29 marzo 2024

Según Lucas, 2



Lucas se muestra con más claridad aún que Mateo insatisfecho con los escritos evangélicos anteriores y pretende escribir su versión propia ofreciendo una «narración ordenada» (Lc 1,3) que presupone una investigación personal. La narración se basa en las noticias transmitidas desde el principio por «testigos oculares y servidores de la Palabra», es decir, por testigos visuales y compiladores de tradiciones de la primera y segunda generación respectivamente: el evangelista vive, pues, más tarde, en una tercera generación de cristianos. Lucas pretende ser tenido por historiador concienzudo, y al aceptar como base a Marcos y a la fuente Q, muestra que los considera fiables históricamente, aunque con algunos reparos.
Cuestión diferente es si Lucas consigue o no su propósito de ser un historiador imparcial y verdadero, pues tanto su mentalidad moldeadora de los acontecimientos como las fuentes utilizadas por él no están estrictamente interesadas en la historia, sino en la proclamación. Por ello, la crítica moderna duda un tanto de la eficacia de sus buenos deseos. Por un lado, parece respetar sus fuentes. Así, casi todos los investigadores están de acuerdo en que Lucas respeta más que Mateo el orden y el vocabulario de la fuente Q, que le sirve de base en muchos pasajes. Pero, por otro, parece estar mal informado o ser poco objetivo: el larguísimo viaje de Jesús a Jerusalén de 9,51-18,14 es una ficción literaria e histórica y para hacerle un hueco debe borrar parte de Marcos; la positiva eliminación de Galilea de todas las historias pascuales con la consiguiente ventaja absoluta de Jerusalén no encaja con otros evangelios.

Antonio Piñero Sáenz.
Guía para entender el Nuevo Testamento.
Trotta. Madrid, 2011.

28 marzo 2024

Según Lucas


En el relato de la Pasión, Lucas, en conjunto, se ciñe a Marcos, pero lo enriquece con manierismos que no siempre me entusiasman. En el monte de los Olivos, es a la vez sulpiciano —un ángel desciende del cielo para reconfortar a Jesús— y morboso: el sudor de angustia que cubre su frente se transforma en gruesas gotas de sangre. Uno de sus discípulos, cuando van a detener a Jesús, saca su cuchillo y le corta la oreja a un criado del sumo sacerdote. Juan nos informa de que ese criado se llamaba Malco, y es el tipo de detalle al que concedo veracidad: ¿por qué decirlo, si no? Lucas, por su parte, añade que al tocar la oreja del herido Jesús la cura, y esto no me lo creo en absoluto.
Abordo ya el Gólgota. Los soldados, en Marcos, escupen al rostro de Jesús, del mismo modo que él escupía en los ojos de los ciegos. Lucas elimina todos los esputos, que escandalizarían a Teófilo, pero en cambio agrega diálogo. Allí donde Marcos, con su laconismo y su temible aspereza, sólo deja constancia de una frase de Jesús en la cruz, Lucas, siempre más locuaz, le presta tres.
La primera es la que Jesús dice de sus verdugos: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen».
Ante el mal, es lo que siempre debería decirse, ¿no?
La última es la que menos me gusta. En el momento de expirar, Jesús dice: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», y es conmovedor, sin duda, pero mucho menos hermoso, mucho menos terrible que en Marcos: Eli Eli lamma “sabactani, «Padre, padre, ¿por qué me has abandonado?».
Pero el más bello hallazgo de Lucas está entre los otros dos, como la cruz de Jesús entre las de los otros dos condenados. Ellos son bandidos, están muriendo en medio de sufrimientos atroces, y no obstante uno de ellos se burla de Jesús: «Si eres el Salvador, sálvate a ti mismo». El otro protesta: «En nosotros es justo, nosotros pagamos por nuestros crímenes, pero él no ha hecho nada malo». Y le dice a Jesús: «Acuérdate de mí, te ruego, cuando estés en tu reino».
Respuesta de Jesús: «Esta noche estarás allí conmigo».

