14 diciembre 2025

El fugitivo



Otra de las declaraciones judiciales más llamativas fue la del presidente de la Diputación de Badajoz, Miguel Ángel Gallardo. En un giro que rozó lo inverosímil, aseguró con una franqueza que desafiaba cualquier atisbo de credibilidad: «Yo no sabía ni que Pedro Sánchez tenía un hermano».
Aquella afirmación, pronunciada sin una pizca de rubor, se convirtió en la muestra más palpable de hasta qué punto los engranajes del poder podían operar en la más absoluta impunidad, confiando en que la desmemoria colectiva serviría de escudo ante lo evidente. Gallardo, un político de larga trayectoria, pretendía hacer creer que desconocía la existencia de David Sánchez en el momento en que se creó una plaza hecha a medida para él. Una excusa que, de tan burda, solo sirvió para reforzar la percepción de que la designación del hermano del presidente del Gobierno había sido una operación minuciosamente calculada.
No solo no era cierto, además de un argumento totalmente inverosímil, que el presidente de la Diputación desconociera la identidad de la persona a la que se otorgó un puesto de alta dirección en su administración, sino que encima contradecía la propia lógica del procedimiento. La idea de la creación de la plaza, según dijo, partió de la diputada Núñez. Sin embargo, en una pirueta discursiva que evidenciaba la complicidad institucional, también admitió que la decisión contó con el respaldo del Gobierno provincial. ¿Cómo podía apoyar un Gobierno la creación de un puesto sin conocer a quién iba dirigido?
La estrategia de Gallardo quedó clara desde el primer momento. Diluir su responsabilidad en una supuesta ignorancia que, de ser real, lo convertiría en un dirigente de una torpeza administrativa sin precedentes. Pero su desconocimiento selectivo no se sostenía en los hechos. No solo porque David Sánchez llevaba tiempo vinculado al entorno socialista extremeño —fue en varias ocasiones a mítines del PSOE para apoyar a su hermano—, sino porque su contratación fue un proceso que implicó a múltiples actores con conexiones directas con el partido. El argumento de Gallardo no resistía el más mínimo análisis.
El presidente de la Diputación insistió, por otra parte, en que el hermano del presidente trabajaba «a piñón» como cualquier ciudadano, como si la cuestión central fuese su desempeño y no la opacidad de su acceso al puesto. Evitó entrar en los pormenores de su horario laboral, obviando que lo que se estaba poniendo en entredicho no era la rutina diaria del hermano del jefe del Ejecutivo, sino la legitimidad de su contratación. La táctica consistía en desviar la atención, minimizar la polémica y esperar a que el tiempo disipara la controversia.
Pero el problema con las versiones poco creíbles es que, tarde o temprano, terminan por desmoronarse. La idea de que un dirigente del calibre de Gallardo, con un control absoluto sobre el entramado institucional de la Diputación, desconociera que estaba otorgando un cargo de relevancia a un familiar directo del presidente del Gobierno es un insulto a la inteligencia. Su defensa no era solo endeble, sino que evidenciaba el patrón habitual de negación y amnesia selectiva con el que el socialismo extremeño pretendía blindarse ante cualquier atisbo de responsabilidad.

Alejandro Entrambasaguas.
La Sagrada Familia.
El ascenso meteórico del entorno de Pedro Sánchez.
La Esfera de los Libros. Madrid, 2025.


13 diciembre 2025

Pedro López Lara. Arcén

 


12 diciembre 2025

El hundimiento

 
























 






11 diciembre 2025

Gamberros de guardia

 








10 diciembre 2025

Antología poética de Quevedo

  





Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas,
y tumba de sí propio el Aventino.

Yace, donde reinaba el Palatino;
y limadas del tiempo las medallas,
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades, que blasón latino.

Solo el Tíber quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya sepultura
la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura
huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura.

Del último verso de ese espléndido soneto de Quevedo, A Roma sepultada en sus ruinas, procede el título de la amplia antología de la poesía quevedesca que publica El libro de bolsillo de Alianza Editorial con selección, introducción y notas de Rodrigo Cacho Casal.

En ese oxímoron entre lo fugitivo y lo permanente vive siempre la poesía de Quevedo, un poeta mayor que se mueve siempre, como todo lo barroco, en el territorio del desgarramiento afectivo: entre lo ideal y lo material, entre lo escatológico y lo sublime, porque -como escribe Rodrigo Cacho en su Introducción- “la desbordante abundancia de la obra quevediana se mueve en un espacio fluido y ambiguo, y pese a la cantidad de estudios que se le han dedicado desde el siglo XIX, la crítica todavía no se ha puesto de acuerdo sobre aspectos centrales de su estética e ideología. Sus escritos y sus palabras parecen contradecirse a menudo, tejiendo paradojas.”

