10 diciembre 2019

Harmonium



El hombre de nieve

Uno debe tener una mente de invierno
Para observar el hielo y los ramajes
De los pinos cubiertos por la nieve;

Y haber sentido frío un largo tiempo
Para mirar enebros tan helados,
Y las piceas ásperas en el distante brillo

Del sol de enero; y no pensar
En ninguna miseria cuando el viento así sopla,
En el sonido de unas pocas hojas,

Que es el sonido de una tierra
Llena del mismo viento
Que está soplando en el lugar desnudo

Para el hombre que escucha en la nevada,
Y, nada él mismo, contempla
Nada que no esté ahí y la nada que está.

Es uno de los poemas de Harmonium, el primer libro de Wallace Stevens, que publica en una magnífica edición bilingüe Reino de Cordelia, con traducción de José Luis Rey, que define a Stevens como “un místico de la estética, un esteticista trascendente que ha hecho de la poesía su religión y su fe” en el prólogo que comienza con estas palabras:

“Bienvenidos al reino de la imaginación. Wallace Stevens (1879-1955) es un poeta, si no el poeta, central en el canon de la poesía anglosajona del siglo XX. Harmonium, publicado en 1923 (con añadido posterior de algunos poemas) es su primer libro. Tenemos, pues, a un poeta que debuta tardíamente (con 44 años), pero de una forma rotunda y originalísima.” 

Era ya un hombre maduro cuando publicó ese primer libro, que lo revelaba como dueño de un mundo poético propio y una voz lírica personal que había ido construyendo durante los años en los que mantuvo inéditos sus tanteos poéticos. 

Porque en Harmonium se percibe ya el tono característico de su poesía, construida desde una mirada que está contenida en la alusión musical del título y en poemas memorables como Domingo por la mañana, un texto central no sólo de este libro, sino de toda su poesía, cuyas ocho secciones son una celebración de la plenitud de la vida y de la fusión con la naturaleza. 

Así termina la primera parte:

El día es agua extensa, muy silenciosamente, 
Calmada para el paso de sus pies soñadores 
Más allá de los mares, hacia una callada Palestina, 
El reino de la sangre y de la tumba.

La armonía del mundo que refleja este poema en el que la muerte es la madre de la belleza se revela como uno de los signos característicos de la poesía de Wallace Stevens. Y como en el resto de su obra, compleja y cautivadora, el poeta se convierte ya en ese texto, por decirlo con las palabras que le dedicó Harold Bloom, en “un sacerdote no de lo invisible sino de eso visible que él se afana por hacer un poco más difícil de ver.”

“La negación de la trascendencia espiritual que vemos en el poema Domingo por la mañana -escribe José Luis Rey- no supone una anulación del logro inmenso de un poeta: hacer que la obra sí trascienda. Si la poesía moderna se caracteriza por la conciencia de exilio que tiene el sujeto poético respecto al texto, en el cual no puede sobrevivir (y esto es lo que demostró Mallarmé), Stevens cree con toda su fuerza en el poema como único paraíso posible.”