Páginas

29 julio 2022

Stendhal. Paseos por Roma




 10 de agosto de 1827

Habiendo salido de casa esta mañana para ver un monumento célebre, nos detuvo en el camino una bella ruina, y luego la vista de un bonito palacio, al que subimos. Acabamos por errar casi a la ventura. Hemos saboreado la felicidad de estar en Roma con toda libertad y sin pensar en el deber de ver.
El calor es extremado; subimos en coche muy de mañana; a eso de las diez, nos refugiamos en alguna iglesia, donde encontramos fresco y oscuridad. Sentados en silencio en algún banco de madera con respaldo, con la cabeza atrás y apoyada en el mismo, nuestra alma parece desprenderse de todas sus ataduras terrestres, como para ver lo bello frente a frente. Hoy nos refugiamos en Sant’Andrea della Valle, frente a los frescos del Domenichino; ayer fue en Santa Prassede.

17 de noviembre de 1827

He visto a romanos pasar horas enteras en muda admiración, apoyados en una ventana de la Villa Lante, frente al monte Gianicolo. A lo lejos se divisan las bellas figuras formadas por el Palacio de Monte Cavallo, el Capitolio, la Torre de Nerón, el monte Pincio y la Academia de Francia, y bajo los ojos, al pie de la colina, se domina el Palacio Farnesio. Jamás las casas de Londres y París juntas, aunque estuviesen adornadas con una elegancia cien veces mayor, darán la menor idea de esto. En Roma, hasta una simple cochera suele ser monumental.
No es en las colinas donde se construyó la calle del Corso y la Roma actualmente habitada, sino en el llano, junto al Tíber y al pie de los montes. La Roma moderna ocupa el Campo de Marte de los antiguos; aquí venían Catón y César a hacer los ejercicios gimnásticos necesarios al general lo mismo que al soldado antes de la invención de la pólvora. […]
La Roma habitada termina al sur en el monte Capitolino y la roca Tarpeya, al oeste, en el Tíber, pasado el cual no hay más que algunas malas calles, y al este, en los montes Pincio y Quirinal. Las tres cuartas partes de Roma al este y al sur, el monte Viminal, el monte Esquilino, el monte Celio, el Aventino, son solitarias y silenciosas. Reina en ellas la fiebre y se cultiva la vid. En medio de este vasto silencio se encuentra la mayor parte de los monumentos que va a buscar la curiosidad del viajero.


Stendhal.
Paseos por Roma.
Traducción de Consuelo Berges.
Alianza Editorial. Madrid, 2015.