Seguramente es inútil buscar centro o margen en una obra tan compleja, tan contradictoria como todo el ejercicio estético del Barroco, que fue en literatura y en las artes plásticas el arte del contraste y del claroscuro (vida/muerte; belleza/monstruosidad; luz/sombra; fuego/hielo). Un arte dinámico que permuta constantemente el centro y el margen, la realidad y la fantasía, la vigilia y el sueño. 

Y precisamente esa condición dinámica y poliédrica de la escritura de Quevedo se refleja en la pluralidad temática y en la variedad de tonos y formas métricas que ofrece su extensa obra poética, que por cierto no reunió nunca en una edición en forma de libro. 

Paradójicamente, Quevedo, que había sido el primer editor de la poesía de Fray Luis de León o de Francisco de la Torre, murió sin publicar en un volumen la suya propia, pese a que al parecer la tenía no solo prevista, sino también reunida y organizada, al menos en parte, en El Parnaso español, que se publicó póstumo en 1648, tres años después de su muerte, al cuidado de José González de Salas.

Hasta entonces su obra poética había circulado en copias manuscritas y a veces en impresos no autorizados, lo que explica el complicado laberinto de variantes textuales en el que se tienen que internar quienes pretenden editar la poesía quevedesca.

Esta antología ofrece un extenso repertorio poético quevedesco, extraído del Parnaso español o de Las tres Musas últimas castellanas. Segunda cumbre del Parnaso, que editó en 1670 su sobrino Pedro de Aldrete, y clasificado, como en ese volumen que recopiló su poesía por primera vez, en función de la temática tratada y de la estrofa utilizada (Poemas encomiásticos, Poemas morales, Poemas fúnebres, Poemas amorosos, Letrillas, jácaras y bailes, Poemas burlescos, Sonetos pastoriles, Silvas y Poemas religiosos). 

“Este es, desde luego, mi Quevedo; tan personal y arbitrario como el de los otros editores que me han precedido en esta labor -afirma Rodrigo Cacho en la introducción de su estupenda antología-. Espero, no obstante, que pueda ser también el Quevedo de todos, y que estos versos despierten en los lectores las incontables emociones, iluminaciones y carcajadas que siempre me han regalado a lo largo de los años.”

Encabezada cada una de las secciones por una breve y esclarecedora introducción que resume los rasgos temáticos y estilísticos de cada modalidad poética, se respeta así la misma distribución temática que el propio Quevedo había previsto en El Parnaso español: con seis musas (Clío, Polimnia, Melpómene, Erato, Terpsícore y Talía) que se corresponden respectivamente con los seis primeros bloques temáticos. A esas seis musas se agregaron  otras tres (Euterpe, Calíope y Urania) en la edición de Aldrete.

A esos textos se les añade en esta antología, minuciosa y sabiamente anotada, un apéndice que recoge un conjunto de sonetos satíricos y burlescos no incluidos en El Parnaso español. Textos que completan una selección muy representativa de la pluralidad de temas y registros de la poesía de Quevedo, que como decía Borges “es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura.” 

Está aquí el poeta que, aunque desconoció el amor, llevó el petrarquismo a una de sus cimas y escribió alguno de los mejores sonetos amorosos de la poesía española, como Amor constante más allá de la muerte, pero a la vez ridiculizó mitos como el de Apolo y Dafne en otro memorable soneto (A Apolo siguiendo a Dafne) que comienza con este cuarteto, tan explosivo que hace prescindible y olvidable el resto del soneto:

Bermejazo platero de las cumbres
a cuya luz se espulga la canalla, 
la ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Ese mismo poeta burlón, ácido e inmisericorde que escribió alguna de las sátiras más crueles de la lírica en castellano es el grave poeta moral que avisa del paso del tiempo, el agudo ingenioso que dominó el idioma como pocos, el político crítico contra Olivares, el poeta en el que emergen las lecturas de la literatura clásica, de Séneca y el estoicismo cristiano de Justo Lipsio o de la tradición bíblica. 

El poeta capaz de escribir estos dos sonetos tan magistrales y tan diferentes en su tono y su mirada:

 ARREPENTIMIENTO Y LÁGRIMAS 
DEBIDAS AL ENGAÑO DE LA VIDA

Huye sin percibirse, lento, el día,
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca, y, despreciada, 
lleva tras sí la edad lozana mía.

La vida nueva, que en niñez ardía,
la juventud robusta y engañada, 
en el postrer invierno sepultada, 
yace entre negra sombra y nieve fría.

No sentí resbalar mudos los años
hoy los lloro pasados, y los veo
riendo de mis lágrimas y daños.

Mi penitencia deba a mi deseo, 
pues me deben la vida mis engaños,
Y espero el mal que paso, y no le creo.