Emmanuel Carrère.
El Reino.
Traducción de Jaime Zulaika.
Anagrama. Barcelona, 2014.

27 marzo 2024

Un réquiem europeo


 

26 marzo 2024

Jean Tulard. Napoleón


 

25 marzo 2024

La imagen cautiva

 


Me recuerda a Rouault, dijo mi tío al ver lo que yo estaba pintando en la casa de mis abuelos, dijo Ralf, sentado bajo la pequeña claraboya que proyectaba una luz difusa sobre el bloc abierto con un dibujo esbozado a lápiz, en el que se veían personajes y objetos aún sin definir, mientras en el lado izquierdo se iban destacando trazos de color sanguina. Mi padre acababa de entrar en la sala y dijo a mi tío que echase un vistazo a lo que yo estaba pintando. ¿Quién demonios era ese Rouault? No lo supe hasta mucho después. Nadie me animó a seguir con los pinceles en la familia ni fuera de ella como lo hizo mi padre, y aún me pregunto por qué. No era un hombre con un particular sentido estético, aunque sin duda tenía un gusto innato para distinguir una pintura buena de otra que no lo fuese. Lo suyo era más bien la ética, si llegaba a la estética era gracias a su arraigado sentimiento moral y su amor al orden y a las reglas. Por eso dejó de ejercer de abogado, harto de componendas que le desagradaban, para entrar en la policía, donde se ocupaba de los mensajes en morse que se utilizaban aún entonces. Durante unos años fue el hombre mejor informado del archipiélago. Y el más discreto, jamás le oí contar un chisme sobre esos miles de mensajes cruzados que iban y volvían bajo el mar. Un día, varios años después de que yo oyese por primera vez el nombre de Rouault, me dijo, señalándome con el índice oscilante: tú serás célebre.

Así comienza La imagen cautiva, la novela de José Luis de Juan que acaba de publicar Ediciones del subsuelo.

Tiene como referente una cita inicial de Wittgenstein (“Una imagen nos mantiene cautivos. Y no podemos huir de ella, pues descansa en nuestro lenguaje y el lenguaje parece repetírnosla de manera inexorable”) y muchas  de sus secuencias se apoyan en fotografías o pinturas intercaladas en el texto.

Se establece así un diálogo creativo entre la palabra y la imagen que es el correlato del diálogo rememorado por el narrador desde su habitación “en Toji, cerca de Wonju, distrito de Gangwon.”

Sobre ese diálogo entre dos amigos artistas, el escritor-narrador y el pintor Ralf, se vertebra esta novela que explora la relación del arte con la realidad y la creación de un mundo propio a través de las reflexiones en torno a la creación artística, la memoria y la identidad, la vinculación estrecha entre literatura y pintura, la sucesión de imágenes y sensaciones, el análisis de la relación entre el arte y el juego, la imaginación, el tarot y las carreras de caballos.

Musil y Picasso, Constable y Basho, Proust y Cézanne, Rembrandt y Nabokov, Pollock y Blake, Michaux y Benjamin, Javier Marías y Thomas Bernhard, el novelista y ensayista australiano Gerald Murnane ( “El mejor autor vivo en lengua inglesa del que nadie ha oído hablar”, según el New York Times) y el poeta y novelista húngaro Gyula Illyés, autor de Gente de las pusztas, son algunos de los referentes pictóricos y literarios en los que se apoya el espacio de reflexión de La imagen cautiva, que convoca en sus páginas cuadros y libros se cierra con esta otra cita de Proust que resume el sentido de la novela y de su construcción:

“Los seres que tienen la posibilidad de vivir para sí mismos -claro que estos seres son los artistas, y yo estaba convencido hacía mucho tiempo de que no lo sería nunca- tienen también el deber de vivir para sí mismos; y la amistad es una dispensa de ese deber, una abdicación personal.”

