12 noviembre 2025

Una Historia a través del Patrimonio

 




Un turista inglés sorprendido por Doré mientras arranca un azulejo en la Alhambra, 
una ilustración del Voyage en Espagne de Charles Davillier.


El asombroso Transparente de la catedral de Toledo como ejemplo de transformaciones del patrimonio artístico con la rotura parcial de los muros góticos de la girola construida en el siglo xııı. La exuberante obra barroca del Transparente se remató cinco siglos después, en 1732.



El patio renacentista del Palacio de Vélez Blanco, que acabó en el Metropolitan Museum de Nueva York tras pasar por Marsella y París después de que el duque de Medina Sidonia lo vendiera a un anticuario francés en 1904 por 80.000 pesetas.

Son algunas imágenes del monumental España monumental, de Eduardo Manzano Moreno, que publica Crítica en una espléndida edición rematada con una amplia bibliografía  que tiene como punto de partida una profunda reflexión sobre el patrimonio histórico y artístico de España, representado por los cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco que aparecen en este mapa:


Imágenes que ilustran el primero de los diez capítulos en los que se organiza la obra, una reflexión preliminar sobre el patrimonio histórico en la que Eduardo Manzano reivindica su papel de herramienta al servicio de la ciudadanía para crear la conciencia del patrimonio como presente material del pasado, porque “el patrimonio histórico no puede reducirse a una simple secuencia de estilos y gustos artísticos, sino que permite una interpretación del pasado tan coherente como la que se obtiene con crónicas y documentos.” 

“Hace pocos años -recuerda Eduardo Manzano- los dueños de un bar del centro de Sevilla decidieron reformarlo. Cuando los albañiles comenzaron a picar el falso techo que cubría el local, se encontraron con las bóvedas intactas de lo que en pleno siglo XII había sido un baño almohade de época andalusí decorado con pinturas también perfectamente preservadas. La reforma continuó adelante bajo supervisión de los arqueólogos e integró muy bien el hammām medieval en el bar contemporáneo. Impresiona mucho, y da también que pensar que hoy uno pueda tomarse una cerveza bajo los mismos muros que hace ochocientos años servían para que los musulmanes sevillanos se dieran un baño antes de ir a la mezquita, hoy convertida en catedral, situada a escasos metros de allí.”

Y por eso, porque el patrimonio histórico es el presente material del pasado, además de advertir de los peligros de expolios o desapariciones como los del siglo XIX y principios del XX, “hoy más que nunca, es preciso volver a reivindicar su misión como herramienta al servicio de la ciudadanía que ayuda a forjar una conciencia del pasado. Si seguimos aceptando que el patrimonio histórico sea la expresión de la identidad de algunos, la gallina de los huevos de oro de otros, o un parque temático abierto a los caprichos del turismo efímero inevitablemente acabará degradándose de forma irreversible. Y habrá sido nuestra responsabilidad el no haber alertado sobre ello.”

Y tras ese planteamiento previo, España monumental ofrece un admirable recorrido ilustrado por esos cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial por la Unesco a lo largo de capítulos como Fósiles, representaciones rupestres y megalitos, Los restos del Imperio, Al-Andalus y el Reino de Asturias, La expansión monumental de la Edad Media, La huella de al-Andalus, El alumbramiento de un imperio, Auge y declive del imperio español o El patrimonio de la burguesía.

Cuarenta y seis lugares que atraviesan tiempos y espacios que permiten trazar Una Historia a través del Patrimonio, como anuncia el subtítulo: desde Atapuerca o las cuevas de Altamira hasta las obras de Gaudí, pasando por monumentos de la Hispania romana, la mezquita de Córdoba, el conjunto arqueológico califal  de Medina Azahara, los Monasterios de Poblet y Guadalupe, Compostela y las Ciudades Viejas de Ávila, Salamanca, Toledo o Cáceres, los conjuntos renacentistas de Úbeda y Baeza, el Monasterio y Sitio de El Escorial, el paisaje cultural de Aranjuez, el Palau de la Música Catalana o los Paseos del Prado y el Retiro como paisaje de las artes y las ciencias. O monumentos multiculturales como la Giralda (“en la que se dan cita el pasado romano, el al-Andalus almohade y la España de la Contrarreforma”) y lugares como Cuenca, con testimonios de los distintos periodos históricos que permiten convocar “toda la historia de España en un solo lugar”, como indica el título del último capítulo, dedicado a la ciudad manchega. Porque -afirma Eduardo Manzano- “sin salir de esta ciudad y de su comarca, se puede hacer un recorrido por todas las etapas cronológicas de la historia de España, retratando así un pasado tan cambiante y diverso como trágico en muchos momentos.”

A través de esos lugares se organiza el entramado de un relato histórico que aborda las construcciones megalíticas, las ciudades y la romanización de Hispania, la hegemonía y el fracaso del califato omeya de Córdoba, el mundo de los monasterios, la diversidad medieval, la expansión cristiana y el culto de Santiago, la Sevilla almohade y la Granada nazarí, las torres mudéjares aragonesas, los proyectos y las realidades imperiales, la ruinas, las guerras y los hundimientos. 

“Una historia de España que, en lugar de utilizar como hilo conductor a la nación, enhebre el pasado a través de la etiqueta de Patrimonio Mundial de la Unesco es una forma de acudir a la globalidad para sacudirnos tanta historia identitaria como la que hemos venido padeciendo en los últimos tiempos. En esta obra, hablaremos de restos cuyo aprecio universal los convierte en referencia mundial, lo que es también una forma de abrir la historia de este país a unos marcos globales. Los 46 lugares que conoceremos en este libro son tan excepcionales como la propia historia que contienen y constituyen la punta del iceberg de la singularidad patrimonial de la España actual, en donde, junto a los incluidos en esa lista, existen infinidad de restos que, pese a no gozar del mismo reconocimiento, también encierran un valor histórico extraordinario”, afirma Eduardo Manzano.

