12 septiembre 2025

Poesía clandestina y de protesta política del Siglo de Oro

 


11 septiembre 2025

Nora Berend. El Cid

 


10 septiembre 2025

Pla o la literatura

 



Se pueden hacer obras de un volumen enorme, bien escritas, claras, rápidas, y que no contengan ni un solo adjetivo perfectamente unido a determinado sustantivo. ¡Malo! Esta obra, por muy grande que sea, va a quedar absolutamente olvidada. La literatura debe producir recuerdos de sentimientos o de objetividades. Si no los produce, el olvido es instantáneo, total. Ahora, la literatura es una obsesión siempre paralela, inseparable del fracaso; tiene un gran valor para quien la hace: es una obsesión tan completa y absoluta que evita constantemente el techo. Es una manía sensacional. Las personas que se han dedicado a la literatura lo saben bien: han vivido ocupados, interesados, fascinados por lo que buscan —y que, casi seguro, no hallarán jamás—. Los lectores... Los lectores, si encuentran que el libro no les gusta, lo pondrán a un lado o lo tirarán. Los autores, jamás. Están fascinados por lo que hacen, conservan en su cabeza lo que aspiran a hacer, meten en un cajón sus borradores. Son felices. Aspiran a quedar. Quieren ser inmortales. Tienen una ilusión. No creo que en la vida haya más que pedir. Mientras la conservan —y suelen conservarla— no se aburren nunca. Abandonan las cosas más necesarias de la vida para dedicarse de lleno a esta ilusión. Los hay que no comen. Otros adquieren una palidez cadavérica. Otros están enfermos. Luego dirán que la literatura no es importante.

Josep Pla.
Notas y dietarios.
Traducción de Xavier Pericay.
BackList Selectos. Barcelona, 2008.


09 septiembre 2025

Entre la luz de Sorolla y las nubes del Greco

 



Misión en París, la octava de Alatriste

 












Son algunas de las espléndidas ilustraciones, de aire antiguo y con pie de texto, que ha preparado Joan Mundet para la bella edición en Alfaguara de Misión en París, la octava entrega de la serie que Arturo Pérez-Reverte inició hace casi treinta años, en 1996 con El capitán Alatriste

Con las inolvidables primeras líneas de aquella novela  -“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes”- se iniciaba el admirable recorrido literario de un personaje que, respaldado por millones de lectores, se convirtió muy pronto en un referente imprescindible de la novela de aventuras y entró hace años “en el selecto club de los mitos literarios, aquellos personajes que gozan en el imaginario colectivo de una personalidad propia y de una vigencia intemporal”, como señaló Alberto Montaner en la estupenda edición especial anotada de El capitán Alatriste que apareció en 2009.

Tras Limpieza de sangre, El sol de Breda, El oro del rey, El caballero del jubón amarillo, Corsarios de Levante y El puente de los asesinos que apareció en 2011, en Misión en París, casi quince años después, vuelve un Alatriste, veterano cuarentón del tercio de Cartagena, algo cambiado, pero capaz de enganchar al lector desde el primer párrafo, que describe la llegada a París de cuatro jinetes, designados para una misión cuyo sentido último desconocen:

Sonaba la medianoche en los relojes de París cuando entraron por la puerta de Saint-Jacques cuatro jinetes tan seguros de sí mismos como el trote firme de sus caballos. Habían mostrado pasaportes en regla a los soñolientos centinelas de la barrera, y franqueada ésta se internaron por las calles sombrías de la orilla izquierda del Sena, peligrosas a tan menguada hora, para cruzar el río por el puente de Notre-Dame. Dormía en silencio la ciudad, un ápice de luna turca troquelaba negros tejados y chapiteles, y a veces, al pasar junto a alguno de los pocos faroles y hachotes que alumbraban un portal o la boca de un callejón, su débil luz bruñía reflejos en el metal de las armas que los viajeros cargaban al cinto y en los ojos prevenidos, suspicaces, que escudriñaban la oscuridad bajo la ancha falda de los sombreros.

