08 abril 2025

Antología poética de Stamatis Polenakis

 



NO SÉ QUÉ DEPARARÁ EL MAÑANA 

No sé qué deparará el mañana.
Yo, el poeta Fernando Pessoa 
he soñado que soy todos los hombres 
que existen, soy los ojos de mi madre 
cubiertos de lágrimas, soy los miles de 
muertos del seísmo de Lisboa y un perro
enfermo que merodea en los escombros. 
Soy Ricardo Reis, Bernardo 
Soares y otros tantos que olvido.
Soy alguien que sostiene una lámpara 
en una casa desierta.
Otro, no yo, se angustia completamente solo  
en la cama de un hospital -I know not 
what tomorrow will bring- Hoy soy 
sencillamente un hombre que muere.

Ese es uno de los poemas del poeta griego Stamatis Polenakis (Atenas, 1970) que se recogen en Luz oscura. Antología poética, en edición bilingüe preparada por Virginia López Recio, que ha realizado y traducido esta selección de casi sesenta textos representativos de una poesía que, como señala en su Introducción, “además de lírica, es narrativa, dialógica, política, icónica, histórica y supra histórica.”

Poemas procedentes de tres de sus libros: Notre Dame (2008), Los escalones de Odessa (2012) y La piedra gloriosa (2014), en los que, como en ese poema, Polenakis asume -en la línea que arranca de Browning y Tennyson y pasa por Swinburne, Lee Masters, Cavafis o Borges- una perspectiva poética que cede la voz al personaje al que se atribuye el monólogo dramático.

Personajes reales o literarios, explícitos o implícitos como Whitman y Kafka, Raskolnikov y Mayakovski, Heráclito y Lázaro, Marina Tsvetaeva y Victor Hugo, von Aschenbach y Chéjov, que habla en este poema:

VIOLA D’AMORE

OIga, si muero hoy, espero que mañana me olvides. 
Que recuerdes, sin embargo, el barco de Odessa 
a Tergisti una tarde de verano en una lejana vida, 
la orquesta olvidada incluso por Dios que tocaba 
canciones populares rusas en la cubierta;
al estudiante Trofimov, que viajaba junto a nosotros 
y se perdió después en Siberia. 
Que recuerdes, sobre todo, a las gaviotas 
eran blancas y nos acompañaban 
todo el viaje, volando más rápido que las olas. 
Ich sterbe, Olga. Hoy muero para siempre.

Monólogos dramáticos que tienen más de homenaje lector que de proyección del propio poeta en el personaje. Al último libro antologado, La piedra gloriosa, pertenece este poema que da título también a la antología:

LUZ OSCURA DE ODISEO

Valeria, mañana todo terminará:
el mundo empezará de nuevo desde el principio.
Mañana todo empezará de nuevo, pero yo 
mantendré para siempre el recuerdo 
de aquel encuentro nuestro en Roma.
La Plaza de España y la casa de Keats:
la lluvia que entraba por los cristales rotos 
y los ojos cansados de Fanny Browne 
marcados por las lágrimas.
Intenté componer una breve elegía 
para un poeta que como Odiseo 
murió joven en tierras extranjeras y su nombre 
estaba escrito en el agua.
Il ritorno d'Ulisse in patria
cantaban el viento
y la sal del mar
y las almas de los marineros y las sirenas 
ante los lamentables desperdicios de los barcos.
 

                        

07 abril 2025

Dos tardes

 



“Dos tardes no bastan para conocer a una persona. Dos tardes no bastan para leer a un escritor. Pero dos tardes sobran para enamorarse. Dos tardes sobran para que las amistades echen a andar. Esta nueva colección de Alianza reivindica la profundidad que se esconde en la ligereza de dos tardes. Ese es el tiempo medio que los lectores pasarán con estos libros. La esperanza de sus autores —y la mía, padrino del invento— es que estas dos tardes sean solo las primeras que los lectores pasen en compañía del escritor objeto de cada título”, escribe Sergio del Molino en ‘Dos tardes para leer juntos’, el prólogo de la colección Dos tardes que dirige como editor invitado en Alianza Editorial, en la que han aparecido ya los tres primeros volúmenes: Dos tardes con Kafka, de Manuel Vilas; Dos tardes con Jane Austen, de Espido Freire y Dos tardes con Joseph Roth, del mismo Sergio del Molino, que añade en el prólogo: 