Esta es la relación completa de esos lugares declarados Patrimonio Mundial en España:



Una relación que expresa la enorme diversidad de espacios, tiempos y culturas que constituyen lo más destacado del patrimonio histórico de España. Porque, como explica Eduardo Manzano, “el pasado de este país contiene una fascinante diversidad de culturas, lenguas, religiones e instituciones políticas que debería ser mejor conocida y valorada. Este complejo y paradójico panorama histórico ha sido, sin embargo, dejado a un lado por historiadores, publicistas y políticos convencidos de que sus propias creencias y valores son los únicos que han existido y prevalecido a lo largo del tiempo. En cambio, cuando se desescombra el pasado de los lugares comunes de unos, de las declaraciones grandilocuentes de otros, o de los agravios acumulados por los de más allá, lo que emerge es un mosaico histórico plural y diverso cuyo conocimiento permite afrontar mejor los retos del presente, pues ayudaría, en mi opinión, a desactivar muchas de las tensiones identitarias que en la actualidad padecemos.”


11 noviembre 2025

María Zambrano. La razón en la sombra

 


10 noviembre 2025

Las confusiones del cadete Törless

   



Inmerso en sus pensamientos, Törless salió solo a dar un paseo por el parque. Era alrededor del mediodía y el sol de finales de otoño proyectaba pálidos recuerdos sobre prados y senderos. Törless se tumbó boca arriba, parpadeando y soñando vagamente, entre las copas desnudas de dos árboles que se encontraban frente a él.
Pensó en Beineberg. ¡Qué extraña persona! Sus palabras eran como si salieran de un templo indio en ruinas, plagado de ídolos espeluznantes y mágicas serpientes en escondites profundos. Pero ¿qué iban a poder hacer a pleno día en un internado de la moderna Europa? Y sin embargo, esas palabras, después de haberse prolongado durante una eternidad, como un camino sin fin y una visión general en mil vueltas, de repente parecían haber alcanzado una meta tangible.
De repente se dio cuenta, y fue como si esto ocurriera por primera vez, de lo alto que estaba realmente el cielo.
Fue como un susto. Justo encima de él brillaba entre las nubes un pequeño agujero azul, indescriptiblemente profundo.
Le parecía como si tuviera que subir hasta allí con una larguísima escalera. Pero, cuanto más penetraba y ascendía con los ojos, tanto más profundamente se retiraba aquel suelo azul y brillante. Y era como si tuviera que alcanzarlo y detenerlo con la mirada. Este deseo se le volvía angustiosamente intenso.
Era como si su vista, prolongada hasta el límite, lanzara miradas como saetas entre las nubes y, cuanto más lejos apuntaba, más cortas se quedaban siempre.
Törless pensó en ello. Intentó permanecer lo más tranquilo y racional posible. «Por supuesto que no tiene fin», se dijo, «sigue y sigue, sigue y sigue, hasta el infinito». Mantuvo los ojos en el cielo mientras decía esto como si estuviera probando el poder de una palabra encantada. Pero sin éxito; las palabras no decían nada, o más bien decían algo completamente diferente, como si hablaran del mismo objeto, pero de un lado diferente, extraño, indiferente.

En la espléndida traducción que Miguel Ángel Vega Cernuda ha preparado para Cátedra Letras Universales, ese es un fragmento central de Las confusiones del cadete Törless, de Robert Musil, un clásico contemporáneo imprescindible por su monumental e inacabada El hombre sin atributos. 

 Las confusiones del cadete Törless fue la primera novela de Musil. La publicó a los 26 años, en 1906, y una perturbadora Bildungsroman, una  novela de formación de base autobiográfica sobre la entrada en la vida adulta de un taciturno escolar adolescente a través de su experiencia en un internado militar de Moravia,  en un rincón al este del Imperio austrohúngaro, en donde el propio Musil estuvo tres años.

Un establecimiento siniestro, un infierno de crueldad y sadismo que acaba sacando a flote la sensualidad pervertida y asesina del protagonista, el desengaño y la pérdida de las ilusiones, la pasividad ante las víctimas, la violencia y la degeneración del individuo, la desintegración del yo y la brutalidad de un trío de cabecillas acosadores, Beineberg, Reiting y el propio Törless, que tienen como víctima a Basini, torpe, afeminado y débil.

Hoy sigue siendo una novela dura. En su época fue además una novela escandalosa porque, frente a la corrección política y el silencio hipócrita, Musil proyectaba en ella, con el apoyo de la psicología experimental y el psicoanálisis, el crudísimo análisis social de un mundo caótico y autoritario..

A partir de las tribulaciones y confusiones del protagonista, del acoso y las vejaciones al débil, entre la afirmación personal, la homosexualidad adolescente, el poder, los abusos y la autodisolución de la identidad, la reflexión ética, confusa y asombrada, de un Törless desorientado tras la sucesión de episodios vividos en el internado resume el proceso de formación o deformación de un observador distante y frio como el propio Musil en su descubrimiento de la realidad:

En ese estado de ánimo se sentía feliz y hubo momentos en los que él lo añoraba.
Esto comenzó cuando se sintió capaz de volver a mirar a Basini con indiferencia y aguantar con una sonrisa el asco que le provocaban las cosas desagradables y rastreras de su conducta. Después fue consciente de que sucumbiría, pero a esto le dio un nuevo significado. Cuanto más feo e indigno era lo que Basini le ofrecía, mayor era el contraste con el sentimiento de delicadeza dolorosa que le seguía después.
Törless se retiraba a algún rincón desde el que pudiera observar sin ser visto. Cuando cerraba los ojos, surgía un impulso indefinido dentro de él, y cuando los abría, no encontraba nada con qué compararlo. Y, de repente, la imagen de Basini crecía y se apoderaba de todo. Pero pronto perdía todo su significado. Parecía no pertenecer a Törless ni referirse a Basini. Se veía totalmente rodeado de sensaciones como si fueran mujeres lascivas con túnicas cerradas y rostros enmascarados.
Törless no conocía ninguna por su nombre, no sabía lo que contenían; pero ahí era precisamente donde residía el embriagador poder de la tentación. Ya no se conocía a sí mismo; y fue precisamente a partir de ahí cuando su deseo creció hasta convertirse en un libertinaje salvaje y despectivo, como cuando de repente se apagan las luces en una fiesta galante y ya nadie sabe a quién arrastra al suelo para cubrirlo de besos.
  