Naturalmente, uno de esos jinetes es Alatriste, que llega a París con su inseparable y leal Sebastián Copons desde Milán, donde -como recuerda el narrador Íñigo Balboa- se habían separado unos meses antes: 

Detrás del capitán Alatriste sonó una interjección aragonesa y en ella reconocí de inmediato a Sebastián Copons. Pequeño, recio y callado como siempre, el veterano soldado me dio otro abrazo que casi me troncha las costillas. Como ocurría con el capitán, no había vuelto a verlo desde que a finales del año anterior nos habíamos separado en Milán, tras el fracaso en el intento de asesinar, en interés de España, al dogo de Venecia. Yo había regresado de allí a Madrid, provisto de cartas de recomendación y al amparo de don Francisco de Quevedo, que me acogió en la Corte como a un hijo mientras el capitán y Copons permanecían en el norte de Italia, participando en el asunto de la Valtelina, la invasión del Monferrato y el asedio de Casal con novecientos hombres del tercio de Nápoles.

Quien narra en primera persona, como en el resto del ciclo, es Íñigo Balboa, en palabras de Pérez-Reverte para el memorable prólogo de Todo Alatriste, “el testigo, la mirada asombrada al principio, lúcida y crítica después, afectuosa siempre, que permite calar en la compleja personalidad, los rincones oscuros del héroe cansado.” Ha cumplido ya los dieciocho años y ha dejado de ser el niño de los volúmenes iniciales para ascender a correo del Rey.

Los otros dos jinetes son Quevedo y su escolta Juan Tronera, un cordobés veterano de los tercios que aparece por primera vez en la serie para acompañar al poeta cortesano en su misión diplomática secreta desde Madrid:

Pues la cita en París, cuidadosamente preparada en esferas superiores –pronto íbamos a averiguar por quiénes y para qué–, era semejante a una jugada de ajedrez que combinase varios movimientos: el viaje desde Madrid de don Francisco de Quevedo, escoltado por Juan Tronera, y el hecho desde la fortaleza española de Milán por el capitán Alatriste y Sebastián Copons, unos por Burdeos y la orilla del Loira y otros por Turín, Lyon y Nevers, hasta encontrarse todos en Orleans y seguir desde allí, juntos, camino a la capital de Francia.

Estamos en 1628 y por tanto ha pasado menos de un año desde la frustrada conjura veneciana de El puente de los asesinos, como sólo había pasado poco más de un mes de tiempo interior entre la segunda y la tercera salidas de don Quijote frente a los diez años que separan al Cervantes de 1605 del de 1615.

Y si el transcurso de aquella década cervantina explicaba la evolución de la novela y de sus dos protagonistas como resultado de los cambios de técnica narrativa y de mirada al mundo que se habían producido en Cervantes, algo parecido ocurre con el Alatriste más sombrío y melancólico, más parco y ensimismado, también más humano de Misión en París

A la espera de su futura muerte anunciada en Rocroi quince años después y reservada para una próxima entrega final que está bastante avanzada, Alatriste, que desde el principio ha tenido algo de crepuscular y de encarnación individual del desengaño barroco y de la conciencia del declive imperial -como “un héroe cansado” lo definió su autor-, ha evolucionado hacia el remordimiento con que rememora episodios del pasado con una amargura oscura y explícita, más que por el estrecho lapso temporal transcurrido en su tiempo interior, porque inevitablemente es un reflejo del ensombrecimiento del autor en estos casi quince años transcurridos desde El puente de los asesinos.

Pero esos no son más que matices. El lector acostumbrado a la serie de Alatriste seguirá teniendo un incesante entretenimiento asegurado en Misión en París, que mantiene el espíritu y las señas de identidad características de las novelas del ciclo: el ritmo trepidante de la narración, la intriga y las intrigas, la sucesión inagotable de lances, los giros inesperados y a menudo sorprendentes de la acción, los guiños a las novelas de Dumas, uno de los referentes más constantes de Pérez-Reverte, que maneja como pocos la coherencia integradora de la literatura culta y la popular y la capacidad para fundir tradición y modernidad en un sostenido homenaje a la novela de aventuras clásica y en un ejercicio de reivindicación de la altura literaria del género y de las luces y las sombras del siglo XVII con la decadencia del imperio español en Europa, uno de los ejes de referencia de la serie novelistica de Alatriste.

No otra cosa es en el fondo la irrupción de Alatriste y sus compañeros en el mundo y en los paisajes de los cuatro mosqueteros de Dumas, los duelos de Alatriste e Íñigo Balboa con Athos y D’Artagnan o las peripecias en las que intervienen el cardenal Richelieu, arrogante y diabólico, Álvaro de la Marca, conde de Guadalmedina, que ha organizado la misión como embajador extraordinario y oficioso del rey Felipe IV y de Olivares en la corte francesa, y el señor de Tréville, capitán de los mosqueteros del rey francés.