TÚMULO 

Por no comer la carne sodomita
de estos malditos miembros luteranos,
se morirán de hambre los gusanos,
que aborrecen vianda tan maldita.

No hay que tratar de cruz y agua bendita:
eso se gaste en almas de cristianos.
Pasen sobre ella, brujos, los gitanos;
vengan coroza y trochos, risa y grita.

Estos los güesos son de aquella vieja
que dio a los hombres en la bolsa guerra,
y paz a los cabrones en el rabo.

Llámase, con perdón de toda oreja,
la madre Muñatones de la Sierra,
pintada a penca, combatida a nabo.

Y sobre todo, el poeta inimitable que llevó a la lengua española a una de sus alturas expresivas más portentosas en los ágiles octosílabos de sus letrillas y sus romances o en los solemnes endecasílabos de sus sonetos. 
 
“Poeta sobre todo -afirma Rodrigo Cacho-, así lo entienden también los escritores hispanos de los siglos XX y XXI. No hay un gran poeta en castellano que no haya leído a Quevedo y que no se haya visto influido por él de alguna manera.”


09 diciembre 2025

A la sombra de las muchachas en flor

  



Mi madre, cuando se habló de invitar por primera vez a cenar a M. de Norpois, dijo lamentar que el profesor Cottard estuviera de viaje y que ella, por su parte, hubiera interrumpido todo trato con Swann, pues uno y otro le habrían sin duda interesado al antiguo embajador, a lo que mi padre contestó que un convidado eminente, un sabio ilustre como Cottard, nunca haría un mal papel en una cena, pero que Swann, con su ostentación, con esa forma suya de airear hasta la última de sus relaciones, era un vulgar fanfarrón que al marqués de Norpois seguro que le habría parecido, por usar una de sus expresiones, «hediondo». Ahora bien, aquella respuesta de mi padre merece una explicación, pues habrá quienes tal vez recuerden a un Cottard muy mediocre y a un Swann que llevaba al extremo de la delicadeza, en cuestiones mundanas, la modestia y la discreción. Pero en lo que atañe a este último, se dio la circunstancia de que al «Swann hijo» y también al Swann del Jockey, el antiguo amigo de mis padres había sumado una personalidad nueva (y que no sería la última): la de marido de Odette. Adaptando a las humildes ambiciones de esa mujer el instinto, el deseo, la maña que siempre había tenido, se las ingenió para labrarse, muy por debajo de la antigua, una posición nueva y acorde con la compañera que la ocuparía junto a él. Y en ella mostraba ser otro hombre. 

Así comienza A la sombra de las muchachas en flor, la segunda de las siete entregas de En busca del tiempo perdido, en la nueva traducción de Mercedes López-Ballesteros, que empezó a publicar hace un año Alfaguara, que asume así el proyecto frustrado de Javier Marías de editar en Reino de Redonda esta espléndida versión del ciclo proustiano.

Tras la evocación de la infancia en los diversos ámbitos familiares de Por el camino de Swann, en A la sombra de las muchachas en flor, con la que Proust obtuvo el Goncourt en 1919, avanza en el tiempo evocado hacia la adolescencia.

Organizada en dos partes (En torno a Mme. Swann y Nombres de lugares: el lugar), irrumpen en ella, a través del hilo conductor de los Swann, el descubrimiento del deseo amoroso con Gilberte Swann, la desorientación y la ruptura, el dolor y el despertar de la sexualidad, el mundo del arte, la literatura y la creación artística, el Gran Hotel de Balbec y la playa de las muchachas en flor, los paseos por el malecón y las cenas en el Rivebelle y el taller de pintura de Elstir, las meriendas en el acantilado y los juegos amorosos. 

Irrumpen aquí también algunas figuras que serán ejes esenciales del ciclo: la contradictoria de Bergotte, el gran escritor con sus virtudes y sus vicios; la del barón de Charlus, inteligente y sensible, altivo y seductor, equívoco, esteta y viudo; la de Bloch, el amigo diletante y judío del narrador; la de Saint-Loup, brillante y nietzscheano, y la de quien acabará siendo un personaje central de En busca del tiempo perdido: Albertine Simonet, la atractiva muchacha ciclista de polo negro, inteligente y refinada, cambiante y deseable, siempre en fuga.

