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22 enero 2017

José Tato. Presentación de El viento sobre el agua



Dejo aquí, con mi agradecimiento por sus palabras y su generosa y lúcida lectura, el texto que José Tato leyó en la presentación de El viento sobre el agua en la Librería Universitas de Badajoz: 

"Ricardo Piglia decía que Borges siempre hablaba como si su interlocutor supiera más que él. Decía Piglia que Borges escribía, y trataba a los demás en la vida privada, pensando que el otro era una persona culta, un lector culto, tanto o más que él. Borges, según Piglia, nunca tuvo esa actitud paternalista tan de nuestros días de tratar al lector como si no supiera nada. Quizá Borges se equivocaba, pues da la impresión de que él está muy por encima de la mayoría de sus lectores, aunque quizá por eso su obra sigue siendo un desafío y resulta hoy tan audaz y brillante como cuando nació en un mundo en el que la literatura todavía ocupaba un espacio de prestigio. 
Siempre que abro un nuevo libro de Santos Domínguez siento algo parecido. Siento que escribe pensando que, de alguna manera, sus lectores sabemos más que él y, quizá por ser yo consciente de esa responsabilidad, la primera lectura siempre me abruma. Siento que el foco está tan fuera de mi alcance que me aturde. Siento que los poemas se escapan a mi conocimiento y que nunca seré capaz de armar en mi cabeza todas aquellas imágenes tan hábilmente diseminadas aquí y allá. Sin embargo, poco a poco, con cada nueva lectura, empieza a intuirse una pequeña niebla que va creciendo muy despacio y, cuando el tiempo pasa y uno ya vive entre aquellos poemas, después de mucho mirar, a uno le empieza a parecer que ve. Digo parece, porque ya lo dejó escrito Claudio Rodríguez: “Pobre de aquel que mire / y vea claro”.  
Estamos hoy aquí para presentar El viento sobre el agua, XXXVI Premio hispanoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez, y, como en otros libros de Santos Domínguez, el primer poema es un poema de apertura que presenta y determina el resto. En él está el espíritu y las claves que nos vamos a encontrar en los demás poemas. En el primero de este libro, titulado también El viento sobre el agua, se puede leer "Me acuerdo del futuro." Y me da la impresión de que esa es una de las claves para poder llegar al corazón de este libro. Sea o no clave, ahora recuerdo cómo leer aquellas siete sílabas se convirtió en el primer fogonazo, el primer deslumbramiento que me provocaron estos poemas. 
El ser humano confía en el futuro como si la vida fuera un libro que tiene su explicación en las últimas páginas, pero cuando el futuro llega, cuando incluso empieza a quedarse atrás, es cuando somos conscientes de que apenas podemos ver nada entre tanta penumbra. Es ahí, cuando ya no nos queda nada, en la última derrota, en el último naufragio, donde la palabra busca dar luz a tanta oscuridad y ver aquello que se nos escapa en la "longitud extrema de la noche". Porque, de alguna manera que desconocemos, la palabra arrastra a la imaginación y crea una realidad más verdadera a través de ella; porque la palabra nombra, tiene un poder mágico, casi demiúrgico, y las imágenes creadas con las palabras nos hablan y nos traen el espíritu de las cosas. Sin embargo, los límites del lenguaje están tan próximos a nosotros que las palabras acaban por parecer inútiles para esa misión. Romas e ineficaces, comprendemos que sólo nos sirven para señalar lo que existe, lo que podemos ver cada día cuando paseamos, lo que nos muestra la televisión y las fotografías.  
Entre otras muchas virtudes, los poemas de Santos Domínguez se caracterizan por su carácter oracular, por su intento de dar voz a lo que no se escucha, por nombrar aquello que no vemos. Ahí reside parte de su grandeza. El viento sobre el agua es una nueva muestra de ello. Treinta y ocho poemas alucinados, visionarios,  escritos por el ángel impasible de las alegorías / en busca de sentido / sobre el opaco fondo de la noche.
Dámaso Alonso escribió que las obras literarias no nacieron para ser estudiadas o analizadas, sino para ser leídas y directamente intuidas . Es verdad que ahora, cuando el entretenimiento se impone en todas las disciplinas artísticas, es muy difícil argumentar que la obra de arte no es entendida nunca mediante la razón, sino por la emoción y la intuición, ya que la razón no puede explicarnos que la vida aparece, como si un muerto recordarse con distancia, "en la noche perpetua del lenguaje". Tampoco puede explicarnos la paradoja de ser conscientes de que lo único que puede salvarnos es, en esencia, incapaz de hacerlo, porque, en el fondo, sabemos que las palabras son las únicas que pueden acercarnos al enigma de la existencia y, al mismo tiempo, que nunca podrán conseguirlo, porque sus límites se quedan en este lado, en el lado de los vivos. 
Por todo lo expuesto, por la situación de desamparo del hombre contemporáneo, la obra de Santos Domínguez adquiere en sus continuas relecturas una inusual profundidad —muy cercana a la revelación—, a pesar de que su universo sólo sea intuido. La musicalidad de sus versos o el misterio de sus palabras acrecientan la intensidad evocadora de una poesía que a la perfección técnica une la belleza trascendente de lo que sugiere. El libro que hoy presentamos, El viento sobre el agua, es una nueva oportunidad de escuchar a, como la definió Félix Grande, “una de las voces más importantes y más auténticas de su generación, en quien se combinan prodigiosamente los dos principales ingredientes poéticos: la exactitud y el misterio.” 

José Tato
18 de enero de 2017