El propósito es que se contagien del entusiasmo de quienes los recomiendan y se sumerjan en su obra.
Hemos invitado a algunos de los mejores escritores contemporáneos en español a que compartan su pasión por un autor clásico incluido en la Biblioteca de autor de El libro de bolsillo de Alianza Editorial. No hay aquí lecciones magistrales ni monografías de especialista, sino entusiasmo genuino de escritor a escritor. Grandes maestros de ayer contemplados con los ojos de los maestros de hoy.
La literatura, placer solitario e íntimo tanto para quien escribe como para quien lee, no ofrece muchas ocasiones para socializar los entusiasmos. Con esta colección queremos llevar las grandes conversaciones literarias a las manos de todos los lectores. Y pasar juntos dos tardes que no olvidarán.

06 abril 2025

Carlo Vecce. Vida de Leonardo

 


 



05 abril 2025

Toreo de salón




 PETRONIUS

No tiene varices, Petronio, que son las medias haciéndole arrugas y bubones. Petronio es largo pero no bien plantado. Petronio es torero de salón aunque parece seminarista. Petronio no se llama Pedro sino Emilito: Emilito Raposo Tambor, para servirle. Eso de Petronio sólo se lo dicen en confianza. Petronio. Mande usted, señorita Rita. Anda, lávate los pies que quiero pasar la noche contigo. Petronio vive de lo que puede y la señorita Rita le da; en esto sí que no cabe elegir. ¿Otra vez, señorita Rita? Sí, hijo, otra vez. ¿Te has acordado de tomar los hipofosfitos? La señorita Rita es grande y tetona como una poetisa; lo único que le falta es componer sonetos y romances y silvas y otras habilidades. Petronio, que es medio pavisoso, ni adivina siquiera el tanto de culpa (gozosa y muy meritoria culpa) que tiene en la tan saludable y poética presencia de la señorita Rita. 

Camilo José Cela.
Toreo de salón.
Fotografías de Oriol Maspons y Julio Ubiña.
Lumen. Barcelona, 1963.


04 abril 2025

Jorge Carrión. Librerías

 


03 abril 2025

La mancha de la mora



  “Hay novelas que se tienen de pie, como los hombres”, afirma el narrador de La mancha de la mora, la última obra narrativa de José Antonio Ramírez Lozano, que publica de la luna libros.

El motor de la novela es una lamentable disfunción eréctil para la que el urólogo sanluqueño Del Cazzo -¿de dónde si no?- recomienda al narrador protagonista, Félix Buero, que haga el camino del Rocío como terapia -mejor que las ostras y el chocolate o el ginseng- para recuperar la levantada firmeza de las efervescencias perdidas entre los pinos y las arenas de “una tierra hembra, en el humedal más hembra que pudiera imaginarse.”

Y allí se va el hombre capitidisminuido y armado, más que de virilidad faltante, de pertrechos teológicos y de equipaciones rocieras: a bautizarse en las aguas del Quema y a cruzar el puente del Ajolí. En el fondo musical del camino romero conviven la flauta y el tamboril con el bordón oscuro de las moscas y la traca de los cohetes; el olor de la resina pinera y del bálsamo del romero y la jara con el polvo de las arenas en una mezcla perturbadora de vida y de muerte, de cielo y de infierno, de literatura y realidad.

Pero en esta novela no sólo encontrarán una terapia romera para recuperar el antiguo hervor perdido. Conocerán por el camino de esta narración itinerante a peculiares personajes que comparten peregrinaje: a Amparito Mora, “un pedazo de mujer que no cabe en ella” y que acaba convirtiéndose en el personaje central de la novela: una jaquetona insatisfecha y deseante que trota a horcajadas sobre un caballo; al bulto del marido, capón y celoso; a un invertido de sangre viciosa con burbujas, poeta de la Virgen; a un cura posmoderno con gomina y tupé que dice misa en latín, al urólogo que reaparece por sorpresa convertido en bujarrón de urgencias, o al mayordomo de la Hermandad de Alfarache, un mamporrero impotente y celestino.

Personajes que peregrinan a la noche más larga del mundo en La Rocina, “ese espejo de sal al que acuden las almas a desnudarse”, a una noche de genesiacos caballos lorquianos y de reyertas, de facas que brillan bajo la luna de Pentecostés y de un bolígrafo de poder homicida.