Y a medida que el lector avanza en la lectura y se adentra en el universo proustiano, con el amor y el tiempo al fondo, el mundo se queda al otro lado de la habitación forrada de corcho en la que escribía Proust, con su insuperable capacidad estilística para crear atmósferas y monólogos interiores de lentísima elegancia que reflejan la languidez espiritual que inunda su estilo, un reto constante para el traductor:

Pero en gran parte nuestro asombro se explica ante todo porque la persona también nos presenta una misma faz. Tendríamos que hacer tal esfuerzo para recrear todo cuanto nos ha brindado lo que no somos nosotros -aunque sea tan solo el sabor de una fruta- que, nada más recibir la impresión, empezamos a bajar insensiblemente por la pendiente del recuerdo y sin darnos cuenta, en muy poco tiempo, estamos ya lejísimos de cuanto hemos sentido. De modo que cada nuevo encuentro es una especie de rectificación que nos retrotrae a lo que de hecho vimos en un principio. Ya no nos acordábamos, por lo mucho que recordar a una persona es en realidad olvidarla. Pero mientras sepamos seguir viendo, cuando el rasgo olvidado se nos aparezca, lo reconoceremos, no podremos por menos de corregir la línea desviada, de ahí que la perpetua y fecunda sorpresa que me volvía tan saludables y bienhechoras aquellas citas diarias con las hermosas muchachas a orillas del mar estuviera hecha, tanto como de descubrimientos, de reminiscencia. Si a esto le sumamos la agitación que despertaba lo que esas muchachas representaban para mí, que nunca era exactamente lo que yo me había pensado, siendo así que la esperanza de la siguiente reunión ya no se parecía a la anterior esperanza, sino al recuerdo aún vibrante del último encuentro, se entenderá que cada paseo diera un violento golpe de timón a mis pensamientos, y en modo alguno en la dirección que en la soledad de mi cuarto yo había podido trazar sosegadamente. Aquel rumbo quedaba olvidado, abolido, cuando volvía al hotel vibrando como una colmena por las palabras que me habían turbado y que aún habrían de seguir resonando dentro de mí durante mucho tiempo. Todo ser queda destruido cuando dejamos de verlo; luego, su siguiente aparición resulta una creación nueva, distinta de la inmediatamente anterior, cuando no de todas ellas.

Un largo poema en prosa y una novela río que vuelve milagrosamente sobre sus propias aguas. Es el libro de las palabras y del tiempo, la novela del yo del voyeur absoluto, el vértigo del amor y las intermitencias del corazón.

Entrar en el mundo proustiano es acceder a otra dimensión de la vida y la literatura. Es comprender definitivamente que la verdadera vida, la única vida vivida con intensidad es la de la literatura, la de la escritura que da sentido a la existencia frente al olvido, la decadencia y la muerte, como concluirá Proust en la novela final, que cierra un perfecto círculo temporal para regresar al punto de partida de la serie, al momento narrativo en que confluyen el tiempo del narrador y el tiempo narrado. Un jardín de senderos que se bifurcan.

Esta exigente y admirable traducción que firma Mercedes López-Ballesteros es una nueva vía de entrada al mundo complejo y prodigioso que creó irrepetiblemente Proust como uno de los monumentos literarios más memorables de la historia de la literatura.


 


08 diciembre 2025

Platero y otros

 


07 diciembre 2025

Cuando caigan

 



Cuando caigan, que caerán, la gente los contemplará con sorpresa y se preguntará: 
-¿Cómo podíamos creerlos tan fuertes?
 
Pío Baroja. 
Desde el exilio. 
Caro Raggio. Madrid, 1999.
  

06 diciembre 2025

Charos devotas



Estas que veis aquí berreando en el escrache sevillano a Soto Ivars son las mismas, literalmente las mismas, que en la posguerra oscura salían de la novena o de rezar el rosario y se iban a protestar por el estreno de Gilda o procesionaban con velitas en el rosario de la aurora.

Han pasado sin transición del sermón cuaresmal al mitin socialista, de la letanía lauretana al eslogan podemita y han sustituido el velo de iglesia por el pañuelo palestino, pero son las mismas ignorantes fanáticas. Tienen edad y pinta de ser literalmente las mismas. Con las mismas vidas aburridas y el mismo vacío mortal.

Curiosamente, no se las ha visto protestar por lo de Salazar o lo de Ábalos, por los encubridores del PSOE ni por lo de Errejón o el de Torremolinos. Con tantas voces, no se habrán enterado las pobres. 


Y todo será mudo y amarillo, de María Sanz





 ORFANDAD

La vida se detuvo aquel día de mayo, 
mientras las jacarandas
eran gélida alfombra para tus pasos ciegos,
para tanta orfandad sobrevenida.

La vida se sostuvo en alas de la muerte

Entonces comprendiste que ella estaba alejándose,
que no regresaría sino a tu desventura,
paloma siempre frágil e inocente. 
Quién pudiera mirarla con los ojos cerrados.

Hoy contemplas la vida fervorosa, 
su retrato dormido, su sombra deshojada,
sintiendo la frescura del alba que se erige
a pesar de la muerte, a través de tu cielo.

De esa traumática experiencia de la muerte de la madre surgen los poemas de Y todo será mudo y amarillo, el libro de poemas con el que María Sanz ha obtenido recientemente el premio Artemisa de Poesía 2025.

