En un lugar, río Támesis, Charing Cross
desde el que pueden verse grandes lienzos lisos de lona rugosos colgados,
altos edificios planos, paneles entre la gasa y el gas de la niebla engañosa,
botes de cerveza, ventanas encendidas por dentro
este largo muro se desliza ante mí, corre la pétrea piedra tallada por la maestra mano inmóvil,
la larga construcción fluye veloz en la poesía del siglo XX
Fechado el 22 de septiembre de 1971, así comienza el primero de los nueve fragmentos de Charing Cross, un libro de Manuel Padorno que aparecería en 1973 y que forma parte del primer tomo de las Obras completas que acaban de publicar la Editorial Pre-Textos y la Fundación Caja Canarias con unas palabras preliminares de Jaime Siles –‘Hacia Manuel Padorno’- y edición de Alejandro González Segura, que además de un acercamiento inicial a la vida del poeta ha elaborado unas esclarecedoras introducciones para presentar cada uno de los títulos.
Ese libro, con el que se inauguraba su segunda etapa creativa, ocupa un lugar central en la producción poética de Manuel Padorno que reúne este volumen, el primero de los tres en los que se ha organizado la publicación de la totalidad de su obra. Desde Oí crecer a las palomas (1955), habían pasado dieciocho años. Los mismos que transcurrirían hasta 1991, el año de aparición de Una aventura blanca, el último título recogido en esta primera entrega.
Entre Oír crecer a las palomas y Una aventura blanca, once libros que reflejan las primeras etapas creativas del poeta y pintor canario Manuel Padorno (1933-2002), uno de esos autores inclasificables -Antonio Gamoneda, Luis Feria, Mª Victoria Atencia, Ángel Crespo, Félix Grande, Fernando Quiñones, Paca Aguirre o César Simón- que fueron coetáneos de los más conocidos poetas del grupo de los 60.
A estos poetas que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.
De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos da cuenta este volumen que recoge más de tres décadas de una poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.
Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat. Afecta a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, de lo que está al otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo.
La luz, el mar, el agua, el viaje con la palabra hacia la revelación de otra realidad son algunas de las constantes temáticas de una poesía que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.
Su poética atlántica conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado en una "navegación inmóvil, hacia lo hondo / del tiempo" que resumió en Una aventura blanca.
Se presenta a las siete y media de esta tarde en la Sala Valle-Inclán del Círculo de Bellas Artes de Madrid en un acto moderado por Juan Cruz y en el que intervendrán Alberto Delgado, Manuel Ramírez, Jaime Siles y Alejandro González Segura.
A estos poetas que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.
De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos da cuenta este volumen que recoge más de tres décadas de una poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.
Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat. Afecta a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, de lo que está al otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo.
La luz, el mar, el agua, el viaje con la palabra hacia la revelación de otra realidad son algunas de las constantes temáticas de una poesía que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.
Su poética atlántica conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado en una "navegación inmóvil, hacia lo hondo / del tiempo" que resumió en Una aventura blanca.
Se presenta a las siete y media de esta tarde en la Sala Valle-Inclán del Círculo de Bellas Artes de Madrid en un acto moderado por Juan Cruz y en el que intervendrán Alberto Delgado, Manuel Ramírez, Jaime Siles y Alejandro González Segura.