09 abril 2020

El Evangelio según Pasolini





Una noche de octubre de 1962 Pier Paolo Pasolini leyó el Evangelio según San Mateo, el más terrenal y cercano de los cuatro evangelistas, en un convento de Asís. La conmoción emocional de aquella lectura ("un trauma, una iluminación repentina", diría después) fue el motor de la película que rodó en la primavera y el verano de 1964 con actores no profesionales, entre ellos su madre, Susanna Pasolini, que encarna a la virgen anciana, el filósofo Giorgio Agamben con poco más de 20 años, como el apóstol Felipe, o el español Enrique Irazoki en el papel de Cristo, que Pasolini había ofrecido antes al poeta ruso Evtuchenko.

Una obra coral, la tercera de las suyas, filmada en Matera y Potenza, dos lugares de la Basilicata, en Calabria, en Viterbo y en el Etna, casi una representación popular con un vestuario inspirado en la pintura del Quattrocento, sobre todo de Giotto, Masaccio y Piero della Francesca, con unos rostros que parecen salidos de Caravaggio y la banda sonora de la música solemne de Bach y Mozart, de la Misa Luba congoleña y los espirituales negros americanos.

Rodada en un limpísimo y luminoso blanco y negro que alcanza aquí uno de los niveles de plasticidad más altos de toda la historia del cine en la matanza de los inocentes, en el Sermón de la Montaña o en las escenas de la crucifixión, de esta película decía Pasolini en una entrevista publicada en 1970 en Cahiers de Cinema:

Es difícil para un occidental no ser cristianizado, a falta de ser cristiano creyente. Con más motivo si es italiano. Quisiera evitar decir banalmente que soy -culturalmente- cristiano. [...] He hecho un film donde se expone a través de un personaje toda mi nostalgia de lo mítico, lo épico y lo sagrado.

Sobre ese Cristo humano, afable y frágil de Pasolini escribió Muñoz Molina: “El Cristo de Pasolini se parece mucho al de las palabras de San Mateo: al que no se parece nada es al de la tradición del cine religioso, que es tan antigua como la del cine del oeste o el de romanos, y que con tanta frecuencia se confundió con este último. Posiblemente ninguna historia ha sido contada tantas veces en tantas películas, pero Pasolini logra, desde la primera imagen, que la pasión de Cristo parezca nueva, y a la vez tan antigua, tan primitiva y áspera, tan poco confortadora, como les debió de parecer a quienes la escucharon en las voces de los primeros discípulos, de los testigos presenciales de los hechos de una vida a la que los siglos y las iconografías se han cargado de simbolismos intraspasables. En rigor, el Jesús de Pasolini no sabe que es Jesucristo, no puede imaginar no ya su filiación divina, sino la posteridad inmensa que se acumula sobre su débil figura.”

Y sobre esa posición de Pasolini ante el protagonista del Evangelio, Miguel Marías habló de “la sincera perplejidad del autor ante los hechos -tal vez legendarios- que cuenta, deseando creer y sin poder evitar la vacilación de la duda racional.”