Las confusiones del cadete Törless se desarrolla sobre un trasfondo filosófico y de reflexión moral de raíces kantianas. Hay que destacar que Musil se doctoró en Filosofía en 1908, solo dos años después de publicar la novela:

Y Törless no podía pensar sino en que los problemas de la filosofía habían sido finalmente resueltos por Kant y que la filosofía seguía siendo desde entonces una actividad inútil, del mismo modo que también creía que después de Schiller y Goethe ya no valía la pena escribir poesía.

Musil fue un autor atrabiliario del que Miguel Ángel Vega traza una breve prosopografía en la que resalta su compleja naturaleza intelectual y analítica, su actitud moralista y reflexiva, su temperamento posiblemente bipolar, su alternancia entre la depresión y la euforia.

Así resume su vida y su obra en la introducción de la estupenda edición de Las confusiones del cadete Törless: “El temperamento y las vicisitudes biográficas del autor (ingeniero, pedagogo, militar, periodista, crítico teatral, exiliado) no favorecieron su quehacer literario, que por lo demás estuvo mayormente centrado en la redacción de ese psicograma enciclopédico del «hombre sin atributos» de su tiempo: como Ulrich, el protagonista de la macronovela de ese título, Musil asistió a la decadencia del antiguo ordenamiento burgués; más tarde viviría la más salvaje guerra europea como oficial en el frente italiano y, tras unos años de ejercicio, por libre, de la creación literaria en Berlín y Viena, acabaría sus días, durante la apocalíptica II Guerra Mundial y tras un exilio voluntario en el oasis suizo, (mal)viviendo del ejercicio ocasional del periodismo y de la caridad pública y dedicado a la creación y al pulido de esa gran obra, al fin inconclusa, por la que se le respeta, se le estudia y que mayormente no se lee. Su obra es testimonio de un «vivir literario», de una actividad literaria que se pretende como terapia y se manifiesta más bien como manía. Como el de Kafka, el curriculum de Musil es una lucha por la vida que solo se expresa a través de la literatura.”

Miguel Ángel Vega inserta el Törless en el contexto de la «Jugendliteratur», literatura sobre jóvenes más que literatura para jóvenes, que había inaugurado el Werther goethiano más de un siglo antes: “En ese contexto de exaltación de lo juvenil -afirma-, no es de extrañar que el nuevo estilo de las artes plásticas viniera a titularse Jugendstil, «estilo de juventud». En fin, niños, adolescentes y jóvenes poblaban el mundo de la ficción que a través de ellos manifestaba, o bien el malestar cultural, o bien los nuevos patrones de comportamiento. La nueva moral de la que hablaba Musil.”

De esos nuevos patrones de comportamiento hablan estos párrafos, fundamentales para entender el sentido de la novela y la evolución del protagonista en su proceso de autodescubrimiento:

Incluso un cierto grado de libertinaje se consideraba varonil y atrevido, una audaz toma de posesión de placeres hasta entonces prohibidos. Especialmente si uno se comparaba con la respetable y rígida apariencia de la mayoría de los profesores. Porque entonces la monitoria palabra «moral» adquiría una ridícula referencia a hombros estrechos, vientres panzudos que descansaban sobre piernas delgadas y ojos que, como ovejitas, pastaban inofensivamente detrás de sus gafas, como si la vida no fuera más que un campo lleno de flores de edificante gravedad.
Finalmente, en el instituto nadie tenía ni conocimiento de la vida ni idea de todas esas gradaciones que van desde la mezquindad y el libertinaje a la enfermedad y la ridiculez, que es, sobre todo, lo que llena de repugnancia a los adultos cuando oyen hablar de tales cosas.
Todos estos frenos, cuya eficacia ni siquiera somos capaces de calibrar, eran los que a él le faltaban. Él había procedido en sus comportamientos de manera totalmente espontánea.
Porque en aquel momento todavía carecía de la resistencia ética, esa delicada capacidad intelectual que tanto valoró más tarde. Pero ya se estaba anunciando. Törless se equivocaba: veía por primera vez las sombras que algo que aún desconocía proyectaba en su conciencia y las confundía con la realidad. Pero tenía una tarea que cumplir consigo mismo, una tarea psicológica, aunque aún no fuera capaz de cumplirla.
Lo único que sabía era que había seguido algo todavía oscuro en un camino que conducía a lo más profundo de su ser interior. Estaba cansado. Se había acostumbrado a esperar descubrimientos extraordinarios y ocultos y con ello había entrado en los estrechos y escondidos aposentos de la sensualidad. No por perversión, sino como resultado de una situación mental momentáneamente sin rumbo.

***

Y aquella fina y melancólica sombra, aquel pálido aroma parecían perderse en una amplia, plena y cálida corriente: la vida que ahora se abría ante Törless.
Se había completado un desarrollo, el alma se había puesto, como un joven árbol, un nuevo anillo anual; este sentimiento abrumador, todavía mudo, excusaba todo lo que había sucedido.
A continuación, Törless empezó a repasar sus recuerdos. Las frases en las que, impotente, había contado lo sucedido, aquel múltiple estupor, aquella preocupación por la vida se volvían vivos y parecían agitarse de nuevo y ganaban contexto. Se extendían ante él como un camino luminoso, marcado por las huellas de los pasos dados a tientas. Pero todavía parecía que a aquellas frases les faltaba algo. No era, no, un pensamiento nuevo, pero todavía no expresaban a Törless en toda su vitalidad.
Se sintió inseguro. Y además tenía miedo de presentarse al día siguiente ante sus profesores para justificarse. ¡¿De qué?! ¿Cómo se suponía que iba a explicarles todo aquello? ¿Y aquel camino oscuro y misterioso que tomó? Si le preguntaran «¿por qué maltrataste a Basini?», no podría responderles que porque le interesaba un proceso en su cerebro, algo de lo que todavía hoy sabía poco, y frente a lo cual todo lo que pensaba le parecía insignificante.
Este pequeño paso, que lo separaba del punto final del proceso anímico que debía atravesar, lo asustó como si fuera un tremendo abismo.
Y antes de que cayera la noche, Törless se encontraba en un estado de excitación febril y ansiosa.