24 marzo 2024

Breverías de Atilano Sevillano



  “Somos seres habitados por palabras. Y son ellas las que nos construyen y nos definen”, escribe Atilano Sevillano en el texto inicial de Breverías,  que publica Libros del Aire. 

Sus tres cuadernos de aforismos, concebidos como “un lugar en el que tantear la raíz de nuestras contradicciones”, abordan temas vertebrales como el paso del tiempo, la fragilidad de la vida y los sueños, los libros y el sentido de la existencia, la memoria y la identidad, la literatura y la palabra: 

Habitamos en la cárcel del lenguaje, el cual nos limita y coarta y, a la vez, nos define.

El lenguaje es nuestra cárcel y nuestra libertad.

Y atravesando este conjunto de aforismos que son “relámpagos de la imaginación”, como señala Mario Pérez Antolín en el texto de contraportada, una reflexión constante sobre la función y el ejercicio de la escritura: 

El acto de escribir es una forma de reconocerse, de hacerse presente, pero a la vez un ejercicio de desposesión.

Recuerda que toda literatura acaba siendo un palimpsesto.

En la nota final resume el autor el sentido y la intención de este libro: “Breverías viene a ser el fruto de la mirada de un sujeto, de un yo enmascarado bajo múltiples disfraces o alter-egos que se interrogan y dialogan consigo mismos y con el lector. Su función es estimular el pensamiento, hacer reflexionar al lector y no inculcar soluciones. El libro es el resultado de las intuiciones, dudas, perplejidades, asombros, sospechas, reflexiones y fluir del pensamiento en formato sucinto. Se abordan aforismos variopintos, de inclinación filosófica o cognitiva, ética o moral y estética o literaria. Abundan los primeros, propios de una filosofía portátil, entendida como una filosofía cómoda, manejable al antojo y llevadera. No se busca una verdad absoluta sino formas -válidas en sí mismas- de aproximarse a la verdad; son verdades provisionales ya que se renuncia a apropiarse de la verdad.”


23 marzo 2024

Alfabeto Pasolini


 

22 marzo 2024

Poesía completa de Anne Sexton


 
Cuando se cumplen cincuenta años de la muerte en octubre de 1974 de Anne Sexton, una de las autoras imprescindibles de la poesía norteamericana contemporánea, Lumen publica en un amplio volumen de más de ochocientas páginas una espléndida edición bilingüe de su Poesía completa con traducción y prefacio de Ana Mata Buil y prólogo de Maxine Kumin que llega hoy a las librerías.

Anne Sexton, que había nacido en Newton (Massachusetts) en 1928, vivió en Boston con más estabilidad económica que emocional y arrastró una larga secuencia de depresiones, episodios de alcoholismo y trastornos bipolares que la sumieron en la patología del desgarramiento psíquico entre el amor y el odio, entre el vitalismo y la autodestrucción.

Esposa maltratada y madre maltratadora, reflejó su angustia o su exaltación en la terapia consoladora de su poesía confesional y rompedora: “Quitar las reglas y dejar el instante” era su propuesta estética. “No me guardo nada”, su declaración de ética literaria. “Creen que me he curado; pero no, sólo me he hecho poeta”, su profesión de fe en la poesía como tabla de salvación.

En conjunto, se recogen en este tomo monumental los diez libros de poesía de Anne Sexton a los que se añaden seis ‘Últimos poemas’ escritos en sus últimos meses de vida. Desde los iniciales Al manicomio y casi de vuelta (1960) y Todos mis tesoros (1962) hasta los póstumos Calle de la Piedad, 45 (1976) y Palabras para el Dr. Y. (1978), pasando por los centrales Vive o muere (1966), Poemas de amor (1969), Transformaciones (1971), El libro de la locura (1972) y Los cuadernos de la muerte (1974), Anne Sexton hizo de su poesía confesional el cauce expresivo de sus contradicciones personales, de su desgarro entre la fragilidad y la furia, entre la crueldad y la delicadeza.

