27 abril 2024

Una lección de calma



 La vinculación entre poesía y filosofía se remonta a hace más de veinticinco siglos con Parménides, autor de una única obra, un poema filosófico -Sobre la naturaleza- del que se conservan fragmentos en los que reflexiona por primera vez sobre la relación entre el ser y el pensamiento.

Esa vinculación estrecha entre la creación poética y el pensamiento filosófico se prolonga, a través de Goethe y el romanticismo de Novalis,  Hölderlin y Schiller, poetas y filósofos, hasta la época contemporánea en la razón poética de María Zambrano, que abordó esa relación en su imprescindible Filosofía y poesía, o en la razón estética de Chantal Maillard, poeta y ensayista.

Y esos dos nombres son referentes esenciales en la escritura y en el pensamiento de Teresa Langle de Paz, que llegó a la poesía desde la filosofía para escribir dos libros (El vuelo de la tortuga y Oda a la mota que quiso ser aire) desde los que ahora regresa al ensayo con Un instante de verdad, que publica Ático de los libros, donde por cierto evoca el poema de Parménides, uno de los pilares del pensamiento occidental, a propósito de que “la luz y la oscuridad son la esencia de todo.”

Como “un paseo filosófico por la poesía o un paseo poético por la filosofía” define ella misma este sugerente viaje por interiores y exteriores que organiza en dos partes de títulos significativos: ‘Viaje interior. La experiencia pura’ y ‘Visitar la noche del mundo. La palabra exacta’.

Abren el volumen unas palabras preliminares de Doris Sommer, profesora de la Universidad de Harvard, en las que dice de Teresa Langle que “su deseo de encontrar nuevas vías paradigmáticas e instrumentos conceptuales que le permitan explorar algunos resquicios de nuestro mundo, en donde se alberguen atisbos de esperanza para construir y unir, tiene como resultado un ensayo valiente y original con espíritu innovador.”

“Mi propósito -explica la autora en la introducción- es abordar una explicación de la instantaneidad del mundo que nos ayude a indagar en la búsqueda de la verdad, quizá la más antigua búsqueda del ser humano; pero de una verdad que esté al alcance de nuestras manos y de nuestra vista, y que nos ayude a construir un mundo más unido y equitativo. El lenguaje, como instrumento de pensamiento con el que articular esta búsqueda, requiere también una exploración de nuevos territorios simbólicos y metafóricos, un acercamiento a lo que llamaré la palabra exacta.”

Esa búsqueda de la exactitud estaba precisamente en la raíz estética y en el impulso poético de su Oda a la mota que quiso ser aire, lo que confirma de nuevo la relación coherente de filosofía y poesía, de pensamiento y creación en el conjunto de la obra de Teresa Langle, que antepone a su ensayo una propuesta de once máximas que resumen las líneas vertebrales de su desarrollo:

1. La posibilidad de hallar la verdad está en la percepción.
2. Para hallar la verdad hay que dejar que el mundo se nos revele. 
3. El mundo se revela en la instantaneidad si dejamos que nos asalte. 
4. La singularidad del instante revelado es el hogar del saber.
5. El saber nos eleva por encima de la individualidad.
6. El vuelo del saber nos conduce a un encuentro único y singular. 
7. De ese encuentro nace el lenguaje y la metáfora.
8. La palabra originaria es entonces comprendida.
9. Se vislumbra el camino hacia el conocimiento verdadero.
10. Volvemos al mundo con la confianza de haber conocido la verdad. 
11. La verdad nos une. Es hora de actuar.

Instante y verdad: esas son las dos palabras claves de este ensayo que indaga hondamente en la verdad de la pura experiencia vital inabarcable, en la libertad de lo instantáneo, “incontenible e inevitable”, y en el pragmatismo del instante aparentemente trivial, porque -afirma Teresa Langle- “si no podemos disciplinar la realidad, ni tan siquiera la comprensión de la realidad, ¿no sería más práctico encontrar formas de entender, de explicar, de aceptar y de actuar que tuviesen realmente en cuenta la naturaleza entrópica de la existencia en general, y de las experiencias humanas en particular?”

Y con ese afán de entender, de explicar, de aceptar y de actuar se desarrolla este ensayo, sostenido en una mirada incisiva que se proyecta en la naturaleza como profundidad necesaria, en la intuición de lo invisible y de lo minúsculo, en el instante huidizo que contiene lo infinito y en el reconocimiento de la extrañeza del mundo para que “nada pase inadvertido”. Se trata de “dejar la conciencia en suspenso para que las cosas nos asalten y nos afecten. Que  el intelecto se aparte y deje paso, verdaderamente, a lo que estamos viendo, oyendo, sintiendo. Ese es el momento propicio para el encuentro. Eso es el encuentro.”

Y en ese encuentro Teresa Langle enlaza ahora desde la teoría filosófica con lo que fue su práctica poética en la espléndida Oda a la mota que quiso ser aire y defiende en estas páginas que “hay que prestar más atención a lo diminuto y a lo sutil, a todo lo que también es mundo aunque no se vea” para de esa manera “explorar la percepción del instante con la intuición para adentrarse en la riqueza semántica de la incertidumbre. Esta es una vía para saber.” Porque la incertidumbre y el desorden son consustanciales a la vida y desde ahí “se debe aprender a pensar el instante para descubrir su verdad transformadora en lo personal y en lo social.”

Inevitablemente, cualquier reflexión de calado sobre el saber y el conocimiento implica también una reflexión sobre el lenguaje, que “tiene profundas raíces en la cultura, en las vivencias, en la piel.”  Esa reflexión se aborda en la segunda parte del ensayo, donde se defiende que “el lenguaje metafórico se acerca temerosamente a la pulsión de vida que se halla en los instantes y sabe decir algo de ella. De algún modo, las experiencias particulares del mundo son el lenguaje en su estado originario, con todos sus matices aún por manifestarse.”

Y esa experiencia del mundo, como el lenguaje que la expresa, se alimentan de intuiciones y de sensaciones, de lo imperceptible y del silencio contemplativo, porque “el instante es sensorial, la verdad es instantánea; y su esencia, misteriosa y efímera.”

Como la de la poesía, cabría añadir. 

La admirable relación expresiva que establece Teresa Langle entre filosofía y poesía a través de la tensión entre palabra y pensamiento queda resumida en expresiones tan cargadas de sentido como “Pensar el aire no es suficiente” o en este párrafo, uno de los momentos más hondos y más intensos de este ensayo:

Hemos venido a visitar la noche del cosmos y nos hemos encontrado el día de nuestro mundo. Hemos venido a transitar el día y nos recibió la noche de todas las noches. Nuestra conciencia nos empuja a conocer, nos coloca como observadores de otras vidas. Mas no podemos observar las vidas de los demás como quien contempla un objeto externo para analizarlo. Llegar a la noche inventada por la piel y sus sonrisas es una oportunidad para imaginar lo que el sol quiere mostrarnos. Somos intrusas e intrusos en la entrañas de un cielo y un suelo que no nos contemplan.

“La tarea que tenemos por delante no es explicar definitivamente el mundo, sino comprender al menos cómo hacer que los lugares más habitables se extiendan y quepan en ellos más personas y más seres”, escribe Teresa Langle en este libro subtitulado Un ensayo sobre el sosiego, una luminosa y enriquecedora lección de calma que se cierra con un escueto y significativo ‘Epílogo’:
 
Adiós.¡No corráis!