20 noviembre 2025

Joyce. Los muertos

 


19 noviembre 2025

Catafalco. Carl Jung y el fin de la humanidad

 


Era una noche de comienzos del 2011.
Yo todavía no conocía la visión final que Jung había tenido cincuenta años atrás sobre los cincuenta últimos años de la humanidad. Mi mujer y yo estábamos viviendo en las montañas de Carolina del Norte, y fue como una llamada en mitad de aquella noche que no pude resistir por más tiempo. Supe que debía sumergirme profundamente en mí mismo para ver qué estaba ocurriendo con mi vida, con mi trabajo, con el mundo.
Y después vino la conmoción de que se me mostrara de súbito lo que ya había ocurrido, no solo en mi pequeña vida, en mi mundo privado.
En medio de la intensa calma que a veces llega en medio de la noche, veo que todo se ha detenido. Pero la quietud está llena de terror, porque no es la quietud de la naturaleza descansando en la noche.
Es la quietud al final de una civilización. Literalmente, nuestro mundo occidental ha llegado a su fin.

Son algunos párrafos de Catafalco, el libro de Peter Kingsley que publica Atalanta con una estupenda traducción de José Manuel Espadas que llega hoy a las librerías. 

Como un libro peligroso y provocador ha sido calificado este ensayo en el que Kingsley explora el legado intelectual de Carl Gustav Jung y Henry Corbin sobre la naturaleza de las culturas y el destino de la civilización occidental:

Cuando miré más de cerca, pude ver que cada cultura tiene un momento lineal específico, exactamente como los movimientos en espiral descritos por Empédocles que subyacen a cada ciclo cósmico. En un ciclo, todo gira en una dirección hasta que acaba por detenerse.
Por un momento indefinible. ni dentro ni fuera del tiempo, existe una quietud entre dos movimientos contrarios. Entonces todo comienza a rotar en dirección opuesta. Y este es el punto al que hemos llegado: el precario equilibrio de absoluta quietud al final de un movimiento, de un ciclo, de un impulso direccional, antes de que todo gire al revés.
Tal como ocurre con el cosmos, lo mismo ocurre con cualquier animal o ser humano, así como con la vida de una civilización. Y esta civilización ha llegado al final. El movimiento se ha detenido. La energía detrás de su momento lineal ha terminado, está agotada.

Un agotamiento que debemos presenciar con más distancia que dolor. Para ello nos prepara el subtítulo, Carl Jung y el fin de la humanidad. Y más todavía el título funeral:

Es el silencio de todo lo que conoces cuando llega a su fin, nada más. Pero, sin duda, darse cuenta conscientemente causaría una conmoción demasiado grande. Entonces lo que ocurre es que -como una rueda o un disco que continúa girando después de haber sido apagado- la gente sigue corriendo de un lado a otro porque no quiere ver que todo se ha detenido.
Exactamente igual que esos personajes de dibujos animados que salen corriendo hacia el vacío y no ven que están justo sobre el abismo, nosotros seguimos adelante tratando de pensar que todo es normal. Por unos instantes irreales, corremos sobre un espacio vacío, aunque ya no hay nada, ni fundamento ni soporte, que nos sostenga o nos impulse hacia delante. Nos vemos transportados, sencillamente, por un residuo fantasmagórico de aquel impulso original que ahora no es más que el momento lineal de nuestros propios hábitos inconscientes. 
Pero también esto se apagará: irá deteniéndose hasta que todo caiga, es decir, hasta que se produzca el caos.

Distanciada frialdad y lucidez ante el fracaso, porque este final “no es más que un proceso de la naturaleza, nada de lo que haya que asustarse. Nuestra cultura, como cualquier otra cultura en el pasado o en el futuro, es un mero organismo natural, como implica la propia palabra. Y todo organismo es finito, lo que significa que muere. 
El gran problema es que, desde un punto de vista humano esto es casi imposible de aceptar. Es tan difícil no querer esconder nuestras intuiciones más profundas en algún lugar dentro de un cajón; es tan indigno seguir adelante y ocultarlas.
Pero sin duda el sentimentalismo no va a ayudar. Tampoco, en este caso, la esperanza.
Ni tampoco la tecnología que nos ha traído hasta aquí, pues hace mucho tiempo que perdimos las claves de su dimensión sagrada. De manera consciente, ya no tenemos la sabiduría o el conocimiento necesarios, aunque con nuestros trucos y juguetes nos encanta engañarnos a nosotros mismos creyendo que sí los tenemos.
Hemos olvidado lo que en verdad significa anhelar esa sabiduría; aullar por su pérdida.
Y justo al borde del precipicio seguimos tratando de engañarnos pensando que todo va a ir bien.”

Poco más que añadir. Sólo que este Catafalco, que toma su título del último de los cuatro ensayos del libro, es una brújula en mitad del caos. Una lectura radical del legado junguiano y un texto imprescindible para tener una noción de lugar de la situación de la cultura occidental y su pérdida de identidad, desvinculada de sus raíces ancestrales. 

Filosofía y literatura, poesía y profecía confluyen en las páginas de esta biografía espiritual de un Jung místico, gnóstico y profético que sigue la senda chamánica de Pitágoras, Parménides y Empédocles en su viaje visionario a la irracionalidad y a la locura. 

Un volumen en el que Kingsley, filósofo y profeta de estirpe junguiana, ofrece, a través de la figura del autor del Libro Rojo, un diagnóstico deprimente y certero de la civilización occidental y un pronóstico oscuro de la cultura en un futuro tan inmediato que contagia ya al presente:

Puede que por un tiempo parezca que todo sigue en funcionamiento. Pero nuestro rol en la existencia ha sido vaciado; nuestro propósito humano en este planeta está patas arriba.

La segunda mitad de las casi ochocientas páginas de Catafalco la ocupa un enorme despliegue de notas, sobre las que Kingsley avisa que “son un chiste, grotescos monumentos a una cultura que se ha abandonado a sí misma. Pero si pones cuidado en sumergirte en ellas, tal vez encuentres que algunas son como libros en miniatura que ofrecen una apertura a otro mundo.”

Y añade para concluir: 

En cuanto al sentido que hay detrás de todo esto, es muy sencillo. El sentido es despojarnos de todo, hasta de Jung, que tanto necesita ser liberado, hasta de este libro.
Solo al desprendernos de todo, incluso de nosotros mismos, sembramos las semillas del futuro.

Rematado con un espléndido indice analítico y onomástico, este es su colofón:

Así como soy oscuro, y lo seré 
con aquellos a los que no tengo intención de darme a conocer, 
la totalidad de este libro permanecerá incomprensible; 
y no le espera mucho a quien no haya recibido sus dones.




