28 diciembre 2025

España monumental

 


27 diciembre 2025

José Luis Villacañas. Saavedra Fajardo

 


26 diciembre 2025

Mozart. Su obra y su mundo

 


25 diciembre 2025

Walser bajo la nieve

 


WALSER BAJO LA NIEVE 1

El anciano que posa bajo la nieve que finalmente le cubriría el 25 de diciembre del 56 es Robert Walser. 
Llevaba más de veinte años arrastrando su perplejidad ingresado en un siquiátrico. Llevaba mucho más tiempo queriendo ser nadie, queriendo ser nada, andando compulsivamente hasta convertirse en dromómano. 
En el momento de la foto está a punto de iniciar uno de esos paseos, otra forma de perderse.
Robert Walser fue el más solitario de los escritores solitarios. Huyó de todo vínculo con el mundo, de toda posesión que lo atara a algún sitio de la vida o la literatura. 
Paseó mucho, siempre en huida, pero se esforzó en no dejar más huellas que las de sus pisadas en la nieve poco antes de morir y las más persistentes, las de su propia escritura.
Y estas no se borraron porque Carl Seeling, que lo acogió en su casa y preparó su biografía, recopiló sus textos, los mostró en antologías y conservó parte de su legado. Sin él, el recuerdo de Walser se hubiera deshecho como la nieve de aquel 25 de diciembre de 1956 en que unos niños encontraron su cadáver semienterrado.
Esta es una de sus últimas imágenes. La nevada que cae en la fotografía empezaba ya a hacerle invisible. Era lo que siempre había querido.

WALSER BAJO LA NIEVE 2

           “La felicidad no es un buen material para el escritor” (R. W.)
                                                                           
Cincuenta y seis. Diciembre. No estaba entre las flores. 

La nieve ha ido enterrando 
un cuerpo triste. Estaba 
debajo de un abeto. 
Lo vieron unos niños que corrían por el parque. 

No estaba entre las flores. El dueño de ese cuerpo 
vivía en Herisau. Un frío manicomio 
era desde hacía mucho su defensa ante el mundo. 

Se bajó de la vida. Se había internado él mismo, 
marginado, indigente, y en su desistimiento 
nos hacía señales 
urgentes con espejos que herían y deslumbraban. 

En Berlín había escrito sus textos más hermosos, 
puros como el discurso de un loco en un paseo. 
Eran páginas lúcidas urdidas lentamente 
(las palabras son suyas) 
con la calma que tiene la fruta en el manzano. 

No quería dejarse empapar por la lluvia 
del esfuerzo que obtiene hipocresías pequeñas. 
Escritor, mayordomo, caminante en lo oscuro, 
cuando escribe se ausenta de sí mismo en un bosque. 

Era una de esas noches para salir huyendo: 
la Navidad hería al solo y por la tierra 
corrían los helados arroyos del recuerdo. 
 
No estaba entre las flores. Yo estaba ya en el mundo 
y lo ignoraba todo, como ignora la nieve 
sus regiones altísimas de frío y de silencio, 
su piadosa misión de enterrar aquel cuerpo. 

( De Las provincias del frío. Algaida. Sevilla, 2006)

Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda





También Cunqueiro se arrima a sus historias, se adentra en ellas. Y en el viejo tapiz del mundo llegó a un desgarrón y, deshilachado, murió. Murió el hombre, no el soñar. Como él dijo en la conferencia que en 1976 pronunció en la UNED: «Muchas vidas llegan al final besando el polvo de la derrota, fracasadas, sólo se salva el sueño». Así la suya. Su obra, para cuya lectura este libro que acaba querría ser una modesta invitación, cada día que pasa está más viva. Es más: como se hacía eco Borges de lo que se decía de Gardel, mutatis mutandis, Cunqueiro «cada día escribe mejor».

Con ese párrafo cierra Antonio Rivero Taravillo Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda, su monumental biografía del autor gallego que publica Renacimiento.

Organizada en diecisiete capítulos cronológicos y rematada con un Epílogo recopilador y conclusivo, esta estupenda biografía -lamentablemente póstuma- es una meticulosa indagación en la vida y la obra de Cunqueiro, indisolublemente ligadas entre sí desde la juventud del autor, tal como se subraya desde el mismo título de sus capítulos, que suelen proponer guiños a los títulos de las obras cunqueirianas: Las mocedades de Álvaro, Fugas y cárceles, Como Fanto Fantini o de Merlín al Sochantre.

Porque, como explica Rivero Taravillo en su Introducción, “esa vida no tiene interés desligada de su obra literaria, que ilumina a aquella. Aquí se intenta vincular ambas, vida y obra” para destacar la importancia que en ella tiene “desde fecha muy temprana, lo fantástico, ese cristal con el que ilumina y tornasola la historia, la literatura, saberes ambos que pone al servicio de su imaginación.”

Y aunque Cela lo despreciaba como un “narrador a escala diocesana”, que “solo pudo tener una mínima prevalencia apoyado en su tiempo por la Secretaría General del Movimiento”, Rivero Taravillo reivindica su obra en estos términos:

Siendo Álvaro Cunqueiro un escritor tan grande (probablemente el mayor de su tierra galaica del siglo XX, ya se dijo, y acaso uno de los diez más importantes del conjunto de las Españas de ese periodo –ya se va viendo–), lo que corresponde a su personalidad, a sus vicisitudes, a la trastienda (o en su caso, rebotica) de su creación, es algo que incumbe a todo aquel que quiera conocer mejor, en España o fuera de ella, nuestras letras.