 Ambientada en el contexto del asedio a La Rochela por la rebelión de los hugonotes contra el rey Luis XIII de Francia, rica en incidentes imprevistos y en matizados claroscuros humanos, literarios e históricos, llena de guiños textuales a la literatura áurea -desde la picaresca a Quevedo pasando por las comedias de capa y espada-, Misión en París es mucho más que una entretenida novela de espadachines sobre un asunto en el que “corren a rienda suelta las tretas y los engaños.”. Es una brillante muestra de la sabiduría narrativa de Pérez-Reverte y de su contagioso gusto por contar, una novela sólida, muy superior a las más endebles de la serie. Una obra que está indiscutiblemente a la altura de las mejores del ciclo de Alatriste, de quien deja el narrador Balboa esta magnífica evocación:

El perfil aguileño, semejante al de una audaz ave de presa, se recortaba en la claridad rojiza de la chimenea, y sus ojos claros, fríos como el hielo, permanecían absortos en la penumbra que lo rodeaba, en mudo diálogo con los demonios familiares que, en su particular infierno, lo acompañaban cada uno de los días de su vida y sólo descansarían con él quince años más tarde, en Rocroi, cuando el sol de España se puso en Flandes y la vida del capitán Alatriste se extinguió al tiempo que una singular clase de hombres: los arrogantes tercios de infantería española, portentoso seminario de soldados que durante siglo y medio acuchillaron el mundo. Pues con la España que dejaban atrás –o dejábamos, lo dice a vuestras mercedes quien de cerca lo vivió– no quedaba sino coger espada y arcabuz para caminar resignados, duros, peligrosos, en pos del tambor y la bandera.



08 septiembre 2025

Desde Italia. Muestra de poesía en español





 Como “una muestra de la poesía actual en español, de ida y vuelta, seleccionada en Italia con mirada chilena, corazón español y sentimiento romano” se define en la presentación del número cuarenta y siete de los Cuadernos de humo la selección que ha hecho Marcela Filippi de veintitrés autores agrupados bajo el título Desde Italia. Muestra de poesía en español, con portada e ilustraciones de Juan Carlos Mestre y con este colofón:

DESDE ROMA
se ha hecho una tirada de cincuenta ejemplares.
 7 de septiembre de 2025








07 septiembre 2025

Schonberg. Los grandes compositores

 


06 septiembre 2025

Con el trust de cerebros en Egipto



No es sorprendente —pero sí lamentable— que una empresa occidental sin precedentes, que fue magna en dimensiones y en trascendencia cultural, haya sido prácticamente desconocida para la población culta del mundo occidental. La mayoría de las historias y biografías, si la mencionan, le dedican unas pocas líneas que la asocian al fracaso militar de Bonaparte y no a su éxito cultural. El tema que ha sido así desatendido es la expedición de eruditos, científicos y artistas franceses a Egipto en el año 1798. Es ésta sin duda una tropa olvidada: 167 hombres de alta valía, sacados de sus escuelas, estudios y laboratorios, de conformidad con una orden del gobierno francés y dirigidos por el general Bonaparte. En origen la idea fue de Talleyrand.
El gobierno, Bonaparte y los savants (o sabios, como se llamó al grupo que acompañaba al Ejército de Oriente) tenían cada uno un propósito diferente. El gobierno (el fugaz Directorio) quería mantener a distancia al joven general cuyas victorias en Italia le habían dado gran popularidad. Bonaparte creyó que la gloria le llamaba para ser fundador de un imperio de Oriente: si conquistaba la India, Inglaterra se debilitaría y podría ser un segundo Alejandro. El camino pasaba por Egipto. En cuanto a los sabios, lo que buscaban eran nuevos conocimientos y posiblemente aventuras.
La media de edad de éstos era 25 años. El mayor, el matemático Monge, con quien había hecho amistad Bonaparte, tenía el doble de edad y compartió con su amigo Berthollet, un químico, la dirección de la mayoría de las operaciones. El más joven, que no llegaba a los 15, era uno de la media docena de estudiantes de la Escuela Politécnica, que envió también igual número de profesores y 33 ex alumnos. El resto eran físicos, químicos, ingenieros, botánicos y zoólogos, geólogos, médicos y farmacólogos, arquitectos, pintores, poetas, músicos (uno de ellos, musicólogo) y un maestro impresor entre el personal de apoyo. De los invitados, sólo rehusaron dos científicos y cuatro artistas, alegando su edad y obligaciones familiares. Muchos intentaron unirse al grupo, aunque ninguno de los 167 (ni el ejército) sabía a qué punto «de Oriente» se dirigían. Era imperativo mantenerlo en secreto hasta el momento mismo de bajar a tierra: Nelson y su flota inglesa patrullaban el Mediterráneo.
[…]
Es imposible dar una idea suficiente de lo que este trust de cerebros, el primero y mayor de su especie, logró en 20 meses en unas cuantas páginas o incluso un libro entero. La Descripción de Egipto ocupa 20 volúmenes de tamaño descomunal —aproximadamente 137 centímetros por 71—. El motivo de este formato era conseguir que los grabados de los monumentos egipcios — de uno en particular— fueran ilustrativos hasta el último detalle. Todo Egipto aparecía trazado en 47 mapas. La publicación, iniciada tras el regreso a Francia, fue laboriosa y necesitó un cuarto de siglo. Los derechos devengados debían beneficiar a los autores, la mayoría de los cuales eran ya ancianos, para criterios de la época, y no pocos habían fallecido. Durante la expedición se habían producido unas cuantas bajas, la más perjudicial de ellas el asesinato del general Kléber después que hubo sucedido a Bonaparte en la jefatura.