Entre el bálsamo del verso y el consuelo de la lágrima, los textos de este libro estremecido trazan el perfil emocional de quien refleja en ellos las ausencias de la palabra y las presencias del silencio mientras todo enmudece, mientras se imponen las pérdidas y el vacío en la soledad oscura y en el recuerdo doloroso, mientras la nieve y la noche caen sobre las calles solitarias y las huellas se hunden en la ceniza:

Entonces, como ahora, vas buscando una huella 
de aquel gozo gastado, de un eco vagabundo, 
algo que reconcilie tus tardes y la suyas 
al pisar las cenizas del tiempo consumido.

Porque estos poemas son una decantación del dolor, una delicada manera de encauzar la desolación y reordenar con palabras lo que ha descompuesto la muerte, una forma de aquietar la vorágine torrencial de sentimientos provocados por la desaparición  de la madre:

Pero no queda nada, ni el oasis 
que veías al límite del mundo, 
ni siquiera la humilde celosía 
por donde tantas veces contemplabas. 

Cruzar este desierto significa vivirse 
con otra soledad que provoca a la muerte, 
sin la luz de los ojos ajenos, hasta donde 
se terminan las huellas, los últimos latidos.

Con la levedad transparente de sus endecasílabos y la solemnidad elegíaca de sus alejandrinos, los versos de María Sanz viven en los jardines de la memoria y en el desierto del presente, donde se cruzan dos muertes unidas en la misma nada: la evocada y la presagiada, la pasada y la próxima, fundidas en los interiores del tiempo de la memoria y del espacio íntimo y abolido de la casa, en la dolorosa ensoñación del texto que cierra el libro y le da título, en una evocación de las juanramonianas Arias tristes:

Y TODO SERÁ MUDO Y AMARILLO

J. R. Jiménez
Y llegarás a casa, y te estará esperando 
sentada en el sillón, con su eterna sonrisa 
y sus alas abiertas al más hondo vacío. 
Pero nunca verás el fruto de esa espera.

Tu vida ya no tiene más misterio que el suyo, 
entre la transparencia y la luz nacarada,  
ternura aún radiante donde posas tus manos 
como otro despertar inerte todavía.

Quién sabe si estos versos regresarán contigo 
o los habrás dejado caer donde está ella, 
rosal interminable como una sola herida. 
Tu dolor ya no tiene más aliento que el suyo.

Llegarás a tu casa
y todo será mudo y amarillo.



05 diciembre 2025

Ray Bradbury. Cuentos

 


04 diciembre 2025

Estrábicos y estrábicas

 



Los indignaditos del 15M, no sé si porque se han hecho más viejos y más gordos, más tontos o más calvos, o porque han conquistado los cielos, callados como putas ante la generalizada corrupción sanchista y mirando con el averiado ojo izquierdo a la derecha y a la extrema derecha en vez de a la descomposición política y moral de un sistema que protege a los acosadores, a los rateros institucionales o a quienes se arrodillan ante las desigualdades y los privilegios fomentados por los nacionalismos.

Estrábicos morales que quieren dar lecciones de cómo enfocar la realidad. Qué risa. Qué vergüenza de izquierda impresentable.

Y ahora llamadme facha, hipócritas, progresistas de mentira.




03 diciembre 2025

La Sagrada Familia (de Sánchez)

 


Para los que, como los tres de la portada y sus fieles seguidores y creyentes, siguen hablando de procesos judiciales por recortes de periódicos, este sólido trabajo de investigación de Alejandro Entrambasaguas que publica La Esfera de los Libros.

Un demoledor informe, apoyado en datos irrebatibles, sobre la corrupción del sanchismo y su sensación de impunidad. Y en primer lugar, el entramado corrupto del PSOE extremeño y sus redes clientelares con nombres y apellidos, entre ellos el candidato imputado por varios delitos y el último candidato a alcalde de Badajoz. Políticos, funcionarios y comisarios políticos bien conocidos de la Diputación de Badajoz al servicio del hermanísimo y de la cleptocracia sanchista.

Eso sí, los indignaditos del 15M, no sé si porque se han hecho más viejos y más gordos, más tontos o más calvos, o porque han conquistado los cielos, callados como putas y mirando a la derecha y a la extrema derecha. Estrábicos morales.
 
Aquí se pueden leer las primeras páginas de esta rigurosa investigación periodística, donde aparecen algunos de los personajes de este esperpento vergonzoso:

Un recorrido intelectual por la Europa medieval



Un recorrido intelectual por la Europa medieval es el subtítulo con el que el medievalista florentino Franco Cardini (1940) resume el contenido de Las rutas del conocimiento, que publica Alianza Editorial con traducción de Lucía Alba Martínez.