Y es que “aunque su nombre suele pasar desapercibido para la mayoría de lectores en español, es aquí donde su obra destaca aún más sobresalientemente si cabe, porque a los temas que aborda se suma un donaire que es potenciado por un idioma con timbres galaicos, rasgos perfectamente analizables desde el rigor de la filología y apreciables y apreciados simplemente por el gusto de los lectores. A él no le gustaba que se alabara su estilo, que veía como resultado natural y no búsqueda, pero lo cierto es que el español de Cunqueiro, con independencia del asunto que trate, tiene siempre algo superior, sabroso, digno de ser paladeado, y esto seguramente venga de la influencia del gallego en su español, lo mismo en el léxico que en la sintaxis y hasta la gramática: esas formas como «paréceme» que en otros se leerían como decimonónicas, añosas y de fruncido ceño, académicas de frac como de mantenedor de juegos florales (cosa que él fue a menudo), por magia de la literatura en él no sucede esto ni por asomo.”

Apoyada en una sólida investigación, en un riguroso trabajo de rastreo en hemerotecas de sus centenares de artículos, de variadas fuentes bibliográficas y documentales, en testimonios orales y escritos y en la lectura de la obra del biografiado, esta detallada biografía es una invitación indeclinable para volver a visitar el mundo deslumbrante de Álvaro Cunqueiro a través de la selección de textos que ilustran sus capítulos, a través de sus escenarios galaicos y mindonienses, sus temas, sus claroscuros, sus imposturas y falsedades autobiográficas y su fondo conflictivo. Porque -señala Rivero Taravillo, que nunca somete su mirada crítica a la admiración por Cunqueiro- “a la postre, se verá que Cunqueiro, como todo gran creador, como todo genio, fue una persona llena de conflictos. Sacrificó a la comodidad burguesa, al bienestar de unos hijos a los que dio carreras, a un estatus como persona respetada e invitada a todas partes, la obra, que es decir la fantasía, el sueño, el meollo de su existencia. Es duro decirlo así, pero Cunqueiro traicionó al gran escritor que llevaba dentro por las treinta monedas de plata de las cuantiosas colaboraciones, no siempre en prensa; por los oropeles que su figura otorgaba a otros, cuando él mismo era el oro que más relucía en la literatura de aquellos años. ¿Le habría convenido escribir menos artículos y ponerse a una obra más exigente y cuidada, aun a riesgo de pasar hambre? Seguramente, pero tenía obligaciones familiares. Con todo, mucho de lo mejor que escribió está precisamente en esos artículos, muchos de ellos próximos al cuento.”

Como sus admirables biografías de Cernuda y Cirlot, este ambicioso, esforzado y cumplido Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda quedará como un texto de referencia, no sólo en la bibliografía de Cunqueiro, sino como modelo ejemplar del género biográfico en español.  Así lo ve el propio autor:

Este libro se reconoce por intención, y ojalá que por los resultados obtenidos, en la familia de las llamadas «biografías anglosajonas». Sea esto lo que signifique para otros, aquí se emplea en el sentido de rigurosa, exhaustiva, apoyada en una gran documentación, atenta a los hechos y sin rehuir interpretaciones cuando es pertinente ni que ello empezca para cierta ligereza «latina», más atenta al elemento humano y, por qué no, a la amenidad.

Y, como dice la lápida de su tumba en Mondoñedo, de esta biografía, que es además una antología significativa de textos de Cunqueiro, también se podría decir que “Aquí yace alguien que, con su obra, hizo que Galicia durase mil primaveras más.”




24 diciembre 2025

Las confusiones del cadete Törless

 


23 diciembre 2025

Tierra quemada

 


22 diciembre 2025

Diccionario literario y sentimental de Camba





“El espíritu de la civilización es esto, este espíritu de sociabilización, de colectividad, del que no tenemos nada en España. Si los franceses no tienen personalidad, es porque la civilización la ha suprimido. Lo más personal del mundo es el salvaje y, después, el español. La civilización no hace individuos, sino pueblos. Pero yo no he averiguado todavía qué cosa es mejor: si ser un estúpido y vivir en una gran ciudad como París, o tener mucha personalidad en Madrid”, escribió Julio Camba en “La insignificancia personal y la significación colectiva”, un artículo incluido en el volumen París.

Esas líneas las recoge (s.v. CIVILIZACIÓN) Javier Jiménez en su edición de El mundo según Camba, un espléndido Diccionario literario y sentimental que resume el universo de Camba.

Lo publica Fórcola con un prólogo en el que Andrés Amorós señala que “el diccionario, puede servir de excelente introducción, para que el lector descubra a ese escritor; o, si ya lo conoce, puede ser un buen recordatorio, para que se deleite, volviendo a recorrer su itinerario espiritual.”

Dos virtualidades que cumple con brillantez esta recopilación de fragmentos extraídos de los artículos de Camba, un autor que, como destaca el editor en la dedicatoria, “siempre procuró atenerse a un solo principio: no aburrir nunca a sus lectores.”

Y en efecto, los lectores que ingresen por primera vez en el mundo cambiano para descubrirlo o quienes hayan frecuentado sus textos y vuelvan a visitarlos en esta recopilación entrarán en el ámbito diverso y divertido, lúcido y agudo de uno de los mejores articulistas del siglo XX español.

No se trata de una nueva recopilación de textos de Camba como la reciente Se prohíbe hablar con el conductor, que apareció en esta misma editorial, sino de un diccionario de autor elaborado a partir de una lectura selectiva que propone “una ordenación de-construida de la personal visión del mundo que Camba reflejó en sus artículos.”

Como en FEMINISMO:

Acaso el verdadero feminismo consista en esto: no en la relación de la mujer con el hombre, sino en la relación de unas mujeres con otras. Para las mujeres será siempre fácil convencernos de su bondad, de su inteligencia, de su discreción, etc.; pero y a ellas, ¿quién las convencerá? ¿Quién convencerá nunca a una mujer de que las demás valen algo? (“Sobre el feminismo”) 

Un diccionario ilustrado de autor que es otra manera de hacer una antología representativa del mundo de Camba, de su enorme variedad temática y de su mirada irónica, distante y humorística. Con esa mirada personalísima, con una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, está plenamente representado en estos fragmentos el que quizá sea el mejor Camba, un Camba dueño de un mundo propio en el que caben la seriedad y el humor, el campo y la ciudad, el pasado y el presente.