18 noviembre 2025

Fernando Pessoa. La reconstrucción

 


17 noviembre 2025

La piel de toro, en Letras Hispánicas




“Escribí La pell de brau entre las fechas [junio de 1957-julio de 1958] que figuran al pie del libro. Con él  me proponía demostrar, frente a unas palabras de Ortega, que también los hombres de la periferia peninsular éramos capaces de entender el complejísimo conjunto de los esenciales problemas ibéricos, de procurar resolver la tan difícil, entorpecida y entorpecedora convivencia ibérica.”

Con ese párrafo abría Salvador Espríu (1913-1985) el prólogo a la reedición bilingüe en 1976 de La piel de toro, que había aparecido en 1960 en su versión original en catalán (La pell de brau) y había tenido en 1963 una edición bilingüe en Ediciones de Ruedo Ibérico con traducción de José Agustín Goytisolo.

Esa imagen plástica de la Península ibérica como una piel de toro aparecía en el Libro III de la Geografía de Estrabón (63 a.C.-19 d.C), que nunca se había acercado a la península y se había basado en los escritos de Polibio y de Posidonio de Apamea, de quien parece que procede la conocida metáfora que da título al libro de Espríu.

Acaba de aparecer en Cátedra Letras Hispánicas en una edición bilingüe con traducción de Ramon Balasch y Andrés Sánchez Robayna e introducción y notas de Maria Moreno Domènech, que recuerda en el prólogo a propósito de su recepción que “a la vez que es un libro que se integra impecablemente en la estructura total de la obra espriuana, ha sido considerada una rara avis en su corpus literario. Es un libro que recibió críticas feroces por parte de intelectuales como Joan Ferraté, que lo señaló como un libro inferior a toda su poesía precedente y, al mismo tiempo, es el que catapultó a Espriú a la fama literaria. […] Resulta paradójico que el libro considerado por muchos el menos representativo de su obra e incluso poéticamente inferior, sea el más editado, traducido y comentado.”

Una paradoja añadida a lo que parece ser el signo de la obra desde las contradicciones de antónimos sobre las que se construye el primero de los cincuenta y cuatro poemas que lo componen:

El toro, en la arena de Sepharad, 
embestía la piel tendida 
y la convierte, alzándola, en bandera.
Contra el viento, esta piel 
de toro, del toro cubierto de sangre, 
es ya jirón henchido por el oro 
del sol, por siempre librado al martirio 
del tiempo, oración nuestra 
y blasfemia nuestra. 
A la vez víctima, verdugo, 
odio y amor, lamento y risa, 
bajo la ciega eternidad del cielo.

No estoy seguro de si aquellas críticas inusualmente agresivas tenían más que ver con lo ideológico y lo político que con lo estrictamente poético o si son una mezcla explosiva de los dos criterios ante la obra de “un hombre de la periferia ibérica que intentó comprender tiempo ha el complejo enigma peninsular” que era la intención confesada por el autor en un prólogo de 1968. 

En todo caso, predominen el complejo o el enigma, parece que hicieron daño a un Espríu que confesaba en el ya mencionado prólogo de 1976: “Pronto me pregunté, y continúo preguntándome, si el esfuerzo ha merecido la pena. Por esto escribí enseguida el Llibre de Sinera, de un alcance y de una significación muy distintos.”

Volvía así, ya en 1959, tras ese paréntesis de poesía civil y didáctica, al territorio mítico de Sinera, anagrama del Arenys de sus raíces familiares, al que había dedicado su primer libro, tardío, de poesía, Cementerio de Sinera, que apareció en 1946Es también el topónimo poético del imaginario personal y colectivo sobre el que se proyecta su obra narrativa, dramática y lírica. 

Memoria y paisaje configuran el universo poético de Salvador Espríu. Un universo elegíaco y simbólico que evoca un mundo perdido y soñado a través de una poesía contemplativa y hermética que tiene como centro la presencia constante de la muerte y alcanza su culminación en Libro de Sinera y en Semana Santa, seguramente su cumbre poética. 

Es una poesía que desde su conciencia angustiada de la pérdida construye una mitología propia que se mueve entre lo lírico y lo onírico, una mitología que hace una transposición poética de la historia para tender puentes entre el pasado y el presente, entre lo personal y lo colectivo, entre lo metafísico y lo histórico, entre la utopía y la realidad o entre la reflexión política y el didactismo moral, como en el que seguramente es el más conocido de los poemas del libro, el XLVI, que adopta un tono sapiencial característico de La piel de toro:

A veces es necesario y forzoso 
que un hombre muera por un pueblo, 
pero nunca ha de morir todo un pueblo 
por un hombre solo: 
recuerda siempre esto, Sepharad. 
Haz que sean seguros los puentes del diálogo 
e intenta comprender y amar 
las razones y las hablas diversas de tus hijos. 
Que poco a poco caiga la lluvia en los sembrados 
y el aire pase como una mano tendida 
suave y muy benigna sobre los anchos campos. 
Que viva Sepharad eternamente 
en el orden y en la paz, en el trabajo, 
en la difícil y merecida 
libertad. 

Casi cincuenta años después de la edición en 1977 de una amplia Antología lírica bilingüe preparada por José Batlló para esta misma colección, esta edición de La piel de toro ofrece una nueva posibilidad de adentrarse en una poesía que, como señala Maria Moreno Domènech, “es siempre un recorrido hacia el conocimiento, una búsqueda constante del propio ser.”


 

16 noviembre 2025

El mundo acabará en viernes

 


15 noviembre 2025

La vida aburrida de Immanuel Kant

 


Si prescindimos de la historia de su desarrollo intelectual y de los resultados de éste no necesitaremos mucho tiempo para exponer los hechos de la vida de Kant. Pues fue una vida excepcionalmente desprovista de acontecimientos y de incidentes dramáticos. Es verdad que la vida de cualquier filósofo está primariamente dedicada a la reflexión, y no a una actividad externa en el escenario de la vida pública. El filósofo no es un comandante en el campo de batalla, ni un explorador del Ártico. Y a menos que se vea obligado a tomar veneno, como Sócrates, o que le quemen en la hoguera, como a Bruno, la vida del filósofo tiende a ser poco dramática. Pero Kant no ha sido ni siquiera un hombre de mundo y viajero, como Leibniz. No salió en toda su vida de la Prusia Oriental. Ni tampoco ha ocupado la posición de dictador filosófico en la universidad de alguna capital, como más tarde Hegel en Berlín. Kant fue simplemente un excelente profesor de la universidad, nada célebre, de una ciudad provinciana. Ni tampoco tuvo un carácter de los que suministran inagotable caza a los psicólogos analistas, como es el caso de Kierkegaard o Nietzsche. En sus últimos años sus conciudadanos lo conocían por la metódica regularidad de su vida y por su puntualidad, pero a nadie se le ocurriría ver en Kant una personalidad anormal. Y, sin embargo, no será extravagante decir que el contraste entre su vida tranquila y sin acontecimientos y la grandeza de su influencia tiene ya de por sí una cualidad dramática.

