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24 enero 2017

El arroyo negro del tiempo



En Filandón, suplemento del Diario de León, el catedrático de Crítica literaria de la Universidad de León José Enrique Martínez firmaba el domingo una lúcida reseña, 'El arroyo negro del tiempo', de El viento sobre el agua, en la que destacaba que “lo más atractivo de la poesía de Santos Domínguez es su capacidad visionaria que penetra tanto en la memoria personal como en la memoria colectiva y ancestral. Tal fuerza visionaria se hace patente en las frecuentes referencias al tiempo astral: «Desde el cóncavo centro de la noche bajaban / indicios navegables, constelaciones frías, / difusas resonancias de músicas esféricas».
Dejo aquí, con mi agradecimiento, la reseña completa:
"El camino poético del extremeño Santos Domínguez está empedrado de premios que han acompañado la publicación de poemarios como El agua de los mapas (2012) o El dueño del eclipse (2014), este reseñado en «Filandón». 
En 2011 apareció una selección de su obra con el título Plaza de la palabra; en ella daba cuenta de su concepto de la poesía como revelación de una realidad, de sus signos secretos, de un modo que no puede hacerlo la razón; la poesía se convierte en otra forma de conocimiento, en una fuerza iluminadora de la realidad a través de un «ímpetu visionario» encauzado en imágenes y ritmo. 
En El viento sobre el agua, premio Juan Ramón Jiménez, Santos Domínguez bucea en la luz quieta del pasado, en el «paisaje helado de la memoria», en esa nada de la nada, por cuanto ya no existe si no es en el recuerdo. Todo está escrito en el agua, todo se desvanece en «la insondable latitud del tiempo». De ahí que este lector entienda que determinados poemas reelaboran el tópico del tempus fugit: todo ha huido y todo huye. 
Por eso nos parece pertinente una imagen como «el río caudal de la memoria» o «el arroyo negro del tiempo»: agua que fluye de continuo hacia la luz detenida del pasado. No es extraño, por lo tanto, que esta poesía, sin hacerlo patente, exhale una tonalidad elegíaca en tales poemas, pues al fin, como afirmaba Machado, «se canta lo que se pierde». En el buceo en ese tiempo sin tiempo son de ayuda eficaz las imágenes, los símbolos, el lenguaje dotado de ritmo, todo lo que hace de la materia del lenguaje un texto artístico. Hay en el poemario una serie de palabras que, al reiterarse, van creando un clima emotivo: los sueños y su «alucinatoria frontera», el espejo y lo que hay al otro lado, la nieve y su blanco silencio, la memoria y sus cicatrices... 
Pero lo más atractivo de la poesía de Santos Domínguez es su capacidad visionaria que penetra tanto en la memoria personal como en la memoria colectiva y ancestral. Tal fuerza visionaria se hace patente en las frecuentes referencias al tiempo astral: «Desde el cóncavo centro de la noche bajaban / indicios navegables, constelaciones frías, / difusas resonancias de músicas esféricas». La alusión astral se une al simbolismo de la piedra, que evoca al hombre primitivo, el que levantó dólmenes o trazó círculos en el bosque e intuyó su pertenencia a ese mundo que desconocía. 
La amplitud de visión de un poeta resulta acorde con su lenguaje noble perfectamente organizado como materia rítmica."