Un Camba que escribe sobre asuntos como el aburrimiento y el amor, los barberos y las bibliotecas, la gastronomía y la religión, la política y las modas, el clima y la muerte, la ciudades y las costumbres, el dinero y la enfermedad, la literatura y los vegetarianos, los países y los paisajes, el humor y la historia, la nieve y los madrileños, el ocio y la pereza, Inglaterra y Galicia, el turismo o Baroja, del que escribió Caricaturas y retratos

Yo no le he admirado nunca por sus cualidades, sino por sus defectos. No le he admirado, a pesar de sus incongruencias, sino por sus incongruencias, ni a pesar de sus faltas gramaticales, sino por sus faltas gramaticales, ni a pesar de sus ideas absurdas, sino por sus ideas absurdas. Y el día en que Baroja escriba un libro razonable, con ideas sensatas, con buena gramática y con un plan lógico, no seré yo quien se gaste tres cincuenta en adquirirlo.

 “Es el propio Camba quien habla en cada vocablo -explica el editor Javier Jiménez en la Nota inicial-. Salvo en una sola ocasión, no reproducimos artículos completos. El editor, con paciencia y tesón, ha coleccionado aquellos vocablos -expurgados de sus artículos- que, en su opinión, reflejan mejor la singular personalidad del periodista y dan cuenta de su peculiar visión de las cosas del mundo.”

Dejo para terminar dos muestras, de diferente tonalidad y enfoque, extraídas de entre las decenas de entradas de este peculiar Diccionario literario y sentimental que contiene en casi cuatrocientas páginas el ancho mundo de Julio Camba:

 CAFÉ: No creo que se haya hecho en el mundo ninguna invención más contradictoria que la del café sin cafeína […] No hay que confeccionar el café, que es una bebida excitante, eliminando de él todos los elementos que puedan excitarnos. No hay que preparar el vicio con los elementos de la virtud. Antes la honestidad estaba muchas veces corrompida. Ahora está corrompido hasta el vicio. No hay pureza, no hay honestidad ni en el vicio siquiera. También el vicio tiene sus hipócritas y sus simuladores. ¿A dónde iremos a parar? (“El café sin cafeína”).

FILISTEOS: Tienen todas las ideas y no poseen una sola; defienden todas las teorías y no admiten ninguna; escriben hoy con la tinta roja de los revolucionarios y emborronan mañana sus cuartillas con la tinta negra de los neos. El cerebro entorpece sus planes y lo ocultan como un trasto inútil; detrás del estómago. Para ellos no hay más que un ideal supremo y una suprema verdad: el cocido. Son los fariseos de la pluma; los mercaderes del pensamiento; los Judas de la inteligencia. Son menos todavía. Son los eunucos del serrallo de las ideas, castrados cerebralmente por el amo implacable. Aunque pretendieran pensar por cuenta propia, no podrían hacerlo; carecen de potencia generatriz sus ganglios entumecidos, y en sus corazones ni palpita el amor ni se estremece el odio. A veces triunfan. Con sus bajezas, con sus rastrerías, con sus servilismos, consiguen levantar el nombre del montón anónimo, y el público les sonríe. Pero su triunfo es pasajero, como todos los triunfos que se obtienen siguiendo corriente abajo el gusto vulgar y las pasiones reinantes. Mueren sin haber creado una sola idea, sin haber matizado siquiera un solo pensamiento. Mueren, y de su vida no queda nada absolutamente en el mundo. Un suelto de dos renglones forma todo su epitafio y constituye toda su memoria. (“¡Filisteos!”)

Una inmejorable manera de ingresar o de regresar al territorio literario de Julio Camba.



 

21 diciembre 2025

El pozo ciego de la izquierda subnormal



La derecha se acerca al 70 %, con Vox en segundo lugar en Badajoz, Navalmoral, Trujillo o Almendralejo, y el PSOE como tercera fuerza, algo impensable hasta hace poco tiempo: hace sólo tres años gobernaba con mayoría absoluta.

Por cierto, la manipulación gráfica de El País ocultando ese tercer puesto es deleznable:





Lectura de la izquierda subnormal: es un fracaso de la derecha, Guardiola es la gran perdedora y debe irse.

Esta izquierda vergonzante y corrupta está en el fondo de un pozo político y ético del que va a tardar décadas en salir. 

Un pozo, ciego, claro. Hasta arriba de aguas negras.

https://santosdominguez.blogspot.com/2025/12/el-pozo-ciego-de-la-izquierda-subnormal.html


En la Poesía no puede haber maestro

 


En la Poesía no puede haber maestro porque no puede ser aprendida: nadie sabe della tanto que pueda enseñar algo della. Los versos buenos son cosa tan mayor que la humanidad; que nadie los hace: ellos se vienen. Quien dice que hace buenos versos se engaña: nadie los hace, todos los esperan. Muchos son tan desgraciados que no se les ofrece ninguno. Algunos son tan dichosos que bajan a su cerebro muchos. Conócese que los versos buenos no se hacen, sino que se ofrecen, en que nadie los escribe sin pausas: desde una copla a otra hay grande espacio, y en este espacio no se puede hacer otra copla. En llegando, no ha menester más tiempo que el que tarda en escribirse.


Juan de Zabaleta.
El día de fiesta por la mañana y por la tarde.
Clásicos Castalia. Madrid, 1983.


