, que es la indisimulada y doble metátesis de la palabra poemas, reunió en 1971 un conjunto de poemas escritos en París, Buenos Aires y Roma a lo largo de quince años, entre 1944 y 1958. Unos textos en los que se cruzan lo clásico –“de golpe me nacía un meopa trufado de referencias clásicas”- y la mirada o el lenguaje de la vanguardia. 

Porque en este conjunto heterogéneo, como en toda la poesía de Cortázar, conviven el verso libre de “Menelao mira hacia las torres” o de los “Cantos italianos” con las redondillas cantables de “Tratado de sus ojos” y el soneto clásico de “Último espejo”.

Con esa diversidad métrica coexisten también varios temas, desde el amoroso al artístico, y distintos enfoques, desde el burlesco al visionario, en una suma de perspectivas, métodos poéticos y formas métricas y rítmicas en que cohabitan lo tradicional y lo moderno. 

Cuando Saúl Yurkievich editó su obra poética completa, señaló que “escasas veces alcanza Cortázar con su poesía la pródiga, la prodigiosa potencia de su prosa” y encontraba muchos de sus poemas faltos de tensión rítmica. Es muy cierto, pero también es verdad que no faltan en estos poemas ni potencia de imágenes ni ambición visionaria en la elaboración de un mundo poético personal. Algunos de ellos son de la misma época en que proyectó su interés por la poesía en la escritura de Imagen de John Keats, un libro imprescindible que puede leerse también como una formulación de la poética del propio Cortázar.

Hay en las muchas páginas de esta Poesía completa una inevitable irregularidad, pero sobresalen en ella no pocos poemas de indiscutible calidad, como “Notre-Dame la nuit”, “Los vitrales de Bourges” o “Masaccio”, en el que suena el eco de la música lorquiana ("Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas") en “Por las calles va Masaccio con un trébol en la boca”) antes de este remate: 

Se fue, y ya amanecía 
Piero della Francesca.

Algunos de estos poemas alcanzan una altura que, como señalaba Cortázar en el prólogo, le permitía “volver la mirada hacia una región de sombras queridas, pasearme con Aquiles en el Hades, murmurando esos nombres que ya tantos jóvenes olvidan porque tienen que olvidarlos, Hölderlin, Keats, Leopardi, Mallarmé, Darío, Salinas, sombras entre tantas sombras en la vida de un argentino que todo quiso leer, todo quiso abrazar.”

Un ejemplo, este “Menelao mira hacia las torres”:

 Las manos que quiero torpes de una nodriza troyana
lavan sus muslos, y el dorado correr de su garganta esta noche,
a la hora en que una esclava de ojos viles
alza un espejo sediento hasta su rostro.
Cunden las flautas del festín de los hombres, el recuento
de los fastos. El aire es un yelmo en estas sienes, pero bajo las /tiendas
ronca el olvido. Sólo yo soy un puente.
 
Ahora humillan las antorchas, y una apagada lumbre dejan para su noche.
 
Helena alisa
la piel de león que incendia el tálamo
y crece como un humo de ámbar.
La caracola de su cuerpo bebe el eco
de los pasos de Paris en la torre. Afuera sigue
el tiempo en las murallas.
 
Y yo, esta negra ráfaga
que me arrasa los ojos, este fantasma inútil
sólo capaz de ir hasta ellos a mezclarse
llorando en su maraña de caricias.

Además de los inéditos que no se habían recogido en 2005, una sección reúne los “Poemas dispersos”, entre ellos los que intercaló en su obra narrativa: en Historia de cronopios y de famas, en La vuelta al día en ochenta mundos, en 62. Modelo para armar o en Último round.



27 abril 2025

Inventario medieval

 


26 abril 2025

Dos reflexiones de Marcel Proust

 


En el solitario, el enclaustramiento, incluso el más absoluto y hasta el fin de su vida, suele tener por principio un amor desordenado hacia las multitudes, que hasta tal punto domina sobre cualquier otro sentimiento que, al no poder obtener cuando sale la admiración de la portera, de los transeúntes, del cochero apostado, prefiere no ser visto jamás por ellos, y para ello renunciar a cualquier actividad que le obligaría a salir.

***

Nos apenamos poco de habernos convertido en otro, al paso de los años y en el orden de sucesión de los tiempos, como poco nos afligimos de ser sucesivamente, en una misma época, los seres contradictorios, el malo, el sensible, el delicado, el patán, el desinteresado, el ambicioso, que somos a lo largo del día. Y la razón de que no nos aflijamos es la misma, es que el ser eclipsado -momentáneamente en el último caso, cuando se trata del carácter; para siempre en el primer caso y cuando se trata de pasiones- no está ahí para deplorar al otro, ese otro que en aquel momento, o ya para siempre, es todo nosotros.

Marcel Proust.
Máximas y pensamientos.
Compilación de Carles Besa.
Traducción y prólogo de Lluís Mª Todó.
Edhasa. Barcelona, 2021.