Mañana del Nazareno
Tremolando está el pueblo en la mañana.
Viernes Santos. Las doce. Por mi frente
vuelo de primavera en las campanas.
Mi madre con su velo, como siempre.
En la inmensa blancura, preparada
hoy más, porque es celebración, se siente
un rumor de palomas. Las ventanas
tienen mensaje de azahar frecuente.
Yo niño, yo asombrado, yo con alas,
yo con la cinta de mi río enfrente,
desde esta habitación, donde me llama
la pureza de entonces, soy inocente
una vez más, otra vez me proclama
la emoción recordando. Y va la gente
de mi pueblo rezando la Semana
Santa porque una vez al año debe
creerse en Dios, aunque sea por las ramas
-¿también Dios en España es diferente?-,
porque lo ha dicho alguien, sí. Mariguana
de aquellos pocos años, detergente
el cónclave de una opresión tirana,
adormidera para aquellas mentes
simples y tiernas.
Mas sobre la cama
me voy poniendo triste, de repente,
solo, si veo sobre mi mirada
cuanto ocurría allí en aquel Viernes:
pobres, vestidos pobres, repintadas
muchachas de los campos, penitentes
a fuerza de ahorrar de sus desgracias,
gente de poco pan, sudor de muerte
esperando la luz...¿Quién inventaba
luz en la sombra, sol en donde llueve?
¿Quién el gozo ponía donde lágrimas,
quién en la sed aquel rumor de fuente?
Y poco a poco el corazón me estalla
-¿Andalucía, corazón, quién miente,
quién te niega y corroe, quién te castra?-
mientras Jesús la bendición da al puente.
Es uno de los 25 poemas de Antonio Hernández que recoge la colección que con ese título dirige en Málaga Juvenal Soto. Lo publican la Fundación Málaga y la Fundación El Pimpi y va precedido de unas Notas para una poética donde el autor reivindica la memoria -así en ese poema- como uno de los ejes de su escritura:
De una manera o de otra, y como dice el refrán, la memoria de la niñez dura hasta la vejez. Y ahí es el corazón el que manda.
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