20 diciembre 2025

Con cuatro árboles y un pedazo de jardín

 


Casi en la raya de los cuarenta años, no puedo llenar ninguna ficha biográfica que tenga el menor interés. Fui amigo de Bartomeu Rosselló, siento una fiel admiración por Ruyra y me place conversar de vez en cuando con uno o dos conocidos. Fui a la Universidad, trabajo para mantenerme y aspiro, sin esperanza, al ocio. Todavía no he tenido tiempo de casarme, ni el optimista coraje o la abnegada desesperación para hacerlo. Creo que con la lectura del Predicador, las Cartas a Lucilio, la Divina Comedia, El Príncipe, el Discurso del método, el Quijote, el Discreto y alguna novela policiaca, se tiene bastante para pasar, sin gritos existencialistas ni otras inadecuadas expresiones, esta triste vida. Detesto los premios literarios, la avaricia y la suciedad, las felicitaciones de Navidad y de onomástica (las cuales agradezco, desde aquí, de una vez para siempre, a la vez que pido a mis amigos que hagan el favor de no recordarme nunca más en esos días), los homenajes, el viento, el desorden y el ruido, salir de noche, comer fuera de casa, eso que llaman «vida de relación», los conciertos, las confidencias, aconsejar, las obscenas expansiones de la vanidad. Mientras me dejen tranquilo, estoy dispuesto en  todo momento a creer, de muy buena fe, que tú e incluso usted, no importa quién, son los mejores escritores del mundo. Sedentario, me gustaría viajar de tarde en tarde, con una comodidad incompatible con la modestia de mi peculio, por lo que determino no moverme casi nunca. Quisiera vivir en el campo, con cuatro árboles y un pedazo de jardín, o por lo menos en una ciudad más limpia que Barcelona, donde la gente no se rebañara tan generosamente el pecho y otras peores y más repugnantes interioridades. Quisiera también ver los cuadros de Vermeer de Delft, poseer unas cuantas figurillas de nacimiento de Ramón Amadeu y no tener que escribir ni una línea más.

Salvador Espríu. 
Autopresentación.
Barcelona, 14-II-1952.
En Antología lirica.
Cátedra. Madrid, 1977.


19 diciembre 2025

Manuel López Azorín Ni ya tengo otro oficio

 



Aún sin conocerte 
te adiviné tan pura y delicada 
que te amé, de tal suerte 
que ya no espero nada 
que no sea la luz de tu mirada.

Con esa lira abre Manuel López Azorín Ni ya tengo otro oficio, su última entrega poética, que publica Mahalta Ediciones.

En sus liras sanjuanistas o luisistas, en sus silvas becquerianas o garcilasistas y en sus sonetos quevedescos fluye un mismo pulso emocional: el del poeta enamorado que encauza su sentimiento en la secuencia intemporal del verso clásico y en la armónica combinación de heptasílabos y endecasílabos que da a estos poemas una tonalidad contenida y cercana que remite siempre a sus referentes mejores:

Con palabras de ahora, 
partiendo de los clásicos, escribo. 
De su perfecta métrica cautivo 
soy, de sus aguas bebo.

Me acojo a su estructura tan precisa. 
a su ritmo, que es brisa, 
semejante a la música y al viento.

Al escribirla pienso, 
aun hablando en presente, 
que aquel lejano ayer no queda ausente.

*

Puedo dejar la rima, 
escribir versos blancos, no medidos,
hablar del tiempo en el que estoy y vivo,
y emplear sus palabras. 
Mas no quiero olvidar a Garcilaso, 
ni dejar apartados 
a San Juan de la Cruz, Fray Luis, Quevedo...
Olvidarlos no quiero. 
Quiero saber sus formas 
y, luego, hacer en mí mi propia norma.

*

Como lo hicieron tantos: 
Rubén, Gustavo, Juan Ramón, Machado…
 No matar a Salinas ni a Unamuno, 
no matar a ninguno,
porque beber el agua de las fuentes 
es caminar por siempre
-con toda la memoria- hacia adelante.

Y con esa guía poética, Manuel López Azorín expresa con intensidad, a lo largo de las seis partes en las que se estructura el libro, el temblor emocionado de la palabra enamorada (poco importa que de mujer real o inventada o de la misma poesía, a la metafórica manera juanramoniana: “Vino, primero, pura…” o “Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados.”)

Y con el latido verbal de lo verdadero, con el apasionado y primario hálito hernandiano siempre al fondo, como en este texto:

Deshójame en tu cuerpo  
con tus besos de viento en este otoño. 
Déjame rodearte con mis brazos 
de sauce ya desnudos, 
que todo mi ramaje es siempre tuyo
y ansío yo la savia 
para nutrirnos juntos de la vida.

Yo, que soy barro, quiero 
que tú, que eres la espuma, 
te confundas conmigo y me renazcas.

O en este otro, donde se funden las huellas de Miguel Hernández y del Antonio Machado que nos enseñó que todo amor es fantasía *:

De nada me sirvió 
pensar que te perdí, fuera o no cierto. 
Sí, me aferré a inventarte cada día 
y tanto te inventé 
que ya no sé si eres como eras 
o si mi afán de ti 
ha recreado un ser inexistente.

Entre el sueño y la niebla 
sigue abierta la herida 
y este dolor que hiere mi memoria.

——-
*
Todo amor es fantasía; 
él inventa el año, el día, 
la hora y su melodía; 
inventa el amante y, más, 
la amada. No prueba nada, 
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.

(Antonio Machado. Otras canciones a Guiomar)



18 diciembre 2025

Postguerra, de Tony Judt

 