Frederick Copleston.
Historia de la Filosofía, VI.
De Wolff a Kant.
Traducción de Manuel Sacristán.
Ariel. Barcelona, 2000.


14 noviembre 2025

Chantal Maillard. Contra el Arte y otras imposturas

 


13 noviembre 2025

Una historia global de la Segunda Guerra Mundial

 




“Es probable que la Segunda Guerra Mundial sea el conflicto más estudiado de la historia de la humanidad; una búsqueda en la biblioteca de la Universidad de Columbia arrojó casi 160.000 resultados sobre este tema. Sin embargo, a pesar de esta atención exhaustiva, la inmensa mayoría de las obras en inglés ofrecen una interpretación sorprendentemente unidimensional del conflicto, que presentan como una guerra buena, una cruzada contra el fascismo y una batalla del mundo libre y democrático contra un totalitarismo atroz. Esta interpretación, lo que podríamos llamar la explicación ortodoxa de la Segunda Guerra Mundial, surgió en la década de 1950, durante los años más oscuros de la Guerra Fría. Estudiosos de todo Occidente se encontraron viviendo en un mundo transformado por el conflicto: se había puesto de rodillas a los viejos imperios europeos, el historial de crímenes de guerra nazis había desacreditado la eugenesia y el racismo científico, y la evidente batalla ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética dominaba los asuntos internacionales. La primera generación de estudiosos de la Segunda Guerra Mundial elaboró relatos que reflejaban el espíritu de su época. Plantearon la guerra como una lucha democrática contra el fascismo y restaron importancia a las dinámicas raciales y coloniales, que ya no parecían relevantes. Optaron por celebrar las contribuciones de los aliados occidentales y marginaron el papel de las fuerzas soviéticas y chinas, que era más problemático. Confeccionaron una historia que convertía a los imperios en Estados nación y a los conquistadores en libertadores. La suya fue una historia de la guerra presentada  como una parábola sobre los males del totalitarismo y el triunfo de un orden democrático liderado por Estados Unidos.
En los últimos 75 años, esta explicación ortodoxa de la guerra ha dominado absolutamente en nuestra memoria colectiva”, escribe Paul Thomas Chamberlin, profesor de Historia en la Universidad de Columbia, en la Introducción de su Tierra quemada. Una historia global de la Segunda Guerra Mundial, que publica Galaxia Gutenberg con traducción de Noemí Sobregués cuando se cumplen ochenta años del final del conflicto.

Y a continuación, tras ese planteamiento incuestionable sobre la historiografía predominante, Chamberlin resume el propósito de su libro introduciendo una significativa matización adversativa que pone en cuestión, más discutiblemente, la interpretación habitual de la Segunda Guerra Mundial:

Pero la interpretación ortodoxa de la Segunda Guerra Mundial no consigue explicar fenómenos como la Operación Impensable. De hecho, si observamos más de cerca, vemos que la realidad de la Segunda Guerra Mundial fue mucho más confusa de lo que nos han hecho creer los relatos predominantes del bien contra el mal. La mayoría de los historiadores coinciden ahora en que lo que derrotó a las legiones de Hitler no fueron soldados estadounidenses y británicos amantes de la libertad en el frente occidental, sino el sacrificio de millones de soldados soviéticos conducidos por brutales mandos comunistas a través de los mortíferos campos de Europa del Este. Los aliados occidentales contribuyeron a la victoria no tanto con valor e idealismo democrático como con salvajes ataques con bombas incendiarias y atómicas contra ciudades del Eje, que incineraron a cientos de miles de civiles.

Y por eso los veinte capítulos de este voluminoso ensayo, enriquecido con abundante material gráfico, se orientan a desmantelar la imagen de la Segunda Guerra Mundial como una guerra justa en la que acabó triunfando el bien sobre el mal, la libertad sobre el totalitarismo, y a afianzar sobre otro enfoque y otra narrativa esta interpretación, que resume así su autor:

Este libro plantea que el mayor conflicto de la historia no fue la guerra buena entre la democracia y el fascismo que suelen describir los libros de historia. Fue más bien una inmensa guerra racial y colonial marcada por atrocidades salvajes en la que imperios rivales lucharon en enormes extensiones de Asia y Europa. Aunque la guerra destruyó el colonialismo europeo y japonés, forjó los nuevos imperios estadounidense y soviético y creó un sistema de Estados muy militarizados, poseedores de armas nucleares y centrados en librar una guerra perpetua contra poblaciones enteras.

Una interpretación heterodoxa que presenta la Segunda Guerra Mundial como un conflicto de origen colonial y consecuencias imperialistas, como una lucha por la hegemonía mundial entre potencias imperiales decadentes (Alemania, Italia, Japón) por un lado y potencias resistentes como la Francia derrotada y rendida a Hitler o el Reino Unido asediado por los ataques aéreos o superpotencias emergentes como los Estados Unidos y la Unión Soviética por el otro.

Un conflicto que hunde sus raíces en las consecuencias del Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, que cambió el orden mundial y generó el convulso período de entreguerras, una crisis económica de enormes repercusiones políticas y sociales, la aparición de regímenes totalitarios, las empresas expansionistas y de supremacía racial de Italia en Etiopía y de Japón en Manchuria, la creación de un nuevo orden regional en Asia oriental como consecuencia de la guerra chino-japonesa y sus cerca de un millón de muertos civiles chinos.

Con esos antecedentes estalló una devastadora guerra de aniquilación que Chamberlin que reconstruye con un tono narrativo vivaz y con agudeza analítica. Estas páginas ofrecen una reconstrucción minuciosa de los hechos de guerra, los bombardeos de ciudades y las operaciones militares hasta la caída de Berlín y el apocalipsis nuclear de Hiroshima para integrar los acontecimientos en una panorámica interpretativa que exige una perspectiva política e histórica más amplia que contempla también las consecuencias de la guerra, que transformó la arquitectura geopolítica del mundo.