 

09 noviembre 2025

El efecto Sánchez

 


En España también nos gobierna un demagogo.
Como Trump, intenta ocupar y manipular al Poder Judicial. Como Trump, que agitaba a los revoltosos armados que asaltaron el Capitolio, acaba de legitimar el uso de la violencia en el debate político, amnistiando a quienes generaron graves disturbios, incendiaron vehículos, atacaron a la policía, retuvieron a las autoridades judiciales, destruyeron comercios y generaron temor, angustia, y quizá terror, en las calles de Barcelona para protestar por la sentencia contra los sediciosos separatistas. Como Trump, es capaz de decir una cosa y la contraria, de mentir a los demás y mentirse a sí mismo, y de propalar hechos alternativos frente a la verdad desnuda. Como Trump, es el rey del relato frente al análisis de la realidad, por testaruda que ésta sea. Como Trump, es un ídolo para sus seguidores al margen de cualquier juicio crítico o ponderativo. Como Trump, su principal proyecto político es su instalación y mantenimiento en el poder sin reparar en métodos. Y como Trump tiene una gran capacidad de resistencia ante las adversidades. Por eso, como Trump, acostumbra a considerar enemigos a quienes simplemente discrepan de él. Muestra, empero, una diferencia estética y formal con el psicópata que un día ocupó la Casa Blanca y quizás lo haga de nuevo tras las próximas elecciones. Frente al desmelenamiento del americano, él luce un palmito que encandila a muchos y muchas de sus admiradoras. Por lo demás, su falta de empatía, propia de un hombre sin sentimientos, es tan grande que logra empañar sus resultados electorales pese al discurso demagógico que interpreta sin piedad alguna para con su partido.

Juan Luis Cebrián.
El efecto Sánchez.
Ética y política en la era de la posverdad.
Ladera Norte. Madrid, 2024.



08 noviembre 2025

Cima de Cervantes







Sucedió pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales; verdad es, no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.

Llegando a nosotros dijo:

-¿Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su Ilustrísima de Toledo y su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan?; que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez.

A lo cual respondió uno de mis compañeros:

-El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo qué pasilargo.

Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo a asirme de la mano izquierda, dijo:

-¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!

Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije:

-Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.

Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento, diciendo:

-Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna.

-Eso me han dicho muchos -respondí yo-, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado.

En esto, llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia.

Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla.

Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.

¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

(Prólogo de Persiles y Sigismunda)

07 noviembre 2025

Negar de que algo

 



En cualquier caso, lo que esa noche iba a suceder, y ya había anticipado Ciro Caviedo en su gacetilla del Vigía y en las ondas, no era tan previsible como irrefutable si a fin de cuentas la Ciudad no se prestaba a ello, aunque nadie pudiese negar, ni siquiera los que ya se habían percatado, de que algo raro se les venía encima. 

Lo último que querría uno es ser un mono gramático-critico, pero no puede dejar pasar esa chocante construcción al final de un párrafo enmarañado, en la segunda página de la última y reciente novela de un académico de la lengua y Premio Cervantes.

Naturalmente, he dejado ya la novela, que parecía recuperar tiempos mejores, como un artefacto averiado. Por sus últimos antecedentes sospecho que hay más traspiés como ese o peores. Por cierto, no es Álvaro Pombo.

Tiempo, vida y fortuna de Saavedra Fajardo





“¿Fue Saavedra un hombre eminente en su época? Depende lo que entendamos por «eminente». Lo que sí creo es que fue un hombre con méritos más que suficientes para no caer en el olvido. Y generoso, pues se entregó sin reserva al servicio de una causa, la de la monarquía, en la que creía ya poco. Con defectos que reiteradamente le atribuyeron, orgullo, altivez, genio vivo, ¿fueron tales o, sobre todo, barreras defensivas? Lacónico, no solo en cuanto al estilo literario, sino como actitud estética, de lo que no cabe dudar es de su talla intelectual, aunque hubiera que esperar al siglo XVIII para que le fuera reconocida. Si eminente es una persona que destaca por su excelencia, es posible que ese adjetivo le hubiera sorprendido; si con el término se pretende distinguir al que persevera en sus objetivos y no se da por vencido, intentando cumplir lo que tiene encomendado, sea un acuerdo de paz o una obra de envergadura, don Diego lo fue, aunque se escondiera de sí mismo al entender la expresión Fama nocet en el sentido en que lo hiciera Alciato, no como reputación, sino como sinónimo de grandeza de ánimo”, escribe M. Victoria López-Cordón Cortezo al final de la Presentación de su biografía de Diego Saavedra Fajardo.

Entre la diplomacia y la literatura. Así transcurrió la vida y la obra de Diego Saavedra Fajardo (Murcia, 1584-Madrid, 1648), a quien M. Victoria López-Cordón le dedica una monumental biografía que publica Taurus en la colección Españoles eminentes, auspiciada y patrocinada por la Fundación Juan March para cubrir la laguna que en el campo de la historiografía española provoca la falta de biografías modernas.

Tiempo, vida y fortuna es el subtítulo de este volumen, que -con el minucioso rigor que acreditan sus páginas y corroboran las ciento cincuenta páginas que llenan sus notas- aborda la trayectoria vital e intelectual, literaria y diplomática de una figura esencial para entender la historia cultural, política y literaria del XVII español.

Su autora, catedrática de Historia moderna en la Universidad Complutense, atiende en su enfoque más a lo histórico y lo político que a lo filológico en torno a la significación de un hombre discreto que nunca quiso revelar mucho de sí mismo, ni siquiera en su abundante correspondencia, en la que suele ocultarse.

Como “un hombre de paz en tiempo de guerra” define María Victoria López-Cordón a Saavedra Fajardo, cuya labor como diplomático se orientó a la defensa de la paz y la neutralidad en la acción exterior de España en Europa durante los agitados tiempos de la Guerra de los Treinta Años. Una defensa coherente con su pensamiento reformista en torno al poder de la monarquía hispánica y a su gobierno y a la propuesta de un modelo de Estado cohesionado que hizo que su figura fuese redescubierta a mediados del siglo XVIII, que sus planteamientos se reivindicaran en el pensamiento político del siglo XIX y que fueran cada vez más abundantes los estudios sobre Saavedra Fajardo y más rigurosas las ediciones de sus obras.