Organizado cronológicamente, Las rutas del conocimiento es un recorrido en quince capítulos que reconstruyen los espacios y los tiempos del itinerario medieval de la cultura occidental. Así lo resume Franco Cardini en la introducción:

¿Dónde comenzó su andadura esta Europa que aún no ha logrado convertirse en patria común de los pueblos que la habitan, pero que ya lo es desde hace siglos para muchos, que la aman y sueñan con su unidad plural? Para los antiguos griegos era —desde las Columnas de Hércules hasta el Tanais, desde las gélidas tierras de los hiperbóreos hasta las soleadas islas de olivos y viñedos diseminadas por el Mediterráneo— un «continente», una de las tres partes del mundo. Pero hacia principios del siglo XVI se transformó en un concepto, una idea fuerza, un mito; y de su seno surgió la dimensión de «Occidente», unida pero dinámicamente diferenciada de él.
La idea general de este libro es proponer un itinerario que, serpenteando entre lugares significativos, deteniéndose brevemente en ellos, nos permita tomar conciencia de hasta qué punto aquel era un mundo abierto y altamente conectado. Una especie de viaje, quizá más bien imaginario, entre destinos que, aunque ahora nos parezcan lejanos, en realidad estuvieron muy cerca. Un viaje necesariamente rápido, más para trazar líneas de continuidad que para satisfacer deseos profundos de conocimiento.
Al fin y al cabo, la metáfora del viaje es fuerte, intensa, omnipresente: en nuestra cultura occidental, desde el Éxodo de los hebreos de Moisés hasta el relato de la Odisea, pasando por la tradición folclórica del Ver sacrum, la vida es un viaje; toda aventura intelectual se presenta como un viaje.

Un viaje de la sabiduría que permitía el diálogo de un filósofo andalusí y un monje germano, porque -explica Cardini- “para aproximarnos al conocimiento medieval, debemos en primer lugar dirigir la mirada al nacimiento de la religión cristiana, que nos lleva fuera de los confines de Europa pero que al mismo tiempo nos recuerda esa misión de encrucijada entre Oriente y Occidente que nuestras tierras han asumido desde la Antigüedad. A la composición de esa nueva síntesis cultural contribuirán más tarde los monasterios, las cortes, las universidades y las comunas; más adelante, el arranque «revolucionario» del Humanismo y el Renacimiento nos ayudará a comprender el desarrollo posterior de otra época constitutiva de Occidente, rica en intercambios y contaminaciones.”

Porque, frente al tópico de la edad oscura, la Europa medieval era un mundo abierto en el que cientos de personas ponían en movimiento manuscritos e ideas que aproximaron espacios, tiempos y mentalidades: los viajes de los monjes de unas abadías a otras, los itinerarios de los peregrinos que atravesaban el mundo para venerar reliquias, los cruzados que pretendían recuperar la Tierra Santa de manos infieles o los mercaderes que junto con sus materiales venales transportaban ideas e imágenes, relatos y formas artísticas, miradas e invenciones eran los instrumentos o los protagonistas de unas rutas culturales del conocimiento que de Rávena a Cluny, de Alejandría a Sicilia, de Samarcanda a Córdoba, de Toledo a Bolonia, de Roma a Hipona, de Jerusalén a Aviñon o de Constantinopla a Aquisgrán conservaban y difundían un legado secular en el que confluían en lugares de traducción e intercambio las tradiciones orientales y las del mundo helenístico y romano. Sin ese trasiego no hubiera sido posible el primer brote de humanismo que redescubrió la Antigüedad clásica ni el Renacimiento que fue su consecuencia.

Pero además de trazar un mapa que refleja las rutas del conocimiento en los itinerarios culturales de la Edad Media, el libro de Cardini ofrece un recorrido panorámico por las claves construcción y la difusión de la cultura medieval: desde la difusión de los textos evangélicos hasta la renovación cultural del humanismo cívico, desde la ordenación de la vida monástica a la creación de las universidades laicas, desde el Grial y el amor cortés trovadoresco a la creciente cultura urbana de la Baja Edad Media.

Un recorrido por el que transitan figuras imprescindibles en aquella circulación de saberes que mantuvo viva la llama de la cultura: Benito de Nursia y Avicena, Agustín de Hipona y Alfonso X, Carlomagno y Petrarca, Hildegarda de Bingen y Federico II.

Con todas esas piezas, Franco Cardini construye un completo panorama de la cultura medieval. Un panorama trazado con voluntad abarcadora, porque  “quien acepte aventurarse a describir las múltiples vías del conocimiento medieval no puede desde luego limitarse a los horizontes de la cultura entendida como ámbito literario, filosófico, filológico o artístico, sino que debe reflexionar al menos sobre ciertas cuestiones relacionadas con el conocimiento como saber científico y tecnológico.”