Porque, en definitiva, el resultado del conflicto no fue la paz, sino el diseño de un nuevo orden mundial que quedaría vinculado a una nueva forma de guerra perpetua -la Guerra Fría- entre Estados Unidos y la Unión Soviética, las dos potencias neoimperiales triunfantes e hipermilitarizadas que se disputarán desde 1945 el dominio económico, político, cultural, territorial y militar del mundo. Y porque -afirma Chamberlin- “los dirigentes tanto de Washington como de Moscú eran conscientes de que la Segunda Guerra Mundial había desencadenado una revolución en el orden geopolítico, había socavado fatalmente el antiguo sistema colonial y había impulsado a las potencias estadounidense y soviética aposiciones que les permitirían dominar la era posterior a 1945.”
 
Estos dos párrafos podrían resumir significativamente el sentido de Tierra quemada. Una historia global de la Segunda Guerra Mundial:

Este libro intenta retirar las capas de mitología que cubren la Segunda Guerra Mundial y poner en cuestión las interpretaciones predominantes del conflicto. Se aparta del enfoque que se centra en los grandes dirigentes y las operaciones militares para analizar cómo el conflicto más grande de la historia transformó las relaciones entre imperio, raza, violencia, guerra y Estado. Geográficamente, el libro se aleja de las playas de Normandía para hacer mayor hincapié en los teatros de operaciones más sangrientos de Europa del Este y Asia oriental. Rompe con las explicaciones estándares de la guerra argumentando que la raza y el imperio eran dimensiones centrales del conflicto. Aborda la Segunda Guerra Mundial como un conflicto profundamente enraizado en el contexto más amplio de la historia mundial. Y de esta forma intenta excavar los cimientos coloniales de la guerra y trazar sus secuelas imperiales.

[…]

Tierra quemada sostiene que el legado de la guerra no fue la destrucción del fascismo, el racismo y el imperialismo, sino la creación de un orden de posguerra en el que Estados neoimperiales muy militarizados se vieron obligados a prepararse para la guerra perpetua y la perspectiva de la aniquilación nuclear. Nuestra amnesia colectiva respecto de los orígenes coloniales de la guerra y sus consecuencias imperiales ha despojado al conflicto de su significado y lo ha convertido en un cuento de hadas del siglo xx. Este libro pretende colocar nuestra visión de la Segunda Guerra Mundial en el lugar que le corresponde en el panorama más amplio de la historia mundial moderna. Con este telón de fondo, la Segunda Guerra Mundial aparece como el punto culminante de siglos de expansión colonial y el catalizador de la reinscripción del imperialismo  bajo la égida de la geopolítica de la Guerra Fría.



12 noviembre 2025

Una Historia a través del Patrimonio

 




Un turista inglés sorprendido por Doré mientras arranca un azulejo en la Alhambra, 
una ilustración del Voyage en Espagne de Charles Davillier.


El asombroso Transparente de la catedral de Toledo como ejemplo de transformaciones del patrimonio artístico con la rotura parcial de los muros góticos de la girola construida en el siglo xııı. La exuberante obra barroca del Transparente se remató cinco siglos después, en 1732.



El patio renacentista del Palacio de Vélez Blanco, que acabó en el Metropolitan Museum de Nueva York tras pasar por Marsella y París después de que el duque de Medina Sidonia lo vendiera a un anticuario francés en 1904 por 80.000 pesetas.

Son algunas imágenes del monumental España monumental, de Eduardo Manzano Moreno, que publica Crítica en una espléndida edición rematada con una amplia bibliografía  que tiene como punto de partida una profunda reflexión sobre el patrimonio histórico y artístico de España, representado por los cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco que aparecen en este mapa:


Imágenes que ilustran el primero de los diez capítulos en los que se organiza la obra, una reflexión preliminar sobre el patrimonio histórico en la que Eduardo Manzano reivindica su papel de herramienta al servicio de la ciudadanía para crear la conciencia del patrimonio como presente material del pasado, porque “el patrimonio histórico no puede reducirse a una simple secuencia de estilos y gustos artísticos, sino que permite una interpretación del pasado tan coherente como la que se obtiene con crónicas y documentos.” 

“Hace pocos años -recuerda Eduardo Manzano- los dueños de un bar del centro de Sevilla decidieron reformarlo. Cuando los albañiles comenzaron a picar el falso techo que cubría el local, se encontraron con las bóvedas intactas de lo que en pleno siglo XII había sido un baño almohade de época andalusí decorado con pinturas también perfectamente preservadas. La reforma continuó adelante bajo supervisión de los arqueólogos e integró muy bien el hammām medieval en el bar contemporáneo. Impresiona mucho, y da también que pensar que hoy uno pueda tomarse una cerveza bajo los mismos muros que hace ochocientos años servían para que los musulmanes sevillanos se dieran un baño antes de ir a la mezquita, hoy convertida en catedral, situada a escasos metros de allí.”

Y por eso, porque el patrimonio histórico es el presente material del pasado, además de advertir de los peligros de expolios o desapariciones como los del siglo XIX y principios del XX, “hoy más que nunca, es preciso volver a reivindicar su misión como herramienta al servicio de la ciudadanía que ayuda a forjar una conciencia del pasado. Si seguimos aceptando que el patrimonio histórico sea la expresión de la identidad de algunos, la gallina de los huevos de oro de otros, o un parque temático abierto a los caprichos del turismo efímero inevitablemente acabará degradándose de forma irreversible. Y habrá sido nuestra responsabilidad el no haber alertado sobre ello.”

Y tras ese planteamiento previo, España monumental ofrece un admirable recorrido ilustrado por esos cuarenta y seis lugares declarados Patrimonio Mundial por la Unesco a lo largo de capítulos como Fósiles, representaciones rupestres y megalitos, Los restos del Imperio, Al-Andalus y el Reino de Asturias, La expansión monumental de la Edad Media, La huella de al-Andalus, El alumbramiento de un imperio, Auge y declive del imperio español o El patrimonio de la burguesía.

Cuarenta y seis lugares que atraviesan tiempos y espacios que permiten trazar Una Historia a través del Patrimonio, como anuncia el subtítulo: desde Atapuerca o las cuevas de Altamira hasta las obras de Gaudí, pasando por monumentos de la Hispania romana, la mezquita de Córdoba, el conjunto arqueológico califal  de Medina Azahara, los Monasterios de Poblet y Guadalupe, Compostela y las Ciudades Viejas de Ávila, Salamanca, Toledo o Cáceres, los conjuntos renacentistas de Úbeda y Baeza, el Monasterio y Sitio de El Escorial, el paisaje cultural de Aranjuez, el Palau de la Música Catalana o los Paseos del Prado y el Retiro como paisaje de las artes y las ciencias. O monumentos multiculturales como la Giralda (“en la que se dan cita el pasado romano, el al-Andalus almohade y la España de la Contrarreforma”) y lugares como Cuenca, con testimonios de los distintos periodos históricos que permiten convocar “toda la historia de España en un solo lugar”, como indica el título del último capítulo, dedicado a la ciudad manchega. Porque -afirma Eduardo Manzano- “sin salir de esta ciudad y de su comarca, se puede hacer un recorrido por todas las etapas cronológicas de la historia de España, retratando así un pasado tan cambiante y diverso como trágico en muchos momentos.”