Porque -escribe la biógrafa- “en sus logros y también en sus fracasos, don Diego fue un hombre de su tiempo, al que las circunstancias de la vida llevaron a estar en el ojo del huracán que azotó a Europa entre 1618 y 1648, una época en la que vivió en Italia y en Alemania, donde las consecuencias de la guerra se dejaron sentir de manera muy distinta.”

Organizadas en cinco capítulos con cuatro apartados cada uno de ellos, estas páginas abarcadoras arrancan de sus años oscuros de formación clásica en Salamanca y recorren su carrera como diplomático en una época compleja de constantes conflictos políticos y militares, su vida itinerante y su lenta trayectoria profesional, sus estancias en Italia -casi veintidós años en Roma- y en Alemania cuando todavía no eran estados unificados, sino un mosaico de repúblicas y ciudades-estado, escenario de conflictos políticos y de escisiones religiosas, su labor como publicista de Felipe IV y de la casa de Austria, su independencia de criterio, compatible siempre con la lealtad a la monarquia y con la evolución constante de su pensamiento político -porque Saavedra fue un posibilista que se adaptaba a las circunstancias para ofrecer respuestas a las necesidades y los retos de cada momento histórico-, el apoyo de Olivares y la posterior caída en desgracia en un brusco final con su cese como diplomático en Münster.

Se cerraba así una trayectoria vital, política e intelectual que esta biografía rastrea con minuciosidad y rigor documental: sus orígenes familiares murcianos, sus años en el seminario de la ciudad y su condición de discípulo del ilustre humanista y filólogo Francisco Cascales, los estudios de Jurisprudencia y Cánones en Salamanca, los primeros contactos en Valladolid con la corte, que se instaló allí por deseo de Felipe III entre 1601 y 1606, Año en que volvió a Madrid, su viaje a Nápoles, la mayor ciudad de Italia entonces, y su establecimiento en Roma, la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida, como letrado de  la embajada en la corte pontificia y secretario del cardenal Borja. Roma era en la práctica diaria de aquellos años agitados la mejor escuela de diplomacia en Europa y allí ejerció Saavedra Fajardo hasta 1632, como procurador y agente de Felipe IV, un papel pacificador en las tensas relaciones entre la monarquía y la Iglesia romana. 

Con el traslado de Italia a Alemania, su segunda etapa diplomática se desarrolló entre 1633 y 1646 en Baviera, Viena y Westfalia con cargo de plenipotenciario en la Conferencia de Paz en Münster, donde se firmaría la paz de Westfalia con el telón de fondo de los conflictos internos con Portugal y con Cataluña, protegidos por Francia. 

Tras su brusca caída en desgracia, volvió a Madrid como consejero de Indias y receptor de embajadores, un cargo que le recompensaba por su larga trayectoria de servicios al Estado en el exterior hasta su muerte el 24 de agosto de 1648.
 
En cuanto a la faceta literaria de Saavedra Fajardo, recuperado como escritor y pensador desde el siglo XVIII, ocupa toda su vida adulta, desde 1611 hasta su muerte en 1648, curiosamente el mismo año en que terminó la Guerra de los Treinta Años. Porque “hombre singular, Saavedra nunca separó sus obligaciones como representante del rey de su vocación literaria, acomodando en lo posible las unas a la otra, interrelacionándolas y sintiéndose por igual orgulloso de ambas. Aunque también fuera consciente de que a veces se interferían mutuamente.”

A esa actividad intelectual y al legado literario y político de Saavedra Fajardo se dedica el último capítulo del libro, titulado significativamente ‘Hombre de una generación’, porque lo sitúa en un conjunto más amplio de “un conjunto de individuos que presentan rasgos similares, procedentes no solo de sus vivencias personales o de sus capacidades, sino de las circunstancias que debieron afrontar con la pluma, la palabra o la espada. Hombres de actividades distintas, pero al servicio de la monarquía, insertos en un mismo marco cultural que, a su vez, contribuyeron a conformar. De alguna manera, todos ellos ejemplarizaron formas similares de pensar y actuar, de conducir sus vidas y de ironizar sobre ellas, de creer y defender su fe y, a la vez, sentir el escalofrío del escepticismo. Nacidos en un mundo en el que la casuística y la duplicidad eran la norma, en contexto de confrontación religiosa pero abierto a una progresiva racionalización del saber, en el que la historia se convirtió en los anteojos del presente y en un instrumento para los príncipes y gobernantes.”

A esa luz generacional y a la de la influencia de Tácito y del tacitismo español se examinan las reflexiones diplomáticas de sus monumentales Empresas políticas (1640) y la controvertida y compleja República literaria, más breve y muy pesada, cuya primera redacción inició en 1612 y que finalizó en su versión definitiva en 1643. 

Y finalmente se analizan en estas páginas las claves del pensamiento político de Saavedra Fajardo, su forma de servir y pensar la monarquía como hombre de Estado: una teoría y práctica del poder real que aborda desde la propuesta insuficiente del austracismo al regalismo, desde la reflexión sobre el sistema de gobierno al valimiento, entre la necesidad y la dejación, la conciencia del declive y las ideas para la reforma y la conservación, con la Europa de la paz y la guerra en el horizonte y una aguda crisis interna provocada por la situación en Cataluña y Portugal.

Cierra el volumen un muy útil índice alfabético, onomástico y temático, que permite la localización rápida de referencias a personas y obras relacionados con Saavedra Fajardo, su tiempo, su vida y su fortuna.