Jacques Barzun.
Del amanecer a la decadencia.
Quinientos años de vida cultural en Occidente.
(de 1500 a nuestros días).
Traducción de Jesús Cuéllar y Eva Rodríguez Halffter.
Taurus. Madrid, 2022.

 


05 septiembre 2025

Musil. El hombre sin atributos

 


04 septiembre 2025

Gabriel García Márquez. Una vida

 


03 septiembre 2025

Tsimtsum. El origen del mundo y lo divino

 



El místico y cabalista judío Isaac Luria (Jerusalén, 1534-Safed, 1572) fue el visionario fundador e impulsor de una de las teorías más difundidas en la mística judía y en la Cabala. Basada en la idea del tsimtsum (“contracción” en hebreo), imagina la creación del mundo como resultado de la contracción de la luz en un proceso de apartamiento, autolimitación y retirada de la divinidad del espacio que ocupaba con su omnipresencia antes de la creación. 

A propósito de esta noción de tsimtsum, Atalanta publica un amplio y riguroso ensayo de Christoph Schulte, especialista en historia de la cultura, la religión y la filosofía del judaísmo, que se publicó en versión original en 2014 y que llega hoy a las librerías con un elocuente subtítulo: El origen del mundo y lo divino. 

Con traducción de J. Rafael Hernández Arias, así explica Schulte el concepto de tsimtsum:

La palabra hebrea tsimtsum significa «contracción», «repliegue», «limitación», «autolimitación» y «concentración». Es originariamente un término de la cábala y se refiere a la autocontracción de Dios antes de la creación del mundo y con el propósito de hacerla posible: el Dios omnipresente e infinito, antes de la creación, se replegó para producir un espacio vacío dentro de su propio ser. Este espacio vacío fue esencial para la formación del universo, ya que permitió la existencia de algo distinto a Dios. La emanación y creación del mundo en el interior de Dios ocurrió después del tsimtsum. En este proceso, la divinidad también limitó su omnipotencia, de modo que lo finito pudiera surgir. Sin el tsimtsum no hay creación. Eso lo convierte en uno de los conceptos fundamentales del judaísmo.

Sería precisamente esa renuncia divina a ser todo, esa retirada de Dios de la totalidad del espacio que ocupaba hasta entonces por completo la que dejaría un espacio que permitiría que se generara el mundo, en el que aparecerían nuevas realidades que no existían cuando la divinidad lo ocupaba todo: el tiempo y la muerte, la libertad, la imperfección o el mal.

La creación resultaría, según esa teoría del renunciamiento y el abandono, una manifestación de la humildad y no una exhibición de poder. Es una teoría compleja que proyecta el concepto de retraimiento más allá de la mística y la religiosidad, en la práctica humana y en el campo de la interpretación de los procesos históricos, de las relaciones sociales, de los comportamientos individuales y la psicología, de la creación artística.

