13 julio 2025

A. S. Byatt. Posesión


12 julio 2025

Julio Camba. Mis páginas mejores

 


11 julio 2025

Pedro López Lara. Por arrabales últimos

 


10 julio 2025

Flaubert. Bouvard y Pécuchet

 


09 julio 2025

Hoy, teoría

 


La portería representa un santuario, como tu sofá preferido, tu esquina en la barra del bar, la poesía de Javier Egea o el abrazo de tu pareja después de un día horrible. Cuando eres portero, estás dispuesto a todo para defender el arco. Es inviolable. Le negarías el acceso a tu madre. Los guardametas son de esa clase de gente que no tiene madre, nunca la tuvo, simplemente un día fue arrojada a un cubo de la basura, como el guardaespaldas de Dutch Schultz, el gánster de Cotton Club. Todo lo que hagas te parecerá poco para impedir el gol. Williams Henry Foulke debutó en la portería del Sheffield United en 1893, y desde entonces nadie llegó tan lejos en la custodia del arco. Medía 1,90 metros, y en sus mejores momentos pesaba 150 kilos. Su madre trabajó mucho para darle de comer. Después de tres años en el Sheffield debutó en la selección inglesa. En 1905 fichó por el Chelsea, el primer equipo en utilizar recogepelotas para ahorrarle caminatas al portero. Foulke, en su obsesión por conjurar el peligro, fue uno de los primeros porteros en patear el balón más allá del medio campo. Al final de su carrera, cuando las cosas pintaban mal para su equipo, aprendió a colgarse del travesaño para romperlo en dos y obligar a la suspensión del partido. La portería es tan sagrada que, con el peligro tosiéndote en la cara, no te resta más salida que destruirla. Lo decían los griegos: sólo la ruina nos salva de una ruina mayor. ¿Buen portero Foulke? Bah. Tampoco es que importase. «No sabe actuar, no sabe hablar, pero es impresionante», decía Louis B. Mayer de Ava Gadner.

[…]

Cuando conviertes la portería en tu oficina, te sometes a los riesgos de toda la clase trabajadora: la pereza y el cansancio. Ahí está la historia de Carlos El Loco Fenoy, mítico portero de Newell’s Old Boys (Argentina). Durante sus entrenamientos más desganados, se limitaba a clasificar los balones que le lanzaban los compañeros en dos grandes grupos: parables e imparables. No se movía, sólo clasificaba: «parable», «fuera», «palo», «imparable»... Si alguien le reprochaba algo, ponía cara de intelectual, y decía: «Hoy, teoría».

Juan Tallón.
Manual de fútbol.
Pocket Edhasa. Barcelona, 2014.


08 julio 2025

En la Universidad china de Hangzou, Las tardes navegables


Nautical Poetics: Encyclopedic Poetry School's International Invitational Exhibition of Maritime Poetry", Hangzhou City, continues with more display stands...









07 julio 2025

Estigia, de Ángel Olgoso

  



Para qué huir de ella. No puedes guardarte ni escapar. Antepone tu persecución a toda otra idea. Más pronto o más tarde, a la menor oportunidad, te atrapará. Con paso poderoso, como una sombra leonada, buscará hasta encontrarte. De nada te sirven la Capa de Invisibilidad y su caperuza cubierta de rocío, las Botas de Siete Leguas con las que corres treinta y dos veces más rápido que el más veloz de los hombres, la Hierba de Glauco que hace saltar las cerraduras de todas las puertas, el Tapete de Rolando que te permite convocar cualquier alimento que desees, la Flor Mágica capaz de colorear y perfumar cada una de tus desdichas. De nada te servirán cuando ella —ávida, arrogante, burlona— cierre los caminos y te cerque con infalible celeridad. Puede que llegue sin aliento —es vieja y seca—, que su jadeo delate lo agotador de la incesante tarea que la ocupa desde siempre, pero no puedes albergar dudas sobre el desenlace.
     
Ese espléndido relato de Ángel Olgoso, titulado ‘La derrota’, forma parte de Estigia, el tercero de los seis volúmenes temáticos que, editados por Eolas Ediciones, reúnen un conjunto de setecientos relatos que ha venido escribiendo y publicando durante cuarenta y cinco años.