06 noviembre 2025

Según las últimas estadísticas

 








Antonio Colinas. Sepulcro en Tarquinia

 


05 noviembre 2025

Maestros Antiguos en Letras Universales

 


“No tan extravagante como su estilo, hosco en apariencia, superviviente de una enfermedad inacabable nacida a la vez de una carencia de afecto en su infancia dickensiana de internados, sanatorios, precaria salud y desamor, y de un debilitado pulmón, inquisidor mayor de Austria porque reniega de su viejo país en otro tiempo ilustre e influyente y ahora corrupto y negligente, adversario de una Iglesia católica connivente con el nazismo, lector de Schopenhauer y de algunos grandes nombres más, pero un lector somero, no un lector voraz, escritor sin biblioteca, obsesionado por el proceso creativo, el misterio del talento y las jerarquías del canon, artista tildado de bufón porque es el que sabe que el rey va desnudo, Thomas Bernhard (Heerlen, Holanda, 1931-Gmunden, Austria, 1989) es un nombre mayúsculo del teatro contemporáneo y uno de los novelistas más excepcionales e influyentes del siglo XX. «Notario histriónico que da fe del absurdo de la Gran Tradición Cultural» desde la atalaya, el escepticismo iconoclasta y la condición postmoderna, su obra extensa y obsesiva radiografía el espíritu del hombre contemporáneo aquejado de soledad, persuadido de que el bienestar interior es difícil de alcanzar cuando las convenciones sociales nos adocenan, y resuelto a asumir que jamás alcanzará la eudemonía.”

Con ese potente retrato de Thomas Bernhard abre Javier Aparicio Maydeu, contagiado de la prosa del novelista austríaco, la Introducción con la que presenta su edición de Maestros Antiguos que, cuando se cumplen los cuarenta años de su primera aparición, acaba de publicar en Cátedra Letras Universales con la admirable traducción de Miguel Sáenz, su traductor de referencia en español. Una completa introducción que propone en la primera de sus dos partes un recorrido abarcador por la obra narrativa de Bernhard, por la temática recurrentemente nihilista de su sombrío universo existencial o por las claves tonales y rítmicas que sostienen su estilo reiterativo inconfundible y un mundo literario que tiene como centro el lenguaje.

Publicada en 1985, Maestros Antiguos fue una de las dos últimas novelas de Bernhard -la posterior Extinción, su despedida, vendría muy poco después- y, de una manera incuestionable, su cima y su cifra, porque en ella confluyen y alcanzan su versión más acabada los temas y las formas de su narrativa, uno de los ejemplos ineludibles de la posmodernidad en literatura.

Como una “grotesca y desabrida mirada a la cultura y a sus desengaños” define Javier Aparicio Maydeu Maestros Antiguos, a la que dedica en la segunda parte de su introducción un luminoso estudio (el largo alcance de su trama simple, su atmósfera claustrofóbica, sus tres personajes principales, la concentración espaciotemporal, su tono elegíaco, el papel del confidente Atzbacher como narrador-testigo, condición esta última compartida con el vigilante Irrsigler). Un estudio que completan sus notas, extensas y esclarecedoras, y una bibliografía escogida.

Con un formato mayor del normal en esta colección, esta espléndida edición incorpora como apéndice a la introducción un álbum de textos que contribuyen al contexto de Bernhard y Maestros Antiguos y un cuadernillo de ilustraciones que iluminan las referencias espaciales y pictóricas de la obra.

Mirada y estilo. Esas son las dos claves sobre las que se sostiene el opresivo y perturbador mundo literario de Bernhard. Una mirada acre y radicalmente crítica y sarcástica a la realidad, sostenida en el desaliento y la desesperanza y en el ejercicio de la escritura como forma de supervivencia y de redención: “En el fondo -aclaró Bernhard en una ocasión- sólo escribo porque hay muchas cosas desagradables.”

Mirada y estilo que acaban fundiéndose en la construcción de una prosa minuciosa, mordaz e hipnótica que envuelve al lector en una elaborada tela de araña, en una arquitectura narrativa sutil y resistente. Porque, como señala Aparicio Maydeu, “en Bernhard en el principio no fue el verbo sino la sintaxis. Y en su universo no gobierna el léxico sino el ritmo.”

No hay más que leer el vertiginoso comienzo de Maestros Antiguos para comprobarlo:

No estando citado con Reger hasta las once y media en el Kunsthistorisches Museum, a las diez y media estaba ya allí para, como me había propuesto desde hacía ya bastante tiempo, poder observarlo por una vez, sin ser molestado, desde un ángulo en lo posible ideal, escribe Atzbacher. Como él tiene su puesto por las mañanas en la llamada Sala Bordone, frente a El hombre de la barba blanca de Tintoretto, en el banco tapizado de terciopelo en el que ayer, después de explicarme la llamada Sonata La tempestad, continuó su exposición sobre El Arte de la Fuga, desde antes de Bach hasta después de Schumann, como él puntualiza, cada vez más inclinado a hablar de Mozart y no de Bach, tuve que tomar posiciones en la llamada Sala Sebastiano; así pues, muy a mi pesar, hube de aceptar a Tiziano para poder observar a Reger ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, y por cierto de pie, lo que no era un inconveniente, porque prefiero estar de pie a sentado, sobre todo para observar a la gente, y de siempre observo mejor estando de pie que sentado y como, efectivamente, al mirar desde la Sala Sebastiano hacia la Sala Bordone, haciendo uso de mi mayor agudeza visual, pude tener por fin realmente una vista lateral completa, no estorbada siquiera por el respaldo del banco, de Reger, que ayer, sin duda gravemente afectado por la depresión atmosférica que se produjo la noche anterior, conservó todo el tiempo su sombrero negro en la cabeza, es decir, una vista de todo el lado izquierdo de Reger vuelto hacia mí, mi propósito de estudiar a Reger por una vez sin ser molestado tuvo éxito.