A través de esos lugares se organiza el entramado de un relato histórico que aborda las construcciones megalíticas, las ciudades y la romanización de Hispania, la hegemonía y el fracaso del califato omeya de Córdoba, el mundo de los monasterios, la diversidad medieval, la expansión cristiana y el culto de Santiago, la Sevilla almohade y la Granada nazarí, las torres mudéjares aragonesas, los proyectos y las realidades imperiales, la ruinas, las guerras y los hundimientos. 

“Una historia de España que, en lugar de utilizar como hilo conductor a la nación, enhebre el pasado a través de la etiqueta de Patrimonio Mundial de la Unesco es una forma de acudir a la globalidad para sacudirnos tanta historia identitaria como la que hemos venido padeciendo en los últimos tiempos. En esta obra, hablaremos de restos cuyo aprecio universal los convierte en referencia mundial, lo que es también una forma de abrir la historia de este país a unos marcos globales. Los 46 lugares que conoceremos en este libro son tan excepcionales como la propia historia que contienen y constituyen la punta del iceberg de la singularidad patrimonial de la España actual, en donde, junto a los incluidos en esa lista, existen infinidad de restos que, pese a no gozar del mismo reconocimiento, también encierran un valor histórico extraordinario”, afirma Eduardo Manzano.

Esta es la relación completa de esos lugares declarados Patrimonio Mundial en España:



Una relación que expresa la enorme diversidad de espacios, tiempos y culturas que constituyen lo más destacado del patrimonio histórico de España. Porque, como explica Eduardo Manzano, “el pasado de este país contiene una fascinante diversidad de culturas, lenguas, religiones e instituciones políticas que debería ser mejor conocida y valorada. Este complejo y paradójico panorama histórico ha sido, sin embargo, dejado a un lado por historiadores, publicistas y políticos convencidos de que sus propias creencias y valores son los únicos que han existido y prevalecido a lo largo del tiempo. En cambio, cuando se desescombra el pasado de los lugares comunes de unos, de las declaraciones grandilocuentes de otros, o de los agravios acumulados por los de más allá, lo que emerge es un mosaico histórico plural y diverso cuyo conocimiento permite afrontar mejor los retos del presente, pues ayudaría, en mi opinión, a desactivar muchas de las tensiones identitarias que en la actualidad padecemos.”


11 noviembre 2025

María Zambrano. La razón en la sombra

 


10 noviembre 2025

Las confusiones del cadete Törless

   



Inmerso en sus pensamientos, Törless salió solo a dar un paseo por el parque. Era alrededor del mediodía y el sol de finales de otoño proyectaba pálidos recuerdos sobre prados y senderos. Törless se tumbó boca arriba, parpadeando y soñando vagamente, entre las copas desnudas de dos árboles que se encontraban frente a él.
Pensó en Beineberg. ¡Qué extraña persona! Sus palabras eran como si salieran de un templo indio en ruinas, plagado de ídolos espeluznantes y mágicas serpientes en escondites profundos. Pero ¿qué iban a poder hacer a pleno día en un internado de la moderna Europa? Y sin embargo, esas palabras, después de haberse prolongado durante una eternidad, como un camino sin fin y una visión general en mil vueltas, de repente parecían haber alcanzado una meta tangible.
De repente se dio cuenta, y fue como si esto ocurriera por primera vez, de lo alto que estaba realmente el cielo.
Fue como un susto. Justo encima de él brillaba entre las nubes un pequeño agujero azul, indescriptiblemente profundo.
Le parecía como si tuviera que subir hasta allí con una larguísima escalera. Pero, cuanto más penetraba y ascendía con los ojos, tanto más profundamente se retiraba aquel suelo azul y brillante. Y era como si tuviera que alcanzarlo y detenerlo con la mirada. Este deseo se le volvía angustiosamente intenso.
Era como si su vista, prolongada hasta el límite, lanzara miradas como saetas entre las nubes y, cuanto más lejos apuntaba, más cortas se quedaban siempre.
Törless pensó en ello. Intentó permanecer lo más tranquilo y racional posible. «Por supuesto que no tiene fin», se dijo, «sigue y sigue, sigue y sigue, hasta el infinito». Mantuvo los ojos en el cielo mientras decía esto como si estuviera probando el poder de una palabra encantada. Pero sin éxito; las palabras no decían nada, o más bien decían algo completamente diferente, como si hablaran del mismo objeto, pero de un lado diferente, extraño, indiferente.

En la espléndida traducción que Miguel Ángel Vega Cernuda ha preparado para Cátedra Letras Universales, ese es un fragmento central de Las confusiones del cadete Törless, de Robert Musil, un clásico contemporáneo imprescindible por su monumental e inacabada El hombre sin atributos. 

 Las confusiones del cadete Törless fue la primera novela de Musil. La publicó a los 26 años, en 1906, y una perturbadora Bildungsroman, una  novela de formación de base autobiográfica sobre la entrada en la vida adulta de un taciturno escolar adolescente a través de su experiencia en un internado militar de Moravia,  en un rincón al este del Imperio austrohúngaro, en donde el propio Musil estuvo tres años.

Un establecimiento siniestro, un infierno de crueldad y sadismo que acaba sacando a flote la sensualidad pervertida y asesina del protagonista, el desengaño y la pérdida de las ilusiones, la pasividad ante las víctimas, la violencia y la degeneración del individuo, la desintegración del yo y la brutalidad de un trío de cabecillas acosadores, Beineberg, Reiting y el propio Törless, que tienen como víctima a Basini, torpe, afeminado y débil.

Hoy sigue siendo una novela dura. En su época fue además una novela escandalosa porque, frente a la corrección política y el silencio hipócrita, Musil proyectaba en ella, con el apoyo de la psicología experimental y el psicoanálisis, el crudísimo análisis social de un mundo caótico y autoritario..

