22 febrero 2020

Memoria y palabra de Pedro Sevilla




“Desde el ridículo ateísmo a la trascendencia, he escrito mi autobiografía, que es la de todos, y resulta que ahora [...] me canso de introspecciones, de mi propia biografía, y quiero cantar el mundo sin mí, cantar a la luz o a la lluvia, o a la alta cigüeña que ama y cría en la torre barroca, o a la mata de poleo que nos guía con su olor. 
Y aquí están estos más de treinta años de poesía que hablan de ustedes, de nosotros, de nuestras dudas e interrogaciones. Y que hablan, sobre todo, del tiempo que nos transita, donde podrán mirar, mirarse, al interior del alma, 'para que nos entiendan y nos entendamos', escribe Pedro Sevilla en la Poética que ha escrito como pórtico de Para cuando volvamos, el volumen que recoge su poesía completa entre 1992 y 2018 en la colección Calle del Aire de Renacimiento.

Poesía interrogativa y afirmativa, escrita con el temblor de la autenticidad, con el cálido peso de lo vivido en el ámbito cercano de lo familiar, lo doméstico y lo local, un ámbito tan cercano como el tono de esta poesía, escrita con unas pocas palabras verdaderas, por decirlo en términos machadianos, para anular los estragos del tiempo, “para eludir el angustioso túnel de la vida.”

Una poesía de tono confesional y meditativo, con un fondo elegíaco traspasado por el amor, la muerte y la memoria, los tres componentes de un triángulo temático que se resume en el quevedesco título de su último libro, Serán ceniza (2016), al que pertenece este espléndido Aún hay sol en las bardas: 

Tras un cruel verano de agujas y de fiebre, 
preso en la estrecha cárcel del dolor, 
huyendo de la muerte entre sábanas blancas, 
y ángeles blancos y anestesias blancas, 

qué bello es regresar 
cuando inicia septiembre su colección de oros, 
y emocionarse con las cosas que juntas son la vida: 

el grávido planeta de un tomate que huele 
a huerta fresca y tiempo; 
el fulgor de este sol que aún nos hiere 
o la cebolla que alguien 
está friendo ahora en la cocina 
y cruje perfumando de honradez nuestra casa.

Y bello, sobre todo, emocionarse con tus manos,
únicos pájaros 
que he podido mirar este verano 
y que ahora me enjugan 
estas felices lágrimas del rostro.




Del doloroso episodio autobiográfico que evocan estos versos escribe también Pedro Sevilla en las prosas recordatorias de El amor es ahora, que publica en Jerez Libros Canto y Cuento, "un regreso a la fuente y la muerte" para "desenterrar a los muertos con el azadón embotado y torpe de las palabras", un memorial centrado en la figura de la madre y atravesado por el tiempo, por la enfermedad y la noticia blanca de la muerte, por la bajada a "los infiernos verdes de un quirófano", pero también por la esperanza y la afirmación emocionada de la vida, el amor y la escritura como instrumentos de salvación del olvido y de sus destrucciones.

Igual que en su poesía, iluminada siempre por la luz del corazón, la cercanía cordial, y el trato cuidadoso con las palabras. Lo resumen estas estrofas finales de Iglesia de San Francisco:

 Y esa ha sido tu vida, no entender 
nada si no te entraba directo al corazón, 
si no te estremecían cuerpo y alma 
la belleza y su claro aturdimiento. 

En especial la luz, su prodigio amarillo 
que te quitaba el miedo cuando niño 
y que ahora te alumbra otros miedos peores.