Discípula del taller de Robert Lowell, como su amiga Sylvia Plath, que se le anticipó en la poesía y la depresión, en el alcohol y el suicidio, Anne Sexton estaba empeñada en la tarea de conquistar para la poesía nuevos territorios, temas que reclamaban para la mujer un lugar distinto del que le concedía la mentalidad tradicional, que la identificaba con el amor recatado, con la pasividad ancilar al servicio de la familia, con las imágenes idealizadas de la dama petrarquista, distante y espiritual.

“No llores, ¡idiota! Vive o muere, pero no lo envenenes todo…” De ese fragmento de un borrador de Herzog, de Saul Bellow, procede el título Vive o muere, el libro que la consagraría con el Pulitzer. El eje que vertebra sus poemas, escritos entre 1962 y 1966, fechados y ordenados cronológicamente, es el debate entre la vida y la muerte con el impulso autodestructivo como una amenazante sombra al fondo. 

La misma Anne Sexton explicaba que la decisión entre esas dos pulsiones era lo esencial de un libro que expresaba poéticamente la entrada en la oscuridad e indagaba en el mundo de los sueños y en la posibilidad del suicidio, como en ‘Ganas de morir’, fechado el 3 de febrero de 1964, que termina así en la traducción de Ana Mata Buil:

En equilibrio, los suicidas a veces se encuentran,
ansiosos por la fruta, una luna hinchada,
dejando el pan que confundieron con un beso,

dejando la página del libro abierta de cualquier manera,
algo por decir, el teléfono descolgado
y el amor, fuera lo que fuese, una infección.

“Un libro debería servir como el hacha para el mar helado que hay en nuestro interior”, había escrito Kafka en una carta que aprovechó Anne Sexton para definir el sentido de la literatura. Y más allá del valor terapéutico que tenían estos poemas para su autora, hay en ellos una voluntad radical de romper límites y barreras frente a la sociedad, el sexo y la literatura. Una voluntad provocadora que se resuelve en grito de rebeldía frente al puritanismo o la hipocresía. 

En 1969, dos años después de obtener el Pulitzer por Vive o muere, Anne Sexton publicaba sus Love Poems, uno de sus libros centrales, que es el resultado de una larga convalecencia y de una doble fractura: la de la cadera y otra mucho más grave, la fractura de la personalidad, la ruptura con el mundo, el abismo entre la realidad y el deseo y finalmente la caída en la angustia, en el desprecio de sí misma y en un desorden múltiple: psíquico, sentimental y verbal. Lo evoca en ‘La fractura’, que comienza con estos versos:

También fue mi corazón violento el que se rompió,
al caer por las escaleras de la entrada.

En este libro en el que conviven como en toda su obra el sexo, la locura y la muerte, Anne Sexton, que rechaza la idea del poema como máscara, habla de la menstruación a los cuarenta, hace un canto a su útero o aborda su existencia problemática en una actitud paralela a las luchas políticas y a las reivindicaciones sociales del feminismo en los años sesenta. 

Por eso dice Maxine Kumin en su esclarecedor prólogo que las mujeres poetas tienen una deuda con ella, porque “entró en territorios nuevos, desmontó tabúes y soportó infinidad de ataques a lo largo del camino debido al descaro de los temas tratados en su poesía, que veinte años después parecen mucho menos osados. Escribió sin tapujos sobre la menstruación, el aborto, la masturbación, el incesto, el adulterio, el alcoholismo y la adicción a las drogas en una época en la que el decoro no consideraba que ninguno de esos temas fuese apropiado para la poesía. Hoy en día, sus protestas resultan casi pintorescas.”

Y efectivamente, con las imágenes desatadas en el buceo interior hacia lo oscuro y lo turbio que es la escritura para ella, Anne Sexton atraviesa los límites estrechos de la corrección moral o verbal en ‘La balada de la masturbadora olvidada’ (“Por la noche, sola, desposo la cama” es su estribillo) o en ‘El pecho’, que termina con estos versos:

Conque dime lo que quieras, pero sígueme como un escalador
porque aquí está el ojo, aquí está la joya,
aquí la excitación que aprende el pezón.