 

02 diciembre 2025

Ana Martín Puigpelat. La hermana aprendida

 


01 diciembre 2025

Saavedra Fajardo. La lealtad conocida





La lealtad conocida es el expresivo subtítulo que José Luis Villacañas ha colocado al frente de su espléndida biografía de Diego de Saavedra Fajardo que publica la Fundación Santander en su colección Biografías de Historia Fundamental, cuyo propósito es recuperar la figura de personajes claves de entre finales del XV y principios del XIX que, aunque tuvieron un destacado papel en su momento en el desarrollo de la historia española o iberoamericana, han sido olvidados por el público por distintas razones.

Magníficamente editado en tapa dura, con guardas ilustradas y un cuadernillo central con diez imágenes, la biografía incorpora también un código QR para  acceder a una esclarecedora entrevista con el biógrafo, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense, director del proyecto de investigación Biblioteca Digital Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispano y autor de dos biografías de referencia de Luis Vives y Ortega y Gasset.

Entre la diplomacia y la literatura transcurrió la trayectoria vital e intelectual de Saavedra Fajardo, una figura esencial para entender la historia cultural, política y literaria del XVII español, y hombre discreto que responde al modelo ideal de hombre del Barroco que propuso su contemporáneo Gracián. Esa condición explica por qué nunca quiso revelar mucho de sí mismo, ni siquiera en su abundante correspondencia, en la que suele ocultar su intimidad.

Así resume su figura José Luis Villacañas en el prólogo donde explica su importancia y justifica la necesidad de su biografía:

Saavedra Fajardo, inolvidable por lo ejemplar y meritorio, es el que presenta este libro. Algo más que una mera biografía y algo menos que una exposición de todo su pensamiento, el lector encontrará aquí la semblanza de una personalidad y de un psiquismo, el propio de una mentalidad hidalga de aquella España de la primera mitad del siglo XVII, que, sin embargo, entró en intenso contacto con las realidades europeas y logró una forma de ser fiel a sus tradiciones al tiempo que se abría sin dogmatismos a los avances que observó a su paso. […] Que su mirada no forme parte de la historia de nuestro sentido común como pueblo es perjudicial. Eso es lo que ofrece este libro, elevar a Saavedra como episodio relevante de la inteligencia hispana moderna. Si no se hubiera interrumpido aquella tradición de Fernán Pérez de Guzmán o de Hernando del Pulgar, diría que este libro desea ofrecer la generación y semblanza de un hombre claro, fiel y leal, de un español tan íntegro como crítico y de un europeo amante de la paz.

Porque la labor de Saavedra Fajardo como diplomático se orientó a la defensa de la paz y la neutralidad (“teórico de la neutralidad” lo llama Villacañas) en la acción exterior de España en Europa durante los agitados tiempos de la Guerra de los Treinta Años. Una defensa coherente con su pensamiento reformista en torno al poder de la monarquía hispánica y a su gobierno y a la propuesta de un modelo de Estado cohesionado que hizo que su figura fuese redescubierta a mediados del siglo XVIII por Mayans, que su pensamiento se reivindicara por el pensamiento político del siglo XIX y del XX o que fueran cada vez más abundantes los estudios sobre Saavedra Fajardo y más rigurosas las ediciones de sus obras.

Los dieciocho capítulos en los que se organiza la obra recorren, con el apoyo fundamental de su correspondencia y de su obra ensayística, su carrera como diplomático en una época compleja de constantes conflictos políticos y militares, su vida itinerante y la lealtad a la monarquía, su lenta trayectoria profesional, su  larga estancia en Italia -casi veintidós años entre Nápoles y Roma, de “diplomático en tono menor”, según Villacañas, a su importante papel de consejero diplomático del cardenal Borja, embajador de España, y del portugués Castel-Rodrigo- y las más relevantes diplomáticamente en Alemania cuando todavía ni una ni otra eran estados unificados, sino un mosaico de repúblicas y ciudades-estado, escenarios de conflictos políticos y de escisiones religiosas, su labor como publicista de Felipe IV y de la casa de Austria, su independencia de criterio, compatible siempre con la lealtad a la monarquía y con la evolución libre y constante de su pensamiento político, analítico y crítico, alejado de todo dogmatismo, porque Saavedra fue un posibilista que, consciente de la decadencia imperial de España, se adaptó a las circunstancias para ofrecer respuestas estratégicas a las necesidades y los retos de cada momento histórico, como demostró en las conversaciones de paz que desembocaron en la paz de Westfalia, en las que tuvo un papel determinante hasta su brusca caída en desgracia en Münster. 