“Todo lo que se ha escrito, tan solo en lengua inglesa, acerca del breve periodo de sesenta años de la historia de Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial (especialmente sobre este periodo más que ningún otro) resulta inabarcable.
  Nadie puede por tanto aspirar a escribir una historia del todo exhaustiva o definitiva de la Europa contemporánea. En mi caso, mi propia inadecuación para la tarea se ve agravada por la proximidad: nací poco después del final de la guerra y soy contemporáneo a la mayoría de los hechos descritos en este libro, por lo que recuerdo haber conocido, observado o incluso participado en gran parte de esta historia según se ha ido desarrollando. Si este hecho facilita o dificulta mi comprensión de la historia de la Europa de la postguerra es algo que desconozco. Lo que sí sé es que a veces puede complicar bastante la tarea de encontrar el desapasionado distanciamiento del historiador.
  Este libro no ambiciona tamaño objetivo de imparcialidad. Sin renunciar, espero, a la objetividad y la justicia, Postguerra presenta una interpretación claramente personal del pasado reciente europeo. Utilizando un término que inmerecidamente ha adquirido connotaciones negativas, se trata de un libro apasionado. Algunas de sus opiniones pueden resultar quizá controvertidas, otras sin duda equivocadas. Todas son falibles. Para bien y para mal, son mías, como también lo son los posibles errores que inevitablemente han de surgir en un trabajo de esta extensión y alcance. Pero si su número no es excesivo y al menos algunos de los juicios y conclusiones de este libro son perdurables, se debe en gran medida a los muchos expertos y amigos en quienes he confiado durante el proceso de su investigación y redacción”, escribe Tony Judt en el prólogo de Postguerra, que acaba de publicar Taurus en un monumental volumen de más de mil doscientas páginas, con traducción de Jesús Cuéllar, Victoria E. Gordo del Rey y Álvaro Marcos y con una sobrecubierta que resume en sus cuatro imágenes la pluralidad de temas y enfoques de un periodo histórico tan complejo como el de la postguerra en Europa.

Veinte años después de su edición original, Taurus recupera la obra maestra del historiador británico Tony Judt (Londres, 1948- Nueva York, 2010). Un libro que desde su aparición en 2005 ha ido creciendo en influencia y consolidándose como un referente de los estudios de Historia Contemporánea.

Con una admirable capacidad narrativa, unida al rigor documental sobre la que se cimenta, Postguerra es una reconstrucción de la reconstrucción europea tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial y la sombra alargada de los conflictos que han marcado su historia reciente: desde la Guerra Fría hasta los conflictos en los Balcanes, desde las dictaduras fascistas y comunistas en la Europa de postguerra al 1968 del Mayo francés y de la Primavera de Praga, desde el auge y caída del comunismo hasta las tensiones de los nacionalismos separatistas, desde la Revolución de los Claveles hasta la Perestroika.

Articulada en cuatro partes (Postguerra: 1945-1953, El malestar en la prosperidad: 1953-1971, Himno final: 1971-1989 y Después de la caída: 1989-2005) subdivididas en veinticuatro capítulos, Postguerra es un análisis riguroso de las consecuencias políticas, sociales y culturales de la Segunda Guerra Mundial en la configuración de la Europa contemporánea, desde el castigo a los perdedores hasta la matanza de Srebrenica, pasando por el Plan Marshall, los años de prosperidad económica y descontento social o la voluntad de construir un proyecto común europeo.

Un ejercicio difícil y arriesgado, porque el campo de trabajo y análisis, delimitado entre 1945 y 2005, llega hasta hechos muy próximos para los que quizá haya poca perspectiva y mucho material que desbrozar. Y Jundt aborda ese reto combinando la postura del historiador distante que maneja las estadísticas de muertos, refugiados o desaparecidos con la mirada del analista de la actualidad y con una admirable voluntad de abarcar todas las aristas de la realidad en los sesenta años que son objeto de su estudio.

Un abundante despliegue fotográfico ilustra los hechos más significativos de este período histórico delimitado gráficamente entre una primera imagen de 1945, en la que un niño camina junto a los cadáveres de cientos de antiguos internos del campo de concentración de Bergen-Belsen, tendidos al borde de una carretera comarcal, y otra de 2005 en la que el canciller alemán Gerhard Schröder pronuncia un discurso en el sesenta aniversario de la liberación de Auschwitz.

Y en medio, decenas de imágenes que resumen la amplia temática que afronta esta magnífica Postguerra: de la construcción del muro de Berlín en 1961 al desmantelamiento de los últimos restos del colonialismo o a la ocupación estudiantil de la Sorbona; de la socialdemocracia y el estado de bienestar a Sartre o a iconos cinematográficos como Brigitte Bardot o a los Beatles: del terrorismo de las Brigadas Rojas, la Baader-Meinhof o la ETA al desastre nuclear de Chernóbil o a la creciente inmigración de población islámica en Europa.

Porque -escribía Jundt en 2005- “desde la década de 1980, y especialmente desde la caída de la Unión Soviética y la ampliación de la UE, Europa se enfrenta a un futuro multicultural. Los refugiados, los trabajadores extranjeros, los habitantes de las antiguas colonias de Europa atraídos hacia la metrópoli por la perspectiva de los puestos de trabajo y la libertad y los emigrantes voluntarios e involuntarios procedentes de los Estados fracasados o represivos de las ampliadas márgenes de Europa, han convertido Londres, París, Amberes, Ámsterdam, Berlín, Milán y otra docena de lugares más en ciudades cosmopolitas, les guste o no.
Esta nueva presencia de los «otros» habitantes de Europa (por ejemplo, solo en la Unión Europea hoy constituida, el número de musulmanes probablemente alcanza hoy los quince millones, más otros ochenta millones que esperan su admisión en Bulgaria y Turquía) ha puesto de relieve no solo el presente malestar de Europa ante la perspectiva de una variedad aún mayor, sino también la facilidad con la que los «otros» muertos del pasado de Europa fueron borrados de su pensamiento. A raíz de 1989 ha resultado más claro que nunca hasta qué punto la estabilidad de la Europa de la postguerra descansaba en los logros de Yósef Stalin y Adolf Hitler. Ambos dictadores, con la ayuda de sus colaboradores durante la guerra, consiguieron arrasar por completo el mapa demográfico sobre el que entonces se cimentarían las bases de un continente nuevo y menos complicado.”

