24 mayo 2019

Quiroga Clérigo sobre La vida navegable



SANTOS DOMÍNGUEZ: “ANTES QUE EL MAR FUE EL TIEMPO”
LA ISLA DE SILTOLÁ PUBLICA “LA VIDA NAVEGABLE (ANTOLOGÍA MARÍTIMA)”

Por Manuel Quiroga Clérigo

Los poetas del interior suelen tener una visión entusiasmada del mar. Forma parte de sus sueños, de su inspiración y, casi siempre, de sus mejores recuerdos. Por ello sus versos dotan a ese mar de una fantasía excepcional, dándole un delicado protagonismo.
Santos Domínguez, cacereño, se asoma a las aguas casi encantadas del Atlántico gaditano, allí donde acaba o empieza La Vía de la Plata, y las dota de personalidad, de arraigo, de vehemencia. Lo hace, en “La vida navegable (Antología marítima)” libro publicado con gran sentido literario por La Isla de Siltolá, esa editorial sevillana que en su Colección Arrecifes ha dado a la imprenta poemarios de autores como Ángel García López, Julio Mariscal, Antonio Moreno Ayora, Francisco Bejarano, Javier Salvago, Juan Peña, Álvaro Valverde, José Luis Piquero…
Éste de Santos Domínguez es un libro repleto de indagaciones, de paisajes, reflexiones, alegrías, intuiciones. No en vano recuerda José María Jurado en el prólogo que “El poeta se ha acercado a la orilla de las sombras y ha mirado a los cielos, ha conseguido aguantar el pulso del sol, la oscura tentación del agua bajo cuya piel de obsidiana crecen los ásperos sargazos que lastran los bajeles. Ha regresado del vientre blanco de la ballena para contárnoslo”. 
Y efectivamente, en esa tarea de contar el predecible descubrimiento del mar y los horizontes van quedando versos intensos, heptasílabos sabrosos, endecasílabos fructíferos, delicados alejandrinos: “Oye detrás del sueño,/en los mudables dedos de la brisa,/los hondos manaderos de la noche/con su rumor de cuevas y su oscura garganta”. Dividido en tres grandes partes, todas iguales en intensidad lírica y en intención humana, cada una de ellas, sin embargo, apunta a un momento, a una referencia concreta, como indicarían sus respectivos títulos: “Un lugar extranjero”, “Las tardes navegables” o “Alguien canta en lo oscuro”. 
Y es que, como apunta Jurado, “Santos Domínguez, como el viejo marinero en su balada, ha navegado todos los océanos y ha descendido a todos los abismos”, tal vez porque unos y otros forman parte del mismo viaje,  de la misma indagación: “Somos lo que no deja de regresar: el agua/y el recuerdo sin cauce de la vida”. Visto así se alzan todos los protagonismos, todas las reflexiones, en un intento armónico de descubrir presentes e intuir devenires: “Bajan al mar los pinos en esta tarde húmeda/de luz difusa y verde. No cambiarán los dioses/el jardín mineral de clivia y sanguinaria,/de crestas afiladas y acantilados cóncavos. Los días depositan sus rescoldos amargos/en la cima fugaz/de espuma de las olas”. 
Cada poema es un mundo, una insinuación, una invitación a ese recorrido por la vida y los deseos. Hay poemas enternecedores, algo terribles, como “La canción del ahogado”: “Ya el  vestigio, la médula, la eclosión de lo mudo /te llaman. Te convocan/la quemazón del tiempo y el silbo extraviado/de un pájaro tardío”. Por los versos desfila la eternidad, la suave insinuación de todos los crepúsculos. De ahí parte la inspiración, la duda, la conciencia del poeta para describir su entorno, su apacible serenidad para contemplar amaneceres y observar la innegable libertad de la naturaleza, aunque exista el leve temor de ver la tierra acabándose, la oscuridad asaltando los últimos vestigios, de aquellos paraísos de la adolescencia, hoy destinados a ser consumo de la nada. “Ala de sombra”, último poema del libro, resumiría un sendero de incertidumbres y de violencias: “Escucha y dime luego/si son cenizas esto que me quema las manos/y me arrasa los ojos como una pura lágrima”. Pero mucho antes el recorrido por las orillas del mar embriagador (y amenazante) sigue siendo parte de esa navegación insólita y fructífera, pues de ella surgen melodías eternas, paisajes imprevistos, invitaciones para viajar en las pateras de la desesperación o en los camarotes de lujo de los cruceros turísticos: ”Por oscuras penínsulas pasan sombras oscuras,/deshabitadas sombras de herrumbre que el salitre/hizo crecer un día con lluvias litorales/sobre un verdín de olvido”.
Esta, llamada, “Antología marina” es, realmente, una interesante reflexión en torno a esa ansiada cercanía del mar, ese lugar donde se unen la ilusión y el deseo, donde son posibles los mejores paisajes y las más tiernas alegrías. El poeta recala en las orillas de la vida y, a veces enfervorizado, habla de cuanto le sugieren las olas, la espuma, la niebla, la arena, las sensaciones de eternidad y de vehemencia. Otros poetas, otros viajeros, los músicos de la eternidad, quienes saben llevar a su paleta la belleza del mar y sus vitalidades han transcurrido, también, por este precioso libro de Santos Domínguez quien establece algunos diálogos como el siguiente: “Y tú, Livio, te quedas/en el aire sin plomo de las constelaciones/y en los mares sin muertos de las cartografías”. Lo demás es sólo inspiración, trabajo, detenimiento, buen hacer poético.

En la Revista Extremeña de Ciencias Sociales "ALMENARA" nº 10. 2018,
Asociación de Ciencias Sociales de Extremadura (ACISE)

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