16 enero 2019

La muerte de Virgilio


Azules como acero y ligeras, movidas por un viento contrario suave y apenas perceptible, las ondas del mar Adriático habían corrido al encuentro de la escuadra imperial, mientras ésta se dirigía hacia el puerto de Brindis, dejando a la izquierda las chatas colinas de la costa de Calabria que se acercaban poco a poco. En ese momento, en ese paraje, la soledad del mar llena de sol y sin embargo tan cargada de mortales presagios, se transformaba en la pacífica alegría de una actividad humana, y el oleaje, dulcemente iluminado por la cercana presencia y morada del hombre, se poblaba de naves diversas que también buscaban el puerto o que salían de él; las barcas de pardo velamen de los pescadores abandonaban ya en todas partes los pequeños muelles protectores de los infinitos villorrios y colonias a lo largo de la playa blanqueada por el agua, para lanzarse a la pesca vespertina, y el mar se había alisado como un espejo; la concha celeste se había abierto sobre ese espejo como una comba nacarada; atardecía y se sentía el olor de la leña quemada en los hogares, cada vez que una ráfaga recogía y traía de allí los ruidos de la vida, un martilleo o un grito.

Así comienza la primera de las cuatro partes en las que Hermann Broch organizó La muerte de Virgilio, que publicó en 1945. 
Es uno de los libros fundamentales del siglo XX y estaba en el catálogo de Alianza Editorial desde 1979, en la colección Alianza Literaria con la versión de J. M. Ripalda sobre la traducción de A. Gregori. La novedad es que esta obra monumental llega mañana a las librerías en edición de bolsillo con una espléndida portada que resume una de las claves de la obra: la identificación de la voz de Hermann Broch con la del Virgilio final que en sus últimos días reflexiona sobre su propia obra y sobre la poesía como forma de conocimiento y de preparación para la muerte, sobre la relación del escritor con el poder, el conflicto entre ética y estética o el sentido del arte y de la vida.
Un libro imprescindible y exigente, un texto inagotable que Thomas Mann consideraba el mejor poema en prosa de la literatura alemana. Broch lo concibió como una obra poética, y por eso advertía a su traductor al inglés que era un texto casi intraducible.