Abre el volumen un prólogo de 2023 a esta nueva edición. Un prólogo en el que  Timothy Garton Ash explica que “este libro ha pasado a formar parte de la propia historia que describe. Transcurridos casi veinte años desde su publicación original, Postguerra de Tony Judt sigue siendo la obra más leída, citada y admirada de cuantas abordan el periodo histórico que enmarca su título. Libro y época son ya inseparables.
Capaz de combinar el detalle minucioso con la audacia argumentativa, Postguerra constituye además una hazaña de síntesis e interpretación. No se limita, como hacen tantos manuales, a exponer en paralelo los aspectos políticos, económicos, sociales e intelectuales: los integra. Judt muestra un profundo respeto, propio de la tradición empírica británica, por la precisión fáctica y los matices, pero también otorga una atención rigurosa al poder de las ideas y a «la vida del espíritu». A ello hay que sumar su característica pasión moral, sazonada a su vez con los juicios agudos y punzantes que tan familiares resultarán a los lectores de sus artículos para The New York Review of Books, cabecera en la que, bajo la dirección del legendario Robert Silvers, Judt forjó su conversión de historiador académico especializado en intelectual público.”



17 diciembre 2025

Fray Luis de León. Fieramente humano

 


16 diciembre 2025

De lo sagrado en la poesía


Reconocemos sin dificultad que un poema bello es un divertimento de los sentidos, un entretenimiento de salón, una fiesta de los sonidos y de los conceptos ingeniosamente relacionados. Pero la poesía, como tendremos tiempo de ver, la poesía que ha marcado las generaciones, ha estado dominada por algo más.
Los contactos con lo indecible podrían buscar dominar el mundo, o sencillamente comprenderlo, pero sea como sea, el eco de lo Otro ya atravesaba sus cuerpos. Lo indecible habita las cosas y las abandona, las gobierna y las deja morir. El símbolo es la fascinación compartida por eso que las anima, lo que de otro modo sería un mero objeto.
De esta manera, como proto-ciencia, como revelación o como razón simbólica, igual que unos golpes de voz traen a la mente de su oyente la magnificencia de una cascada, de un temblor de tierra o de la muerte, un símbolo del orden secreto, del que el ombligo del mundo es imagen, habita la vida y las cosas sin pertenecerles, un cosmos invisible anterior a todo y superior a todo.
Se impone con la fuerza de lo real y viene de un lugar sin lugar, de una alteridad que se insinúa en la grieta del mundo. Como la palabra o la mano pintada, como el ocre de sus cuerpos, como las alas de mariposa sobre el cadáver y la flor, cada cosa, cada símbolo, contiene la ausencia misma, que es presencia de lo Otro, que no responde a nuestra comprensión sino que la supera.
El símbolo poético nace en el fuego, la danza, el sacrificio, el culto o el rito… La poesía misma es su herencia. Es un lenguaje sagrado definitivo en sus orígenes. ¿De qué otro modo entrar en el éxtasis, dirigirse a los dioses, rogarles, sobornarlos o incluso amenazarlos? La ablución del lenguaje, la sencillez sublime, la elevación de lo humano, los contenidos más intensos de la vida, son parte indisociable de la génesis de la poesía.
El poema es palabra sacrificial que se ofrece, se consume, se quema en la imposibilidad de decir plenamente lo que quiere decir. Hace sentir la ruptura de la economía del sentido, colocando al lenguaje en la frontera de lo imposible. En su gasto, en su pérdida, en su exceso, la poesía guarda la marca de lo sagrado.
La poesía, en fin, es problemática (todo poeta debe justificar qué es la poesía a diferencia de lo que ocurre en otros géneros) porque sigue replicándose con medios residuales y cada poeta o lector proyecta sus significados individuales según prime una sacralidad particular. Porque se sabe elevada o sagrada sólo por ecos y sólo el desnudar a sus santos como acto último de simbólica irrupción de lo descreído, o el silencio, o las nuevas formas de entender la interioridad, nos revelan formas de hacer poesía, siempre mediadas por el mercado y la tecnología.
La poesía se nos muestra hoy, pues, como resto litúrgico todavía: eco de la palabra sacrificial y ceniza de la ablución más pura de la lengua. Seguir su historia es seguir las metamorfosis de Dios, como quisiera Lenoir, tanto como las del alma humana y su poesía. Y hacerlo hoy, cuando todo parece reducido a utilidad y la poesía se degrada en consumo, es recordar que todavía brilla la forma última de lo sagrado, el misterio del mundo, el milagro de la existencia y la rara maravilla de ser humanos. Se trata de poder reconocer en la poesía la forma más antigua y más alta con que el hombre reconoce su misterio: en la ceniza de la ablución más pura de la lengua.

Son algunos de los párrafos luminosos que firma Jorge Pérez Cebrián en De lo sagrado en la poesía, el artículo que publica en Zenda como resumen y anticipo de su monumental proyecto ensayístico sobre el peso de lo sagrado en la palabra poética.

Un proyecto ambicioso que confirma que el poeta verdadero -en el caso de Pérez Cebrián, además, de una calidad excepcional- sostiene su poesía en un cimiento sólido de pensamiento, concepción del mundo y fervor por la palabra. 

Y no en las arteras mañas sobre las que medran poetas mediocres y reseñistas planos, personajillos sin fondo que enredan resentidos en los despachos y entre las capillas poéticas para mendigar cargos y colaboraciones o para desprestigiar a los enemigos. Ni  mucho menos en las babas aduladoras que destilan sus teléfonos móviles, tan avergonzados de las imposturas hipócritas de sus dueños y de los interlocutores con los que intercambian insidias y pretextos: desde la academia de Argamasilla a la Universidad de Osuna, por usar las imperecederas imágenes cervantinas. Son la sufrida y muy despreciable cofradía del medio pelo, como decía Cansinos Assens y recordaba Trapiello hace unos días.

A la espera de la próxima publicación en libro de La voz de los dioses (Para una prosopología de lo sagrado en la poesía), aquí queda esta prometedora muestra ensayística del que seguramente es el mejor poeta joven de la actualidad. Y el más clarividente e inspirado. Jorge Pérez Cebrián, ejemplo y lección de quien puede darlos.