Personajes que entran y salen de la novela, como el unamuniano Augusto de Niebla, pero con más gracia, y que vuelven al paraíso aquel en el que a Dios se le olvidó cortarnos la lengua y nos dejó el poder de la palabra y la vida verdadera de la literatura, que se acabará convirtiendo en la auténtica salvadora de las insuficiencias hormonales del protagonista.

Y, además de los personajes, recorre la novela esa celebración del lenguaje, ese culto de la palabra de quien, como el autor, se mudó hace mucho a vivir en las palabras. “Y me mudé a vivir en las palabras”, dice el narrador en una de esas frecuentes reminiscencias de sus versos que practica Ramírez Lozano, en esa ingeniería de vasos comunicantes entre su poesía, muy frecuentemente narrativa, y su prosa.

Quizá más que en otras novelas anteriores como Pasodoble y Cuidado con el perro, hay en La mancha de la mora un sostenido equilibrio entre la narración y los intermedios de las expansiones líricas. Como este, al comienzo del capítulo VII:

La salve, en cambio, me dejó un eco dulce en la memoria que me remontó en el sueño a esos días de mayo de mi infancia. Y el sueño se me iluminó. Ninguno de los que dormían tumbados junto a mí supieron de aquel sueño. La Virgen de la siesta, de mi siesta de mayo, vino para vigilar mi sueño, ahuyentarme el acecho de Choclán. En mi sueño se hizo el día de repente y la lengua acudió para hacerse niña conmigo, limpia y pura como entonces. Avedulce del bosque que cantas en la fronda estremeciendo la umbría en la que, herido, pernocta el corazón, no ceses nunca, no, Avemaría nuestra, en tu consuelo y bruñe con tu lumbre nuestra pena, y avéntanos las sombras, Avevenus del alba. Avenardo, flor tierna en la que anida el copo de la luz, el ampo en que se miran los espejos de las anunciaciones, asómanos al limpio misterio de las fuentes. Avelirio del prado en la que posa, gota de Dios, su ternura el rocío, asómanos al claro secreto de la dicha, Avejaral en flor que escuchas el rumor de la savia en la alta noche coronando los pétalos. Avefría en la fiebre, acuda siempre tu mano a mi favor, sol de mi herida, alivio de esa hebra tan blanca de tu manto con que ahuyento a la Muerte. Avesilva, Avepinta, Avenal de los campos, Avelira en el salmo ¿dónde cantas? ¿En qué rama escondida anida tu virtud para que sea?  Avesol de los pobres que así doras el pan y haces del cielo migaja en tu alacena, sacramento de la devota grey de las hormigas, arranca la cizaña de nuestro corazón. Avecedaria nuestra, tú que enhebras el Verbo Divino con tu sangre y pasas una a una las sílabas por cuentas de tu rosario, danos tu vocal la más pura, ese anillo celeste, diapasón en que tañe su son la lengua, el signo de las constelaciones. Avesal de los mares. Aveluna. Aveperla celeste que te guardas con la avaricia fiel de una promesa. Avecilla sin nido, tú que cantas sin ti, sigue cantando escondida en la noche. Sálvanos. Canta tú por nosotros, pecadores.
  Cuando desperté, estaba aún amaneciendo. 

Persisten en La mancha de la mora una serie de rasgos característicos del autor, compartidos con otras obras suyas: el cuidado de la palabra y la creatividad verbal, la fluidez y naturalidad de los diálogos, la ironía, la mezcla de seriedad y humor sobre un fondo moral de reflexión existencial, la suma de poesía y narrativa, el paisaje humano de la Baja Andalucía, la reivindicación de la alegría de vivir y el convencimiento de que “lo escrito resulta más vivido que la propia vida.” Y por eso aquí la verdadera salvación es la de la literatura, aunque “a veces no es más que un ejercicio de cobardía. Eso.”

“Hay novelas que se tienen de pie, como los hombres”, recuerden. Lo decía el narrador.

“-¿Y eso qué quiere decir?”, le pregunta Amparito. Y él contesta: 

“-Que quiero hacer una novela viva que no se me desangre por el camino.”