Estoy desequilibrada… pero no estoy loca por la nieve.
Estoy loca del modo en que las jovencitas están locas,
con una ofrenda, una ofrenda...

Quemo igual que quema el dinero.

Potente y verdadera, contradictoria y autocrítica, la poesía de Anne Sexton comparte las posibilidades expresivas del lenguaje directo y las asociaciones inesperadas para conjurar en sus poemas la reivindicación y el desánimo, el amor y el odio, la sociabilidad y el aislamiento, el exceso y la desgana, el éxito y la depresión, lo trágico y lo cómico a través del humor negro que recorre los textos de Transformaciones y El libro de la locura.  “Todo es un caos emocional -escribía-. Poemas y solo poemas me han salvado la vida.”

En su prefacio -‘En la mente y la piel de Anne Sexton’- la traductora Ana Mata Buil señala que “los poemas de Anne Sexton pueden ser un puñetazo en el estómago, una caricia o un bálsamo, según el caso. Pero, desde luego, no dejan indiferente a quien los lee. Sus versos son descarnados, lúcidos, personales, tremendamente humanos, y traducirlos supone un reto intelectual y emocional.” Y añade a ese propósito que “saber plasmar ese espíritu, esa evolución, las distintas dimensiones (física, anímica, mental, política) presentes en una poesía tan extensa, personal y potente como la de Anne Sexton, ha sido una de mis prioridades. Eso ha motivado que en ocasiones me alejara del sentido más inmediato de un verso para acercarme a lo que consideraba la esencia, a la interpretación surgida del conocimiento profundo de su obra en conjunto, del diálogo entre unos poemas y otros, de las referencias cruzadas y, cómo no, del diálogo entre esas estrofas y la vida externa a la obra.”

Anne Sexton se suicidó el 4 de octubre de 1974. La última persona que estuvo con ella aquel día fue su amiga, la también poeta Maxine Kumin, que escribió en 1981 el prólogo -“Cómo ocurrió” - a su poesía completa que se reproduce en esta edición. En él recuerda una frase que podría resumir toda su trayectoria: “tenemos el arte para no morir a causa de la verdad.”

Pocos días antes de su muerte, el 27 de septiembre de 1974, está fechado su último poema, ‘Carta de amor escrita en un edificio en llamas’, un título que podría resumir también su actitud vital ante la poesía. Con ese texto se cierra este espléndido volumen. Estos son sus versos iniciales:

Queridísimo Foxxy:

Estoy en una caja, 
la caja era nuestra, 
llena de camisas blancas y lechugas verdes, 
la nevera llamando ante nuestra atractiva llamada, 
y vestí películas en los ojos, 
y tú vestiste huevos en el túnel, 
y jugamos a las sábanas, sábanas, sábanas 
todo el día, incluso en la bañera como lunáticos.
Pero hoy he prendido fuego a la cama 
y el humo llena la habitación, 
se ha calentado tanto que las paredes se derriten,
y la nevera es un gomoso diente blanco.





21 marzo 2024

Un artista del hambre


 

20 marzo 2024

Sideral, de Ángel Olgoso


Ahora, a punto de concluir el extenuante puzle, Labiel demora la colocación de la última pieza. Durante años ha cifrado únicamente su existencia en componer, con la precisión de un relojero, su gran proyecto, ese puzle descomunal que ocupa por entero la superficie de la vivienda vacía.
Quizá -piensa- el acoplamiento de la última pieza signifique algo horrible para el mundo, un sacrilegio, una claudicación, una amenazadora transfiguración, una catástrofe. Labiel sostiene cansinamente en el aire la troqueleda pieza. Al fin se decide y, sin reprimir un estremecimiento, completa la imagen como quien dibuja un destino, levanta un castillo de naipes o procede a la última de los inmolaciones. Nada sucede, pero ¿qué ocurrirá cuando Labiel deshaga el puzzle?

