28 junio 2022

Un libro que es todos los libros

 




‘Un libro que es todos los libros.’ Así titula Eduardo Lago una de las secciones de su introducción a Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el Ulises, que publica Galaxia Gutenberg.

Una guía de lectura del Ulises, un manual de instrucciones para entender ese impresionante artefacto literario, una carta de navegación para adentrarse en el mar proceloso de la novela de Joyce… Todo eso y algo más es este ensayo diseñado por la mano de Eduardo Lago, que a su condición de crítico experto en literatura inglesa y norteamericana une la de novelista.

La estructura del libro reproduce en sus tres partes (‘Telemaquiada’, ‘Andanzas de Odiseo’, ‘Nostos o El regreso de Ítaca’) y en sus dieciocho capítulos el esquema que el propio Joyce dejó trazado en los esquemas Linati y Gilbert-Gorman acerca de la hora, el lugar, el órgano, el arte o disciplina, el color, el símbolo, la técnica y las correspondencias de cada uno de los dieciocho capítulos de la novela.

Así lo explica Eduardo Lago en la nota previa: “En cuanto al esquema que aparece al principio de cada capítulo, indicando su configuración interna, es una síntesis simplificada de dos mapas de la novela elaborados por Joyce, conocidos respectivamente como esquema Linati y esquema Gilbert-Gorman (nombres de los especialistas, críticos o traductores a los que iban dirigidos). Joyce los tuvo presentes al escribir la novela, lo cual les confiere un considerable valor simbólico, además de que pueden proporcionar un punto de apoyo a la lectura. Por lo que se refiere a los títulos homéricos de los capítulos, aunque técnicamente no son parte de la novela, en realidad forman parte de su fondo psicológico y su armazón conceptual. Son muy pocas las ediciones que prescinden de ellos.”

Porque Joyce diseñó estructuralmente la novela como una parodia de la Odisea, siguiendo minuciosamente los episodios homéricos en relación con los vagabundeos de Stephen Dedalus y Leopold Bloom entre las ocho de la mañana y las dos de la madrugada del 16 de junio de 1904 -el Bloomsday-, desde la Torre Martello al número 7 de Eccles Street, donde una Molly Bloom desvelada deja discurrir en libertad el asombroso y potente monólogo que cierra el libro.

Eduardo Lago, que conoce los itinerarios laberínticos del Ulises por haberlos transitado reiteradamente desde hace medio siglo, los comparte con la aportación de las claves narrativas de una una obra monumental que entre la escena inicial en la torre y el desbordante monólogo final de Molly Bloom (cincuenta páginas de un torrente de conciencia sin signos de puntuación) incorpora la tradición clásica y la popular y las funde metabolizadas en multitud de citas y guiños literarios y explora la complicada realidad histórica, cultural y social de Irlanda, la religión y la literatura inglesa, la crítica sobre Shakespeare, la música y la mitología, la astronomía y las flores, la cartomancia y la astrología en un portentoso edificio literario de una altura pocas veces lograda en la historia de la literatura.

Y escribe en su espléndida introducción ‘El manto de Penélope’, que entre otros materiales contiene una evocación de la figura de Joyce:

 Hay libros en los que cabe la totalidad de la experiencia humana, libros cuya lectura nos explica lo que somos, libros en los que caben todos los libros, el resto de los libros, los que están ya escritos y los que están por escribir, libros que cuando se cruzan en nuestro camino cambian el curso de nuestra vida. […] 
Joyce plantea a quien se acerca a su libro un desafío que entraña un altísimo nivel de exigencia ética y estética. Hay muchas formas de relacionarse con él. El Ulises pertenece a una singular categoría: la de los libros que expulsan al lector de sus dominios, que incluso no permiten su entrada, debido a su dificultad.[…]
Al escribir este prólogo me pregunto cuál será la relación de quien lo esté leyendo con la novela de Joyce. Doy por hecho que una gran mayoría está convencida de que el Ulises es una obra maestra de la literatura universal, un libro sin cuya lectura nuestra formación literaria es incompleta. Otros, quizá también bastante numerosos, en algún momento habrán empezado a leer el libro con la mejor de las intenciones, viéndose obligados a desistir del empeño, dejándolo para mejor ocasión, aunque probablemente esta no llegará jamás. Me consta, por fin, que hay mucha gente que ha leído y disfrutado el libro sin mayor razón que haberse cruzado por casualidad con él. Es lo que me ocurrió a mí cuando tenía diecisiete años.