“Libérrimo, febril, prolífico, provocador, vocacional hasta la médula, Bernhard ha escrito un universo inequívocamente suyo sustentado en un mundo hecho añicos tras la Segunda Guerra Mundial y una juventud infausta que lo encaminó hacia una suerte de enajenamiento sociopático que, digámoslo, jamás le impidió mirar el cielo azul del Mediterráneo o viajar por un mundo que hizo las veces de una torre de marfil en la que, pese a la reclusión sufrida por muchos de sus protagonistas, no se dejó encerrar. Una existencia de soledad y desasosiego cuyas sombras les traslada a sus personajes, que deambulan como su creador en un teatro en ruinas. Bernhard, el hombre sombrío envuelto en las brumas del desengaño, anclado en el pasado y descreído del futuro, el escritor azotado por una vida atormentada que lo empuja irremediablemente hacia lo autobiográfico -fragmentarios autorretratos en espejos convexos- en detrimento de lo libresco que, entre su desabrida personalidad y su inextricable estilo, se convirtió en autor de culto leído por igual por lectores esforzados, incondicionales de la mejor narrativa contemporánea y fanáticos de su figura y del halo que desprende”, escribe Aparicio Maydeu de Thomas Bernhard, sobre cuya obra recuerda oportunamente que está vinculada, más que a la tradición literaria alemana o centroeuropea, a un canon de literatura universal, la weltliteratur tal como la formuló Goethe. 

Un canon de cámara oscura, por decirlo con el título de la última novela de Vila Matas. Un canon oscuro, provocador y laberíntico, con un fraseo complejo y párrafos interminables, repletos de encrucijadas sintácticas y temáticas. Ese canon, que viene de Kafka y de Musil y pasa por Beckett, es también el de Juan Benet y el de Javier Marías, el de Gaddis y Krasznahorkai, el reciente Nobel húngaro, alumno aventajado en temas, en desolaciones y en maneras estilísticas de Bernhard. Por ejemplo, en la resistencia a utilizar el punto y aparte para articular el discurso en párrafos. Krasznahorkai ha señalado alguna vez que renuncia a utilizar el punto, porque es un signo reservado a los dioses.  

Y en ese canon, que más que estético es intelectual y moral, se inscriben obras maestras como Saúl ante Samuel, Tu rostro mañana, Tango satánico o Los reconocimientos, cuya relación temática con Maestros Antiguos y las limitaciones del arte como representación de la realidad es más que evidente.

Pues como uno de esos “fragmentarios autorretratos en espejos convexos” que unen al Parmigianino y a John Ashbery hay que leer también Maestros Antiguos, en la que se unen pintura y literatura, mirada y palabra para articular una novela imprescindible que tiene en esta edición su referencia canónica en castellano. 

Una mirada introspectiva y elegíaca al espejo de la pintura como la de Reger, el octogenario y gruñón protagonista, musicólogo y crítico del Times, cuando se mira especularmente en El hombre de la barba blanca, el cuadro de Tintoretto del Kunsthistorisches Museum de Viena en el que -explica Aparicio Maydeu- contempla “una paradigmática imagen del senex que el propio Reger es y en la que el propio Reger se refleja y que le sirve de objeto de meditación, de altar laico frente al que reflexionar, ejercer la introspección y ejercitar su memoria considerando desde el malestar y con acritud distintas cuestiones que atañen al orden social, al personal y, en mayor medida aún, al cultural.”


Una observación demorada que practica durante más de tres décadas en días alternos, siempre a la misma hora (“hacia las diez y media”), y que termina por descubrir sus defectos y las limitaciones de las obras maestras como medio de representar la realidad (“Todas las pinturas son espléndidas, pero ni una sola es perfecta”) y por cuestionar el sentido del Arte:

Dios santo, el Prado, dijo, sin duda el museo más importante del mundo en lo que a Maestros Antiguos se refiere, pero cada vez, cuando estoy sentado enfrente en el Ritz tomándome mi té, pienso sin embargo que el Prado tampoco contiene más que lo imperfecto, lo fracasado, en fin de cuentas sólo lo ridículo y diletante. Muchos artistas en determinadas épocas, cuando están de moda, dijo, se ven hinchados sencillamente hasta una monstruosidad que estremece al mundo; entonces, de pronto, alguna cabeza insobornable pincha esa monstruosidad que estremece al mundo y esa monstruosidad que estremece al mundo estalla y, de forma igualmente repentina, no es nada, dijo. Velázquez, Rembrandt, Giorgione, Bach, Hándel, Mozart, Goethe, dijo, y lo mismo Pascal, Voltaire, nada más que monstruosidades hinchadas de ésas.

Así lo explica el narrador Atzbacher:

Reger califica los cuadros que cuelgan aquí de las paredes de arte de encargo estatal, al que pertenece incluso El hombre de la barba blanca. Los llamados Maestros Antiguos sólo sirvieron siempre al Estado o a la Iglesia, lo que viene a ser lo mismo, así Reger una y otra vez, a un emperador o a un papa, a un duque o a un arzobispo. Así como el llamado hombre libre es una utopía, el llamado artista libre ha sido siempre una utopía, una locura, así Reger a menudo. Los artistas, los llamados grandes artistas, así Reger, pienso, son además los más faltos de escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado, vuelvo a oír ahora a Reger. Ese arte, al fin y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo, así Reger a menudo, ésa es su abyección. Miserable es ese arte y nada más, oigo decir ahora a Reger ayer, mientras lo observo hoy desde la Sala Sebastiano. En realidad, ¿por qué pintan los pintores, cuando existe la Naturaleza?, se preguntaba Reger ayer otra vez. Hasta la obra de arte más extraordinaria no es más que un esfuerzo lastimoso, totalmente carente de sentido y de finalidad, de imitar a la Naturaleza, sí, de remedarla, dijo.

Y por si acaso el lector no estaba atento, por si no le quedaba claro lo anterior, añade:

Los, así llamados, Maestros Antiguos son, sobre todo si se contempla a varios seguidos, es decir, si se contemplan sus obras de arte seguidas, unos entusiastas de la mentira que se congraciaron con el Estado católico, lo que quiere decir con el gusto católico, y se vendieron a él, así Reger. En esa medida, nos encontramos sólo con una historia católica del arte completamente deprimente, con una historia católica de la pintura completamente deprimente, que siempre ha encontrado y tenido sus temas en el cielo y en el infierno, pero nunca en la tierra, dijo. Los pintores no han pintado lo que hubieran tenido que pintar, sino sólo lo que se les encargaba o lo que les facilitaba o les proporcionaba dinero o fama, dijo. Los pintores, todos esos Maestros Antiguos, que la mayor parte del tiempo me asquean más que nada y que siempre me han horrorizado, dijo, sólo han servido siempre a un señor, nunca a sí mismos y, por consiguiente, a la Humanidad misma. Al fin y al cabo pintaron siempre un mundo fingido que se sacaban de dentro, a cambio de lo cual esperaban obtener dinero y gloria; todos pintaron siempre desde esa perspectiva, por deseo de oro y por deseo de gloria, no porque quisieran ser pintores sino sólo porque querían tener gloria o dinero o gloria y dinero juntos. En Europa, sólo pintaron siempre entre las manos y para la cabeza de un dios católico, dijo, de un dios católico y de sus dioses católicos. Cada pincelada, por genial que sea, de esos llamados Maestros Antiguos es una mentira, dijo.