Ese Hojaldre de universos es uno de los cincuenta y un textos que forman parte de Sideral, el libro que reúne los relatos de ciencia ficción de Ángel Olgoso.

Publicado por Eolas Ediciones, es, tras Bestiario, el segundo volumen de un proyecto que recopilará en seis tomos los relatos completos de quien es un referente  imprescindible del género en las últimas décadas en España.

Lo abre un prólogo en el que Juan Jacinto Muñoz-Rengel destaca la imaginación creadora como motor de la narrativa de Olgoso y la vincula a la escritura borgeana: “Porque, a la manera de Borges, hay autores de ideas. Autores que basan toda su escritura en una intuición, en un destello, en un instante -a veces mínimo- de gracia o de vértigo, en una revelación, en un pasmo. Es en el sustrato de esos instantes donde arraiga y crece la prosa de Ángel Olgoso.”

Con una enorme potencia imaginativa para darnos una perspectiva inédita del mundo a partir de su sostenida voluntad visionaria, estos relatos son una magnífica incursión en lo fantástico y una exploración iluminadora de otros mundos.

Entre la fascinación y el horror, la imaginación planetaria e interestelar de Olgoso se proyecta en el tiempo y el espacio para invitar al lector a viajar por las nebulosas y los agujeros negros, a observar de cerca las colisiones de galaxias y el desmontaje de las piezas del universo, a contemplar las Pléyades como piezas de caza y a sobrecogerse con un cielo de tres lunas.

Y entre la narrativa y la poesía, ese lector abducido por la cuidada palabra de este narrador excepcional asistirá a la irrupción de un pez de polvo y a la elaboración de un calendario quimérico, verá inolvidablemente la materia oscura y las montañas flotantes de Plutón, oirá la conversación de las máquinas rebeldes que sueñan e imaginan, evocará la creación de la vida y la geometría armónica de la muerte. Y conocerá el magnífico relato de la historia del rey y el cosmógrafo:

Refiere Von Uexkull, en su Nouveaux voyages où personne n’a jamais pénétré, que cierto día el rey ordenó al mejor cosmógrafo del país la construcción de un globo terráqueo que superara a cualquier otro en grandiosidad y precisión. El cosmógrafo, un fraile menor, de nombre Jacob Haim o Behaim, accedió a los deseos reales aunque, por su disposición natural a la austeridad, rechazó las prebendas que se le otorgaban y se encerró a trabajar durante meses en su gabinete. El tiempo empleado en la elaboración del globo terráqueo fue motivo de controversia; su secretismo, de desmedidas figuraciones. Cuando llegó la mañana en que habría de descubrirse la obra maestra en el centro del salón del trono, bajo el óculo de tres metros de diámetro del techo, rodeaban al rey diputaciones de nobles y arquitectos, de obispos y algebristas. Con un calmoso movimiento del brazo, el cosmógrafo de hábito encordado retiró la tela: aquel globo terráqueo no tenía trazas de soberana perfección, no era monumental ni se hallaba montado sobre zócalos de bronce o pedestales esculpidos en mármol, no representaba la Geografía de Ptolomeo, no lo adornaban la Rosa de los Vientos, la flor de lis del norte, las banderas, los animales fabulosos, los rumbos de colores, las minúsculas notas descriptivas, no habían sido artísticamente dibujados sus husos, ni siquiera graduados para indicar las distancias, y los paralelos y meridianos tampoco se indicaban mediante flejes de oro. Era solo un pequeño globo terráqueo de madera de la altura de un hombre, puesto en pie sobre una sencilla peana de madera sin tornear, y con los contornos de tierras vagamente reconocibles como única pretensión científica. Toda la corte, perpleja en su avidez de ojos muy abiertos, afrentada por la simplicidad de tal representación del mundo, miró al rey que, confundido y ultrajado, mandó a sus capitanes detener al cosmógrafo y ajusticiar con el rigor que merecía a quien se burlaba así de los deseos reales. El fraile no profirió queja alguna. Se limitó a hacer girar suave y resignadamente la esfera y desapareció de la vista de todos, como llevado por la invisible fuerza centrípeta al interior del globo terráqueo, donde la madera no le vedó el paso. Se dijo que aquel día, hasta su declinación, obraron más extraños prodigios en la sala del trono: brisas del lejano sur soplaron sobre los tapices, se oyó al aire restallar en el gratil de unas velas, el ruido en sordina del oleaje, el trémolo metálico de un ancla; y después, con cada giro del globo, los aromas tomaron voz, y todos creyeron recibir en el salón real fragancias de las nueve partes del mundo, árboles de la pimienta, nueces de cayú, campos dilatados de espigas, incienso árabe, el olor meloso de calles entoldadas y el áspero de encuadernaciones de becerro en ciudades levíticas, piedras lavadas por las corrientes, flósculos de girasoles, marismas, parras y olivos, emanaciones telúricas de herrerías, barrunto de animales salvajes, violetas de presbiterio, hedor de miasmas. El rey y sus cortesanos imploraron el cese de las oleadas de esencias, de las infinitas figuraciones de vida que se expandían hacia ellos desde el cuerpo geométrico, alcanzándolos como una pleamar de veloces saetas, de afiladas crestas glaciales, de estrellas cayendo por el cielo hasta que, en su última vuelta, no quedó sobre la esfera terrestre más que una grata oscuridad sin dioses y la voz de un pájaro.