A partir de las tribulaciones y confusiones del protagonista, del acoso y las vejaciones al débil, entre la afirmación personal, la homosexualidad adolescente, el poder, los abusos y la autodisolución de la identidad, la reflexión ética, confusa y asombrada, de un Törless desorientado tras la sucesión de episodios vividos en el internado resume el proceso de formación o deformación de un observador distante y frio como el propio Musil en su descubrimiento de la realidad:

En ese estado de ánimo se sentía feliz y hubo momentos en los que él lo añoraba.
Esto comenzó cuando se sintió capaz de volver a mirar a Basini con indiferencia y aguantar con una sonrisa el asco que le provocaban las cosas desagradables y rastreras de su conducta. Después fue consciente de que sucumbiría, pero a esto le dio un nuevo significado. Cuanto más feo e indigno era lo que Basini le ofrecía, mayor era el contraste con el sentimiento de delicadeza dolorosa que le seguía después.
Törless se retiraba a algún rincón desde el que pudiera observar sin ser visto. Cuando cerraba los ojos, surgía un impulso indefinido dentro de él, y cuando los abría, no encontraba nada con qué compararlo. Y, de repente, la imagen de Basini crecía y se apoderaba de todo. Pero pronto perdía todo su significado. Parecía no pertenecer a Törless ni referirse a Basini. Se veía totalmente rodeado de sensaciones como si fueran mujeres lascivas con túnicas cerradas y rostros enmascarados.
Törless no conocía ninguna por su nombre, no sabía lo que contenían; pero ahí era precisamente donde residía el embriagador poder de la tentación. Ya no se conocía a sí mismo; y fue precisamente a partir de ahí cuando su deseo creció hasta convertirse en un libertinaje salvaje y despectivo, como cuando de repente se apagan las luces en una fiesta galante y ya nadie sabe a quién arrastra al suelo para cubrirlo de besos.
  
Las confusiones del cadete Törless se desarrolla sobre un trasfondo filosófico y de reflexión moral de raíces kantianas. Hay que destacar que Musil se doctoró en Filosofía en 1908, solo dos años después de publicar la novela:

Y Törless no podía pensar sino en que los problemas de la filosofía habían sido finalmente resueltos por Kant y que la filosofía seguía siendo desde entonces una actividad inútil, del mismo modo que también creía que después de Schiller y Goethe ya no valía la pena escribir poesía.

Musil fue un autor atrabiliario del que Miguel Ángel Vega traza una breve prosopografía en la que resalta su compleja naturaleza intelectual y analítica, su actitud moralista y reflexiva, su temperamento posiblemente bipolar, su alternancia entre la depresión y la euforia.

Así resume su vida y su obra en la introducción de la estupenda edición de Las confusiones del cadete Törless: “El temperamento y las vicisitudes biográficas del autor (ingeniero, pedagogo, militar, periodista, crítico teatral, exiliado) no favorecieron su quehacer literario, que por lo demás estuvo mayormente centrado en la redacción de ese psicograma enciclopédico del «hombre sin atributos» de su tiempo: como Ulrich, el protagonista de la macronovela de ese título, Musil asistió a la decadencia del antiguo ordenamiento burgués; más tarde viviría la más salvaje guerra europea como oficial en el frente italiano y, tras unos años de ejercicio, por libre, de la creación literaria en Berlín y Viena, acabaría sus días, durante la apocalíptica II Guerra Mundial y tras un exilio voluntario en el oasis suizo, (mal)viviendo del ejercicio ocasional del periodismo y de la caridad pública y dedicado a la creación y al pulido de esa gran obra, al fin inconclusa, por la que se le respeta, se le estudia y que mayormente no se lee. Su obra es testimonio de un «vivir literario», de una actividad literaria que se pretende como terapia y se manifiesta más bien como manía. Como el de Kafka, el curriculum de Musil es una lucha por la vida que solo se expresa a través de la literatura.”

Miguel Ángel Vega inserta el Törless en el contexto de la «Jugendliteratur», literatura sobre jóvenes más que literatura para jóvenes, que había inaugurado el Werther goethiano más de un siglo antes: “En ese contexto de exaltación de lo juvenil -afirma-, no es de extrañar que el nuevo estilo de las artes plásticas viniera a titularse Jugendstil, «estilo de juventud». En fin, niños, adolescentes y jóvenes poblaban el mundo de la ficción que a través de ellos manifestaba, o bien el malestar cultural, o bien los nuevos patrones de comportamiento. La nueva moral de la que hablaba Musil.”

De esos nuevos patrones de comportamiento hablan estos párrafos, fundamentales para entender el sentido de la novela y la evolución del protagonista en su proceso de autodescubrimiento:

Incluso un cierto grado de libertinaje se consideraba varonil y atrevido, una audaz toma de posesión de placeres hasta entonces prohibidos. Especialmente si uno se comparaba con la respetable y rígida apariencia de la mayoría de los profesores. Porque entonces la monitoria palabra «moral» adquiría una ridícula referencia a hombros estrechos, vientres panzudos que descansaban sobre piernas delgadas y ojos que, como ovejitas, pastaban inofensivamente detrás de sus gafas, como si la vida no fuera más que un campo lleno de flores de edificante gravedad.
Finalmente, en el instituto nadie tenía ni conocimiento de la vida ni idea de todas esas gradaciones que van desde la mezquindad y el libertinaje a la enfermedad y la ridiculez, que es, sobre todo, lo que llena de repugnancia a los adultos cuando oyen hablar de tales cosas.
Todos estos frenos, cuya eficacia ni siquiera somos capaces de calibrar, eran los que a él le faltaban. Él había procedido en sus comportamientos de manera totalmente espontánea.
Porque en aquel momento todavía carecía de la resistencia ética, esa delicada capacidad intelectual que tanto valoró más tarde. Pero ya se estaba anunciando. Törless se equivocaba: veía por primera vez las sombras que algo que aún desconocía proyectaba en su conciencia y las confundía con la realidad. Pero tenía una tarea que cumplir consigo mismo, una tarea psicológica, aunque aún no fuera capaz de cumplirla.
Lo único que sabía era que había seguido algo todavía oscuro en un camino que conducía a lo más profundo de su ser interior. Estaba cansado. Se había acostumbrado a esperar descubrimientos extraordinarios y ocultos y con ello había entrado en los estrechos y escondidos aposentos de la sensualidad. No por perversión, sino como resultado de una situación mental momentáneamente sin rumbo.

