TUMBA EN PAESTUM
un límite infinito que no alcanza el centro en su quietud.
Mallarmé
Igual que el tiempo, el aire
abre en la arena a veces surcos indescifrables.
Vibra lejos la tarde y en un rincón oscuro
se apaga mudo el tiempo, pero arde la memoria
y la luz flota entonces igual que el nadador,
sin peso y sin minutos.
Como último profeta de un tiempo que ya ha muerto
en la materia oscura de un corazón sin fondo,
el nadador sublime se detiene en su salto
y flota en el vacío, en su eterna caída.
Cae derecho a su tumba, a las aguas que van
al reino de los muertos,
abre el profundo espacio
de la tarde sin fin, de la noche sin fondo.
Y permanece inmóvil en el aire intermedio
de la vida a la muerte parada de las olas,
en el aire sin tiempo circular que transcurre
de una tierra de nadie a una tumba sin nombre.
Es el día sin tamaño, el paisaje sin ecos
que flota envuelto en niebla,
contra la espalda lenta de la tarde.
Y cae sobre la arena
el martillo incansable de la lluvia.
Ese texto, inspirado en la imagen del nadador detenido en su zambullida que cubría una tumba del siglo V a.C. en Paestum, es uno de los cinco poemas que firmo en el número 55 de Cuadernos del Matemático. Lo dejo aquí con mi agradecimiento a Matías Muñoz Borja, que me invitó a participar en esa prestigiosa publicación.