19 octubre 2019

Paseo de invierno en Finlandia


De “la continuidad del viaje hacia dentro, hacia el silencio, hacia la luz” habla María Jesús Silva en la breve nota sobre los nueve cuadros de Antonio Alcázar que acompañan los versos de su Paseo de invierno en Finlandia, que publica El sastre de Apollinaire con un prólogo en el que Juan Carlos Mestre explica que “Finlandia, más que un país, más que un espacio, más que una sombra de blancura en el réquiem del mundo, se metamorfosea, -en la obra plástica de Antonio Alcázar- en asamblea de visiones puras, icebergs desgajados de una misma unidad semántica, hitos, cráteres, cráteras para el agua del olvido y el vino de lo solar, pastizales bajo la nieve donde retallece la conciencia de lo sumergido, el clamor de lo silenciado; y esa huella, dual, equivalente, intensamente refractaria, pero también íntima, que es la poesía, la palabra pintada y la pintura dicha enfrentadas al desafío último del gran estruendo de lo desconocido: la voz sin boca de la luz, el silencio, el frío, hebras del cielo, magma del cielo y atlas de las nubes, un mismo territorio para el árbol blanco del pájaro solitario, de la conmovedora poeta que es María Jesús Silva bajo la gran espiral del universo.”

En ese viaje la palabra poética y la obra plástica se acompasan en un paseo de invierno desde el fuego inaugural del principio para evocar un viaje desde el amor a la soledad, un descenso hacia el silencio entre las noches blancas y la polifonía interior de la penumbra y la luz, hacia las destrucciones en las que se conjuran el fuego y el hielo, “la blanca noche / del lobo / el olor de la sangre / la luz de las tinieblas”

Un viaje por el dolor de las cicatrices y la soledad en la noche del mundo, “hacia la soledad de la indiferencia donde el frío invade, paraliza, opaca y destruye”, hasta ese Réquiem doble con el que se cierra el libro: el del cuadro de Antonio Alcázar y el del texto de María Jesús Silva:




Puede que este fuera el paseo equivocado. puede que este viaje no haya existido. dónde está el límite entre el exterior y el interior. la escarcha lívida de aquello que no fuimos nos redime hasta hacernos resbalar sobre barro helado. estremecidos perdemos fuerza. apretadas las manos en el puño las mordemos con los dientes rotos bajo el invierno de Finlandia. destrozados los labios sentimos el deseo morir: el frío vasto del paso final.