Además de ahondar en la misma noción de tsimtsum, Schulte aborda un recorrido histórico por la tradición doctrinal que generó y por su incidencia en la historia intelectual de Occidente: sus orígenes en Tierra Santa, con Luria como figura originaria, y su puesta por escrito por Jaim Vital, discípulo de Luria, su difusión entre los cabalistas europeos del XVII, su transmisión durante más de cuatro siglos en la historia religiosa y cultural del judaísmo y sus huellas en el cristianismo de Europa y América del Norte: desde cabalistas como Scholem hasta el jasidismo, desde algunos teólogos y pensadores cristianos que asumieron el tsimtsum hasta Newton, Hegel, Schelling o Brentano, desde los manuscritos místicos hasta su presencia en la literatura, el arte y la música a través de autores y artistas tan diversos como Franz Rosenzweig, Hans Jonas, Isaac Bashevis Singer, Harold Bloom, Barnett Newman y Anselm Kiefer. 

Se dan cita en estas páginas sobre el tsimtsum y sus variadas interpretaciones y ramificaciones lo divino y lo humano, lo judío y lo cristiano, el misticismo y la literatura, la filosofía y la teología, la música y el arte, porque -señala Schulte- “este concepto ha movido a casi todos sus destinatarios e intérpretes a pensar, repensar, escribir o crear arte. Ha despertado, requerido y fomentado la creatividad.”

“Sin embargo -añade-, este análisis de las interpretaciones del tsimtsum y sus variantes no es un juego ni un entretenimiento, pues lo que importará a la posteridad, ante la fascinación que despierta el tsimtsum de Luria, será descubrir o comprender la verdad sobre este concepto y el origen de nuestro mundo. Sus interpretaciones tienen una pretensión de verdad que este estudio debe contemplar rigurosamente en sus análisis. Porque es dicha pretensión de verdad de la doctrina del tsimtsum de Luria la que impulsa a generaciones de autores, aunque su intención sea crítica o polémica, al describir, exponer, interpretar y evocar esta enseñanza con el fin de que resulte fructífera para su presente y sus contemporáneos.”



02 septiembre 2025

Libro de las bibliotecas imaginarias

 


01 septiembre 2025

Las novelas de Torquemada

 


31 agosto 2025

Lecciones de los clásicos






Pintó triunfante a Agamenón Homero
y a los troyanos viles y apocados,
y a Penélope, fiel a su marido,
sufriendo mil ultrajes de los procos.
Pero si quieres la verdad desnuda,
entonces vuelve del revés la historia:
Grecia vencida, Troya vencedora
y, en fin, que fue Penélope una zorra.

Ludovico Ariosto.
Orlando furioso.
Traducción y prólogo de José María Micó.
 Espasa Clásicos. Madrid, 2010. 


30 agosto 2025

Vidriera y los poetas




Preguntole otro estudiante que en qué estimación tenía a los poetas. Respondió que a la ciencia en mucha, pero que a los poetas en ninguna. Replicáronle que por qué decía aquello. Respondió que del infinito número de poetas que había, eran tan pocos los buenos, que casi no hacían número. Y así, como si no hubiese poetas, no los estimaba, pero que admiraba y reverenciaba la ciencia de la poesía, porque encerraba en sí todas las demás ciencias, porque de todas se sirve, de todas se adorna y pule, y saca a luz sus maravillosas obras, con que llena el mundo de provecho, de deleite y de maravilla.

Miguel de Cervantes.
El Licenciado Vidriera.
En Novelas ejemplares.
Edición de Jorge García López.
Real Academia Española-Espasa. Barcelona, 2013.


29 agosto 2025

Clásicos para la vida





En definitiva, son los autores quienes hacen posible la existencia de los comentarios y las interpretaciones. Cuando la crítica considera el texto como un mero pretexto y ocupa por sí misma el escenario de la comunicación, ejerce una función perversa. El verdadero crítico no “debería olvidar nunca—como señala oportunamente George Steiner (recurriendo a una metáfora forjada por el gran poeta ruso Aleksandr Serguéievich Pushkin)—que su papel debe ser el de un «cartero». Los carteros, en efecto, saben que existen porque hay alguien que escribe cartas; de igual manera, la crítica existe porque hay alguien que produce obras. Y, como el cartero, el crítico debería ponerse, de la manera más discreta, al servicio de las obras, escucharlas, protegerlas, dejarlas hablar, ayudar a que lleguen a sus destinatarios. Se trata de una función importante, a veces decisiva: ¿para qué serviría escribir una carta si después se extraviara o acabase en un buzón equivocado? ¡Pero a condición, sin embargo, de que la «carta» continúe ocupando el lugar central!


Nuccio Ordine.
Clásicos para la vida.
Traducción de Jordi Bayod.
Acantilado. Barcelona, 2017.