***

Y aquella fina y melancólica sombra, aquel pálido aroma parecían perderse en una amplia, plena y cálida corriente: la vida que ahora se abría ante Törless.
Se había completado un desarrollo, el alma se había puesto, como un joven árbol, un nuevo anillo anual; este sentimiento abrumador, todavía mudo, excusaba todo lo que había sucedido.
A continuación, Törless empezó a repasar sus recuerdos. Las frases en las que, impotente, había contado lo sucedido, aquel múltiple estupor, aquella preocupación por la vida se volvían vivos y parecían agitarse de nuevo y ganaban contexto. Se extendían ante él como un camino luminoso, marcado por las huellas de los pasos dados a tientas. Pero todavía parecía que a aquellas frases les faltaba algo. No era, no, un pensamiento nuevo, pero todavía no expresaban a Törless en toda su vitalidad.
Se sintió inseguro. Y además tenía miedo de presentarse al día siguiente ante sus profesores para justificarse. ¡¿De qué?! ¿Cómo se suponía que iba a explicarles todo aquello? ¿Y aquel camino oscuro y misterioso que tomó? Si le preguntaran «¿por qué maltrataste a Basini?», no podría responderles que porque le interesaba un proceso en su cerebro, algo de lo que todavía hoy sabía poco, y frente a lo cual todo lo que pensaba le parecía insignificante.
Este pequeño paso, que lo separaba del punto final del proceso anímico que debía atravesar, lo asustó como si fuera un tremendo abismo.
Y antes de que cayera la noche, Törless se encontraba en un estado de excitación febril y ansiosa.

 

09 noviembre 2025

El efecto Sánchez

 


En España también nos gobierna un demagogo.
Como Trump, intenta ocupar y manipular al Poder Judicial. Como Trump, que agitaba a los revoltosos armados que asaltaron el Capitolio, acaba de legitimar el uso de la violencia en el debate político, amnistiando a quienes generaron graves disturbios, incendiaron vehículos, atacaron a la policía, retuvieron a las autoridades judiciales, destruyeron comercios y generaron temor, angustia, y quizá terror, en las calles de Barcelona para protestar por la sentencia contra los sediciosos separatistas. Como Trump, es capaz de decir una cosa y la contraria, de mentir a los demás y mentirse a sí mismo, y de propalar hechos alternativos frente a la verdad desnuda. Como Trump, es el rey del relato frente al análisis de la realidad, por testaruda que ésta sea. Como Trump, es un ídolo para sus seguidores al margen de cualquier juicio crítico o ponderativo. Como Trump, su principal proyecto político es su instalación y mantenimiento en el poder sin reparar en métodos. Y como Trump tiene una gran capacidad de resistencia ante las adversidades. Por eso, como Trump, acostumbra a considerar enemigos a quienes simplemente discrepan de él. Muestra, empero, una diferencia estética y formal con el psicópata que un día ocupó la Casa Blanca y quizás lo haga de nuevo tras las próximas elecciones. Frente al desmelenamiento del americano, él luce un palmito que encandila a muchos y muchas de sus admiradoras. Por lo demás, su falta de empatía, propia de un hombre sin sentimientos, es tan grande que logra empañar sus resultados electorales pese al discurso demagógico que interpreta sin piedad alguna para con su partido.

Juan Luis Cebrián.
El efecto Sánchez.
Ética y política en la era de la posverdad.
Ladera Norte. Madrid, 2024.



08 noviembre 2025

Cima de Cervantes







Sucedió pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales; verdad es, no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.

Llegando a nosotros dijo:

-¿Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su Ilustrísima de Toledo y su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan?; que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez.

A lo cual respondió uno de mis compañeros:

-El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo qué pasilargo.

Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo a asirme de la mano izquierda, dijo:

-¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!

Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije:

-Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.

Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento, diciendo:

-Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna.

-Eso me han dicho muchos -respondí yo-, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado.

En esto, llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia.

Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla.

Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.

¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

(Prólogo de Persiles y Sigismunda)

07 noviembre 2025

Negar de que algo

 



En cualquier caso, lo que esa noche iba a suceder, y ya había anticipado Ciro Caviedo en su gacetilla del Vigía y en las ondas, no era tan previsible como irrefutable si a fin de cuentas la Ciudad no se prestaba a ello, aunque nadie pudiese negar, ni siquiera los que ya se habían percatado, de que algo raro se les venía encima. 

Lo último que querría uno es ser un mono gramático-critico, pero no puede dejar pasar esa chocante construcción al final de un párrafo enmarañado, en la segunda página de la última y reciente novela de un académico de la lengua y Premio Cervantes.

Naturalmente, he dejado ya la novela, que parecía recuperar tiempos mejores, como un artefacto averiado. Por sus últimos antecedentes sospecho que hay más traspiés como ese o peores. Por cierto, no es Álvaro Pombo.

Tiempo, vida y fortuna de Saavedra Fajardo





“¿Fue Saavedra un hombre eminente en su época? Depende lo que entendamos por «eminente». Lo que sí creo es que fue un hombre con méritos más que suficientes para no caer en el olvido. Y generoso, pues se entregó sin reserva al servicio de una causa, la de la monarquía, en la que creía ya poco. Con defectos que reiteradamente le atribuyeron, orgullo, altivez, genio vivo, ¿fueron tales o, sobre todo, barreras defensivas? Lacónico, no solo en cuanto al estilo literario, sino como actitud estética, de lo que no cabe dudar es de su talla intelectual, aunque hubiera que esperar al siglo XVIII para que le fuera reconocida. Si eminente es una persona que destaca por su excelencia, es posible que ese adjetivo le hubiera sorprendido; si con el término se pretende distinguir al que persevera en sus objetivos y no se da por vencido, intentando cumplir lo que tiene encomendado, sea un acuerdo de paz o una obra de envergadura, don Diego lo fue, aunque se escondiera de sí mismo al entender la expresión Fama nocet en el sentido en que lo hiciera Alciato, no como reputación, sino como sinónimo de grandeza de ánimo”, escribe M. Victoria López-Cordón Cortezo al final de la Presentación de su biografía de Diego Saavedra Fajardo.

Entre la diplomacia y la literatura. Así transcurrió la vida y la obra de Diego Saavedra Fajardo (Murcia, 1584-Madrid, 1648), a quien M. Victoria López-Cordón le dedica una monumental biografía que publica Taurus en la colección Españoles eminentes, auspiciada y patrocinada por la Fundación Juan March para cubrir la laguna que en el campo de la historiografía española provoca la falta de biografías modernas.

Tiempo, vida y fortuna es el subtítulo de este volumen, que -con el minucioso rigor que acreditan sus páginas y corroboran las ciento cincuenta páginas que llenan sus notas- aborda la trayectoria vital e intelectual, literaria y diplomática de una figura esencial para entender la historia cultural, política y literaria del XVII español.

