26 julio 2019

Un hombre común


Hay hombres para quienes la guerra, o incluso el asesinato, son una solución, pero yo no soy de ésos; para mí, como para la mayoría de las personas, la guerra y el asesinato son una pregunta, una pregunta sin respuesta, porque cuando alguien grita en la oscuridad, nadie contesta. Y una cosa trae la otra: empecé sirviendo; luego, por la presión de los acontecimientos, acabé por salirme de ese marco; pero todo esto va unido, unido de forma estrecha e íntima: es imposible decir que, si no hubiera habido guerra, yo habría llegado de todas formas a extremos así. A lo mejor habría sucedido; pero a lo mejor no; a lo mejor habría dado con otra solución. No se puede saber. Eckhart escribió: Un ángel en el Infierno vuela en su propia nubecita de Paraíso. Siempre entendí que lo contrario también debía de ser cierto, que un demonio en el Paraíso volaría dentro de su propia nubecita de Infierno. Pero no creo ser un demonio. Para lo que hice, siempre hubo razones, buenas o malas, no lo sé; en cualquier caso, razones humanas. Los que matan son hombres, como también lo son los muertos; eso es lo terrible. Nunca podemos decir: no mataré nunca, es imposible; como mucho, podemos decir: espero no matar. Yo también lo esperaba; yo también quería vivir una vida buena y provechosa; ser un hombre entre los hombres, igual a los demás; yo también quería poner mi piedra en la obra común.

 Jonathan Littell. 
Las benévolas. 
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. 
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.