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04 abril 2014

María República


Envueltas en la nube de humo de los puritos ofrecidos por La Reverenda señora duquesa, las cuatro monjas miran a la regenerada comiéndosela con los ojos. No con hambre carnal, sino espiritual. María, que cuando se puso el hábito por primera vez pensó que nunca más tendría que mostrar su cuerpo, deshace lentamente la maraña de imperdibles y deja resbalar hasta el suelo polvoriento, uno a uno, los harapos que mancillan la hermosura de su carne. Su cuerpo emerge, milagro blanco entre las sombras producidas por las lámparas de aceite del oratorio. Los ojos del Cristo salvaje, que mira a hurtadillas, se cierran bruscamente, mientras los de las religiosas se agrandan como si la admiración y el espanto quisieran escaparse al mismo tiempo por sus órbitas.
«El pecado es hermoso —grita el pensamiento descontrolado de las congregadas—. ¿Cómo podríamos amaestrarlo para incorporarlo a nuestras filas?

Agustín Gómez Arcos. María República. Cabaret Voltaire. Barcelona, 2014