05 diciembre 2022

El Proust de Barthes




“Sin duda, la obra de Proust tiene una relación inmediata con el género biográfico, ya que esta obra única, esta suma, es el relato de una vida que va de la infancia a la escritura, de modo que Marcel y su narrador son como esos héroes de la Antigüedad, que Plutarco emparejó en sus Vidas paralelas. Aquí tenemos una primera paradoja, decepcionante a fin de cuentas: tomadas en su extensión (y no en su sustancia), las vidas paralelas de Proust y de su narrador solo coinciden en unos pocos puntos; lo que uno y otro tienen en común es una serie muy elemental de hechos, o más bien de articulaciones: un largo periodo de vida social intensa, un duelo muy marcado (madre o abuela), una reclusión involuntaria (en una casa de reposo), una secesión voluntaria (en la habitación de corcho) destinada a la elaboración de la obra”, escribía Roland Barthes en ‘Las vidas paralelas’, un artículo de 1966 con el que se abre el volumen Marcel Proust. Miscelánea, que publica Paidós con traducción de Alicia Martorell Linares.

Barthes murió en 1980, atropellado por una furgoneta de reparto cuando iba a revisar los últimos detalles del proyector para un curso sobre Proust y la fotografía en el Collège de France. Cuando ocurrió aquella muerte inesperada, el insigne semiólogo no había reunido en un volumen sus escritos sobre Proust, su escritor preferido y sobre el que impartió varios cursos que iluminaban “una obra de la que no he escrito prácticamente nunca, pero que quizá sea la que más he leído y releído” según confesaba él mismo.

En 2020 Éditions du Seuil recopiló sus artículos sobre Proust, junto con muchos materiales inéditos -apuntes para cursos y conferencias, notas de clase, fichas-, en una magnífica edición recopilada y anotada por Bernard Comment que incorpora también abundantes fotografías de la familia de Proust y de las personas reales que sirvieron de modelo a los personajes de En busca del tiempo perdido.

Barthes publicó en vida, entre 1966 y 1979, cinco artículos sobre Proust, de los que dice Bernard Comment en el prólogo donde expone la sostenida e intensa relación entre Barthes y la literatura de Proust que “todos son textos seminales, llenos de ideas y de preguntas estimulantes; en total unas cuarenta páginas, es decir, nada si pensamos en la formidable contribución de Barthes a la renovación de la lectura de Proust y a su inscripción en la modernidad.”

De esa contribución de Barthes a la iluminación de En busca del tiempo perdido dan testimonio todos estos materiales heterogéneos pero muy valiosos a pesar de su diverso grado de elaboración, porque abren vías de estudio del inagotable y enigmático universo proustiano.

Además de artículos como ‘Las vidas paralelas’ y ‘Proust y los nombres’ o la transcripción de tres programas -‘Un hombre, una ciudad: Marcel Proust’- sobre los lugares de la memoria proustiana con Jean Montalbetti para France Culture, se recogen aquí el texto de una magnífica conferencia que Barthes pronunció en 1978 -‘Durante mucho tiempo, me acosté temprano’-, los apuntes para un curso impartido en Rabat en 1970 y los fragmentos del curso ‘La preparación de la novela.’

Barthes aborda en estos textos las claves de la poética proustiana: el hallazgo crucial de una tonalidad narrativa y un punto de vista como motor narrativo y génesis del ciclo, los espacios de la novela, la importancia de la memoria y de la invención, la forma de componer a partir de fragmentos o el método de escritura en capas y bloques, que explica el hecho determinante de que Proust escribiera el capítulo final del ciclo nada más terminar el primero.

“No creo -escribía en el artículo ‘Está cuajando’ en 1979- que haya que buscar un aspecto determinante en la biografía. Es cierto que los acontecimientos privados pueden tener una influencia decisiva sobre una obra, pero esta influencia es compleja, se ejerce con retardo. No cabe duda de que la muerte de la madre es, en cierta forma, el hecho seminal de En busca del tiempo perdido, pero la obra no se puso en marcha hasta cuatro años después de esa muerte. Creo más bien en un descubrimiento de orden creativo: Proust encontró un medio, quizá puramente técnico, para que la obra se “sostuviera”, para “facilitar” su escritura (en el sentido operativo de la palabra, como cuando hablamos de “facilitadores”).

La deslumbrante sección ‘Proust y la fotografía. Examen de un fondo de archivos fotográficos poco conocido’, para el citado Seminario del Collège de France en 1980, ofrece un magnífico álbum fotográfico que contiene imágenes como esta de 1883 de Lydie Aubernon de Nerville, en quien se inspiró Proust para su Mme. Verdurin:




O estas de Montesquiou, modelo para su barón Charlus:




“El objetivo del seminario -decía Barthes en sus notas- no es intelectual: sólo se trata de (para ustedes) intoxicarse con un mundo, como yo lo estoy con estas fotos, y como Proust lo estuvo con sus originales.”

Al pie de esas fotografías Barthes introduce una abundante información sobre el personaje y comentarios irónicos como este sobre Mme.Verdurin: “Esta mujer que había hablado tanto, que daba tanta importancia a la conversación, murió de cáncer de lengua.”

O este sobre Montesquiou: “Tiene algo de Dalí. Todo se repite.”

Aquel proyecto quedó frustrado por las circunstancias que explica Bernard Comment en la introducción de este capítulo: “Roland Barthes fue atropellado por una camioneta el 25 de febrero de 1980, cuando se dirigía a comprobar la correcta instalación del proyector en la sala del Collège de France, por lo que fue trasladado al hospital de la Salpêtrière, donde falleció un mes más tarde de lo que llamaban entonces complicaciones pulmonares. Ninguna sesión de ese seminario tuvo lugar ni tampoco fueron pronunciadas las palabras de introducción aquí publicadas bajo la forma de notas escritas. Por lo tanto, no hubo seminario alguno y las palabras de introducción que ahora publicamos en forma de notas, nunca se pronunciaron.”

Cierra el volumen una selección de ciento ochenta y cuatro fichas -algunas en reproducción facsimilar- del amplio fichero que Roland Barthes dedicó a Proust y a su ciclo novelístico, sobre el que anotó: “ni autor ni personaje, solo escritura.”