24 junio 2019

Versiones de Bashō



Día indeciso: 
¿llega la primavera 
o se va el año? 

Ese haiku es el más antiguo de los poemas del poeta japonés Matsuo Bashō. Lo compuso el 7 de febrero de 1663 y con él se abre la amplísima selección de su poesía que ha preparado y traducido el poeta cubano Ernesto Hernández Busto en el volumen Hoguera y abanico que publica Pre-Textos

Una espléndida antología, la más amplia que se ha publicado en español de la obra de Bashō, con casi trescientos haikus. Este es el último, que según la tradición dictó el poeta convaleciente a Donshū, en presencia de sus discípulos, cuatro días antes de su muerte: 

De viaje, enfermo, 
vagan todos mis sueños 
por los eriales. 

La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en unos versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más estilizadas de la poesía universal.

Poco importa ante estos textos saber que Basho vivió en el XVII, porque parece un contemporáneo en su ironía autocrítica o en la contemplación de la naturaleza. Más allá del artificio poético, lo importante, lo que queda para siempre de estos haikus es la hondura lírica de su expresión ligera, la soledad en la percepción aguda del mundo, que en ellos se sigue oyendo el ladrido de un perro en la noche lluviosa y el ruiseñor sigue cantando en un sauce dormido en una fiesta en la que se unen los sentimientos y las sensaciones para crear una poesía imperecedera.

Matsuo Bashō es el poeta japonés más traducido al español. Y en esta antología se resume su mundo vital y literario: la niebla del sueño y un jardín abandonado, la primera nieve sobre las hojas del narciso y el rocío sobre el trébol, la luna sobre las ramas con gotas de lluvia, la fragancia de un árbol desconocido en flor, los pájaros que vuelan hacia islas remotas sobre la bruma del otoño, la naturaleza agitada a veces por las tormentas o los tifones, el viento que se esconde entre los bambúes, el canto de cuclillo al amanecer y la luna brillando sobre los cerezos. 

O esta abarcadora sinestesia en la que el relámpago encadena la sombra y el grito de una garza: 

Como un relámpago 
el grito de una garza 
Cruza las sombras. 

Bashō concibió la escritura no sólo como un reflejo de la experiencia, sino como un intenso ejercicio espiritual enmarcado en la práctica meditativa del budismo zen y apoyado en una mirada interior que busca el sentido de las cosas y asume su sinsentido. Y el resultado es una poesía que habla de la vida y lee en el paisaje los presagios de la muerte con la mirada errante de un flâneur premoderno y oriental, de un viajero que se autodefine como “el que viaja sin dirección.”

Con estas palabras resume Ernesto Hernández Busto su trabajo como antólogo y traductor:

“En cierto momento, me atreví a hacer mis propias versiones japonesas [...] La idea fue siempre que esas versiones funcionaran como poemas en español, que el resultado final siguiera siendo poesía. Por esa razón, he preferido conectarme con la tradición de poetas que traducen a poetas: por mucho que algunas versiones de Octavio Paz, Jose Emilio Pacheco, Robert Hass, Paulo Leminski, Augusto de Campos, Cid Corman, Gary Snyder, Sam Hamill o David Young nos parezcan imprecisas o incompletas, siempre hay siempre en ellas algo de fulgor, de tensión verbal. 

Mi proyecto me obligaba, por supuesto, a escoger cuidadosamente los poemas a traducir. No todos los poemas, ni siquiera todos los buenos poemas de Bashō, admiten una traducción que preserve aunque sea parcialmente su encanto poético. Así que el primer reto fue establecer un corpus lo bastante abundante para ser representativo, y lo bastante acotado para que el trabajo de las versiones conservara la calidad poética indispensable y no traicionara las complejidades del original. He leído varias veces la obra completa de Bashō, y aún hoy tengo dudas sobre mi selección. Pero el resultado de estos cuatro años de trabajo obsesivo ya es, al menos, su antología más amplia en nuestra lengua, sin renunciar a criterios formales inseparables del género.”