Alejandra Pizarnik busca un verdugo
Como siempre que hablo con Beneyto, nos visita el recuerdo de Alejandra Pizarnik, aquella criatura delicada e infeliz.
Eso me da una excusa para releer su poesía y su epistolario desgarrado en el que se recogen párrafos como este, de una carta sin fecha a Leon Ostrov. Es -aunque no importe ya el tiempo- de la primera mitad de los sesenta porque la escribió en París:
... De pronto me di cuenta de lo que es la poesía, quiero decir, leyendo y releyendo poetas muy distintos sentí cierto ritmo, cierta iluminación, cierta vivencia distinta del lenguaje. Mis últimos poemas son lo mejor que hice. (¡Y qué hice!). Pero no me contentan. Confieso tener miedo. Sé que soy poeta y que haré poemas verdaderos, importantes, insustituibles, me preparo, me dirijo, me consumo y me destruyo. Es mi fin. Y no obstante corro peligro. Tal vez si me encerraran y me torturaran y me obligaran mediante horribles suplicios a escribir dos poemas maravillosos por día, los haría. Estoy segura de ello. Tal vez yo no busco un maestro, busco un verdugo...
Unos diez años antes, había abierto La última inocencia con esta vibrante y memorable Salvación:
Se fuga la isla Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta
Ahora
es el fuego sometido
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche
Ahora la muchacha
halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.
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