Suena en ese relato el eco de los perros que ladran en el inquietante aforismo de Kafka: “Todavía juegan los perros de caza en el patio, pero las piezas no se les escaparán por mucho que corran ahora por el bosque.”

Un aforismo kafkiano que es una alegoría de la muerte, el tema que recorre buena parte de la excepcional obra narrativa de Ángel Olgoso y que sirve para vertebrar este tercer volumen a través de un centenar de relatos en los que, entre Caronte y Virgilio, nos guía por la siniestra laguna que Patinir vio como nadie.

Relatos que abordan el tema de la muerte a través de muy diversos personajes y situaciones, desde muy distintas perspectivas y lo tratan literariamente con muy variados enfoques narrativos y registros estilísticos: entre lo físico y lo metafísico, entre el terror  y la broma, entre lo satírico y lo simbólico, entre la ironía y el mito, entre el humor y la sorpresa.

 Porque, como señala Ana María Shua en el prólogo que abre el volumen, “Olgoso nos hacer viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, pero además nos pasea por las personas gramaticales. Todos los trucos son válidos si se trata de provocar el desasosiego del lector, juega con las posibilidades como un mago insondable al que siempre le queda un ardid más, listo para asombrar.
Olgoso no pretende encontrarle una definición única a la muerte. Porque en realidad no estamos hablando de la muerte sino de la vida y de la literatura, una de las mejores maneras de burlar a la muerte, de distraernos y olvidarnos por un breve lapso de nuestro destino.”

Como he escrito cada vez que he reseñado un libro suyo, Ángel Olgoso es un maestro en la difícil tarea de equilibrar fondo y forma, de fundir tensión narrativa y altura estilística, imaginación y experiencia, vida y literatura; un autor dotado de una inusual capacidad para contar esas historias de frontera entre la realidad y el sueño con densidad y exigencia verbal sin caer nunca en los peligros de la prosa poética, porque en sus relatos la prosa se pone al servicio de la construcción narrativa y se orienta a crear en el lector estados de ánimo que le permitan entrar en los universos literarios que propone sus deslumbrantes relatos.

Estos dos textos son no sólo un reflejo de la variedad de tonos con que Ángel Olgoso aborda el tema de la muerte que vertebra el contenido del libro. Son también una muestra representativa de la magnífica prosa con que elabora sus admirable obra narrativa:

EL ESPEJO

El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra.

DESIGNACIONES

Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabajo. Llenó su cabeza de proyectos incumplidos y lo llamó costumbre. Bebió el jugo negro de la envidia y lo llamó injusticia. Se sacudió sin miramientos a sus compañeros y lo llamó oportunidad. Mantuvo en suspenso sus afectos y lo llamó dedicación profesional. Se encastilló en los celos y lo llamó amor devoto. Sucumbió a las embestidas del resentimiento y lo llamó escrúpulos. Erigió murallas ante sus hijos y lo llamó defensa propia. Emborronó de vejaciones a su mujer y lo llamó desagravio. Consumió su vida como se calcina un monte y lo llamó dispendio. Se vistió con las galas de la locura y lo llamó soltar amarras. Descargó todos los cartuchos sobre los suyos y lo llamó la mejor de las salidas. Mojó sus dedos en aquella sangre y lo llamó condecoración. Precintó herméticamente el garaje y lo llamó penitencia. Se encerró en el coche encendido y lo llamó ataúd.

 

06 julio 2025

Un fragmento de Paradiso

  