Se cerraba así la admirable trayectoria vital, política e intelectual de aquel hidalgo de Aljezares, un Saavedra Fajardo de sólida formación clásica, que adquirió en Murcia con el humanista Cascales y en Salamanca mientras estudiaba Cánones en la Universidad. Una formación clásica en la que fue determinante la huella de Tácito, que proyectó en la mentalidad barroca y en las lúcidas reflexiones diplomáticas de estadista de sus monumentales Empresas políticas (1640).

En esa obra nuclear, en su correspondencia y en Locuras de Europa hay que buscar las claves del pensamiento político de Saavedra Fajardo, en palabras de Villacañas “posiblemente el más agudo y refinado testigo de la situación de España en el momento de su decadencia. Pero incluso en esos patéticos momentos, él rechazó las actitudes derrotistas y siempre pensó en la posibilidad de que todo podría reformarse si un rey resultaba educado por el destilado de la experiencia de los hombres de buen consejo. Esta voluntad es la que luego conectará con los grandes ilustrados del siglo XVIII, como Mayans y Sempere y Guarinos, que lo admiraron; el primero como el más equilibrado los escritores del siglo XVII, y el segundo como el iniciador de una biblioteca económico-política capaz de mejorar la sociedad española.”

Claves que conforman su forma de servir y de pensar la monarquía como un hombre de Estado: una teoría y práctica del poder real que aborda siempre con lucidez desde la propuesta insuficiente del austracismo al regalismo, desde la reflexión sobre el sistema de gobierno al valimiento, entre la necesidad y la dejación, la conciencia del declive y las ideas para la reforma y la conservación, con una nueva red de relaciones y alianzas con la Europa de la paz y la guerra en el horizonte y con una aguda crisis interna provocada por la situación en Cataluña y Portugal.

Acabó proponiendo con todos esos materiales, fruto de la experiencia europea y la reflexión constante, la construcción de una monarquía nacional hispánica integradora que parece anticiparse en siglos a su propio tiempo, aunque -como recuerda Villacañas- “una y otra vez percibimos en él esa oscura sensación de no tener en cuenta sus cualidades, de no valorar su trayectoria o de ser desaprovechado para el servicio público. Esa sensación lo acompañará hasta el final de sus días.”

En cuanto a la faceta literaria de Saavedra Fajardo ocupa toda su  vida adulta, desde 1611 hasta su muerte el 24 de agosto de 1648, curiosamente el mismo año en que terminó la Guerra de los Treinta Años, y tiene uno de sus centros en la República literaria, en la que “Saavedra se ríe del mundo literario”, como indica el título del capítulo que se dedica a esa obra en esta biografía. Una broma juvenil que no llegó a publicarse y en la que aparece esta descripción del mundillo literario por la que no ha pasado el tiempo: “Noté que los doctos y más señalados de aquella República eran humildes, modestos y callados y que, al contrario, los ignorantes eran atrevidos, insolente y locuaces.”

Cierra el volumen una Conclusión que se centra en las aportaciones de Saavedra Fajardo al pensamiento político y a su concepción de una monarquía nacional de España. Escribe Villacañas en el párrafo final:

Cuando España ya estaba convencida de haber perdido la batalla por la hegemonía europea, Saavedra, en medio del ajetreo de sus viajes por Europa, había aprovechado sus ratos muertos para ejercer lo más difícil en la historia, ese alto reflexivo que examina la realidad y se dispone a regularla por la norma contrastada del pensamiento político clásico. Con sus Empresas políticas, Saavedra ofreció un pensamiento concreto de la monarquía hispánica y de la manera de regularla según el destilado del republicanismo clásico. En esa regulación, la prudencia moral, económica, cívica y política debían darse la mano en una organicidad que requería innovaciones institucionales, un Parlamento unitario a toda la monarquía y una renovación de las tradiciones de gobierno de los territorios, sin supersticiones ni fijaciones. Era un horizonte evolutivo factible que habría incorporado a España el destilado de la formación de la constelación moderna. Era un avance en la configuración de una monarquía sobre un cuerpo unitario respetuoso con los cuerpos tradicionales de gobierno. Ese es el proyecto de Saavedra de una monarquía nacional republicana, una monarquía hispánica unida sobre el reconocimiento de sus reinos y coronas.

Y añade: “Me gustaría concluir este libro diciendo que, en ese intento, siempre al mismo tiempo constructivo y crítico, de seguir tejiendo la tela de las cosas hispánicas, Saavedra se atuvo a las virtudes cívicas que él mismo había incorporado a su programa de monarquía y que, justo por eso, su lealtad estuvo permanentemente iluminada por una idea trascendente.”

Se cierra así una biografía que no se ciñe exclusivamente a los datos externos, sino que se sostiene en una decidida voluntad interpretativa que inserta esos datos en el marco general de la obra diplomática, el pensamiento político y el legado literario de Saavedra Fajardo.


30 noviembre 2025

Sir Gawain y el Caballero Verde