Y aunque haya sangre equina y humana en el trayecto, eso es exactamente lo que ha hecho José Antonio Ramírez Lozano con La mancha de la mora, una novela viva para disfrute de sus lectores, que están de enhorabuena.



02 abril 2025

Pedro Garfias. Obra reunida

 


01 abril 2025

Julián Casanova. Franco






31 marzo 2025

María Sanz. Todavía amanece

 


30 marzo 2025

Libros para nadie


 ¿Qué impresión nos produce, todas las excepciones habidas y por haber guardadas, lo que sale de las manos de la juventud intelectual catalana? Lo diremos francamente, sin escamotear nada. Nos parece lo que sale francamente ilegible. Nuestros jóvenes literatos dan la impresión que no tienen absolutamente nada que decir y que sin embargo se esfuerzan para expresar este vacío, esta nada, este total arrasamiento espiritual. Lo que sale, son libros para nadie. Son cáscaras de libros [...] La literatura que produce mil sonetos vacíos y perfectos por un mal cuento, es una cosa sin pulso, sin carne y sin sangre. Los literatos catalanes de hoy podrían formar parte de la academia más escrupulosa y pintoresca, pero entre todos dudo que hagan un libro que se deje leer.

Josep Pla. 
“El último libro de cuentos de Soldevila”. 
La Publicitat , 30 de septiembre de 1921. 
En Xavier Febrés. Josep Pla o la vitalitat. Una biografia literària
Raval Edicions. Barcelona, 2020.


29 marzo 2025

Epílogo de Pedro López Lara

  




Todavía nos quedan dos cosas por hacer: 
este poema 
-que dejaré incompleto- y después 

Ese texto, el último de Epílogo, que publica Renacimiento, cierra con doble llave la trayectoria poética de Pedro López Lara. 

Es el poema final del libro final de su trayectoria. Pero en ese “después”, que ahora todavía es un “ahora”, no sólo asistimos a una despedida. Estamos celebrando también la persistencia de la vida, de la palabra y de la poesía. Porque “hoy es siempre todavía”, como nos enseñó el mismo Machado que escribió “Se canta lo que se pierde.”

La noción de lugar y de pérdida y la idea del límite, que están también latentes en el título de su reciente antología Por arrabales últimos, forman parte de la armazón temática y de la tonalidad elegíaca que recorre, además de este libro, toda la poesía de Pedro López Lara.

Porque de alguna manera este Epílogo es también una recapitulación y un recuento, una variación en sí menor de las partituras que ha venido interpretando la voz lírica de Pedro López Lara en su extensa -y sobre todo intensa- trayectoria poética desde el inicial Destiempo hasta este tiempo mismo de la despedida, hasta este ‘Repertorio último’ en que el poema regresa a “su silencio germinal” y sobrevuelan la muerte del poeta visionario y distanciado estos ‘Ángeles ineptos’:

Vi el día de mi muerte: lo sobrevolaban 
ángeles descreídos, amnésicos, 
incapaces de oficiar ningún rito.

Partituras que interpretan los temas que recorren como líneas de fuerza este Epílogo y el resto de su obra: las heridas y la nostalgia del pasado, las ilusiones perdidas y las cenizas. Amor y hostilidades, tiempo y palabras contra el tiempo, pintura y cine, epigramas satíricos y agudos como puntas de flecha o reflexiones sobre la escritura:

Debe el poema ser una ocurrencia, 
algo que nos sale al paso y aturde 
tan solo unos instantes, los precisos 
para recuperar la calma y luego, 
cuando aún no entendamos lo ocurrido, escribir su esquela.

Son variaciones y fugas de una voz honda con la que se expresa una mirada penetrante que, desde el logrado equilibrio de pensamiento y sentimiento, busca siempre el fondo interrogativo de la realidad y la conciencia desde su difícil sencillez expresiva. Sencillez aparente que es más método que mero instrumento, porque surge de un trabajo de pulimento del verso y depuración del poema, de la decantación del pensamiento en la lograda transparencia de una admirable precisión verbal y, finalmente, de la clara voluntad transitiva de esta poesía.

