Voyeurismo y literatura
“Conozco a un hombre casado y con dos hijos que hace muchos años se compró un motel de veintiuna habitaciones cerca de Denver a fin de convertirse en su voyeur residente.”
Así comienza El motel del voyeur, el libro de Gay Talese que llega estos días a las mesas de novedades publicado por Alfaguara con traducción de Damià Alou.
Un trabajo periodístico basado en los diarios del dueño de un motel que durante años espíó a sus clientes a través de las rejillas de ventilación instaladas en un falso techo.
Hace más de un siglo, en 1908, Henri Barbusse publicaba El infierno, una novela escandalosa que tuvo una acogida espectacular entre los lectores. Se vendieron 200.000 ejemplares de la primera edición de aquella obra que reeditó en España Rey Lear hace diez años con traducción de Juan Victorio.
El infierno era el relato de un mirón que escrutaba por un agujero en la pared de una destartalada pensión lo que hacían los huéspedes de la habitación vecina.
La semejanza con El motel del voyeur es más que notable, aunque no creo que Talese haya leído El infierno.
El hilo que relaciona los dos títulos no es la lectura, sino algo más profundo: la instintiva tendencia a ejercer el voyeurismo, y no sólo en el terreno morboso de las relaciones sexuales, como ya demostró Vélez de Guevara con su diablo cojuelo que levantaba los tejados de las casas madrileñas.
Mirar secretamente al otro, escuchar sus conversaciones, entrar en su vida, invadir furtivamente su espacio privado sin que él lo sepa es un atavismo que seguramente explica también la afición a leer novelas, diarios o la correspondencia personal en un juego de espejos en el que el lector se hace inevitablemente cómplice y se convierte él mismo en un mirón, a medio camino entre el deseo y la vergüenza.
En la perspectiva de ese atavismo fisgón al que responden los diarios que le sirven de base a Talese, importa poco que haya dosis considerables de imaginación. O que el dueño del motel disimule sus propósitos masturbatorios con un interés sociológico o los recubra de una capa de estadística sexológica sobre la frecuencia del uso de consoladores o de sexo oral.
Lo verdaderamente significativo es que bajo esa superficie morbosa, como en El infierno, lo que acaba por emerger es la soledad y sordidez de los personajes que miran y de los que son mirados.
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