13 marzo 2018

Sentimentales, de Manuel Longares


Faltaban veinte horas para que el maestro de la sinfónica invitada propulsara desde el podio las melodías de un Schub o un Shosta –los de Corchea acortábamos el apellido de Schubert, Shostakovich y demás compositores grandes en señal de familiaridad con el gremio– y Basilio Santidrián Conde, el más sentimental de nuestra asociación, nos exhortaba a acampar desde la víspera en la explanada del auditorio con bandurrias, castañuelas y tenores blandos para foguearnos en los vaivenes emocionales de la música. 
«La hiperestesia se alcanza insomne», pontificaba Basilio Santidrián desde el mostrador de su papelería-librería de la calle Intermezzo –el comercio más oscuro del mundo en el corazoncito de nuestra urbana urbe–.Y en la primera sesión que compartimos con su grupo de sentimentales, entre flores y mariposas de nuestra primavera frutal, arrancamos con Tuna compostelana y El vino que tiene Asunción.
Los del coro nos balanceábamos detrás del solista agarrados de los hombros y piropeábamos nuestra bandera –¡cuánto te queremos!– mientras la pandereta de sonajas rodaba entre olés. Aquello desprendía una fraternidad viscosa, así que cuando le llegó el turno a Por el humo se sabe dónde está el fuego, nos retiramos a descansar para reaparecer al día siguiente con fuerzas renovadas y sensiblería contenida. 

Esos párrafos pertenecen a la primera parte de Sentimentales, la última novela de Manuel Longares. 
Publicada por Galaxia Gutenberg, estará llegando ya a las librerías este espléndido y divertido homenaje a la música clásica en una obra elaborada con la mirada inconfundible y la potente prosa de uno de los mejores novelistas españoles actuales. Por no decir el mejor.