 O viajará a estos Pantanos celestes:

 Subí al Metro y eché una cabezadita en el asiento. Cuando desperté, ya habíamos dejado atrás el hermoso y multicolor flujo meteórico de los anillos de Saturno.

Además del constante cuidado por la expresión que caracteriza la escritura de Ángel Olgoso, hay en estos cuentos una libertad imaginativa y una búsqueda de la extrañeza heredada de la mejor zona de la literatura fantástica. Sobre ese potencial literario de la imaginación, escribía en la presentación de Cuentos de otro mundo: “Cuando uno tiene imaginación, no puede evitar imaginar: se pirra por lo insólito, lo disparatado o lo imposible, por lo poco común, las ideas asombrosas, el extrañamiento, las epifanías siniestras, los misterios y las quimeras, las secretas perspectivas desde las que el mundo se manifiesta distinto, en definitiva por todo lo que le falta a esta vida cotidiana escandalosamente aburrida. Yo al menos no sé de cosa alguna que lo tonifique a uno tanto como hacer posible, en cualquier ámbito, lo imposible. Aunque, si se piensa con frío detenimiento, la literatura fantástica es realista de un modo inequívoco, porque reflexiona sobre el hecho enteramente fantástico de existir.”

19 marzo 2024

Ángel García López. Luna del verbo


 

18 marzo 2024

Una carta sin pedirla. Correspondencia de Virginia Woolf


 

17 marzo 2024

En Tierra de toros

 







Fue el 22 de abril de 1990 cuando tuve de vecino en el tendido 3 de la plaza de toros de Cáceres (él justo una fila por encima de mí, como se ve en las capturas de vídeo) al novelista mexicano Carlos Fuentes, que había venido para grabar con una televisión mexicana el segundo capítulo (La virgen y el toro) de la serie El espejo enterrado. Fue una novillada de Peñajara para Finito, Jesulín y Fernando Cámara. Y, como es natural, intercambiamos algunos comentarios sobre lo que sucedía en el ruedo. Comentarios que dejaban ver que el autor de La muerte de Artemio Cruz o La región más transparente era, si no un aficionado en sentido estricto, alguien que entendía el rito y la cadencia de lo que estaba viendo.

Ese episodio será uno de los que evocaré en el programa de televisión Tierra de toros, de Canal Extremadura, donde hablaré de la relación de la cultura con la tauromaquia, sin la que no se entiende gran parte del arte y la literatura del siglo XX. 