Poesía transitiva que nunca, aunque lo parezca a veces, es monólogo ensimismado del poeta, sino diálogo con la memoria, con la conciencia, con la mujer amada, con la cultura, con la poesía y sobre todo consigo mismo. Esa voz y esa mirada, esa palabra y esa presencia lírica generan un clima, o más exactamente un microclima poético y humano que desarrolla una práctica de la escritura como forma de conocimiento y de respiración moral, como brújula hacia el norte de sí mismo o como aguja de marear en las aguas procelosas del mundo.  Como en este lúcido ‘Sucedáneo’:

Quien avisa es el traidor.
El otro, el que clava el puñal 
o dice las palabras, 
es solo un figurante, 
un sicario que carga 
con el muerto y la fama.

Por eso he definido en otro momento y en este mismo lugar la escritura de López Lara como forjadora de “una obra poética en la que el rigor verbal se convierte en instrumento de una honda meditación que hace de su riguroso ejercicio poético una forma de conocimiento, de arriesgado buceo profundo y a pulmón en el interior de sí mismo.”

Pero hay otro rasgo que quiero destacar en esta obra poética, porque está al alcance de muy pocos: de los poetas que lo son por vocación y no por volición, por necesidad vital y no por la impostura vanidosa de la pose. Ese rasgo es la transferencia entre vida y memoria, entre literatura e identidad, entre arte y emoción, entre mirada y escritura que en los malos poetas, en los falsos profetas de la poesía es puro barniz y no médula y signo de identidad, como en este poeta, que en Epílogo nos deja versos tan memorables como este, que vale por toda una obra:

También se cansa el tiempo de nosotros.



28 marzo 2025

Edición ilustrada de La lentitud de los bueyes

  




Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora.

Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve. Todo tan blando como las bayas rojas del acebo.

Nuestro abandono es grande como la existencia, profundo como el sabor de las frutas machacadas. Nuestro abandono no termina con el cansancio.

No es un error la lentitud, ni habitan nuestra alma las oquedades del conocimiento.

En algún zarzal lejano anida un pájaro de aceite que nace con el día. Siento su sed granate algunas veces. Su abandono es tan dulce como el nuestro.

Su lentitud no está desposeída de costumbre.

Ese es el primero de los veinte fragmentos en los que Julio Llamazares articula La lentitud de los bueyes, que publicó en 1979 y que acaba de editar Nórdica Libros en una bellísima edición ilustrada por Leticia Ruifernández con magníficas acuarelas como estas:






Junto con Memoria de la nieve (1982), publicado también en una espléndida edición ilustrada en NórdicaLa lentitud de los bueyes resume la aventura poética, híbrida de lírica y de épica, de Julio Llamazares, que ha escrito para esta edición un prólogo en el que señala que “la imagen de unos bueyes caminando sobre la nieve con lentitud tiene una interpretación simbólica: la de los bueyes bíblicos o de las mitologías griega y egipcia, incluso de los bisontes pintados en Altamira en la prehistoria, que algunos han querido ver en mi poesía, pero para mí representa simplemente un recuerdo de mi infancia, el de los bueyes que un vecino de mis abuelos maternos sacaba cada día a beber agua en una presa de las afueras del pueblo y que yo veía caminar sobre la nieve como en un sueño, pues solía verlos en Navidad sobre todo. Ese recuerdo lejano con su atmósfera nevada y casi irreal por borrosa es el embrión de este libro y de mi poesía misma, pues todo parte de él.”

La memoria y el olvido, “la espiral del tiempo” o la función vertebral del paisaje rural de la montaña leonesa alimentan el aparato simbólico de una obra poética atravesada por la quietud, el silencio y la historia, como en este otro fragmento:

Nada trasciende la densa mansedumbre de esta tarde.

Todo está en calma delante de mis ojos: las cigüeñas varadas sobre el silencio, y los frutales florecidos más allá del tendido del ferrocarril.

En odres muy antiguos, tan antiguos que ni siquiera el dolor puede alcanzarles, está guardado el tiempo. Y su costumbre deja posos más ácidos y azules que el olvido.

Como hierba crecida entre ruinas, la soledad es su único alimento y, sin embargo, su sustancia es tan dulce como nata crecida.

Absteneos, no obstante, de ponerle interrogantes amarillas o de buscar dioses de trapo allí donde existen solamente aguas absurdas.

De todos es sabido que el tiempo no posee otra grandeza que su propia mansedumbre.

