Viajes con un mapa en blanco
Esto es lo que hace toda novela valiosa: observar un mapa, el mapa de un territorio que nunca ha sido explorado, y dirigirse a él para llenar esos espacios en blanco con los resultados de su exploración. El mapa en blanco es el de la condición humana, ese continente misterioso que la novela ha ido descubriendo, iluminando, con cada una de sus conquistas, y nosotros, los lectores de novelas, vamos a bordo de esa nave. Hay provincias enteras de nuestro mapa que ya no están en blanco porque por ellas han viajado las grandes novelas. El pasado es un territorio menos desconocido desde que Marcel mojó una magdalena en una taza de té; ciertos rincones de nuestra conciencia, con frecuencia los más terribles, son menos amenazantes para quien ha estado en el subsuelo de Dostoievski o ha compartido manteles con el Gran Inquisidor. Con El proceso y El castillo viajamos a territorios que nunca habíamos visitado, cuya existencia desconocíamos por completo, y lo mismo ocurrió con Cien años de soledad: fueron novelas que enriquecieron o ensancharon el mundo conocido. Sin ellas, aquellos lugares permanecerían ocultos; no los sabríamos ver; o, habiéndolos encontrado por una casualidad afortunada, no sabríamos reconocerlos. Y seríamos más pobres por ello.
Así explica Juan Gabriel Vásquez el sentido del texto, Viajes con un mapa en blanco, del que toma título el espléndido volumen que publica Alfaguara.
En él reúne el narrador y ensayista colombiano un conjunto de artículos y conferencias en torno al territorio de la novela y a ese mapa en blanco de la condición humana.
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