Aquí el artículo completo: https://www.zendalibros.com/de-lo-sagrado-en-la-poesia/


15 diciembre 2025

Encuentros con los maestros neerlandeses

 



Creado en 1654, en su último año de vida, El jilguero de Fabritius ha dado pie a un sinfín de obsesiones. Fue uno de los dos cuadros que Théophile Thoré-Bürger, redescubridor de Fabritius y también de Vermeer, siempre quiso tener a su lado. Thoré-Bürger murió en 1869 y cuando su colección se vendió en 1892, el catálogo de la subasta decía: «Esta preciosa ave cantó para él, pero todos conocemos la triste senda de la vida, todos sabemos que todo debe terminar». 



El jilguero transmite una sensación fatídica, algo que lo asemeja a una ofrenda votiva y que tal vez guarde relación con la temprana muerte de su creador. En 2013, Donna Tartt publicó una novela, El jilguero, sobre un chico que roba el cuadro después de que su madre muera en un atentado terrorista cometido en un museo. Es posible que cualquier otro cuadro famoso hubiera servido para los propósitos narrativos de Tartt, pero lo cierto es que el que eligió para aludir a la mecánica del destino era siniestramente pertinente.
Es inevitable que cualquier descripción de este óleo se quede corta. Es un cuadro de pequeñas dimensiones y pincelada rápida. Muestra un pájaro pardo y amarillo, a tamaño natural más o menos, posado encima de su comedero. Nada en él debería convertirlo en una obra inolvidable, pero eso es precisamente lo que es. Y cuando ves El jilguero percibes de forma inmediata que te hallas en presencia de ese algo inefable que los griegos llamaban charisma, de cuya raíz proviene también la palabra «gracia». 
Es un atributo distinto de la belleza. Todos hemos conocido a personas bellas –un cabello precioso, rostros simétricos, cuerpos trabajados– que carecen de carisma. Quizá sean personas mezquinas, o estúpidas, quizá sean aburridas. Sea cual fuere el motivo, basta una breve conversación para hacer que todo interés decaiga. También hemos conocido a personas cuyo atractivo jamás se manifestará en una fotografía, pero que en la vida real son irresistibles.

Esos párrafos de Benjamin Moser forman parte de El mundo del revés, el espléndido acercamiento a la pintura holandesa que publica Anagrama con traducción de Albert Fuentes y con una magnífica portada inspirada en Los oficiales de la guardia de San Adrián, un cuadro de Frans Hals, que lo pintó en 1633.

Subtitulado Encuentros con los maestros neerlandeses y generosamente ilustrado con decenas de imágenes de alta calidad, El mundo del revés es una invitación a entrar con la mirada en la experiencia estética y en la percepción espiritual de la pintura holandesa a partir de sus cuadros más significativos: un mundo plástico inconfundible, de sutileza inquietante y oscuras simbologías misteriosas.

Todo había empezado cuando Benjamin Moser, recién instalado a sus veinticinco años en Holanda, se sintió como un extranjero que ingresaba en otro mundo estético y en otra dimensión moral. El estudio de los maestros pintores holandeses fue lo que le permitió recomponer ese mundo puesto del revés a través de las visitas de los grandes museos que acogían la pintura del Siglo de Oro holandés:

El descubrimiento de esas salas fue una de las revelaciones de mi vida. Tuvo un extraño efecto en mí. Descubrí que podía recorrerlas como quien visita una catedral o pasea por un bosque, y que saldría de ellas con la misma sensación que tenía después de una noche de sueño reparador o una larga carrera: más tranquilo, más feliz, más concentrado. También intuí que había algo en ellas que necesitaba saber. 
Desconocía de qué se trataba. En cambio, sí sabía que hay lugares que te alegra haber visitado, aunque nunca sientas la necesidad de volver a verlos. Sí sabía que hay personas a las que es agradable conocer, con las que puedes disfrutar de una noche agradable, y a las que luego, sin hacerse mala sangre, no sientes la necesidad de volver a ver. Y sabía que hay sitios y personas que te dejan marcado a fuego. Quieres saberlo todo de ellos. Hacen que te enamores. 
 Así me hacía sentir el arte neerlandés. Al principio, percibí el placer, la belleza, de ese arte. Sentí el efecto que tenía en mí. Me tranquilizaba, me emocionaba; por extraño que parezca, conseguía tranquilizarme y emocionarme, las dos cosas al mismo tiempo. Pero no sabía nada de lo que estaba viendo. Empecé a tomar apuntes porque quería conservar todas esas impresiones. Sabes que te hallas ante un gran tema de estudio cuando te plantea más preguntas que respuestas: cuando te das cuenta de que el tema se vuelve cada vez más amplio cuanto más aprendes sobre él; cuando, a medida que vas aprendiendo, empiezas a sentirte cada vez más ignorante. 
Al principio me avergonzaba de mi ignorancia. Me tenía por una persona con una formación intelectual razonablemente buena. Pero no tenía la menor idea de lo que estaba viendo. Mi trato con Rembrandt y Vermeer había sido superficial y periférico, y tal vez no habría profundizado mucho más en el tema si hubieran sido los únicos grandes artistas que había dado Holanda. Pero lo sorprendente del arte neerlandés es su abundancia. Cada vez que entraba en un museo, estaba seguro de que descubriría algo espectacular, creado por alguien de quien jamás había oído hablar.
Quise saber más. Me puse a leer. Fui a todas las exposiciones que pude. Poco a poco empecé a conocer esos artistas, y fue entonces cuando ocurrió algo. El proceso me recordaba a los dibujos de Scooby-Doo que veía de niño. En una casa encantada repleta de pasadizos secretos, el malhechor había recortado los ojos de una serie de retratos antiguos. La pandilla se internaba por esos pasadizos espeluznantes y los ojos de los cuadros empezaban a moverse. 
Leí más, vi más y, al hacerlo, los cuadros empezaron a cobrar vida.

Una vida que había sido fijada hace siglos en aquellos cuadros y que se revela en la mirada apasionada e inteligente de Moser en las páginas de este libro que resume una intensa experiencia estética a través de diecisiete pintores.