Repasaba Oppiano Licario la fija diversidad de los otoños que habían bailado a lo largo de su espina dorsal. Al llegar a la desdichada página cuarenta de esa colección de otoños, los recuerdos perdían sus afiladuras, las sensaciones se reían de sus sucesiones y el carrusel dejaba de ser cortado por su mirada cuando se perdía detrás de la cintura de los cocoteros. Un murmullo, la resaca soñolienta impulsada por los insufribles desiertos de la luna, comenzaba a rodearlo. Salvo algún día a la semana en que se precipitaba en la notaría donde trabajaba, desacompasado y olvidado de los cuartos del reloj, sin que el resto de los empleados se sobresaltasen o esperasen en resguardado silencio los regaños tercos del cartulario. Ni siquiera sucedía la interrupción de una conversación ni los más nuevos clientes se fijaban en él. otro día de la semana quería hacerse excepcional, cuando Licario compraba algún cuaderno de pintura abstracta en Trieste, y algunos de sus amigos le acudían para oírlo afirmar reiteradamente que lo abstracto terminaba en lo figurativo y lo figurativo terminaba en lo abstracto. Pero ese día quería precisar contorno y entorno, con circunferencia y círculo, qué era lo que había sumado, qué constante de iluminación y qué estaciones sombrosas se precisaban por los corredores de espejos. Cuántas veces al ladearse para escurrirse frente a lo fenoménico, lograba alcanzar los reflejos de lo numinoso, la respiración inapresable de los arquetipos.

José Lezama Lima.
Paradiso
Edición de Eloísa Lezama Lima.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2006.


05 julio 2025

Fracasología

 


El relato según el cual España es una anomalía entre las naciones civilizadas nunca ha perdido su prestigio desde que lo adquirió con el afrancesamiento. Nuestro propósito es investigar de qué manera y por qué circunstancias se acomodó la leyenda negra entre las élites españolas y, como esto sucedió antes del desmembramiento del imperio, también entre las élites criollas. Procuraremos que nuestro trabajo sirva para explicar los motivos por los cuales un niño español en 1800, en 1874, en 1945 y en 2019 tiene en sus catones, enciclopedias o libros de texto el episodio de la Invencible (1588) pero no la batalla de Cartagena de Indias (1741). Es decir, ¿por qué estudiamos lo que es importante y positivo para los ingleses pero no para los españoles? De la misma manera podemos afirmar que la inmensa mayoría de los españoles cultos ignora la existencia del mapa que se conoce normalmente con el nombre de Europa Regina. Es una representación del continente en la forma de una reina. En él, el sur aparece arriba y el norte abajo y no al revés, que es el modo en que estamos acostumbrados a verlo. España es la cabeza de esa Europa de los tiempos de Carlos V. Habrá que aceptar que esto es como mínimo un poco raro.

María Elvira Roca Barea.
Fracasología.
España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días.
Espasa. Barcelona, 2019.

04 julio 2025

Ernst Zürcher. Los árboles en lo visible e invisible



 

03 julio 2025

Javier Lostalé. Revelación

 







02 julio 2025

Alberto Fadón. Príncipes y principios

 


01 julio 2025

Daniel Defoe. Diario del año de la peste

 


30 junio 2025

Poesía clandestina y de protesta política del Siglo de Oro

 


AL DUQUE DE LERMA
 [EL CACO DE LAS ESPAÑAS]

El Caco de las Españas,
Mercurio, dios de ladrones,
y don Julián de traiciones,
se retiró a las montañas,
y en sus secretas entrañas
esconde inmensos tesoros,
no ganados de los moros
como bueno peleando,
mas rey y reino robando
con su legión de cachorros. 

Vistiose de colorado,
color de sangrienta muerte,
fin que le dará su suerte 
que así está pronosticado.
¡Ojalá fuera llegado! 
¡Ah, traiciones nunca oídas!

Esos versos, de unas décimas del Conde de Villamediana contra el Duque de Lerma, forman parte de la estupenda antología reunida en el volumen Poesía clandestina y de protesta política del Siglo de Oro, que acaba de publicar Cátedra Letras Hispánicas con edición de Ignacio Arellano, que ha preparado una antología extensa de la poesía de protesta que circuló clandestinamente en el siglo XVII  y que incorpora por tanto poemas escritos en los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II.

Salvo los escritos por Villamediana o atribuidos a su pluma, los textos de esta antología son anónimos por un doble motivo: por su carácter satírico y abiertamente crítico y por su circulación manuscrita. Textos que difícilmente figurarían en una selección de la mejor poesía del XVII y que tienen que aparecer en selecciones temáticas específicas como esta de indiscutible valor histórico y sociológico y de muy discutible calidad poética. 

