25 octubre 2016

Weldon Kees. Para mi hija





PARA MI HIJA

En los ojos de mi hija, detrás de la inocencia 
de la carne matinal, veo indicios de la muerte 
que ella aún no sospecha. El más frío de los vientos 
agitó sus cabellos y maniató una red 
de algas sus manos ínfimas: el pausado veneno 
de la noche, anodino e indulgente, impulsó 
la sangre por sus venas. Vi unos años ajados 
que podrían ser suyos: una muerte inminente 
en cierta guerra, verdes sus piernitas delgadas. 
O cómo, alimentada a base de odio, saborea 
el aguijón de la agonía de los otros; 
quizá es la novia cruel de un tonto o un sifilítico.  
Estas disquisiciones se agrian bajo el sol. 
No tengo hija. Ni deseo tenerla.

Ese estremecedor poema de Weldon Kees es uno de los que acaba de publicar Vaso Roto en el volumen El club del crimen, con selección y traducción de Ezequiel Zaidenwerg y prólogo de Dana Goia.

Una edición bilingüe con los mejores poemas de un poeta norteamericano apenas conocido, que desapareció tras dejar abandonado su coche con las llaves puestas en el Golden Gate Bridge de San Francisco.

Había nacido en Nebraska en 1914 y desde aquel 18 de julio de 1955 no se volvió a saber nada de él. Dejó una obra poética breve e intensa y algunos poemas inéditos escritos con una voz propia, que desde su primer libro, El último hombre, se expresa en un tono coloquial y sombrío, con una voz amarga y desesperanzada.

Kenneth Rexroth escribió de Kees que  “vivía en un permanente y desesperado apocalipsis.” Y Dana Goia añade en el ensayo introductorio de esta antología:

“Practicó un realismo tan amargo que raya en la profecía. Se limitó a mostrar las opciones que la historia le ofrecía a su generación, y ninguna de ellas era atractiva. Hay poetas contemporáneos más modernos que Kees, pero ninguno de ellos parece más fiel a la vida moderna. Escribió acerca del mundo ruidoso en el que estamos atrapados, acerca de los ruinosos paisajes que nos rodean, usando las sórdidas imágenes con las que nos enfrentamos a diario. Muchos escritores trataron de convertir esos fragmentos en arte, pero pocos tuvieron la energía imaginativa necesaria. Kees la tuvo. Es el poeta que nuestra época merece, lo quiera o no.”