Narrador excepcional en libros tan relevantes como Luna de lobos o La lluvia amarilla, Julio Llamazares inició su trayectoria literaria en el campo de la poesía con La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve, unidos por una misma voz poética, por una misma y solemne lentitud rítmica y una misma tonalidad salmódica y lapidaria.

En esos dos libros no sólo se prefigura la vocación narrativa de su obra posterior, sino también los temas que la recorren y la mirada que el autor proyecta sobre ellos. Así ha explicado él mismo la continuidad que vincula toda su obra y la transición natural desde la poesía a la novela:  “Yo creo que sigo haciendo poesía en todo lo que escribo, porque mi visión de la realidad es poética. Mejor o peor, pero poética en el sentido de aplicar una cierta subjetividad límite a la contemplación.”

“Uno de los puentes que existen entre la poesía que escribí y la novela es el estilo, la manera de escribir. […] Yo no tengo conciencia de haberme pasado a la novela, ni de que existan diferencias entre una y otra. La lentitud de los bueyes y La lluvia amarilla es lo mismo. Memoria de la nieve y El río del olvido es lo mismo.”

Desde la búsqueda de las raíces y la elegía de un tiempo y un espacio perdidos para siempre, Julio Llamazares levanta con La lentitud de los bueyes una imagen mítica del paraíso perdido y de la edad de oro. Y lo hace con unidad de tono y de recursos, de espacio y atmósfera existencial, de visión del mundo para fundir memoria y paisaje, naturaleza y sentimiento, como en el fragmento final:

Miro hacia atrás, hacia el árbol podrido que repentinamente se quedó sin sombra, y encuentro solamente un charco ensangrentado de silencio y una vía muerta por la que nunca pasó nadie.

Cruzo los soportales del mercado donde se exponen los despojos chorreantes del recuerdo.

Levemente descorro la cortina de niebla que levanté día a día en torno a mi memoria, y encuentro solamente los pájaros de invierno que se han quedado helados sobre los hilos del telégrafo.

Tras las choperas blancas, asciende lentamente el vaho dulce y tibio de un establo que espera en la distancia la vuelta ya imposible de los bueyes suicidados en el río.

Miro hacia atrás y sólo encuentro un lejano y dolorido olor a brezo.

En 1985, el mismo año en que Luna de lobos inauguraba su obra narrativa, Llamazares puso al frente de la edición conjunta de ambos libros en un volumen un texto, ‘Como dos fotos viejas’, en el que escribía: “Así, desolados y sepias, como dos fotos viejas que el olvido ha sobado cuando las encuentras, encuentro yo estos libros que el tiempo ha abandonado y el polvo del silencio comienza ya a borrar. […] Yo sé muy bien qué tiempo se llevó el viento y las cenizas, la hierba que sepulta recuerdos y bueyes como el recuerdo sepulta lo que nunca existió.”

Y así concluye el estupendo prólogo que ha escrito para esta nueva y memorable edición:

La memoria (de la nieve) y los recuerdos (esos bueyes que pasan con lentitud sobre ella echando vaho y vapor sobre un paisaje cada vez más desdibujado y borroso) son todo mi patrimonio poético y sobre el que se sustenta toda la arquitectura de mi literatura y de mi identidad. Por eso este libro es para mí tan importante, tan inseparable de mi condición humana, una condición humana que impregna mi imaginario y me atrevería a decir que mi misma conciencia. Porque yo soy esos bueyes que caminan con pesadez hacia la nada y que para mí son la imagen de la humanidad que se fue de este mundo con ellos y como la que se irá cuando yo no esté ya en él sin dejar sus pisadas en la nieve más que durante unos fugacísimos instantes temblorosos.



27 marzo 2025

Inventario medieval

  




“Para orientarnos en un Medievo frecuentemente invisible a primera vista, pese a que atraviesa con un entramado de líneas muy finas toda nuestra historia, hay que sumergirse en el pasado, descender a su espacio subterráneo y seguir los recorridos formados por historias, personajes y lugares que dibujan itinerarios fundamentales y desenredan el «largo hilo de Ariadna» a través de aquella época y aún más allá. El resultado es un viaje inusual y tal vez sorprendente para un lector curioso y capaz de orientarse”, escribe Glauco Maria Cantarella, prestigioso medievalista italiano, en el Preámbulo de su Inventario medieval: Itinerarios, historias y protagonistas, que publica El libro de bolsillo de Alianza editorial con traducción de Pepa Linares.

