06 marzo 2007

Hechos de nubes



Pablo Guerrero me envía Hechos de nubes, el homenaje en forma de disco que ha coordinado y producido Ismael Serrano, que inaugura con él Pequod (llamándose Ismael no podía ser otro el nombre de su barco), un sello que quiere ser un espacio para la calma, para soñar mundos mejores, para que, como dice Pablo Guerrero, nuestra imaginación, contra la gris costumbre, pida la vida nuestra, paraíso ahora.

Pablo es una referencia para todos los cantautores en este país -comenta Ismael Serrano, que hace una estupenda versión del emblemático A cántaros-, no sólo porque es autor de canciones maravillosas, sino porque es un ejemplo de inquietud musical, de búsqueda permanente, y un ejemplo también de honestidad y de coherencia. Hacer este disco ha sido un sueño. Un sueño hecho de nube. Un disco en el que las voces más jóvenes de este género y compañeros de viaje y generación repasan sus canciones, desde el respeto y desde el cariño.

Pablo Guerrero forma parte de la memoria sentimental y personal de dos generaciones que quedan representadas en Hechos de nubes:

Luz Casal le toma el pulso a la soledad mientras canta Límites.

Duerme Lisboa en la voz de Luis Pastor: si alguna vez nací, nací en Lisboa.

El asombro de los peces azules de un verano inventado nos lo devuelve Javier Álvarez, que invita a cerveza a la voz de Pablo en Te tengo en todo (o en casi todo).

Javier Ruibal hace un magnífico arreglo norteafricano que huele a kif en Paraíso ahora, un poco antes de que Pedro Guerra cante el reino del diente y la pistola en Teo y Acetre ponga su voz de la tierra del barro y los alfares para llamar a Alberti.

Luis Eduardo Aute canta junto a la puerta del museo del Prado para incendiar el aire con diez mil dedos que son antorchas y Javier Bergia vuelve a poner de pie a Pepe Rodríguez el de la barba en flor, que sube ya con menos fuelle (los años) las escaleras del metro de Sol. Ya no silba mientras sube, pero todavía liga.

Vuelven a temblar los peces en la voz de Serrat y Labordeta tapa la calle al que monta el as de oros y la abre para que pase el obispo con su novia en triciclo.

Víctor Manuel evoca a aquella Dulce muchacha triste con un libro de poemas en la mochila.

Qué bien suena Suburbano en Dama de cielo roto y su zumo de ausencia. Y La cabra mecánica, qué bien ha captado el tono y el sentido de Evohé, cuando es de noche y no encuentras dioses ni aspirinas.

Quique González pone un broche de oro al disco con sus Sueños sencillos que bajan de las nubes y se posan sobre las miradas.

Cada uno con su voz, su estilo y sus arreglos propios recuperan canciones imprescindibles que han marcado treinta y cinco años de vidas, luchas, miedos y rabias.

Evohé, Pablo, evohé.