De la asombrosa oscuridad del tempestuoso Rembrandt, maestro de las sombras y las tinieblas espectrales, a la luz misteriosa de Vermeer y su perfección sobrenatural que deslumbró a Proust; de la potencia plástica del prodigioso Jan Lievens, que murió pobre y olvidado, al trueno dramático que mató al magistral y enigmático Fabritius en pleno centro de Delft; de la infinitud de la luz en las iglesias transparentes de Utrecht que pintó Pieter Saenredam a los corrales embarrados de Paulus Potter y su mundo del revés; desde los acogedores interiores en paz de los hogares burgueses de Pieter de Hooch hasta los árboles trágicos y las llanuras de Jacob van Ruisdael; desde la musa muda de Hendrick Avercamp y sus cuadros de diversiones invernales a la vitalidad de un Frans Hals en la encrucijada de su miseria extrema en el Haarlem fascinante que retrató (y autorretrató) con colores brillantes en los grupos heroicos de sus ciudadanos; desde los magníficos bodegones florales de Rachel Ruysch, que transformó la ciencia en arte, al redescubrimiento del oscuro Adriaen Coorte y la emoción mística de sus naturalezas muertas con granadas y mariposas, Benjamin Moser recorre las obras más significativas de los pintores holandeses del siglo XVII.

Resume así una experiencia artística transformadora, de la que participará el lector a lo largo de los estupendos capítulos en los que se proyecta su mirada sobre los maestros neerlandeses que protagonizaron uno de los momentos más altos de la historia de la pintura.

“Al escribir sobre arte -afirma Moser- estaba intentando acceder, por la vía del texto escrito, a una nueva cultura. Al final terminaría dedicando mucho más tiempo a Fabritius o Metsu que casi cualquier otra persona en los Países Bajos, donde esos pintores por lo general no eran más que un nombre en una calle.”

La mirada profunda, aguda y persistente de Moser indaga en la pintura holandesa más allá de la superficie para encontrar significados más transcendentes acerca de la esencia humana y vital del arte, el sentido existencial de la creatividad artística, el éxito y el fracaso, la relación entre el artista y la sociedad de su tiempo o la función transformadora que ejerce el arte sobre las personas. Quien entre en las páginas de este libro entrará también en ese otro mundo del revés y tendrá ocasión de comprobar la potencia transformadora de la pintura en su propia experiencia de lector y de espectador privilegiado de una pintura asombrosa.

El mundo del revés es, además y por si fuera poco lo dicho, uno de los libros mejor editados del año que termina.


 


14 diciembre 2025

El fugitivo





Otra de las declaraciones judiciales más llamativas fue la del presidente de la Diputación de Badajoz, Miguel Ángel Gallardo. En un giro que rozó lo inverosímil, aseguró con una franqueza que desafiaba cualquier atisbo de credibilidad: «Yo no sabía ni que Pedro Sánchez tenía un hermano».
Aquella afirmación, pronunciada sin una pizca de rubor, se convirtió en la muestra más palpable de hasta qué punto los engranajes del poder podían operar en la más absoluta impunidad, confiando en que la desmemoria colectiva serviría de escudo ante lo evidente. Gallardo, un político de larga trayectoria, pretendía hacer creer que desconocía la existencia de David Sánchez en el momento en que se creó una plaza hecha a medida para él. Una excusa que, de tan burda, solo sirvió para reforzar la percepción de que la designación del hermano del presidente del Gobierno había sido una operación minuciosamente calculada.
No solo no era cierto, además de un argumento totalmente inverosímil, que el presidente de la Diputación desconociera la identidad de la persona a la que se otorgó un puesto de alta dirección en su administración, sino que encima contradecía la propia lógica del procedimiento. La idea de la creación de la plaza, según dijo, partió de la diputada Núñez. Sin embargo, en una pirueta discursiva que evidenciaba la complicidad institucional, también admitió que la decisión contó con el respaldo del Gobierno provincial. ¿Cómo podía apoyar un Gobierno la creación de un puesto sin conocer a quién iba dirigido?
La estrategia de Gallardo quedó clara desde el primer momento. Diluir su responsabilidad en una supuesta ignorancia que, de ser real, lo convertiría en un dirigente de una torpeza administrativa sin precedentes. Pero su desconocimiento selectivo no se sostenía en los hechos. No solo porque David Sánchez llevaba tiempo vinculado al entorno socialista extremeño —fue en varias ocasiones a mítines del PSOE para apoyar a su hermano—, sino porque su contratación fue un proceso que implicó a múltiples actores con conexiones directas con el partido. El argumento de Gallardo no resistía el más mínimo análisis.
El presidente de la Diputación insistió, por otra parte, en que el hermano del presidente trabajaba «a piñón» como cualquier ciudadano, como si la cuestión central fuese su desempeño y no la opacidad de su acceso al puesto. Evitó entrar en los pormenores de su horario laboral, obviando que lo que se estaba poniendo en entredicho no era la rutina diaria del hermano del jefe del Ejecutivo, sino la legitimidad de su contratación. La táctica consistía en desviar la atención, minimizar la polémica y esperar a que el tiempo disipara la controversia.
Pero el problema con las versiones poco creíbles es que, tarde o temprano, terminan por desmoronarse. La idea de que un dirigente del calibre de Gallardo, con un control absoluto sobre el entramado institucional de la Diputación, desconociera que estaba otorgando un cargo de relevancia a un familiar directo del presidente del Gobierno es un insulto a la inteligencia. Su defensa no era solo endeble, sino que evidenciaba el patrón habitual de negación y amnesia selectiva con el que el socialismo extremeño pretendía blindarse ante cualquier atisbo de responsabilidad.

Alejandro Entrambasaguas.
La Sagrada Familia.
El ascenso meteórico del entorno de Pedro Sánchez.
La Esfera de los Libros. Madrid, 2025.