Pese a ese escaso valor literario, esta antología pretende “extender el conocimiento” de aquella poesía clandestina y de protesta política del Siglo de Oro, como explica destaca Ignacio Arellano en un estudio introductorio que aborda la dimensión pragmática de esta poesía satírica ligada a las situaciones políticas que la suscitaron, especialmente en épocas de crisis como la del reinado de los dos últimos Austrias, a los que Arellano vincula las dos etapas fundamentales de esta poesía clandestina.

Como decíamos más arriba, Villamediana, aún en el reinado del tercer Felipe y en su transición al de Felipe IV, es la única excepción al carácter anónimo de estas sátiras políticas, con textos conceptistas que dirigió al Duque de Lerma, a don Rodrigo Calderón, a Pedro Franqueza, protegido de Lerma, o a los que enumera en una letanía satírica contra los mayores ladrones del reino: entre ellos, además de Lerma, el duque de Osuna y el duque de Uceda. A Felipe IV le dirige un largo romance al que pertenecen estos versos:

Desterró a Villamediana 
vuestro padre por poeta; 
volvelde a vuestro servicio 
pues ha salido profeta.

El conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, es el personaje al que se dirige la parte más abundante de estas sátiras e “igualmente abundante -escribe Ignacio Arellano- es la lista de acusaciones: tirano, asesino, hechicero, ladrón, nepotista, ambicioso, hipócrita, traidor, soberbio, sacrílego, hereje…”  A ese ciclo pertenece el largo Padrenuestro glosado sobre las calamidades de España, de dudosa atribución a Quevedo, que comienza así:

Felipe, que el mundo aclama 
rey del infiel tan temido, 
despierta, que, por dormido, 
nadie te teme ni te ama; 
despierta, rey, que la Fama 
en todo el orbe pregona 
que es de león tu corona 
y tu dormir de lirón; 
mira que la adulación 
te llama, con fin siniestro, 
padre nuestro.

El posterior y calamitoso reinado de Carlos II “multiplicará la poesía satírica, en una verdadera explosión de textos”, señala Arellano, que distingue varios ciclos satíricos en función de los sucesivos validos que ejercen el poder, como Fernando de Valenzuela o don Juan José de Austria, contra el que se dirigen en 1677 las Curiosidades modernas, que comienzan con estas estrofas: 

A redimir el mundo por enero 
don Juan vino, de manga y con calzones, 
con estruendo, con ruido y escuadrones 
y otras cosas que dejo en el tintero.

Entró rasgando mantas y garnachas, 
haciendo de un sombrero mil girones, 
escudriñó retiros y rincones, 
con que el mundo llenó de cucarachas.

Luego metió la lanza hasta las cachas 
en aquel moro muerto y su dinero 
y otras cosas que dejo en el tintero.

Tras su desprestigio y su muerte, le sucedieron primero el duque de Medinaceli y luego el conde de Oropesa. Ambos compartieron “el escándalo de la Cantina” (Nicole Quentin), una favorita francesa de la reina María Luisa de Orleans, que formó una influyente camarilla y provocó todo un ciclo satírico, el ciclo de la Cantina, al que pertenece esta décima:

Desnuda tu fiel montante 
contra la perra Cantina 
que podrá morder mohína 
nuestro león más constante; 
vive siempre vigilante 
como tan interesado 
a la mira desvelado, 
porque esta fiera lasciva 
aunque desterrada viva 
no ha de dar menos cuidado.

Son muestras, en palabras de Ignacio Arellano, de “una sátira aristocrática, impulsada por las élites cortesanas, pero que se proyecta sobre las masas para crear o manipular la opinión pública. La práctica no es nueva, pero en el marco del Siglo de Oro se agudiza de modo especial en la transición del reinado de Felipe III al de Felipe IV, relacionada con los enfrentamientos de facciones nobiliarias.”

Completan la edición, espléndidamente anotada, una amplia bibliografía, un anexo con las fuentes textuales de los manuscritos utilizados para la selección y un práctico índice de primeros versos.




29 junio 2025

José María Merino. De mundos inciertos