Su autora, catedrática de Historia moderna en la Universidad Complutense, atiende en su enfoque más a lo histórico y lo político que a lo filológico en torno a la significación de un hombre discreto que nunca quiso revelar mucho de sí mismo, ni siquiera en su abundante correspondencia, en la que suele ocultarse.

Como “un hombre de paz en tiempo de guerra” define María Victoria López-Cordón a Saavedra Fajardo, cuya labor como diplomático se orientó a la defensa de la paz y la neutralidad en la acción exterior de España en Europa durante los agitados tiempos de la Guerra de los Treinta Años. Una defensa coherente con su pensamiento reformista en torno al poder de la monarquía hispánica y a su gobierno y a la propuesta de un modelo de Estado cohesionado que hizo que su figura fuese redescubierta a mediados del siglo XVIII, que sus planteamientos se reivindicaran en el pensamiento político del siglo XIX y que fueran cada vez más abundantes los estudios sobre Saavedra Fajardo y más rigurosas las ediciones de sus obras.

Porque -escribe la biógrafa- “en sus logros y también en sus fracasos, don Diego fue un hombre de su tiempo, al que las circunstancias de la vida llevaron a estar en el ojo del huracán que azotó a Europa entre 1618 y 1648, una época en la que vivió en Italia y en Alemania, donde las consecuencias de la guerra se dejaron sentir de manera muy distinta.”

Organizadas en cinco capítulos con cuatro apartados cada uno de ellos, estas páginas abarcadoras arrancan de sus años oscuros de formación clásica en Salamanca y recorren su carrera como diplomático en una época compleja de constantes conflictos políticos y militares, su vida itinerante y su lenta trayectoria profesional, sus estancias en Italia -casi veintidós años en Roma- y en Alemania cuando todavía no eran estados unificados, sino un mosaico de repúblicas y ciudades-estado, escenario de conflictos políticos y de escisiones religiosas, su labor como publicista de Felipe IV y de la casa de Austria, su independencia de criterio, compatible siempre con la lealtad a la monarquia y con la evolución constante de su pensamiento político -porque Saavedra fue un posibilista que se adaptaba a las circunstancias para ofrecer respuestas a las necesidades y los retos de cada momento histórico-, el apoyo de Olivares y la posterior caída en desgracia en un brusco final con su cese como diplomático en Münster.

Se cerraba así una trayectoria vital, política e intelectual que esta biografía rastrea con minuciosidad y rigor documental: sus orígenes familiares murcianos, sus años en el seminario de la ciudad y su condición de discípulo del ilustre humanista y filólogo Francisco Cascales, los estudios de Jurisprudencia y Cánones en Salamanca, los primeros contactos en Valladolid con la corte, que se instaló allí por deseo de Felipe III entre 1601 y 1606, Año en que volvió a Madrid, su viaje a Nápoles, la mayor ciudad de Italia entonces, y su establecimiento en Roma, la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida, como letrado de  la embajada en la corte pontificia y secretario del cardenal Borja. Roma era en la práctica diaria de aquellos años agitados la mejor escuela de diplomacia en Europa y allí ejerció Saavedra Fajardo hasta 1632, como procurador y agente de Felipe IV, un papel pacificador en las tensas relaciones entre la monarquía y la Iglesia romana. 

Con el traslado de Italia a Alemania, su segunda etapa diplomática se desarrolló entre 1633 y 1646 en Baviera, Viena y Westfalia con cargo de plenipotenciario en la Conferencia de Paz en Münster, donde se firmaría la paz de Westfalia con el telón de fondo de los conflictos internos con Portugal y con Cataluña, protegidos por Francia. 

Tras su brusca caída en desgracia, volvió a Madrid como consejero de Indias y receptor de embajadores, un cargo que le recompensaba por su larga trayectoria de servicios al Estado en el exterior hasta su muerte el 24 de agosto de 1648.
 
En cuanto a la faceta literaria de Saavedra Fajardo, recuperado como escritor y pensador desde el siglo XVIII, ocupa toda su vida adulta, desde 1611 hasta su muerte en 1648, curiosamente el mismo año en que terminó la Guerra de los Treinta Años. Porque “hombre singular, Saavedra nunca separó sus obligaciones como representante del rey de su vocación literaria, acomodando en lo posible las unas a la otra, interrelacionándolas y sintiéndose por igual orgulloso de ambas. Aunque también fuera consciente de que a veces se interferían mutuamente.”

A esa actividad intelectual y al legado literario y político de Saavedra Fajardo se dedica el último capítulo del libro, titulado significativamente ‘Hombre de una generación’, porque lo sitúa en un conjunto más amplio de “un conjunto de individuos que presentan rasgos similares, procedentes no solo de sus vivencias personales o de sus capacidades, sino de las circunstancias que debieron afrontar con la pluma, la palabra o la espada. Hombres de actividades distintas, pero al servicio de la monarquía, insertos en un mismo marco cultural que, a su vez, contribuyeron a conformar. De alguna manera, todos ellos ejemplarizaron formas similares de pensar y actuar, de conducir sus vidas y de ironizar sobre ellas, de creer y defender su fe y, a la vez, sentir el escalofrío del escepticismo. Nacidos en un mundo en el que la casuística y la duplicidad eran la norma, en contexto de confrontación religiosa pero abierto a una progresiva racionalización del saber, en el que la historia se convirtió en los anteojos del presente y en un instrumento para los príncipes y gobernantes.”

A esa luz generacional y a la de la influencia de Tácito y del tacitismo español se examinan las reflexiones diplomáticas de sus monumentales Empresas políticas (1640) y la controvertida y compleja República literaria, más breve y muy pesada, cuya primera redacción inició en 1612 y que finalizó en su versión definitiva en 1643. 

Y finalmente se analizan en estas páginas las claves del pensamiento político de Saavedra Fajardo, su forma de servir y pensar la monarquía como hombre de Estado: una teoría y práctica del poder real que aborda desde la propuesta insuficiente del austracismo al regalismo, desde la reflexión sobre el sistema de gobierno al valimiento, entre la necesidad y la dejación, la conciencia del declive y las ideas para la reforma y la conservación, con la Europa de la paz y la guerra en el horizonte y una aguda crisis interna provocada por la situación en Cataluña y Portugal.

Cierra el volumen un muy útil índice alfabético, onomástico y temático, que permite la localización rápida de referencias a personas y obras relacionados con Saavedra Fajardo, su tiempo, su vida y su fortuna.



06 noviembre 2025

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Antonio Colinas. Sepulcro en Tarquinia