Construido como un breve pero luminoso diccionario de conceptos y hechos históricos, de personajes y lugares, este Inventario medieval es un prontuario preciso, riguroso y certero que traza con agilidad narrativa y cercanía un completo panorama para orientarse en la Edad Media, una época a menudo oscurecida por sus propias sombras, que fueron muchas, y por las sombras añadidas que le atribuyeron, a veces injustamente, los humanistas del Renacimiento, que quisieron afirmarse con el trazado de un muro cultural que no existía.

Y sin embargo, gran parte de las raíces de la civilización occidental se desarrollaron y extendieron en el subsuelo de una Edad Media que vio surgir las ciudades y canalizó algunas de las líneas maestras del pensamiento europeo. El esfuerzo y la empresa de Cantarella se encaminan a explorar y describir ese entramado  casi invisible y a menudo subterráneo que vincula la época medieval con el presente, porque  “es un proceso histórico todavía poco conocido, muchas veces solo el espejo deformante de nuestro presente.”

Con esa perspectiva, Cantarella aborda en este Inventario medieval hechos y datos fundamentales, como los inseguros límites cronológicos de la Edad Media en torno a las dos capitales imperiales -entre la caída de Roma y del Imperio romano de Occidente, que pone fin al mundo antiguo en 476, y la caída de Constantinopla y del Imperio romano de Oriente, que cierra la Edad Media en 1453-, la importancia de Roma como capital de referencia, como nudo principal al que conducen todos los caminos y como centro apostólico de la cristiandad entre el Vaticano y el Laterano. Una Roma “vacía y verde” que “fue el punto de partida y el punto de llegada de los imperios: de Octaviano Augusto a Constantino el Grande y de Carlomagno a Carlos V”:

Roma, la continuidad o la perpetuidad histórica. Roma, diana de todas las yihads de todos los tiempos y maravilla ensalzada por las fuentes árabes. Roma, signo de contradicción. Roma, centro de todas las contradicciones. Roma, torbellino de las contradicciones. Roma, el lugar físico, ideal y mental al que todo tiende, en el que todo se concentra, se dilata y explota, se confunde, se anula, se recupera, nace, muere y vuelve a nacer, regresa cambiado y siempre igual a sí mismo. Roma, la Urbe, la Ciudad, la Única. La Eterna.

En sus nueve capítulos temáticos, estas páginas iluminadoras acercan a la mirada del lector actual una serie de líneas y trayectos que se entrecruzan y muestran la riqueza y la complejidad del periodo medieval: los mundos de la oración y el monacato benedictino, Cluny y la aristocracia de la oración, los territorios de ultramar como objetos del deseo, las peregrinaciones a Roma, a Compostela y a Jerusalén, los cruzados y los templarios, la vida urbana y el mundo laico, la cultura cortesana y refinada de la caballería y el amor cortés, el renacimiento cultural temprano del siglo XII, la formación de los reinos medievales, las cortes y los príncipes, el papel de la mujer y el matrimonio, las guerras, los herejes y la Inquisición, la fundación de las órdenes mendicantes y los conflictos intelectuales y hegemónicos entre franciscanos y dominicos.

Cruzan estas páginas personajes como Gregorio VII y Pedro el Venerable, Pedro Abelardo y Bernardo de Claraval, Chaucer y Rodolfo el Calvo, el infante Don Juan Manuel y Godofredo de Bouillon, que son reflejos significativos de aquella compleja época medieval, de mundos ocultos en un largo milenio distante en el tiempo y cercano en lo humano.

Cantarella abre así las puertas para emprender un itinerario -a veces secuencial, a veces reticular- que recorre distintos caminos y explora el territorio geográfico, histórico y cultural del Medievo para constatar que “la Edad Media es una época extraña: no se sabe cuándo comenzó ni tampoco cuándo acabó. Es también un espacio de fronteras lábiles, invisibles, una realidad lejana a nosotros, aunque se pueda pensar que la tenemos diariamente a nuestro alrededor; una realidad subterránea, un tiempo-espacio sumergido que aflora cuando se evoca, se le hacen preguntas, se investiga.” 


26 marzo 2025

Alfredo Giuliani. Versos y noversos

 


25 marzo 2025

Azorín, clásico y moderno