Reproduzco, para terminar, estas líneas en las que Javier Aparicio Maydeu resume el sentido de Maestros Antiguos: “es una reflexión sobre la senectud desde la atalaya del conocimiento, y a la vez una suerte de enmienda a la totalidad del arte y de sus presuntas virtudes, así como el desmentido en toda regla, la refutación, de su naturaleza balsámica, de su presunta función lenitiva. También es, fiel a la trayectoria narrativa y teatral de su autor e impulsada por una natural insatisfacción del individuo lúcido que ve más allá de las convenciones y la miseria moral de su tiempo, una nueva y demoledora crítica social, y la última invectiva contra su país, sus dirigentes, su educación y su dañina mentalidad pequeñoburguesa y la cultura como mito redentor. Maestros Antiguos es tanto un retrato de la vejez cuanto una enésima diatriba que se ensaña con el Estado y emprende una nueva guerra contra el cliché impugnando por igual […] los estereotipos culturales y la autocomplacencia de un mundo artístico que de un modo u otro está siempre presente en la obra de Bernhard, bien en forma de compulsivas referencias a grandes autores, bien en alusiones constantes al proceso creativo, o siendo la raíz de la historia relatada, como lo es la arquitectura en Corrección, la música en El malogrado, la pintura en Maestros Antiguos o el teatro en Tala, cuenta habida de que son escasas las obras narrativas del autor en las que no se entretejen distintas disciplinas artísticas bajo la mirada impostada de los filósofos que convoca siempre Bernhard a sus festines literarios.”



04 noviembre 2025

Claudio Magris. El Danubio

 


03 noviembre 2025

Alatriste. Misión en París

 


02 noviembre 2025

Ángel Olgoso. Estigia

 


01 noviembre 2025

Civilización y cultura



Cabría pensar que la civilización es algo funcional, mientras que la cultura no. Pero esta antítesis es demasiado simple. La civilización contiene numerosos fenómenos que carecen de finalidad concreta, como Sarah Palin, criar whippets o producir treinta marcas diferentes de dentífricos. La cultura, por contra, puede desempeñar distintas funciones. En muchas sociedades premodernas cumple una variedad de objetivos prácticos. En su sentido moral y artístico, puede ayudarnos a llevar una vida más rica. No obstante, hay una diferencia entre las actividades que tienen un objetivo externo y aquellas cuyos fines son internos. La palabra «praxis», que algunos izquierdistas emplean equivocadamente como sinónimo de «práctica», es más apropiada para describir el segundo tipo de actividad. El arte, el deporte y las borracheras en el pub con los amigos tienen una finalidad, pero esta no es externa a la actividad en sí misma, como tejernos un pasamontañas para robar un banco. Esa clase de actividades no nos llevan a ningún sitio. No cuentan como logros. No hay muchas personas que, cuando se les pregunta por sus habilidades al solicitar un puesto de trabajo, respondan «emborracharme con mis amigos».

Terry Eagleton.
Cultura.
Traducción de Belén Urrutia.
Taurus. Barcelona, 2017


31 octubre 2025

Chaves Nogales. A sangre y fuego

 


30 octubre 2025

Jorge Luis Borges. Un destino literario

 


29 octubre 2025

Antología poética de Marina Tapia

 

 


Feliz ocupación 
moverse en las estancias del vacío, 
hallar en su sosiego 
un verso diminuto que germina.

Con esos versos termina “Andadura”, el poema con el que abría Marina Tapia su libro Bosque y silencio, que establecía una conversación con el paisaje en busca de la belleza externa desde una mirada contemplativa a la naturaleza, desde ese lugar en el que se cruzan lo interior y lo exterior, la observación y la meditación, la reflexión sobre los límites de la poesía y la palabra, sobre el tiempo y la memoria.

Ese es uno de los diez libros sobre los que Marina Tapia ha elaborado una antología personal de su itinerario poético que ha titulado Mixtura y que publica Averso. 

La abre un prólogo en el que Juan José Castro afirma que “Marina Tapia es poeta de palabra vivida y significada, poeta de la tierra y el amor, poeta, en definitiva de la vida y, por tanto, verdadera.”

Entre el inicial 50 mujeres desnudas y el reciente Piedra que mengua, Mixtura ofrece un recorrido cronológico por la evolución de Marina Tapia y por la presencia en su obra de unas constantes temáticas que la propia autora enumera en su Nota inicial: “la naturaleza, el erotismo, la metapoética, la identidad femenina, los paisajes, el amor, el silencio o la errantía.”

Temas que han ido articulando sus diez entregas poéticas entre 2013 y 2024 con la proyección personal en el misterio vegetal de la naturaleza de Jardín imposible, con la cartografía sentimental de Islario o con la celebración de lo femenino de Corteza.

Son algunas manifestaciones de una voz que en Piedra que mengua, su último libro, explora una escritura telúrica en busca de las raíces de la propia identidad, un buceo simbólico en la memoria geológica sobre la que se sustenta un proceso posterior de elevación.

Imaginación y sensibilidad se conjugan en la voz de Marina Tapia y en su mirada plástica hacia el misterio del mundo para desarrollar una concepción de la poesía como búsqueda, como explica en los tres versos finales de “Tránsito al poema”, uno de los textos recogidos en esta antología personal:

Hoy sé que tu recuerdo echa raíces.
No dejo de buscar 
aquello que yo llamo poesía.