Pérez Galdós, Ortega y Gasset, Savater, Lorca, Bergamin, García Márquez, Vargas Llosa, Chaves Nogales o Picasso serán algunos de los nombres que sacaré a colación en el programa, junto con el de Rilke, que el 3 de agosto de 1907 firmaba en París el que quizá sea el mejor poema taurino de la historia de la literatura. Un poema que titula Corrida -él, que nunca estuvo en ninguna. Lo subtituló In memoriam Montes, 1830 (por el chiclanero Francisco Montes, ‘Paquiro’) y lo cierra con esta evocación de la estocada (la traducción es de Jaime Ferreiro Alemparte):

Así, imperturbable, sin odio, 
reclinado en sí mismo, sereno, sosegado, 
hunde su estoque casi dulcemente 
en la gran ola que rueda de nuevo 
impetuosa a estrellarse en el vacío.                                       
                                                                                                    
De eso hablaré. Y de los tiempos cambiantes y de aquellos años en que entre los progres se puso de moda decir que les gustaban los toros. Una época en que muchos de ellos decían haber estado en la plaza de Las Ventas el 28 de septiembre de 1987, la tarde de Rafael de Paula con un toro de Martínez Benavides.

Son los mismos que unos años después pedían la prohibición de las corridas y te llamaban asesino por torear de salón en un hotel de Triana. Las modas móviles y los principios firmes.







16 marzo 2024

Antología poética de Verónica Aranda

 


Indagaremos en la transparencia.

Con ese verso, que es a la vez una declaración vital y un programa poético, cierra Verónica Aranda La rosa contra el lino, la antología poética que publica Polibea.

La selección de los poemas que forman esta antología, cerca de un centenar, la ha hecho el editor Juan José Martín Ramos, que en sus palabras preliminares habla de este libro como resumen de “una trayectoria que abarca veintitrés años y quince poemarios, que justifican ya la necesidad de recuento -aspiración de esta antología-, y consagración de las que son ya una autora y una obra consolidadas y ampliamente reconocidas [.. ] Y, al mismo tiempo, recuento de paisajes vitales que han dejado su huella y sus sellos en el pasaporte existencial y literario de Verónica Aranda.”

Se refleja en este recuento una poética levantada sobre la concepción de la escritura como un acto sagrado que requiere del poeta una actitud espiritual y una exigencia lingüística que se concretan aquí en una obra con la que Verónica Aranda traza su propia cartografía espacial y emocional mientras define su noción de lugar con una poética propia oficiada desde el rito de la palabra.  

Una poética que se construye a partir de una mirada contemplativa y reflexiva y que entre Poeta en India y Hamman de mujeres pasa por Alfama, Postal de olvido, Dibujar una isla o Café Hafa, libro al que pertenece Plaza Yamaa el Fna, Marrakech”, que comienza así :

Busco el poema de la transparencia 
en este espacio fértil donde bulle la vida.

Una mirada aguda y serena proyectada en espacios emocionales, sensoriales y literarios que el poema nos devuelve tamizados como paisajes interiores que delimitan el mundo personal de Verónica Aranda y modulan su voz poética desde la sutileza consonante de la percepción y la palabra:

IDENTIDAD

¿Cuál es tu identidad, 
voz de resina blanca? 
Ya no te reconozco entre el tumulto.
No sé en qué travesaño se posa tu temblor.
En cada encrucijada y sangre seca 
adherida a la brecha de la pequeña acróbata.

Si mido el desapego tiene luz 
de telar polvoriento.
Me asombro ante el camino 
que marcan las banderas tibetanas 
y piso, con alivio, 
una remota plantación de té.

La antología, que toma su título de un verso de Cobalto oscuro (“Por encima de todo / la introspección,/ la rosa contra el lino”), propone un recorrido esencial por la voz cada vez más sutil y más honda de quien sabe, desde el poema que abre el libro, que “sólo importa el refugio en la palabra.”



15 marzo 2024

Kafka. Relatos y aforismos